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El próximo 30 de octubre Colombia se enfrentará, nuevamente, a una jornada electoral. Después de más de un año de haber elegido presidente, los colombianos votarán para escoger a sus alcaldes, gobernadores, concejales y candidatos a las asambleas y a las juntas administradoras locales.

Y es en la capital del país, principalmente, en donde se concentra la atención de la opinión pública, de los medios de comunicación, de los candidatos, de los votantes, de quienes actualmente gobiernan y de quienes ya no lo hacen, pero desearían hacerlo. Es Bogotá el centro de todas las miradas.

Hace cuatro años, el segundo cargo de elección popular más importante en Colombia –la Alcaldía de Bogotá– fue ocupado por Samuel Moreno Rojas, nieto de Gustavo Rojas Pinilla, expresidente colombiano entre 1953 y 1957. Moreno, nacido en Miami y siempre vinculado a la vida política colombiana, fue elegido en el 2007 alcalde de la capital con un total de 915.769 votos, representando a una izquierda, hoy desdibujada, y superando ampliamente a su principal contendor Enrique Peñalosa, quien ya había sido alcalde en 1998.

Hoy, cuatro años después de aquella fatídica elección, Bogotá y sus habitantes pagan los desastres de una administración manchada por la corrupción que sólo dejó caos y descontrol, una alcaldesa encargada, y al alcalde elegido popularmente, con medida de aseguramiento.

Desde 1992, cuando el entonces alcalde de Bogotá Juan Martín Caicedo Ferrer fue destituido de su cargo tras ser detenido por el delito de peculado por apropiación, en la administración de la capital colombiana no se había presentado un escándalo de corrupción como el que hoy ha protagonizado Samuel Moreno Rojas, escoltado por su hermano, el exsenador Iván Moreno Rojas, también en prisión.

Y de aquí la importancia de las próximas elecciones. De aquí la importancia de saber votar, de saber elegir. Porque, sin duda, la inseguridad y los problemas de movilidad vehicular que hoy hacen de Bogotá una ciudad invivible, sólo por mencionar algunos de sus puntos neurálgicos, no es sólo culpa de la corrupción que la gobernó durante cuatro años; la culpa, pero sobre todo la responsabilidad, también recae en los 915.769 votos que la escogieron.

¿A cuánto el voto?

Es útil revivir el pasado en la medida en la que se aprenda de él. Y en estos últimos cuatro años, una lección positiva entre tanto pesimismo aflorado es reconocer y aprender que el voto, uno de los pocos mecanismos de participación ciudadana que se pone en práctica en Colombia, no tiene precio.

“Tu conciencia vale más que un ‘guarito’ y un tamal” coreaban en las recientes elecciones presidenciales colombianas los seguidores de un frágil movimiento político, liderado en ese entonces por el candidato a la presidencia Antanas Mockus, y que se fragmentó al poco tiempo de posesionarse Juan Manuel Santos como primer mandatario. Un cántico carnavalesco y para muchos grotesco, pero que jocosamente describió y describe lo que vale no sólo uno, sino miles de votos colombianos.

Según un artículo publicado por la Revista Gobierno y de acuerdo a una encuesta realizada por la Misión de Observación Electoral, MOE, en vísperas de las elecciones de octubre y haciendo énfasis en las elecciones al concejo, una de las prácticas indebidas que más preocupa en los próximos escrutinios es la compra y venta de votos. Según la encuesta, las ciudades donde más se presenta esta actividad son Barranquilla y Cartagena, y en donde “más se presenta la compra de líderes locales es en Bogotá, Manizales y Popayán”.

Por su parte, el pasado 30 de agosto el periódico El Espectador, en su versión digital, publicó una denuncia del candidato a la gobernación del Atlántico, Alfredo Palencia Molina, sobre la eventual compra de votos con marihuana. “Es casi una costumbre comprar votos en esta época. No es algo novedoso, hace parte de nuestra democracia”, afirmó Palencia. Lo que resulta llamativo es la mercancía de intercambio y, claro, la afirmación del aspirante.

Y en lo que a Bogotá respecta, la situación tampoco deja de ser preocupante, pues según la MOE, en las últimas semanas ha habido un absurdo incremento –más del 200 por ciento– de inscripción de cédulas en más de 50 puestos electorales, cifras que no concuerdan con las estimadas según el censo electoral actual.

La temible pero verídica teoría del ‘carro ganador’

Según un artículo publicado por el periodista colombiano Daniel Coronell para la Revista Semana –revista de circulación nacional–, a pocos días de las votaciones de octubre han aparecido falsos encuestadores y falsas encuestas “para confundir a los electores”.

El artículo revela que los resultados de aquellas encuestas aumentan la preferencia de los candidatos que aparecen con menor intención de voto, de acuerdo con los sondeos que realizan firmas encuestadoras reconocidas. “Por ejemplo –dice Coronell– el sondeo falso de Medellín da como líder de la carrera por la Alcaldía a Luis Pérez Gutiérrez, a quien –en contraste– la respetada firma Ipsos Napoleón Franco sitúa 17 puntos debajo de su rival Anibal Gaviria”.

