Dos argumentos explican el resurgimiento de la tetralogía del horror de Carlos Enrique Taboada. El primero habla del acercamiento de un grupo de jóvenes cineastas con los herederos de Taboada, para conseguir los derechos de sus películas y apresurar los remakes: Hasta el viento tiene miedo, versión original de 1968 y reformulación de Gustavo Moheno en 2007; El libro de piedra, original de 1969 y modesto refrito verdoso de Julio César Estrada (2009); ya debe estar en postproducción Más negro que la noche, original de 1975 y la nueva versión, de Henry Bedwell, probablemente aparezca el siguiente año. Todavía faltaría el valiente que actualice la película más arriesgada de las cuatro, Veneno para las hadas (1986) y si se vale la exclusiva que ya todo mundo conoce, también se filmará un guión inédito de Taboada, Jirón de niebla, probablemente el próximo año.
Si estas reversiones responden a una buena oportunidad comercial, esto no explicaría el rescate de su cine por parte del público. Los remakes sólo han servido para revalorar las versiones originales; asombra esta admiración soterrada (lo que el cliché llama “de culto”) por la tetralogía, que ha tenido más éxito en tele y DVD que en sus exhibiciones en la gran pantalla.
¿Dónde se encuentra la novedad por el cine de Taboada? No en su pericia cinematográfica formal; Taboada escribe y filma historias clásicas, más con empeño talachero que con audacia innovadora (la excepción sería el juego de puntos de vista de Veneno para las hadas). Tampoco hay una dirección sobresaliente: en varias ocasiones sus actores pecan de ese tono hierático tan propio del cine setentero. Lo fascinante de su cine habría que buscarlo en zonas más profundas: los críticos hablan de su creación de ambientes ominosos y sutiles ejercicios de introspección; terror psicológico y suspenso; valdría agregar que sus películas aluden a culpas no confesas, pendientes de la sociedad que difícilmente se aceptarían en una charla de café.
Dos
El cine de horror también es el cine de las culpas. No pueden hacerse películas de miedo efectivo si no socavan los pendientes de nuestras conciencias. Atrás de monstruos, plagas y asesinos seriales se encuentran remordimientos personales o colectivos. Los alemanes, con el expresionismo, purgaron por adelantado el nazismo; los gringos han recurrido al horror para exhibir su enfermiza sexualidad protestante; los orientales, que ahora están reinventando el miedo, purgan con él la alienación manifiesta por la hipertecnología.
La principal culpa del cine mexicano de horror ha sido sobrevivir a una cinematografía oficial que privilegió melodramas cívicos sobre la imaginación. Por eso el cine de terror nacional imita moldes norteamericanos o se reformulan desde la farsa, como ocurre con tantos luchadores peleando contra vampiros, zombies y momias.
Taboada contribuye a este cine de cartón-piedra con guiones a destajo: Kid Tabaco (55), Aventuras de Chucho el Roto (61), La maldición de Nostradamus (61) o Chanoc (67); películas sin más propósito que abundar la oferta para la permanencia voluntaria. Pero Taboada es buen lector, se describe de ideas ateas y antipatrióticas, y proviene de una clase media ilustrada, progresista pero también con tufo a porfirismo, que revisa a la sociedad entre la nostalgia del régimen perdido y el azoro por la modernidad. De ahí que Taboada decante su cine de terror hacia otros temas, que rebasan la caricatura de fantasmas, maldiciones o brujerías.
Tres
En Hasta el viento tiene miedo, un internado de señoritas es violentado por el fantasma de una adolescente; en El libro de piedra, la hija de un hacendado tiene conversaciones con un amigo imaginario, que poco a poco se va revelando como un espíritu maligno; en Más negro que la noche, cuatro amigas viven en una casa tétrica, herencia que una tía solterona hace a una de ellas, y son asediadas por el espíritu de un gato que ellas mismas mataron; en Veneno para las hadas, una niña se cree bruja, intimida a su amiga y la obliga a una ciega obediencia.
Más allá del esquema gótico y las influencias literarias (Edgar Allan Poe y Henry James, por hablar de los obvios), llama la atención que todas las películas son protagonizadas por personajes femeninos: niñas o grupos de mujeres jóvenes; todas en edad de doncellez. Al lado vendría el mito de la virginidad, con su extensión sexista de integridad y valía. Taboada está filmando en los años sesenta y setenta, cuando la liberación femenina ha puesto en crisis estos valores y la sociedad mira con desconfianza la acometida de las mujeres emancipadas, contra lo pétreo de la tradición.
Los espacios de Taboada –internado, casona, hacienda– alude a instituciones formales que han entrado en desuso. Los personajes de autoridad (las maestras del internado, la tía solterona y su sirvienta, los hacendados pudientes) suelen ser los emisores del mal: la ambigüedad de sus relaciones o lo inamovible de sus valores provocan las historias malditas que derivan en fantasmas y embrujos. Las víctimas (por supuesto, nuestras señoritas, más niñas o grandes según la peli), merecen sus castigos sólo en la medida que se rebelan ante su identidad virginal. Delicia ingenua de un Taboada raboverde: sus chicas bailando en paños menores, o envalentonándose con diálogos insolentes, anuncian el susto o el crimen de tres secuencias después.
¿Esto hace de Taboada un puritano? Caracterizarlo así sería injusto: cierto que sus personajes femeninos son víctimas, porque así lo pide el molde del cuento gótico, pero el castigo también ocurre porque solamente ellas se atreven a la transgresión y por lo tanto sólo ellas son dignas de que les ocurran las aventuras, aun siniestras. Sin rebelde no hay trama, y en el caso de Taboada, sin personaje femenino no hay embrujo que conjurar.
Podría pensarse que, como en el horror gringo, el castigo reprende los comportamientos relajados, pero en las películas de Taboada los castigos se extienden a las figuras de autoridad, lo que plantea una lectura más compleja: la culpa y el castigo más bien describen la dificultad de la sociedad mexicana (autoridad y rebeldes; instituciones e individuos) por equilibrarse en un tiempo histórico de contradicción autoritaria-liberal. De ahí que nuestro contexto contemporáneo se ajuste tan bien al remake de Taboada: si los originales se filmaron cuando México deambulaba entre el autoritarismo priísta contra la inesperada generación del 68, las reversiones ocurren cuando la derecha panista obliga a reformular conquistas civiles (léase aborto, sociedades de convivencia y su consecuente reconocimiento legal a la diversidad sexual, debate sobre las drogas) que se estancan desde los discursos profamilia y provalores. Las adorables señoritas sesenteras y setenteras de Taboada vuelven a ser pertinentes ahora que se les vuelve a amenazar desde los fantasmas y embrujos de las instituciones. La fortuna con las que se cuentan las nuevas versiones sería tema de otro artículo. ¿Podría dejar, por mero buscapies, la intuición de que entre los personajes femeninos de Taboada y la Ofelia de El laberinto del fauno (Del Toro, 06) hay una vía temática recta y quizá más afortunada que sus remakes?
Fuentes:
Carlos Enrique Taboada en Wikipedia:
http://es.wikipedia.org/wiki/Carlos_Enrique_Taboada
Carlos Enrique Taboada en imdb.com: http://www.imdb.com/name/nm0846010/
Un buen artículo sobre Taboada, de Iván Farías Carrillo, en Revista Cinefagia: http://www.revistacinefagia.com/2004/03/carlos-enrique-taboada-los-altibajos-del-miedo-primera-parte/
Sobre el cine de terror mexicano: Aviña, Rafael. Una mirada insólita. Temas y géneros del cine mexicano. Oceano, 2004, pp. 203-209