Por Carlos González Morales
John Fortune: Surely the reality is that the people that lent all this money are being incredibly stupid…
John Bird: Oh, no, no…no…What was stupid is that at some point somebody asked how much money these houses are actually worth…
The Last Laugh
Todas las mañanas llevo a mi hija de un año a la estancia infantil. Para llegar ahí, ya en el edificio, debemos tomar un ascensor, lo que –desde hace al menos tres semanas – se ha vuelto un acontecimiento sorprendente para ella. Con ella en el brazo derecho y después de presionar el botón, extiendo mi brazo izquierdo y apunto con las yemas de mis dedos hacia la puerta, sin tocarla. Luego, prestando atención a los sonidos internos del elevador, que me indican cuando la puerta está apunto de abrirse, cuento “uno…dos…y…tres”, y al sonido de la palabra “órale” sigo con mi mano izquierda el movimiento de la puerta al abrirse, como si yo mismo la estuviera abriendo sin tocarla. El acto se repite dos veces al interior, cuando se cierra la puerta y cuando se abre, y una vez más al salir del ascensor…finalmente, no puedo dejar la puerta abierta.
Desde la perspectiva de Daena, mi hija, ¿qué es todo eso sino magia? El carácter mágico de toda acción está en los ojos del espectador, y supone, al centro, un acontecimiento (la puerta se abre), un sujeto que expresa con un gesto su voluntad para que se dé el acontecimiento (el “órale” como palabra “mágica” y mi mano abriendo la puerta), y la ignorancia, por parte del espectador, de las causas reales del acontecimiento. Esta ignorancia, y la sucesión o coincidencia (planeada por el “mago”) de la expresión de la voluntad con el acontecimiento mismo, posibilita la ilusión en el espectador de que el acontecimiento se da porque el “mago” así lo quiere.
Queda siempre el sustrato concreto, objetivo, tangible, de las causas mecánicas del acontecimiento: en el caso que nos ocupa, todo eso que ignoro cómo funcione y que se activa (con mecanismos que ignoro) cuando presiono un botón. Lo importante de este aspecto de lo mágico es que el nivel de conocimiento por parte del “mago” determina un margen de posibilidad de que el acontecimiento esperado no se dé: ¿qué hago si la puerta del ascensor no se abre?, ¿conozco suficiente sobre la mecánica del ascensor como para identificar un cambio en los sonidos que me indique que no se va a abrir la puerta y contener el gesto mágico para proteger mi reputación? Aquí se puede dar, pues, una revancha ontológica de la realidad contra mis pretensiones de mago y lesionar, terriblemente, mi reputación ante mi hija.
Ahora bien. Aquí se trata de la mentada crisis financiera, que no logro entender realmente qué es: no sé si es el entorno económico que algo crea o si es algo que crea un entorno de cierto tipo. En todo caso, se trata de condiciones y de acontecimientos que producen condiciones financieras y económicas específicas. El hecho es que todas las explicaciones que sobre la crisis he encontrado hacen referencia al mismo asunto como raíz del problema: el otorgamiento de créditos “subprime” a los llamados “ninja” (no income, no job, no assets), y la progresiva compra-venta de estas hipotecas (muchas veces compradas adquiriendo otras deudas) por inversionistas en todo el mundo. La multiplicación de la compra-venta de estas deudas de alto riesgo se dio gracias a una complicada maraña de “titulizaciones” (paquetes de deuda “con otro nombre”) y ratings que “certificaban” la confiabilidad de las instituciones financieras.
¿Qué pertinencia tenía entonces todo el detalle sobre la magia, si de lo que se trata es de la crisis financiera? La primera respuesta es casi obvia para muchos. Algo tiene que ver si todo mundo habla (o hablaba) de la “magia del mercado” o la “magia financiera”. De hecho, este último término de “magia financiera” es empleado muchas veces para referirse, precisamente, a las titulizaciones a las que he hecho referencia. Pero aplicando el esquema de la magia al caso de la crisis y sus causas nos damos cuenta de que, ahora, el mago perdió el sentido y olvidó que – aunque para el público en general las realidades financieras sean incomprensibles y por tanto todo eso aparezca como mágico – existe una realidad capaz de vengar la pretensión de cualquier mago que llegue a creer su propia fantasía.
Aquí hubo muchos magos que creyeron que algo como mi “órale” o el famosísimo “hocus-pocus”, que el gesto “mágico” en general, realmente tenía el poder de transformar la realidad. El gesto mágico fue cambiar el nombre a las deudas de alto riesgo por complejos nombres (que suenan bastante convincentes) como Structured Investment Vehicles o Mortage Backed Securities. A partir de esa transformación de nombre, los créditos de altísimo riesgo otorgados a gente sin trabajo, sin ingresos y sin bienes se convirtieron, en la mente de los espectadores-compradores-vendedores, en otra cosa, en algo vendible, en algo comprable, en algo en lo que valía la pena invertir.
