Chile lleva meses viviendo un proceso de movilización social muy importante. Los estudiantes secundarios, universitarios y profesores que exigen que la educación chilena sea menos onerosa han logrado poner la atención de todo un continente en este tema. Sebastián Tafuro, argentino, describe en esta crónica el clima actual del movimiento estudiantil chileno. Las fotografías son de Marianela Albornoz.
Otra vez septiembre aparece en el centro de la escena política chilena. Treinta y ocho años atrás, una dictadura militar se implantaba a sangre y fuego en el poder luego de derrocar al presidente socialista Salvador Allende, quien desde su despacho en el Palacio de la Moneda daría heroica batalla y finalmente se suicidaría para evitar una probable detención. De ese modo, se inauguraba el más perfecto ensayo neoliberal de la región, cuya duración persistió, con matices y perfeccionamientos, durante todos los períodos democráticos que se sucedieron desde 1990 en adelante.
Como la eternidad no es demasiado amiga de los procesos históricos, un buen día el “exitoso modelo” empieza a crujir en momentos cuando buena parte del mundo vivencia similares resquebrajamientos. Lo que comenzó como un reclamo sectorial allá por mayo, centrado en la esencial consigna de “Educación gratuita”, se extendió transversalmente hasta dar lugar a una heterogeneidad de reclamos que, aunque la hegemonía siga dada por la cuestión educativa, constituyen el mayor cimbronazo que la institucionalidad dominante ha sufrido en las últimas décadas. El hartazgo ante un sistema que condena a la exclusión a grandes mayorías llegó también a Chile. El desenlace está abierto y en buena parte se juega en las calles.
Un nuevo septiembre, aunque en esta oportunidad el cambio que se propugna apunta a revertir aquello que comenzó en esa fecha tan oscura. Casual designio de la Historia o no, el noveno mes de este año acarrea emotivas reminiscencias del pasado y produce entusiastas y decididas vibraciones hacia un futuro mejor. Nuestro paso por diferentes ciudades trasandinas durante una semana así lo puede atestiguar.
MAQUILLAJE Y NADA MÁS
El sábado 3 de septiembre, coincidente con nuestra llegada a Santiago, el presidente Sebastián Piñera recibía en el Palacio de la Moneda a representantes estudiantiles (secundarios y universitarios) y del Colegio de Profesores con el objetivo de armar una agenda de trabajo respecto a los puntos que la CONFECH (Confederación de Estudiantes de Chile) presentó ante las máximas autoridades nacionales[1].
Este encuentro, que además congregó al ministro del área educativa Felipe Bulnes y a otros funcionarios, fue la primera instancia de diálogo formal a lo largo del extendido conflicto. Al salir de allí, las declaraciones de los dos actores involucrados fueron políticamente correctas y destacaron ante los medios el avance que significó la realización del cónclave. Con el correr de los días y el análisis detallado de la propuesta gubernamental (aunque rápidamente hubo esa certeza), el simbólico paso adelante se volvió retroceso o más bien, fojas cero[2]. La educación gratuita, el reclamo insignia, continuaba sin ser la prioridad número uno para el principal mandatario y sus lugartenientes.
(Todas las fotos de este texto son de Marianela Albornoz*)
Ese día, pocas horas más tarde, visitamos la sede central de la Universidad de Chile donde tuvimos la oportunidad de conversar con Camila, una estudiante de Ingeniería, quien no sólo nos permitió ingresar al establecimiento tomado, sino que nos contó su situación económica respecto a la carrera elegida (crédito solicitado, monto final a abonar tras recibirse), se refirió a los pormenores organizativos del día a día en la toma y nos comentó, ya con otra compañera sumada al diálogo, que no era una cuestión de maquillaje la que pretendían del gobierno, sino una reforma estructural en el plano educativo. Finalmente nos brindó una curiosidad que detalla en esencia el increíble escenario de un derecho (no un servicio que lo paga el que lo puede pagar, como muchos quieren hacer creer) privatizado: próximamente, a través de una beca, vendría a estudiar Geología en nuestra UBA.
