A inicios de este año, en un lujoso recinto de Calgary, Canadá, los altos mandos del Banco Interamericano de Desarrollo presentaron un informe económico acerca de Latinoamérica. Una región, dos velocidades. Simplificando, el BID sugirió que los países latinos de este lado del Atlántico salían de la crisis económica mundial divididos básicamente en dos campos: el polo brasileño, principalmente dedicado a la producción y exportación de materias primas y el polo mexicano (que arrastra incluso a Centroamérica), abocado a la manufactura de bienes de consumo y al libre comercio con países más industrializados en el Hemisferio Norte. El primer punto es cierto: América Latina, como bloque, salió discretamente de una crisis en la que nunca cayó del todo, en general gracias a políticas fiscales firmes, a Bancos Centrales responsables y a un cierto sesgo a favor de la redistribución, sobre todo en los países de Sudamérica. Estos elementos resultaron imprescindibles para que el dinamismo económico despegara nuevamente: en 2009 el decrecimiento de la región, en términos del PIB, fue de apenas 1.7% –un promedio que no indica uniformidad alguna, pues es el balance entre un Uruguay que incluso creció 2.9% y un México que se precipitó 10.6%–, mientras que en 2010 el crecimiento de la región alcanzó 6.1%. Sin embargo, la moraleja para la región es que la buena suerte está peleada con las decisiones correctas y que la racha de crecimiento no servirá de nada sin dos cosas esenciales, la redistribución de la riqueza y la determinación de los políticos por afianzar las bases del despegue (el mercado interno, la generación de empleos dignos y el control de la inflación).
Volviendo al BID, notemos que su segundo punto es incorrecto; generalizar diciendo que hay dos tendencias económico-comerciales en la región es absurdo. Ni es cierto que las economías de Sudamérica exporten cada vez más –y casi exclusivamente– materias primas, ni que México y Centroamérica fortalezcan sus mercados internos y produzcan cada vez más bienes de consumo. En todo caso, como apuntó José Juan Ruiz, el economista en jefe del Banco Santander para América Latina, la diferencia de perspectivas exclusivamente comerciales tiene que ver con a quién se le exporta y no tanto qué se le exporta. Este primer punto es central para diagnosticar el desempeño de las economías del Cono Sur después de la crisis económica de 2007/08.
Una característica crucial del comportamiento comercial de los cuatro países del Cono Sur es la desconcentración. A diferencia de México y Centroamérica, ningún país del Cono destina más de 32.5% de sus exportaciones a un solo país (es el caso de Paraguay que exporta ese porcentaje a Argentina) ni obtiene más de 31% de sus importaciones de un mismo lugar (en este caso Argentina, cuyo mayor vendedor es Brasil). Además de la desconcentración, los socios comerciales son numerosos y muy significativos: Rusia es el cuarto mejor cliente de Paraguay; China y Japón son el primero y el tercero, respectivamente, de Chile; Estados Unidos no es un jugador de peso (sólo compra 5% de las exportaciones argentinas y 4% de las uruguayas). El comercio con los vecinos es, sin duda, una prioridad para Argentina, Uruguay y Paraguay (miembros de Mercosur), pero lo relevante es que, sin descuidar el mercado regional, estos países aprovecharon la crisis mundial –que, admitámoslo, resultó ser peor para los países ricos y para aquellos no tan ricos que se habían vinculado excesivamente con los primeros. Argentina supo aprovechar la crisis para ir más allá de los mares y sus exportaciones hacia África, por ejemplo, crecieron 31% entre 2008 y 2010[1].