Marx hablaba del carácter fantasmagórico de la mercancía desde la perspectiva del fetichismo. Estas fantasmagorías – seguimos en la retórica de lo mágico – se presentan más que nunca en el universo de las finanzas, un universo en el que priva un lenguaje de iniciados, con tecnicismos que parecieran tener cada vez menos relación con lo concreto. Esto siempre ha estado presente, y ha ayudado a consolidar esferas de especialistas que consiguen aparecer como “magos” en tanto conocen la realidad financiera y mediatizan la relación del gran público con ella (eso de “invierta con nosotros y vea cómo multiplicamos su dinero” me recuerda, irremediablemente, a la multiplicación de los panes). En el caso de las hipotecas subprime, sin embargo, la fantasmagoría de estos tecnicismos logró constituir una realidad totalmente aparte, un mundo en el que esas deudas de alto riesgo eran valiosísimos vehículos de inversión (en el que lo que en la realidad es malo, es algo bueno y atractivo). A tal grado se consolidó este delirio que por mucho tiempo no hubo nadie que dudara de que todo lo que estaba sucediendo era una maravilla.
De manera que bien podría decirse que hoy un fantasma recorre el mundo: el fantasma de las finanzas y las hipotecas subprime. Este fantasma, o al menos los banqueros, inversionistas, especuladores y economista que lo han creado ya recibieron su merecido: la revancha ontológica hizo su aparición cuando alguien siguió el camino de todas esas inversiones y descubrió que en el fondo no eran más que préstamos impagables (obviamente, esto habría de crear un efecto dominó en el que los afectados se multiplican día a día). El fantasma, sin embargo, sigue presente de alguna forma imposible, hasta ahora, de detectar: nadie sabe decir qué pasó con todo el dinero que esas fantasmagorías movilizaron: ¿se perdió? ¿persiste en un universo paralelo? (nótese que nos vimos forzados a un plano onto-metafísico bastante peculiar). Hay quienes dicen que ese dinero existe, que cada uno de los grandes involucrados mantiene su parte oculta, desconfiando ya de todos los demás. La reputación de los magos (los economistas, banqueros y casas de rating) está liquidada no sólo frente a la sociedad, sino entre ellos mismos. ¿Qué esperaría yo si le digo a mi hija, en unos tres años, que ese “órale” realmente funciona y ella se lanza a gritar “órale” y a arrojarse contra toda puerta que encuentra cerrada?
De todo lo anterior, si me piden una propuesta concreta, esperaría que un grupo de antropólogos más o menos capaces y sensatos (seguro los hay por ahí) se acerquen al universo simbólico de la tribu financiera a realizar un trabajo etnográfico detallado en el que den cuenta de las estructuras lingüísticas y de comunicación que se manifiestan en el comportamiento de estos señores.
Hay otra cosa interesante. Por las explicaciones que he leído, de lo que se trató, en palabras llanas, es de la estupidez humana (en específico, la de los banqueros, inversionistas y economistas involucrados). Pero debemos reconocer, en este punto, que buena parte del orden social contemporáneo se sostiene en el supuesto de que las élites son entes inteligentísimos que controlan el mundo de manera que todo funcione, pues el que funcione implica que les vaya bien. No sólo es el mantra de los grupos de oposición en todos lados, sino que sostiene una compleja red de confianza social, que – me parece – bien pudiera estar entrando en crisis. Si hoy, yo, completo ignorante del mundo de las finanzas, no puedo confiar en que el banco hará lo que le conviene al ofrecerme un crédito; si hoy ese famoso “por algo harán así las cosas…” no tiene ningún sentido; si vemos que ni siquiera hay un sistema al cual culpar o en el cual confiar … ¿quién podrá defendernos? No existe el capitalismo: hay ahí otra cosa, mucho más compleja: hay gestos, hay confianza y desconfianza, hay especulaciones, fantasmas y revanchas ontológicas.
No, no soy exagerado. Tú forma de unir una situación cotidiana con la magia y el sistema financiero es increíble.
Pero el punto que tocas es fundamental, nosotros los legos, sólo podíamos confiar en aquello que no comprendemos porque “sabíamos” que está controlado por mentes avisadas y sagaces. Sin embargo, la realidad nos golpeó en la cara cuando todos supimos de lo estúpidos y negligentes que pueden ser los banqueros, financieros, ejecutivos de empresas, etc.
La pérdida de confianza, espero, debería resultar en mejor regulación en el mundo bancario y finaciero y en más sanciones a los pendejos que desembocaron todo esto. Me emputa que a varios de ellos los tenga que salvar el gobierno de Obama, de Brown, de Merkel, de Calderón, etc. Te felicito por tu texto, casi nunca comento nada de lo que leo en internet, pero este texto sinceramente mereció la pena.
Jorge:
Muchas gracias por tus comentarios.
Lo interesante es que esa regulación que propones la propones, también, a partir de sistemas de confianza que son susceptibles de ponerse en entredicho.
Si regulamos para evitar que se hagan mal las cosas, ¿cómo evitamos que se regule mal? La pregunta aquí es porqué la reacción ha sido hacia los Estados; ¿nos habla de una hegemonía del discurso estatista, en tanto éste postula al Estado como última instancia decisora? ¿por qué no propugnar, por ejemplo, por la desmantelación de los sistemas financieros hacia esquemas que a largo plazo devengan en microecnomías comunitarias y autosuficientes?
De nuevo, gracias.
Vaya, tenés razón, pero hay que aceptar que así como están las cosas en el mundo (ponle todas las situaciones que quieras: globalización, interdependencia, concepción estatista, anarquía internacional) un mundo de microeconomías comunitarias no parece nada factible. Concuerdo contigo en el punto central: la regulación por sí misma puede no mejorar nada, puede ser una mala regulación. Pero sinceramente no creo que una propuesta “altermundista” pudiera verdaderamente prosperar a nivel global.