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«Si, reflexionando sobre la esencia de la subjetividad, la encuentro vinculada a la del cuerpo y a la del mundo, es que mi existencia como subjetividad no forma más que una sola cosa con mi existencia como cuerpo y con la existencia del mundo y que, finalmente, el sujeto que yo soy, tomado concretamente, es inseparable de este cuerpo y de este mundo»

                                             Merleau-Ponty

 

El tema de este artículo tiene que ver con la reflexión en torno al clima de derechos de minorías (específicamente los derechos LGBTTTI) que se está gestando en Latinoamérica.  El movimiento LGBTTTI en nuestro continente tiene su mayor apogeo en los años ochenta, y  es después de un desarrollo de más de veinte años que se han conquistado ciertas metas: el reconocimiento del matrimonio homosexual en Brasil, Argentina y México[1], la despenalización de la homosexualidad en la mayoría de los Estados latinoamericanos, la posibilidad de adopción, las sociedades de convivencia, y la nueva ley de identidad de género expedida en Argentina. Estos son algunos de los logros alcanzados por el movimiento (o los movimientos) LGBTTTI. Esto nos lleva a hacer un cuestionamiento, a mi parecer, bastante interesante: ¿no es el matrimonio homosexual sólo una autodeterminación de los propios homosexuales ante la ordenación heteronormativa? (Es decir: ¿No se están manejando las relaciones homosexuales con la misma lógica que las heterosexuales?)

Ésta es una cuestión de difícil resolución. Creo que lo primero que se habría de destacar es que está ligada a dos planos, y uno conlleva al otro. Las metas del movimiento LGBTTTI son metas que responden a un marco jurídico (se buscan la invención y, en consecuencia, la aplicación de ciertas leyes), y como son metas que exigen un marco jurídico podemos ver que, en su carácter de exigencia, son metas políticas. Entonces ¿qué significa legislar en y para la diferencia? ¿No es hacer esa diferencia un sujeto de derecho? ¿De qué sirve ser un sujeto de derecho?

Al parecer, los detractores del derecho al matrimonio homosexual están en contra de que se homologue una institución de carácter enteramente heterosexual a este tipo de relaciones. De la misma manera, muchos homosexuales están en contra, porque piensan que normar las relaciones homosexuales de la misma manera que se norman las heterosexuales es caer dentro del discurso heteronormativo. Al igual que estos dos grupos, mucha gente piensa que dejar al Estado normar de esta forma las relaciones homosexuales hace que sea el Estado el regulador, y así, la conducta homosexual dejaría entonces su carácter emancipador para caer dentro de las redes del discurso dominante. Analicemos estos argumentos y veremos que son el mismo: la oposición a lo que serían dos tipos de conductas, una dominante, «normal», «normalizadora», y otra que tiene más un carácter de contra-conducta.

Richard Dyer dijo alguna vez respecto al término «homosexual» que «Toda construcción social limita la idea de humanidad, pero supone a la vez el único medio por el que podemos llegar a se humanos».[2] De esta manera podemos observar que, si bien, la categoría de homosexual constriñe a las personas homosexuales[3], es una categoría que se necesita para existir como sujeto de derecho.

De este modo podemos pensar el uso del término homosexual como táctica de supervivencia, de la misma manera que podríamos pensar el concepto de matrimonio homosexual como una táctica análoga[4]. El matrimonio homosexual básicamente obedece a la urgencia de las prestaciones y garantías, de las ventajas (ventajas  en perspectiva ya que muchas son necesidades) que conlleva la forma del matrimonio heterosexual:

Hablando en términos de una política de representación, la lucha contra la opresión resulta verdaderamente dura para los homosexuales, debido a su “invisibilidad” […] Una cierta forma representacional reconocible resulta políticamente necesaria para los homosexuales.[5]

A esto se refiere Judith Butler cuando habla de su concepto de «viabilidad». Ser viable es tener la posibilidad de sobrevivir en el medio, la viabilidad entonces surge como el resultado de esas fuerzas exteriores que constriñen mi capacidad de existir.  Pero, pensemos la parte opuesta, pensemos en que habrá individuos que quisieran permanecer por debajo de la «normalidad», pues la «normalidad» se puede entender como aquello que se produce como consecuencia del reconocimiento de acuerdo con las normas sociales vigentes. Entonces, si mis opciones son repugnantes al discurso dominante, si mis opciones pueden ocasionar que se haga violencia conmigo con el fin de naturalizarme, de normalizarme, entonces mi sentido de supervivencia depende de la posibilidad de escapar de las garras de dichas normas que confieren el reconocimiento.