Tres de los cuatro países del Cono tienen gobiernos de centroizquierda y el cuarto (Chile), lo tuvo también hasta hace poco más de un año. Desde una perspectiva económica, liberal y capitalista, como la que rige el orden mundial hoy día, los gobiernos centroizquierdistas del Cono han buscado compensar los malestares que provoca la globalización liberal con políticas económicas y sociales encaminadas a la redistribución de la riqueza, el combate a las desigualdades y la disminución de la pobreza. Mi sugerencia es que, en la medida en que estas políticas más equitativas fueron exitosas, los países del Cono lograron salir con mayor prisa del atolladero de la crisis financiera mundial. Pese a la crisis, en Argentina los niveles de pobreza absoluta (personas que viven con menos de dos dólares al día) se redujo considerablemente entre 2006 (8.6%) y 2009 (2.4%), y en Uruguay pasó de 4.2% a 0.2% en el mismo lapso –si bien la línea nacional de pobreza, más elevada en ambos países, sugiere que 13.9% y 13.6% de la población, respectivamente, es pobre).
La desigualdad económica, antes quizá una de las características centrales de la sociedad chilena, ha disminuido de modo gratificante: el quintil más rico de la población concentra 30.9% de la riqueza total (comparado con 55% en Paraguay y 48.6% en Uruguay), mientras que el quintil más pobre posee, al menos, 8.6% del PIB (contra 4% en Paraguay y 5.6% en Uruguay). Además, Chile superó con creces su nivel de ingreso per cápita de 2007 (previo a la crisis, de 9,877 dólares) hasta alcanzar $11,929 en 2010. Argentina, en cambio, que se consideraba el país del continente con el mayor contingente de clasemedieros, ha sufrido terriblemente por problemas de desigualdad en las últimas dos décadas. Los esfuerzos del kirchnerismo han sido insuficientes para revertir una concentración grosera de la riqueza (53% del PIB en manos del quintil más rico en 2006 y a penas 50.8% en 2009 contra 3.6% y 4.1%, respectivamente, propiedad del quintil más pobre), sólo superada por Paraguay[2].
Ahora bien, el crecimiento sorpresivo –y ojalá que sostenido– trae consigo miedos y preocupaciones –y también grandes descuidos debido a la confianza que genera– que no se pueden echar en saco roto. Por ejemplo, a excepción de los atrevimientos de Dilma Rousseff en Brasil, no podemos decir que los países latinoamericanos hagan esfuerzos adecuados respecto a sus políticas fiscales. Los economistas liberales dirán que hay que “enfriar” el crecimiento porque en la región es susceptible a dejarse llevar por el canto de las sirenas del gasto público e incrementarlo desmesuradamente, descuidando así la estabilidad fiscal. El punto de vista liberal es totalmente debatible, pues el crecimiento económico debería ser, precisamente, motor de la redistribución (lo que se logra, sobre todo, mediante mayor gasto público), pero es cierto, qué duda cabe, que la inestabilidad financiera es un riesgo latente en la región, y ahí Argentina es el ejemplo más significativo. La tasa de inflación es altísima si seguimos las estimaciones no oficiales de consultoras privadas (prácticamente todas coinciden en que ha superado 20%), y de todos modos alta según cifras del gobierno (10%). Los salarios, quizá a excepción de los del sector público, no pueden seguir el paso al aumento de los precios, lo que, además, refuerza las suspicacias hacia la administración de Cristina Fernández: ¿habrá Argentina evitado una crisis internacional bajo el riesgo de en cualquier momento caer en una propia?
La inflación no es el único riesgo. Una de las razones del crecimiento de los últimos años ha sido la insaciable demanda china de materias primas, lo que elevó sus precios y favoreció a todos los países del Cono Sur, pues todos exportan, principalmente, productos agropecuarios, mineros o energéticos (Paraguay, al ser el único país que obtiene toda su electricidad de fuentes hídricas, exporta kilowatts a sus vecinos). Pero depender de la exportación de materias primas es arriesgado si no se fortalece, a la par, el mercado interno y la producción nacional de bienes de capital. Los precios de los recursos naturales son más volátiles que los de los bienes de consumo o los de capital y, en el fondo, se confirmaría entonces una puntillosa crítica que los economistas de izquierda han hecho a Latinoamérica desde hace varios años: ¿por qué, si habíamos dejado de ser economías de extracción para abrazar la Importación por Substitución de Importaciones (ISI), tenemos que volver a ser Repúblicas bananeras en pleno siglo XXI?
