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Por Alexia Bautista Aguirre

A partir de la desaparición de la Unión Soviética, en 1991, Rusia había perdido el papel protagónico que desempeñó en la escena internacional durante los años de la Guerra Fría. Debilitada por la desintegración de su imperio, enfrascada en un proceso de liberalización intensivo para asimilar la democracia y el capitalismo y enfrentada a las dificultades que supusó el desmantelamiento del modelo socialista, la Federación Rusa experimentó años de inestabilidad y desorden hasta 1999.

La llegada al poder de un exjefe de la KGB, Vladimir Putin, significó el reestablecimiento de la “ley y el orden”, el “resurgimiento” de Rusia como actor internacional de primera importancia y el inicio de un periodo de prosperidad sin precedentes. La manifestación más nítida de esto se registró en el extraordinario desarrollo de la economía rusa: con un crecimiento anual de alrededor del 7% entre 2000 y 2008[1] y beneficiada por el alza de los precios del petróleo en el mercado mundial, se registraron aumentos en la inversión y el nivel de vida de la población. Sin embargo, el estallido de lo que los expertos han identificado como la peor crisis financiera desde el “crack” económico de 1929 ha conducido al fin de la bonanza económica en este país.

El fin de la bonanza económica

La aparente fortaleza de la economía rusa permitió a sus dirigentes pensar que la crisis financiera y económica no tendría efectos dramáticos en Rusia, pero los últimos meses de 2008 y el inicio de 2009 confirmaron lo contrario. En efecto, la Federación Rusa sufre el impacto de la crisis en su sistema bancario, el mercado bursátil, la industria y el empleo.

El rublo se ha devaluado en un 35% y la producción industrial ha caído en un 16%; a esto se suma el descenso en los precios internacionales del petróleo y sus consecuencias para una economía poco diversificada, que exporta más del 70% de su producción de crudo. [2]Pese a que el presidente Dmitri Medvédev confía en el potencial económico de su país para sortear la crisis, el mandatario sostiene que es necesaria la reestructuración de la economía; por su parte, el primer ministro, Vladimir Putin, ha advertido contra un excesivo proteccionismo y la fe ciega en la omnipotencia del Estado como remedio a la crisis.

Sin importar qué medidas anticrisis adopte la Federación Rusa, es claro que persistirán asignaturas pendientes, en especial en el plano social. Y es que uno de los mayores riesgos de la crisis radica en que el alza del desempleo y la inflación conduzcan a una crisis social similar a la de la década de los años noventa cuando, en 1998, se desplomó el rublo y Rusia se declaró en bancarrota. El descontento ya se ha hecho sentir, basta recordar las movilizaciones de enero pasado en la ciudad portuaria de Vladivostok –impensables hace algunos meses– en protesta por la situación de la economía y la represión de la disidencia. Sin duda, la crisis económica mundial impone un reto importante a la Federación Rusa, que debe enfrentar los avatares de una economía en recesión junto con las presiones por una mayor democratización del país. Más de un analista ha relacionado la superación de la crisis con el desarrollo de instituciones democráticas, aun cuando democracia y desarrollo económico son cosas separadas.

El “resurgimiento” internacional de Rusia y la crisis económica

Mucho se ha insistido en el “renacimiento” de Rusia como un actor relevante en el escenario internacional y en sus pretensiones de recuperar su estatus de gran potencia. Su comportamiento reciente –Rusia saltó a las primeras planas de los periódicos internacionales el verano pasado a raíz de su intervención militar en el territorio de Georgia y, posteriormente, en enero de este año como consecuencia de la “guerra del gas” con Ucrania– ha capturado la atención de numerosos analistas que, exagerando los objetivos rusos, hablan de un resurgimiento del viejo expansionismo zarista-soviético y de una nueva guerra fría.[3] Sin duda, la Federación Rusa pretende recuperar el lugar protagónico que antes ocupaba en la escena internacional pero, lejos de buscar un nuevo tipo de expansionismo imperial, el comportamiento ruso en Europa responde al interés estratégico de asegurar sus fronteras, amenazadas por la posibilidad de una nueva expansión de la OTAN hacia Ucrania y Georgia y el despliegue de un escudo de misiles en Europa del Este.

La conducta internacional de Rusia también ha sido “llamativa” en otras regiones del globo, un ejemplo de esto es el acercamiento del presidente Medvédev a América Latina y el Caribe. En los últimos meses de 2008, el jefe del Kremlin visitó algunos países latinoamericanos (Venezuela, Brasil y Cuba) acompañado de la marina rusa. El fortalecimiento del vínculo con América Latina y sobre todo con países como Venezuela puede ser visto como una provocación, una revancha ante el involucramiento de Estados Unidos en la crisis de Georgia, una presión diplomática para el nuevo presidente estadounidense o simplemente como un esfuerzo en la consolidación de un mundo multipolar. No obstante, el mensaje es claro: Rusia busca recuperar su lugar en la escena internacional. Habría que preguntarse cuál es la relación entre su comportamiento internacional y su situación interna. La agresividad rusa podría ser producto de la severa crisis económica y el déficit democrático que atraviesa el país; en este sentido puede ser vista como una huida hacia fuera. Queda por verse si la conjunción entre medidas anticrisis y una política exterior provocadora será suficiente para sortear la crisis económica y social que atraviesa la Federación Rusa.


[1] Vladimir Kvint, “Russia’s Surging Economy”, Forbes,  01/08/2008, disponible en: http://www.forbes.com/2008/01/08/russia-economy-projections-oped-cx_vkv_0108russia.html.

[2] Pilar Bonet y Luis Prados, “ Sobre Lukoil y Repsol se ha levantado un muro de Berlín económico”, El País, 01/03/2009.

[3] Véase por ejemplo el artículo de George Friedman, “The New President and the Global Landscape”, Stratfor, 23/09/2008, para quien “el resurgimiento del imperio ruso representa una amenaza mucho mayor para Estados Unidos que el mundo islámico”.

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