En los próximos días, cerca de 190 millones de brasileños decidirán el nombre del presidente que preparará los rumbos del país para el Mundial de 2014 y los Juegos Olímpicos de 2016. Pero a diferencia del tema deportivo y de los escenarios de los últimos 20 años de redemocratización, en ese debate la competencia sucede sin ánimos acalorados ni notas disonantes. Con más de 80% de aprobación pública, la gestión de Lula es tema ajeno de cuestionamientos. En esa elección, el histórico embate de proyectos políticos entre el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula y el Partido Social Democracia Brasilera (PSDB) se borró y se trasladó a temas religiosos y éticos.
El silencio de la derecha en relación al modelo neo-desarrollista de la era Lulista puede ser explicado por resultados como las 27 millones de personas que abandonaron la miseria en los ocho años de la política de inclusión social de Lula. En ese período, otros 36 millones de ex pobres ascendieron como la “nueva clase media” y 15 millones de empleos formales fueron generados.
El PIB per capita aumentó en más de 10% y el país poco sintió los efectos de la crisis internacional, y sigue creciendo a media de 5% al año. La cotización del dólar es la más baja desde 1998 (1U$= R$ 1,65), y sigue atrayendoinversiones. También logró la autosuficiencia en la producción de petróleo, y con nuevos descubrimientos de pozos, se prepara para entrar en el selecto grupo de los mayores productores. En el escenario internacional abandonó la posición de deudor del FMI para figurar como financiador, y en el escenario externo, avanza como una de las nuevas potencias económicas y políticas mundiales.
Por otro lado, las cercanías de las propuestas de los candidatos Dilma Roussef (PT) y José Serra (PSDB) no se deben solamente al miedo de la derecha a afrontar las indudabless conquistas lulistas. El PT también se desentendió de sus compromisos históricos, hizo alianzas con partidos de centro-derecha, como el PMDB, que representa las antiguas oligarquías y los resquicios de la dictadura. Temiendo el avance del candidato de la derecha en las encuestas debido a la acción de evangélicos preocupados por el aborto y el matrimonio homosexual, Dilma no dudó en abandonar públicamente las luchas de género antiguamente muy queridas del partido.
Y si bien es cierto que la prensa nacional apoya la candidatura de oposición, Dilma también cuenta con la ayuda de empresarios poderosos, como Eike Batista, dueño de la mayor fortuna del país, y que ayudó el PT a recaurdar cerca de U$15 millones de dólares para la disputa electoral. La motivación de esa alianza empresarial es sencilla: si en el gobierno de Fernando Henrique Cardoso, los bancos lucraron U$20 billones, con Lula ese número logró la cifra de los U$100 bi. Esa cercanía se reflejó en el estancamiento de las conquistas salariales de los trabajadores y en la desmovilización y/o cooptación sindical. En ocho años, el ex líder sindical vuelto presidente no vivió ninguna gran huelga obrera en el país. La nueva conformación contribuyó a la despolitización de la principal bandera del PT: la lucha por los derechos de los trabajadores.
El abandono de temas anteriormente propios de la izquierda también se reveló en la reforma agraria, que desapareció de los debates masivos. Quizás la omisión petista sea resultado de la situación en el campo. Aún asombra que 1% de los propietarios ocupen mitad de las tierras productivas del país, lo que lo coloca entre los peores índices de concentración del mundo. El tema de los latifundios pone aún en pausa el problema de la devastación de la Amazonia para producción mono-cultora de soya y ganado para exportación, la explotación de mano de obra esclava y los beligerantes conflictos que exterminan las poblaciones campesinas e indígenas.
En respuesta, el gobierno alega que hubo mayor interlocución del Estado con los campesinos, y que asentó más de 500 mil trabajadores rurales. El Movimiento Sin Tierra (MST) acusa el gobierno de maquillar los números mezclando datos de antiguos asentamientos. Para el MST, el gobierno no cumplió ni 30% de la meta anunciada. Y este movimiento social sufre con la acción del Congreso, que lo acusa de terrorismo y avanza en su reto de ponerlo en la ilegalidad.
El tema ambiental logró sobrevivir gracias a la disidente petista Marina da Silva, ex ministra de Lula para el Medio Ambiente y candidata presidencial en la primera vuelta por el Partido Verde (PV). La ambientalista intentó poner en evidencia el debate de la sustentabilidad de la política neo-desarrollista, conquistó 20 millones de votos y fue aplaudida como la responsable de hacer viable la segunda vuelta. Pero su partido, de composición mixta y de base difusa entre opositores ambientalistas y evangélicos, ahora no logra definirse por ninguno de los candidatos, ni tampoco mantenerse unido en defensa de una plataforma que siga poniendo el tema ambiental en evidencia. El medio ambiente perdió frente a la discusión religiosa.
La crisis del PV es sólo la punta de otra crisis mucho más compleja. Al reconstruirse después de la dictadura en torno al proyecto petista, personificado en Lula, la pauta de la izquierda en el país pasa en este momento por una doloroso proceso de anulación. El gran legado político de Lula fue la alianza liberal entre trabajadores y empresarios, lograda gracias a un momento económico favorable basado en el establecimiento, por parte del Estado, de políticas sociales y fomento desarrollista con ampliación del crédito. Pero esa dinámica de alianzas anuló el tema del conflicto de clases y de sus embates estructurales, y trajo un u gradual abandono, desmovilización y fragmentación de la izquierda tradicional en el país.
El cierre a las voces disidentes fue tan brutal que el candidato a la presidencia por el PSOL, otro partido de ex petistas, tuvo poco más de un millón de votos, casi lo mismo que Tiririca, un payaso profesional semi-analfabeto candidato a diputado. Al no reconocer el PV como oposición de izquierda, los partidos de ese sector no sumaron más de 2% de los votantes.
La votación revela un expresivo cierre del debate electoral a los cuestionamientos estructurales. Independientemente del ganador del próximo domingo 31 de octubre, el gran desafío para el país en los próximos cuatro años no será sólo prepararse para el mundial y las Olimpíadas de 2016. En la competencia política es necesario que los movimientos sociales y obreros se re-encuentreny reposicionen, si no quieren seguir acumulando derrotas significativas de sus pautas históricas.
One Comment