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La falta de agua para uso doméstico tiene consecuencias directas sobre las mujeres de varias comunidades del Estado de Hidalgo, en México. Ellas se encargan desde niñas de conseguir el líquido para los trabajos de cuidado y crianza, la preparación de alimentos y la limpieza. Son las mujeres del agua. 


Texto: Humberto Basilio y Antonio San Juan

Fotos: Yanin Mendoza

 

La falta de agua para uso doméstico tiene consecuencias directas sobre las mujeres de varias comunidades del Estado de Hidalgo, en México. Ellas se encargan de los trabajos de cuidado y crianza, preparación de alimentos y limpieza de viviendas y espacios de uso común. Desde niñas, son las encargadas de conseguir el agua necesaria para abastecer a sus familias.

Aunque en los últimos años ha aumentado la implementación de sistemas hidráulicos para uso doméstico, la población experimenta aún un grave déficit de acceso al agua potable. 

Por ejemplo: en San Bartolo Tutotepec, uno de los 84 municipios más pobres de Hidalgo, las autoridades estiman que alrededor de 45 de las 143 localidades en lo alto de la montaña no cuentan aún con el servicio. 

Históricamente, en los municipios de Huehuetla, Tenango de Doria y San Bartolo Tutotepec, la población femenina ha jugado un rol crucial para la obtención del recurso. 

Para ello, tienen que transportarse largas distancias, cargando pesados recipientes para almacenar la mayor cantidad de agua y llevarla a sus casas. 

Aunque con la llegada de los sistemas hidráulicos esta práctica se ha vuelto cada vez menos común, las mujeres mayores de 30 años cuentan historias sobre los largos recorridos que hacían en medio de la madrugada para llegar a los pozos y manantiales más cercanos. Anécdotas de caídas, cansancio y hartazgo son las más comunes, pero siempre acompañadas por un profundo sentimiento de responsabilidad comunitaria y familiar. 

Hoy, aún en las localidades con sistemas de abastecimiento ya consolidados, las mujeres juegan un rol fundamental en la toma de decisiones respecto a las jornadas de limpieza, el cuidado de los contenedores y los sistemas de captación. Varias de ellas forman parte de los comités locales para la organización de esto último. 

Son ellas quienes más conocen, cuidan y defienden la importancia del recurso en sus comunidades. 

A continuación, tres historias de mujeres del agua: 

Las mujeres del agua

Marcelina.

Marcelina, 79 años, San Antonio el Grande, Hidalgo, México. 

Apenas dada la primera hora de la madrugada, desde que tenía nueve años, Marcelina ya se encontraba lista para caminar cerca de una hora hasta el pozo de agua más cercano a San Antonio, donde vivió desde los cinco hasta los diez años. 

El camino, que atravesaba una loma, era fangoso y oscuro, especialmente durante la temporada de lluvias. Aún así,  lo recorría de lunes a domingo con tal de tener agua para bañarse, lavar los platos, limpiar la casa y cocinar para su padre y sus dos hermanos. 

Con una jícara pequeña, Marcelina llenaba dos tinajas de siete litros cada una. Luego las tapaba con una hoja ancha y las cargaba con un mecapal amarrado a su frente, una sobre otra.  El llenado tenía que ser rápido. Más de 40 mujeres formaban todos los días para abastecerse del líquido.

“Había que llegar temprano porque si llegabas tarde tenías que estar parada más tiempo”, recuerda la mujer, de 79 años. 

Además de los peligros del trayecto, cuenta que cuando tenía 14 de edad, un hombre intentó “robársela” para que se casara con él. Y fueron las mismas mujeres que se encontraban cerca del pozo en ese momento quienes, con pedradas y a palos,  la ayudaron a defenderse. 

Una vez de vuelta en casa, comenzaba a moler maíz nixtamalizado para tener listos los “lonches” para su padre y sus dos hermanos. Ellos trabajaban en el campo desde las cinco de la madrugada. “Ya después ni me daba sueño”, asegura Marcelina.

Inmediatamente comenzaba a limpiar trastes y a lavar el piso para tener su casa ordenada, siempre con máximo cuidado para no desperdiciar ni una gota de agua. El resto del día se lo pasaba bordando manteles y servilletas, productos que ella y su familia comerciaban para completar el gasto diario. 

