Los contrastes de la vida y del calendario. Este lunes 26 de septiembre México conmemora dos años de la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal Rural de Ayotzinapa, uno de los episodios más tristes que ha vivido el país en su larga lista de crímenes horrendos. Para una buena parte de los mexicanos, el 26 de septiembre es y será una fecha que recordará la infamia, la ignominia y la corrupción de un sistema político que, en todos sus niveles, ha demostrado su parálisis e ineficacia. Alcaldes coludidos con el narco, policías locales a las órdenes de los grupos delictivos, funcionarios federales cansados, otros que entorpecen las investigaciones, una oposición política inexistente, y un presidente sin carácter ni voluntad. “Locura de la violencia y la demencia más absurda”, lo llamó Jesús Silva Herzog-Márquez. Para el gobierno mexicano, el 26 de septiembre de 2014 es también un punto de inflexión: Ayotzinapa fue el episodio que echó por la borda la narrativa presidencial del “México en movimiento”, el de las reformas estructurales y el “Pacto por México”. Para la posteridad quedará la imagen de aquellos manifestantes intentando quemar la puerta del Palacio Nacional en la Ciudad de México, en una concentración espontánea tras conocer la desaseada “verdad oficial” sobre el caso.
Paradojas del continente: el 26 de septiembre de 2016, mientras en México los padres de los normalistas estén exigiendo verdad, reparación y justicia, el presidente Enrique Peña Nieto estará a poco más de 3 mil kilómetros de distancia, en Cartagena, Colombia, acompañando una dicha ajena. Con los presidentes de Venezuela, Bolivia, Cuba, Ecuador, El Salvador, Chile, Guatemala, Argentina, Costa Rica, Honduras, Panamá, Paraguay, Perú y República Dominicana, el presidente de México será testigo del Acuerdo de Paz entre el Gobierno colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), luego de más de 50 años de conflicto armado y tras casi seis años de negociaciones. Con suerte, para el pueblo colombiano el día 26 de septiembre quedará inscrito en la historia como uno de esperanza y reconciliación. Y no es para menos: desde que las FARC se alzaron en armas en la ya lejana década de los sesenta, Colombia ha vivido toda suerte de tristezas alrededor de la violencia. Guerrilla, paramilitarismo y narcotráfico hicieron que Colombia casi colapsara como Estado en los ochentas y noventas.
Pero esa no es la única ironía del calendario y su simbolismo.
En Colombia, el Acuerdo de Paz será sometido a votación en un plebiscito que se celebrará el 2 de octubre. Hasta ahora, las encuestas reflejan una clara victoria para el “sí”. Esto quiere decir que, con seguridad, el 2 de octubre será considerada una fecha de fiesta nacional en Colombia: el día que los colombianos dijeron sí a la paz. En México, el 2 de octubre será siempre recordado por la Masacre de Tlatelolco, cuando el ejército mexicano asesinó a cientos de estudiantes que se manifestaban en la Plaza de las Tres Culturas en la Ciudad de México. Mientras que en Colombia el 2 de octubre marcará el inicio de un proceso de transformación política y social que permitirá que la guerrilla participe en política, se repare a las víctimas y se transforme la dinámica agraria, el 2 de octubre mexicano recordará uno de los puntos más bajos de la historia política mexicana.
La sangre pisoteada de cientos de estudiantes, hombres, mujeres, niños, soldados y ancianos se ha secado en la tierra de Tlatelolco. Por ahora la sangre ha vuelto al lugar de su quietud. Más tarde brotarán las flores entre las ruinas y entre los sepulcros. Elena Poniatowska
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