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Me llamo Virginia y vivo en Mejicanos[i], El Salvador. La mía es una ciudad-dormitorio al norte de la capital de mi país pequeño e intoxicante. Desde acá escribo, desde su subempleo, su inseguridad y todo lo que CNN quiere hacer creer que somos los salvadoreños. Sin embargo, escribo también desde cielos celestísimos, volcanes descaradamente verdes y playas a media hora de distancia. Escribo desde un  país que es semillero de cuanto fenómeno social pueda pensarse, desde un país que sin importar lo que pase, nunca parece terminar su ebullición. El Salvador es un lugar interesante dónde vivir.

Acá estaba en enero de 2010, cuando alguien me compartió un enlace sobre cierta iniciativa latinoamericana que pretendía, entre otras cosas, hablar desde lo local. Que un colombiano me cuente sobre Transmilenio, que no sea un periodista designado a la ocasión. Que me hable de migración una compatriota que ¡oh, coincidencia! estudia demografía. Que sea un argentino que vivió el Corralito quien me explique cómo se vivió la muerte de Kirchner. Que sea alguien como yo: de mi edad más o menos, aún estudiante quizá, aún aprendiendo, pero no por eso menos conciente y menos informado. Alguien a quién creerle. Eso era para mí, hace más de un año, Distintas Latitudes. Guardé su enlace de inmediato.

En ese entonces yo comentaba editoriales como un débil intento de desintoxicarme del cinismo con el que los seudo tanques de pensamiento locales abordan una realidad tan compleja y tan delicada como la salvadoreña. Era eso, un débil intento de alguien que estudiaba política regional y que obtenía su información de fuentes muy poco ortodoxas: Twitter, Google News, Distintas Latitudes. Fuentes que me hacían ver que mi abordaje a problemas que otrora consideré muy locales era, en realidad, erróneo: los problemas de mi paisito chiquito y belicoso eran también, en cierta manera, los de Bolivia, los de Chile; con realidades que se antojan tan lejanas cuando vive uno encerrado en una burbuja amarillista. Y también allá había alguien igual de indignado, igual de desconcertado que yo. Alguien que de no ser por la revista, no tendría espacio de externarle al resto de  Latinoamérica -tan diversa pero a la vez tan similar- su perspectiva respecto a los hechos que como ciudadano le afectan. Para mí, usualmente sola en mi interés por el abordaje frío de la realidad en medio de un país que está siempre hirviendo, fue una revelación. No estaba sola.

En este asombro seguía cuando -a través de mi amiga demógrafa migrante- vine a parar a este sitio que tanto admiré. El porqué no lo sé y a estas alturas no es algo que me preocupe. Importa que estoy acá y que tengo un rol: hablar de El Salvador que le toca vivir a una estudiante clasemediera que busca salirse del debate polarizado e ir un poco más allá.

Ser radical en el mejor de los sentidos, ir a la raíz de las cosas (cuestión complicadísima cuando se vive en un sitio donde todo es parte de una interminable madeja). Sabiendo que allá afuera de mi ciudad-dormitorio, de mi capital caótica, de mi país que hierve, existen quienes tienen interés en conocer al pequeño país que no solo es mareros y asesinatos y violencia; sino también cambios que se antojan perdurables, de instituciones que se forjan, de construcciones que ahora empiezan y que esperamos tener la continuidad requerida para verlas en su esplendor. Por eso estoy aquí. Al menos, hasta que me saquen.

Preguntarán por qué uno roba tiempo a la universidad, al trabajo y al equipo de fútbol para venir a escribir sobre esta realidad tan mía. La duda aumenta cuando descubren que no existe paga alguna. Mi única respuesta es, a mi criterio, demasiado romántica e idealista: había una vez una señorita centroamericana que tenía una amiga. Esta amiga tenía una familia. Esta familia está comprometida -y bastante- con la resistencia ciudadana anti-minería en el oriente nacional. Esta amiga y su familia estaban desesperanzados y se sentían solos en su resistir, hasta que la señorita centroamericana le  mostró a su amiga un texto  que versaba sobre el manejo de la responsabilidad social sobre minería en su tierra tan lejana, en su realidad tan distinta[ii]. Cabañas queda muy lejos de Canadá, sí; pero un joven de ese país, de vivencias tan distintas pero con espíritu latinoamericano, ayudó -sin él saberlo- a que una familia persistiese en su afán de resistir el acoso de las minerías en una región rural de un país pequeño y con tantos problemas encima.

Por eso sigo aquí. Por eso seguimos aquí, quiero creer. Porque, de una manera romántica, idealista y muy distinta a la que originalmente se pensó, acá se está construyendo la Patria Grande. Y vivir en un paisito pequeñito y tumultuoso no debe ser excusa para no formar parte de ella.


[i] El nombre es “Mejicanos” y no “Mexicanos” por un asunto tributario de la Colonia que no viene al caso explicar en medio de tan magno tiraje de la revista, pero que conviene revisitar en el futuro.

 

[ii] El texto en cuestión, de Nicolas Jadot http://distintaslatitudes.net/?p=762

 

Virginia Lemus

El Salvador, 1987. Estudiante de Derecho en la Universidad Centroamericana y Política Latinoamericana en FLACSO-El Salvador.

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