A Néstor Kircher
In Memoriam
“Hemos sufrido la mayor pérdida desde que volvimos a la democracia”
Senador Eric Calcagno
“Ay mi querida Cristina…Cuánto dolor! Qué gran pérdida sufre la Argentina y Nuestra América! Viva Kirchner para siempre!!”
Hugo Chávez vía Twitter
Esta mañana escuché a Carmen Aristegui, una de las periodistas mexicanas más importantes, hacer una breve pausa a sus comentarios sobre política mexicana para anunciar, por ahí de las 08:30h (10:30h en Buenos Aires), el sorpresivo deceso de Néstor Kirchner, ex presidente Argentino (2003-2007) y, según afirmaron muchos, el verdadero titiritero del poder platense detrás de su esposa Cristina Fernández (presidenta, a su vez, a partir de 2007).
El Clarín, reconocido diario argentino, no tardó en hablar de la muerte de “un estadista apasionado y pasional”; el Kremlin, vía su cuenta anglófona de Twitter, extendió sus condolencias al pueblo argentino apenas se recibió la noticia; el Departamento de Estado y H. Clinton lo harían varias horas después. El Pais, quizá el mayor referente de la prensa española en Latinoamérica (y sin duda el diario en castellano más leído del mundo), no tardó en hablar de “un país conmocionado” por la muerte Kirchner, fallecimiento que provocó reacciones inmediatas en los cuatro rincones del mundo. Pero, ¿por qué la muerte de Kirchner es tan relevante para el espacio político latinoamericano? ¿Qué tiene de especial respecto a la muerte de otros ex presidentes (pensemos en otro argentino, Raúl Alfonsín, cuyo deceso pasó casi desapercibido a inicios del año pasado)?
La atención que hoy se concentra sobre Kirchner es el pago de una deuda, pues él fue una figura clave en la reconstrucción económica y política de Argentina, así como en los procesos de integración política y económica de América Latina. Poco conocido antes de presentarse como candidato a la presidencia, Néstor Kirchner es hoy día reconocido como el estadista que con mano firme recuperó –y mejoró– el rumbo y el vigor económico de la nación platense. Los avances (¿o desastres?) económicos de la época neoliberal (Alfonsín, Menem, de la Rúa) habían sido aplaudidos con enorme alegría por el Fondo Monetario Internacional y otros representantes del capitalismo mundial, de tal suerte que la fuerte crisis que azotó a Argentina en 2001 fue una sorpresa mayúscula para el mundo de las finanzas y del dinero fácil. En ese momento el FMI enmudeció y pronto culpó a la irresponsabilidad fiscal de la Casa Rosada, como si las exigencias de estabilización macroeconómica no fueran dañinas por sí mismas.
En pocos años, la deuda argentina había explotado hasta los 170 mil millones de dólares, los créditos internacionales se desplomaron con el anuncio de moratoria lanzado por el gobierno, los capitales se fugaron (calculados en más de cien mil millones de dólares) y el desempeño económico sucumbió, arrastrando consigo a la mayoría de la población argentina, gente acostumbrada a gozar de altos niveles de bienestar y relativa igualdad socioeconómica. El descontento, las movilizaciones y la inestabilidad social, pero también los programas de solidaridad, ayuda colectiva e intercambio de bienes, servicios y conocimientos al margen de la actividad estatal o de los grandes capitales, se convirtieron en la tónica una vez que la situación económica alcanzaba el peor de los escenarios.
Kirchner aceptó el reto. Después de ganar la presidencia de manera un tanto inusual (había quedado segundo en la primera ronda, pero su opositor, el ex presidente Menem, se retiró antes de la segunda vuelta), se apresuró en llegar a acuerdos con el FMI y otros organismos basados en la firmeza que nos recuerda a Juárez: “debo, no niego; pago, no tengo… y no pagaré”. Reestructurar y cancelar la deuda era una de las prioridades y, como tantas otras, fue uno de los primeros logros de su gobierno: a inicios de 2002 la deuda externa equivalía a tres veces el PIB rioplatense; a mediados del gobierno de Kirchner ésta se redujo a una tercera parte del PIB.
Otra prioridad inminente fue componer el tejido social y recuperar la confianza de los argentinos. Durante la crisis, no fueron sólo los cacerolazos y el “voto bronca” las únicas manifestaciones de descontento social: había un malestar generalizado por la desigualdad rampante, producto de los gobiernos anteriores, y por la falta de acción contundente sobre uno de los temas quizá más relevantes del debate político argentino: la memoria histórica y el castigo a las dictaduras militares. Los escritores argentinos Juan Gelman y Ana María Shua defendieron las iniciativas de Kirchner respecto a los derechos humanos, los juicios emprendidos contra antiguos personajes de las dictaduras militares, los intentos por redistribuir la riqueza con justicia (nacionalización del sistema de pensiones, por ejemplo) y su constante pero siempre prudente acción internacional.