Puede ser que mi sentido de pertenencia social se vea perjudicado por mi distancia con respecto a las normas, pero seguramente dicho extrañamiento es preferible a conseguir un sentido de inteligibilidad en virtud de normas que tan sólo me sacrificarán desde otra dirección.[6]

Así, a pesar de que nuestra forma de matrimonio homosexual pueda traernos a la existencia como sujeto jurídico, también puede constreñir la manera en que nos relacionamos. Aquí es donde caben las críticas que se hacen a este tipo de legislaciones, pero debemos resaltar que estas críticas sólo pueden ser estratégicamente convenientes en un momento posterior, pues si las hacemos antes, corremos el riesgo de poner en peligro (fácticamente, es decir, de hecho) la existencia de varias personas. En palabras de Dyer:

Los trabajos militantemente homosexuales tienen que analizar dicha categoría [de homosexual], y no pueden actuar como si ésta se hallara ya disuelta por medio de la lucha política. [7]

Es decir, hay que ser críticos de esta categoría nueva de «homosexual», pero sólo una vez que la hayamos instituido en el marco legal. Aconseja Dyer al final de su Proscripto: «por otro lado, dicha categoría debe defenderse en la medida en que persiste la opresión»[8].

De la misma manera actúa la ley de Identidad de género en Argentina: es una ley que permite la garantía de uno de los derechos más básicos: el derecho a la identidad. Y es que (analizándolo una vez más de manera táctica) sin esta ley, los transexuales y transgéneros eran víctimas de discriminación, no sólo en el trabajo (pues los jefes recibían a una mujer en la entrevista, mientras que en el curriculum y en las identificaciones estaba un hombre), sino en la misma educación básica. Una vez lograda la supervivencia de estos sujetos (que ya existen como sujetos políticos) creo que ya se puede hacer la crítica de la categoría (que, si somos minuciosos, siempre remitirá a una crítica al sistema en su totalidad como productor de subjetividades).

Deberíamos pensar este tipo de estrategias en otras minorías, por ejemplo, la inexistente minoría de los afromexicanos. Un grupo que no existe para el Estado mexicano y que por lo tanto no es susceptible de ser beneficiado por lo programas sociales que están destinados para las poblaciones indígenas. La minoría afromexicana es una minoría que no existe como sujeto de derecho y al no existir no puede dialogar con el Estado. Está en riesgo, y al decir esto hablo en serio, de manera fáctica, están en riesgo las vidas de los diferentes afromexicanos que viven en pobreza extrema.

En pocas palabras, primero defender la existencia, luego problematizarla. Ver la política en términos de tácticas y estrategias, y no como una especie de abstracción que existe fuera de la existencia misma de las personas.

Se podría creer que la crítica al sistema en general debería de ser a lo que deberían a abocarse los movimientos LGBTTTI y de esta manera, saltarse las estrategias de supervivencia que ha perseguido durante los últimos años. [9] Pero no es que no se esté haciendo ya eso en la misma inscripción:

Pero las cosas no son tan simples: a veces los inconscientes –y, en este momento, cada vez más– protestan. En rigor, no podríamos llamar a esto «protesta», mejor sería hablar de «afirmación» o de «invención»: se desinvisten las cadenas de montaje de la subjetividad, se invisten otras líneas; esto es, se inventan otros mundos. El principio de ese sistema, la estandarización del deseo, sufre un golpe cada vez que eso sucede.