Marcelina no recuerda exactamente cuál era su hora de dormir, pero sí que antes de las doce de la noche las tinajas tenían que estar listas para ser llenadas al día siguiente. 

Las mujeres del agua

Cruz.

Cruz, 87 años, Tenantitlán, Hidalgo México. 

La señora Cruz Martínez López, viuda y de 87 años, recuerda con lujo de detalle cómo a los siete comenzó a hacerse cargo de sus tres hermanos pequeños y de varias labores del hogar para apoyar a su mamá. Lo principal era encargarse del abasto de agua para su familia, que vivía en Tenantitlán. 

Cruz siempre ha sido una mujer pequeña, medirá entre 1.20 y 1.30 metros. Esto hizo que su capacidad para cargar tinajas de agua se convirtiera en un reto enorme. Necesitaba tres o cuatro vueltas diarias de un trayecto de 30 minutos para conseguir agua suficiente para todos. 

Desde pequeña, se dio cuenta de lo importante que era mantener limpia “la santa agua del pozo” para que toda la comunidad pudiera abastecerse. “El agua es nuestra sangre” repite constantemente. 

Ese compromiso la llevó a convertirse, entre 2012 y 2013, en delegada de la comunidad del Nandho, donde vive desde que se casó. A falta de un comité del agua, era ella quien se encargaba de coordinar las faenas para limpiar los dos tanques de agua que les fueron instalados en 1992 por el gobierno municipal. 

Con machete y escoba en mano, quitaban la hierba y el lodo que pudiera estar obstruyendo o contaminando el paso del agua. Se trata de una labor de equipo que, con el paso del tiempo, la gente ha dejado de hacer. Cruz recuerda que hubo veces  en las que solo ella iba a limpiar. 

Para ella, el problema principal es que los padres y profesores de la comunidad han dejado de enseñar a lxs niñxs la importancia del cuidado del agua. 

“[Antes] sabíamos que había que aprovecharla, pero ahorita ya no hay eso”, lamenta

Las mujeres del agua

Alejandra.

Alejandra Pérez Mendoza, 42 años, San Bartolo Tutotepec, Hidalgo. 

A sus 42 años, Alejandra es madre de cuatro, pero cocina, limpia y gestiona agua para siete personas, contando a su marido y los de sus hijas. 

Cuando el gobierno municipal instaló el sistema hidráulico para abastecer a las 37 viviendas del Nandho, ella pensó que se acabaría el agotamiento diario por caminar de ida y vuelta al pozo con dos botes de siete litros en cada mano. Sin embargo, no fue así.

Pareciera que tener el servicio directo ha vuelto a la gente de San Bartolo menos consciente de la importancia que tiene el cuidado del agua. Especialmente en temporadas de sequía, durante la primavera, cuando los montes no retienen agua suficiente y la lluvia escasea, explica Alejandra. 

Durante ese tiempo, es vital conservar la poca cantidad que cae a los depósitos. La llave de paso que surte a las viviendas del Nandho, por ejemplo, debe ser abierta cada tercer día para que cada familia tome su ración y la conserve hasta que la llave vuelva a abrirse. 

Aún así, hay vecinos que abren la llave indiscriminadamente, dice Alejandra, lo que ocasiona que ésta se riegue durante horas o hasta días.

“Y las mujeres somos las que más sufrimos si hace falta el agua […]. Como jefas de familia nos encargamos de casi todo”, reitera con molestia. 

El estancamiento del agua también es un problema, ya que ésta se contamina con lodo del cauce e insectos que rondan en la corriente o el manantial. La limpieza de los depósitos es otro conflicto.

“La gente nada más ocupa el agua y espera a que uno vaya para limpiar los tanques”, menciona Alejandra. Esto ocasiona peleas constantes por la desorganización comunitaria. 

Harta de la situación, decidió tomar sus propias medidas: “Si nadie quiere participar, pues yo lo hago, porque quiero agua limpia para mi casa”.

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Este reportaje fue ganador de las Becas de Investigación Periodística sobre gestión comunitaria del agua en México, una iniciativa de Fundación Avina, Cántaro Azul y Fondo para la Paz.

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