Sin duda no todo fue miel sobre hojuelas. Después de años de crecimiento, la legitimidad con la que gozaba Kirchner fue transferida casi unilateralmente a su esposa, Cristina Fernández. El binomio político no tardó en dotarse de un cuerpo y una reputación clara: la pareja presidencial que mueve los hilos del poder argentino casi al unísono. El recuerdo del peronismo regresó como reguero de pólvora (y fue, de hecho, una de las mayores banderas esgrimidas por la oposición durante las legislativas de 2009).
Seamos honestos. Los Kirchner (así, en plural) mostraron cierto recelo hacia las instituciones democráticas. Intentaron difuminar las líneas entre los distintos poderes nacionales y, si posible, extender sus prerrogativas constitucionales y fácticas. Después del tropiezo electoral de 2009 (voto para renovar una fracción del legislativo) la tarea primordial de la Presidenta Fernández debió ser despersonalizar el poder, es decir desterrar la imagen de la pareja presidencial, del oficialismo que se vuelve gobierno. (Esto no es baladí, pues Néstor Kirchner, candidato a una diputación bonaerense, perdió a manos de la oposición conservadora, a saber, el empresario vuelto político –inexperto Francisco de Narváez–). La oposición ganó buenas batallas justamente a causa de la omnipresencia de Néstor Kirchner en el debate político argentino, y no sólo como candidato, sino como esposo “incómodo”, como “consorte”. Nuevos diálogos de tono más conciliador con la oposición se convertirían en una necesidad.
Pero la prensa y los intelectuales de oposición no menguaron en su crítica al oficialismo. Con cierta razón, acusaron frecuentemente a la pareja presidencial de construir para sí redes de poder al interior del partido y entre los miembros del gobierno federal. Ya en el verano de 2009, Mario Vargas Llosa escribió en El País una contundente crítica al enriquecimiento ilícito de los Kirchner y presentó cifras muy elocuentes, como especulaciones en bienes raíces, donde los Kirchner compraban tierras que luego venderían cien veces más caras. Los planes políticos a corto plazo del binomio Kirchner parecieron siempre muy claros: el candidato oficialista a la presidencia para el periodo 2011-2015 hubiese sido Kirchner, aún pasando por ciertos esquemas del partido… de no ser por su sorpresiva muerte.
Así, la muerte de Néstor Kirchner impregnó a las comunes palabrerías un sentido real. Cierto: todo mundo dice siempre, respecto a la muerte de cualquier personaje, que se ha perdido a individuo invaluable. Pero respecto a Kirchner no hay nada más cierto, pues a partir de hoy se crea un importantísimo vacío de poder en Argentina que antes él mismo ocupaba. Las decisiones políticas a venir correrán el riesgo de ser muy apresuradas, pero es imperante que la élite responda las siguientes preguntas: ¿quién será el próximo candidato presidencial? ¿Qué rumbo seguirán las políticas sociales y económicas del gobierno, ahora que la oposición lo presionará con mayor ahínco para no “errar el rumbo”?
Argentina perdió quizá al mejor presidente de la década y uno de los mejores de los últimos años de democracia. América Latina perdió a un entusiasta de la integración política y económica en términos estrictamente latinoamericanos (durante los últimos meses, Kirchner fue Secretario General de UNASUR). Un político que defendió políticas redistributivas, que impulsó un debate sobre derechos humanos y memoria histórica y que promovió la unidad latinoamericana como alternativa al eterno control estadunidense. Quizá sus credenciales de un genuino demócrata quedarán siempre en duda y su manera de jugar con el poder tras bambalinas colgará siempre como una sombra por encima de él. Y, ¿quién sabe?, quizá, de ser nuevamente presidente en 2011, habría tenido tiempo para rectificar el rumbo de muchas cosas… o para seguir caminos más oscuros, tan comunes en Latinoamérica.
Un artículo muy bien propuesto y que ilustra mucho los enredos de la política de América latina, pero quizá lo más interesante es la propuesta, siempre difícil, de reconocer y ponderar el sentido histórico del trabajo del personaje, a lado de una discreta crítica al impudor al que siempre está expuesto el político.