Una razón más de la importancia que para Colombia representa un voto a conciencia. Porque así las encuestas sean reales o ficticias, así el primero sí sea el primero, y el último realmente sea el último, votar para subirse al ‘carro ganador’, concepto aportado por la socióloga Elisabeth Noelle-Neumann en su investigación sobre la Opinión Pública, le hace tanto daño a la nación como venderle un voto a un político corrupto. Al fin y al cabo, votar de acuerdo a lo que marquen las encuestas es venderles el voto a ellas.

Una baraja de candidatos

A escasas semanas de las elecciones para elegir alcalde, la intención de voto de los bogotanos la lideran los candidatos Enrique Peñalosa y Gustavo Petro, quienes aparecen con un empate técnico, escoltados por Gina Parody, única mujer candidata.

El primero representa al Partido Verde pero también al Partido de la U, y cuenta con el absoluto respaldo del expresidente Álvaro Uribe, quien no ha dejado de hacer política desde que salió de la Casa de Nariño el año pasado, lo que le ha ocasionado un desgaste en su popularidad, sin contar los múltiples escándalos de corrupción que se han destapado de su administración en lo que va del 2011, y que han dejado a varios de sus antiguos funcionarios tras las rejas.  El segundo, Petro, una vez se revelaron las irregularidades de la contratación en Bogotá, –tarea que lideró Carlos Fernando Galán, también candidato– renunció al Polo Democrático Alternativo, el mismo partido que apoyó al hoy detenido alcalde de Bogotá, Samuel Moreno Rojas, y construyó su propio movimiento, Progresistas. Y la tercera, Parody, fue senadora del Partido de la U pero renunció en el 2009, al partido y a su curul, por diferencias ideológicas. Hoy se postula como candidata independiente en alianza con el excandidato presidencial Antanas Mockus, quien renunció al Partido Verde en este año, por las mismas razones que su compañera de fórmula le dio la espalda al proyecto político uribista.

Pero detrás de Parody, también aparecen en las encuestas dos jóvenes candidatos como Carlos Fernando Galán, representante por el partido Cambio Radical e hijo del asesinado Luis Carlos Galán, y David Luna, candidato del Partido Liberal. Los siguen Jaime Castro, Dionisio Araújo, Aurelio Suárez y Gustavo Páez, representantes de colectividades electoralmente menos potentes, entre ellas el Polo Democrático, partido que después de haber gobernado durante ocho años continuos a Bogotá, cayó al fondo del abismo como consecuencia de la administración de Moreno Rojas.

De manera que candidatos hay, pero también hay que saber por quién votar. Y quizás una buena manera de hacerlo es conociendo, más que sus propuestas, su pasado. Porque hoy, muchos de los programas políticos a elegir coinciden con lo mismo: la construcción del metro para Bogotá, así como más vías y autopistas, aumentar la seguridad, fortalecer el sistema de educación, entre innumerables promesas más, que afortunadamente obedecen al sentido común y reflejan las necesidades de la ciudad y su gente. En cambio, no todos coinciden con los mismos antecedentes, no todos han sido ni son tan transparentes como lo aparentan sus imágenes publicitarias, y no a todos los cobija por igual aquel famoso refrán “dime con quién andas y te diré quién eres”.

Cuando Samuel Moreno ganó las elecciones en el 2007, aún conociendo su procedencia así como la de su hermano Iván, una de sus principales banderas de campaña fue la construcción del metro y la integración del transporte público en la capital. Cuatro años después, Bogotá se quedó sin metro y sin integración, pero en cambio sí obtuvo como recompensa un caos descomunal, con muchas de sus principales vías intransitables y con una pirámide de corrupción que sólo dejó ruinas a sus habitantes.

Votar a conciencia: más que un cliché

Acabar con la corrupción en Colombia es tarea de todos y no sólo del Estado, y saber votar es sólo el primer paso de muchos, pero por algo se empieza.

En la medida en que los colombianos, en especial las nuevas generaciones, tomen conciencia de que para exigir derechos es necesario cumplir con los deberes que tienen como ciudadanos, el país comenzará un camino completamente diferente al que ha venido recorriendo desde el día de su Independencia.

Y en la medida en la que los colombianos aprendan a que un ‘simple’ voto, el suyo, sí puede cambiar la historia de una nación, decidir por quién votar no será sólo tarea de un día ni tampoco será a cambio de un “guarito y un tamal”.

Son entonces los colombianos quienes decidirán si quieren cambiar el rumbo de sus ciudades y departamentos, o si por el contrario, quieren más de lo mismo. Y serán los mismos colombianos los que pagarán las consecuencias de haber votado, bien o mal, o de haberse abstenido.

A sólo pocos días de las elecciones, llegó la hora de preguntarse: ¿qué tan masoquista es usted, colombiano? Una vez responda, salga el próximo 30 de octubre y vote, pero vote a conciencia.

Lina Maria Arangure Burgos

Nació en 1986, en Bogotá, Colombia. Es Periodista y Comunicadora Social de la Universidad de La Sabana y actualmente se desempeña como Editora General de la Revista CAPITALClub y docente de cátedra de la Fundación Universitaria del Área Andina - Seccional Pereira. También fue columnista de deportes en el periódico ADN. Amante del fútbol, la política y la radio.

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