Según expertos en la temática, estudiar en Chile tiene un costo aún superior al de países del Primer Mundo (como EU o Australia) y principalmente requiere un elevado aporte de las familias respecto al que realiza el Estado[3]. Esta situación ha facilitado, de algún modo, el apoyo ciudadano a las demandas del movimiento, ya que es una parte del conjunto social la que ve afectado su nivel de vida por un modelo educativo elitista[4] que además, de acuerdo a variados testimonios[5], ni siquiera proporciona calidad. A esto se le suma lo que Camila Vallejo Downing, quizás la cara pública más famosa de este conflicto, señaló en la entrevista con Visión 7 Internacional: el interminable endeudamiento de cada núcleo familiar sólo por financiar la carrera de algunos (no todos) de sus componentes[6].
“LO QUE EL PUEBLO NECESITA ES EDUCACIÓN GRATUITA, PORQUE EL PUEBLO ESTÁ CANSADO DE LAS LEYES DE MERCADO”
A pesar de viajar con ciertos preconceptos respecto al apoyo social que estaba teniendo el movimiento, las calles de Santiago y de Valparaíso (incluso en otros destinos más alejados) nos sorprendieron al incrementar la verosimilitud de lo visto, leído e indagado previamente. Casas de familia con carteles en sus ventanas, negocios con afiches de apoyo a los reclamos y un extendido sentido común, recabado en breves cruces verbales, de que “lo que están pidiendo es justo”.
La colorida y mañanera movilización del 8 de septiembre en la ciudad portuaria fue un claro ejemplo de ello. Mientras algunos medios criticaban la realización de la marcha por el duelo nacional que se vivía debido a la muerte de 21 personas en un accidente aéreo en la localidad de Juan Fernández[7], varios rostros denotaban algo más que profesores y estudiantes recorriendo la bellísima capital de la quinta región, así como también se sucedían constantemente las vivas desde los edificios por parte de vecinos y laburantes.
Salvador Muñoz, líder de PAIZ (Partido de Izquierda), nos transmitía por la tarde que “el conflicto estudiantil es la expresión de una crisis institucional estructural. Los mismos estudiantes han sido enfáticos al señalarlo. Y cómo no si seguimos sometidos a los amarres institucionales de Pinochet”. Precisamente en los cánticos de una manifestación plagada de creatividad en pancartas, banderas y vestimenta de algunos de los grupos movilizados se sintetizaba el fuerte impacto de las decisiones políticas de una dictadura que la democracia no revirtió. “Se va a caer, se va a caer la educación de Pinochet” o “Lo que el pueblo necesita es educación gratuita, porque el pueblo está cansado de las leyes de mercado”, con distintos ritmos musicales, graficaban un estado de ánimo asociado con un despertar social que, más allá de su preponderante puntualización, trasciende el eje educativo.
Es que Chile, en algún sentido, experimenta una especie de “fin de ciclo”, tal como sucedió en otros países del continente luego de años de hegemonía neoliberal con sus consecuencias ya tristemente conocidas. La dictadura terminó hace rato, pero, a diferencia de nuestro país, no se fue por la ventana. La vuelta democrática garantizó impunidades, conservó “enclaves autoritarios” (concepto trabajado en gran forma por el abogado y politólogo Genaro Arriagada) en el marco de una Constitución que recién logró modificarse sustancialmente en 2005 y continuó a grandes rasgos el rumbo económico pinochetista, lo que posibilitó grandes loas del mundillo empresarial a lo largo y ancho del orbe. Y como corolario, una buena parte de la sociedad se ha expresado en numerosas oportunidades –el caso paradigmático es su retardado deceso a fines de 2006– como partidaria del régimen militar que Pinochet encabezó con mano dura durante nada más ni nada menos que 17 años.
