Colombia es un país complejo. No sólo alberga el conflicto armado más añejo del continente sino que durante varios años ha tenido que lidiar, al mismo tiempo, con guerrillas urbanas y rurales, paramilitarismo, narcotráfico, bandas criminales y corrupción institucional en diversos niveles. La memoria de un colombiano que ronde los 70 años estará llena de recuerdos trágicos y de una violencia que no tiene parangón. Y cómo no, si a los seis años habrá oído del asesinato de Gaitán y el Bogotazo. Habrá vivido en carne propia “La Violencia”, ese periodo de la historia colombiana que se escribe con mayúscula; visto el nacimiento de las FARC, escuchado las proclamas del ELN y temido las acciones urbanas del M-19. Pocas imágenes tan impactantes como la toma del Palacio de Justicia por el M-19 y la retoma virulenta por parte del ejército, tanques y morteros incluidos. Recordará con rabia los asesinatos arteros de cuatro candidatos presidenciales entre 1989 y 1990. No olvidará los atentados de Pablo Escobar en Medellín, imposible borrar el Parque Lleras, y menos la muerte del narcotraficante más famoso que ha existido, inmortalizada en un cuadro de Botero. Su memoria tendrá frescos los abrazos de Pastrana y Tirofijo y recordará con vergüenza el episodio de la triste y célebre silla vacía. Sabrá que Uribe tomó posesión entre explosiones y coches bomba y que los jefes paramilitares desangraron los campos colombianos. Habrá visto caer a los líderes históricos de las FARC: Marulanda, Reyes, Cano, Mono Jojoy y habrá sentido indignación frente a los Urabeños y su control sobre poblaciones enteras. Y como bien ha dicho Lucas Peña, colaborador de este número, sabrá que es la paz, y no la violencia, el fantasma que siempre está rondando en Colombia. El fantasma que aparece y se va. Tras la Violencia, el Frente Nacional. Tras la toma del Palacio de Justicia, la dejación de las armas del M-19. Tras los candidatos presidenciales asesinados, la nueva constitución. Tras las miles de muertes en Medellín, la maravillosa recuperación de la ciudad. Tras las FARC, la seguridad democrática, y tras de ésta, la justicia. Finalmente, el señor de 70 años habrá escuchado hace unas semanas que dio inicio a un nuevo proceso para negociar la paz. La experiencia obligará a desconfiar. Pero en el fondo esperará, con toda su alma, que esta vez sea real y que no se tenga que regresar a la normalidad del conflicto. Vaya país complejo, dirá.
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En este número hemos invitado a escribir a colombianas y colombianos, de todo tipo de profesiones y edades, pues queremos poner en la palestra pública, más allá de Colombia, una cosa distinta a los análisis convencionales. Nos interesan las percepciones y los estados de ánimo ante la posibilidad de la paz, precisamente en este país sudamericano tan acostumbrado a la violencia. Son ellos, sus voces y reflexiones, las que hablan en este número. Gracias por leer y acompañarnos una vez más.