La extrema confianza de los políticos del Cono se alimenta, también, de los crecientes flujos de inversión externa directa que han llegado en los últimos años. Chile, lejano puntero, casi no se percató de que la crisis redujo la IED y, de inmediato en 2010, alcanzó una cifra sin precedentes (más de 18mil millones de dólares de inversión externa). La política económica de Sebastián Piñera ha enfatizado, al igual que sus predecesores, el gusto por el libre mercado, por los flujos externos de capital y por la libre competencia de empresas extranjeras en suelo chileno. De hecho, recién a finales de abril las cuatro mayores economías del Pacífico latinoamericano (Chile, Perú, Colombia y México), firmaron un pacto de asociación comercial dedicado a profundizar en el librecambismo y en la exploración de los mercados asiáticos. Argentina, definitivamente más proteccionista que su vecino andino, es un mal anfitrión para los inversionistas, situación que asemeja a la de Paraguay, país casi olvidado por las inversiones extranjeras.
¿Cuáles son, en fin, los balances que pueden hacerse del periodo de post crisis en el Cono Sur? Por un lado, el crecimiento económico apenas registró algunas caídas (excepción hecha de Uruguay quien, en palabras de su Canciller, alcanzará los niveles de renta portugueses en a penas cuatro años[3]) y su recuperación fue más bien equilibrada y provechosa. Los niveles de pobreza casi no sufrieron en estos países después de la debacle financiera (a diferencia de países como México) y se mantuvo una relativa mejora de las desigualdades sociales gracias, pienso, al intento por aplicar ciertas políticas sociales de carácter redistributivo que, sin ser completas y suficientes, sí aportan un grano de arena a la estabilidad económica de la región. Sin embargo, las previsiones pueden oscurecerse si los políticos toman todos estos indicios como símbolos de éxito y no como lo que realmente son: primeros pasos en una larga vereda llena de obstáculos. La confianza de los políticos es autocomplaciente: Cristina Fernández hace caso omiso a las críticas que, de izquierda o derecha, dirigen los reflectores sobre las carencias económicas platenses; Paraguay sigue siendo el segundo país más pobre de Sudamérica después de Bolivia y los índices de desarrollo no parecen mejorar al ritmo que lo hacen en otros Estados; Chile cometería un grave error si supusiera que la labor social está hecha y que ahora basta con vincular su economía a los procesos librecambistas que el esquema neoliberal sigue promoviendo en la región. En conclusión, como bien apuntó un reportaje especial sobre Latinoamérica en El País, ¿qué puede salir mal frente a ese optimismo general en la región?; sin embargo, la región afrontará ciertos riesgos y las políticas públicas del momento no parecen dirigidas a minimizarlos. Un exceso de optimismo y una confianza ciega en la buena suerte es incompatible con la necesidad de aplicar todo tipo de políticas redistributivas y sociales que, aunque en un inicio no parezcan tener efectos inmediatos en el crecimiento económico, sí servirán de base a la reconfiguración de los esquemas socioeconómicos del Cono Sur.
[1] Todas las cifras anteriores fueron obtenidas de distintos compendios: el reporte anual del Ministerio argentino de Economía y Finanzas Públicas (2010); el Reporte de Indicadores Macroeconómicos del Banco Central de Chile (2010); el boletín del Banco Mundial Doing Business in Uruguay y la información proporcionada por el Ministerio de Comercio de Paraguay en su sitio web.
[2] Los datos sobre desigualdad se pueden encontrar en el sistema de estadísticas virtuales del Banco Mundial (http://data.worldbank.org/).
[3] Luis Almagro, Canciller charrúa, para el País el 28 de febrero de 2011.