Esta forma en que se presenta el inconsciente, esta economía del deseo es lo que Guattari llama Micropolítica. Estas líneas de fuga, estas salidas, surgen cada vez que uno se hace la pregunta foucaultiana ¿Cómo no ser gobernado de esta manera? Y así es como operan, a pesar de las distintas leyes que normalizan y normativizan las relaciones sociales (en este caso, las homosexuales) son ellos mismos los que las transforman pues desbordan la forma de matrimonio homosexual (no todos, como se vio más arriba, muchos de ellos viven constreñidos, informados, en el discurso dominante, dentro del sistema subjetivizador).

Así, vemos que se casan en la protección de sus bienes, pero mantienen la relación abierta, dan permisos, interactúan con las naturalezas de cada uno de los integrantes del matrimonio, integran más gente, en fin, ponen en crisis la figura. ¿No podríamos creer que estas revoluciones moleculares, estas revoluciones micropolíticas tienen a su vez un correlato macropolítico?

Esta cuestión es pesada, pero es muy interesante, porque de ser afirmativa la respuesta, tendríamos implicaciones tales como que la transformación del sistema que serializa las subjetividades puede ser modificado desde el nivel micro. Es como pensar que los meros movimientos ciudadanos pueden modificar el sistema. En caso contrario, si nuestra investigación nos lleva a una respuesta negativa, entonces sólo quedaría un cambio macropolítico como única alternativa para modificar nuestra situación.

En toco caso, creo que hemos podido dar un buen vistazo a lo que la legislación de derechos homosexuales puede conllevar, y cómo la táctica, si bien se ordena al sistema, sirve para garantizar la supervivencia de los individuos. Creo que ver estos planteamientos puede ayudarnos a responder está última cuestión tan importante que nos salió al final del artículo, es decir, creo que hemos dibujado algunos vértices que nos pueden ayudar a ver si estos cambios micropolíticos, pueden o no modificar el nivel macro.

 

 

 

 

Bibliografía

Butler Judith, Deshacer el género, Traducción de Patricia Soley-Beltrán, Ed. Paidós, Barcelona 2006

Dyer, Richard. Cine y homosexualidad. Traducción de Alberto Cardín. Ediciones Laertes S.A: Barcelona. 1982

Rolnik Suely y Guattari Félix. Micropolítica. Cartografías del deseo. Traducción de Florencia Gómez  Edición Traficantes de Sueños Madrid 2006



[1] En realidad el reconocimiento del matrimonio homosexual se da en toda la República mexicana, pero es sólo en la ciudad de México donde existe la posibilidad de contraer matrimonio. En el estado de Coahuila también existe la figura  de «sociedades de convivencia».

[2] Dyer Richard. Cine y Homosexualidad. 1982. P 25

[3] Ya que centra la atención únicamente en su comportamiento sexual y no en todo lo demás que tiene que ver con lo que constituye a cada individuo.

[4] ¿Por qué táctica de supervivencia? Estamos hablando de que el Estado no reconoce esta figura y al no reconocerla condena a parejas a no gozar de las mismas garantías que goza el resto de la población (cobertura de los seguros, reconocimiento de parentesco en los hospitales y juzgados, derecho de herencia, entre otras.).

[5] Ibid. P 26

[6] Butler Judith. Deshacer el género. 2006. P 15

[7] Dyer, Richard. Opus cit. P26

[8] Ibid. P 25

[9] También se critican a las personas que, de hecho, norman su vida según los estándares homogeneizadores, es decir, los homosexuales que piensan su vida en términos heterosexuales –Una casa, un trabajo, una pareja, hijos, perro, etc…–, lo que no se nota es que estas personas viven dentro del discurso dominante sin darse cuenta de la manera en que están siendo subjetivadas.

Clemente Núñez

Filósofo por la Universidad Nacional Autónoma de México y nacido en 1989 en la Ciudad de México, Clemente reflexiona con frecuencia sobre temas de suma trascendencia: homosexualidad, movilización social, estrategia política y filosofía.

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