En ese contexto, con un país que institucionalmente se ha caracterizado por una estabilidad enemiga de los grandes cambios (la excepción allendista tuvo la respuesta brutal de las botas) sólo la fuerza de una masiva movilización puede alterar un orden que, aún con visibles rasgos de debilidad[8], insiste en mantenerse firme ante las justas demandas. En palabras de Muñoz otra vez: “Las derechas perdieron toda credibilidad, y toda facultad para imponer una dominación excluyente que dejaba al margen a los pueblos. Eso le dio la oportunidad a otras formas de expresión política popular (en el mejor sentido de la palabra) de acceder al poder por primera vez en nuestra historia. En Chile se trata, en este minuto, de recuperar la democracia y de desarrollar la participación ciudadana en los asuntos que le conciernen”. En ese camino, el de la participación y la lucha, se encuentra el pueblo chileno. De a poco, pero despertando de un feroz letargo en que la sumieron durante un largo tiempo.
* Marianela Albornoz: nació en 1980 en Buenos Aires. Licenciada en Sociología -Universidad de Buenos Aires. Estudiante de foto-periodismo. Becaria del Departamento de Política y Sociedad del Centro Cultural de la Cooperación.
[3] http://www.cooperativa.cl/experto-es-mucho-mas-caro-estudiar-en-chile-que-en-estados-unidos-o-australia/prontus_nots/2011-07-11/190130.html
[4] Para una información más precisa, consultar la Ley General de Educación aprobada en 2009 y que vino a reemplazar la Ley Orgánica Constitucional de Enseñanza de la dictadura (curiosamente promulgada tres días antes de que Pinochet cediera el mando): http://es.scribd.com/doc/124036/Ley-General-de-Educacion-LGE
[8] El presidente Piñera tiene un porcentaje de aprobación del 26% y ha tenido que realizar cambios en su gabinete debido a la crisis desatada por el conflicto. Para más información: http://www.lanacion.cl/encuesta-cep-pinera-cae-a-26-de-aprobacion/noticias/2011-08-04/123835.htmlb
Interesante crónica, Sebastián, sin duda alguna. Me llama mucho la atención, para bien, la notoria empatía que encuentro en tu texto con el movimiento chileno. Pero lo que más me llama es que, según dejas ver en tu crónica, la sociedad chilena ha entendido los reclamos de los estudiantes y se ha mostrado tolerante hasta este momento con sus peticiones y propuestas. Sin embargo, me pregunto hasta qué punto esto estará dispuesta a seguir apoyando cacerolazos, protestas, tomas y paros nacionales. En todo caso, estoy seguro que deben existir resistencias a este movimiento de grupos de derecha, y por eso mismo me gustaría preguntarte si notaron algo a este respecto, si tomaron nota de algún discurso anti-movimiento estudiantil chileno, cómo se ataca al movimiento, si hay argumentos más allá de los gubernamentales para no ceder ante los reclamos de los paristas. Me gustaría saber más de esto. Muchos saludos.
No existe un discurso anti-movimiento estudiantil básicamente porque la demanda ha ganado legitimidad en una gran parte de la sociedad. Al menos eso notamos en nuestra visita. Lo que es indudable es que los medios de comunicación masivos agitan el tema de la violencia en las movilizaciones y eso pone en contra a sectores que apoyan el reclamo. Es decir, sectores que ven como justo el motivo, pero no así la forma en que se expresa (aunque todos son conscientes de que es apenas un sector – pequeño frente al conjunto – el que sistemáticamente “pelea” desigualmente contra la prepotencia organizada de Carabineros). La resistencia del gobierno lógicamente podría llevar a un desgaste del movimiento (por el momento no se nota) y en ese sentido a que a la sociedad “le deje de importar”, más por cansancio que por otra cosa. Es una situación bastante compleja la que genera que no haya habido ni la más mínima solución a los puntos que se plantearon desde la comunidad académica a las autoridades gubernamentales.
Excelente crónica , y siendo lo más objetiva por el vínculo que me une a Sebastían, ya que soy la madre. Se nota en la misma, el compromiso con los ideales políticos sociales, y la defensa al derecho de los estudiantes. La fotografía muy bien aplicada, por parte de Marianela Albornoz, su aporte sumó en este nota.
El pueblo chileno, muestra un compromiso con el reclamo de los estudiantes y eso habla muy bien, de un país, según observas con tus palabra.