I. Juego de espejos
Colombia es el país de las contradicciones y para muestra un botón. Nunca como ahora había sido tan latente la posibilidad de alcanzar la paz por medio de una salida negociada entre las partes en conflicto: Estado y guerrilla. Sin embargo, esta posibilidad se alcanzó a fuego y plomo, con una estrategia clara de debilitar a la guerrilla mediante la política de Seguridad Democrática desplegada por el ex presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2010) y ejecutada sin cortapisas por su entonces Ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, actual presidente de Colombia. No deja de ser curioso que Uribe haya impulsado la candidatura de Santos convencido que éste continuaría la política de mano dura contra los grupos insurgentes (las acciones más contundentes contra las FARC se dieron con Santos) y haya resultado que su anterior ministro es quien ahora encabeza el proceso de paz, renegando de su antecesor y sus prácticas militaristas. Finalmente, la cereza del pastel: la mayor amenaza para alcanzar la paz en esta administración no viene de grupos armados, sino del ejercicio democrático por excelencia: las elecciones. El proceso electoral de 2014 encuentra muchos intereses en conflicto, una guerrilla fortalecida, un presidente debilitado y un ex mandatario irritado y entrometido que hará difícil la continuación de las negociaciones. Veamos qué está en juego.
II. La paz como plebiscito
Faltan aún diez meses para las elecciones presidenciales en Colombia, sin embargo, una cosa es segura: el proceso de paz que actualmente se desarrolla será el ingrediente principal de las discusiones políticas que están por venir. No sólo eso, la elección de 2014 será de facto un plebiscito entre visiones encontradas sobre cómo alcanzar la paz en el país sudamericano.
El 4 de septiembre de 2012, el presidente Juan Manuel Santos confirmó que su gobierno había comenzando una serie de diálogos exploratorios con las FARC, la guerrilla más añeja y activa del continente, con la intención de encontrar una salida negociada al conflicto armado que vive Colombia desde mitad del siglo XX. Desde entonces, se han sucedido una serie de mesas y rondas de negociación en La Habana, Cuba y Oslo, Noruega, con resultados más bien exiguos. La agenda de discusión, reducida y focalizada a cinco puntos (desarrollo agrario, participación política de la guerrilla, cese definitivo de hostilidades, solución al narcotráfico y reparación de las víctimas) ha mostrado avances demasiado lentos que ha roto la ilusión de buena parte de la población colombiana que creyó que éste no sería un proceso más sino que podría concluir con un acuerdo definitivo. Desde 1964, año de la formación del núcleo embrionario de las FARC, Colombia ha vivido múltiples procesos de paz, la mayoría de los cuales han terminado en rotundos fracasos.
Esta ocasión parecía distinta, los canales de comunicación entre guerrilla y gobierno parecían más abiertos y mejor sintonizados, y en general se percibía un optimismo generalizado. En los primeros meses de 2013 se llegó a un acuerdo en el tema agrario, lo que hizo pensar que, de seguir así, la reelección de Santos estaría asegurada. Sin embargo, el gobierno se ha ido topando con una realidad cada vez más compleja, enfrentando críticas desde ambos extremos del espectro político.
Por un lado, la guerrilla -que estaba en franco declive después de los golpes contra sus líderes históricos y en una posición de aislamiento internacional- ha vuelto a cobrar notoriedad y legitimación, a tal grado de elevar sus demandas más allá de lo que el gobierno está dispuesto a aceptar, como la petición de una Asamblea Constituyente que establezca un nuevo pacto social. Ante la negativa del gobierno, el máximo jefe de la guerrilla, Timoleón Jímenez o Timochenko, señaló que el presidente Santos no estaba dispuesto a negociar cambios en la estructura del país y que sólo buscaba la rendición de los rebeldes, lo que ponía en duda su interés genuino de alcanzar una paz definitiva y duradera. No obstante, no queda claro si la guerrilla estaría dispuesta a dejar las mesas de negociación y volver al enfrentamiento directo, pues su poder ha menguado los últimos años y el número de sus integrantes ronda los 7 mil elementos, cifra muy lejana de los 18 mil guerrilleros que se dice llegaron a tener entre 2000 y 2002.
Por otro, el ex presidente Uribe, sus alfiles políticos y su base de seguidores se han vuelto los más férreos críticos del proceso y del esquema de justicia transicional promovido por Santos, que incluye amnistías, esquemas de participación política y reinserción. El uribismo, en cambio, ha tomado el lema “una paz con justicia” que en el fondo no significa otra cosa que una oposición absoluta a la participación de las FARC en la vida política de Colombia y un reacercamiento a los conceptos originales de la Seguridad Democrática.
III. Los candidatos de Uribe
Si tomamos como cierto que el actual presidente buscará su reelección en 2014, la definición política más importante en esta contienda quedará en manos del uribismo. Por ley, el ex presidente Uribe está incapacitado para volver a competir por la presidencia, pero nada lo detiene para hacer franco proselitismo a favor de su nueva opción política, el partido Centro Democrático. Entre junio y agosto, las opciones de Uribe para competirle a Santos se cerraban a Óscar Iván Zuluaga, Carlos Holmes Trujillo, Juan Carlos Vélez, Luis Alfredo Ramos y Francisco Santos, este último primo hermano del actual presidente y vicepresidente de Uribe entre 2002 y 2008. El frente uribista definirá su candidato mediante una consulta popular hasta marzo de 2014, el mismo día de las elecciones legislativas, pero lo que queda claro es que ninguno de ellos dejará de criticar el modelo de paz ofrecido por el gobierno actual. Como se ha mencionado ya, las elecciones en 2014 servirán para definir si la población colombiana otorga un voto de confianza al proceso de paz liderado por el presidente Santos, o si prefieren volver a un esquema de confrontación y negociación cero.
IV. ¿Tercera vía?
En medio de todo, no debe descartarse la posibilidad de que aparezca una tercera opción electoral, encabezada por Antonio Navarro Wolf, hombre de izquierda, líder de la extinta guerrilla M-19 y ex gobernador de Nariño, que goza de buena imagen pública. En el eventual caso de una confrontación Santos vs Santos, Navarro Wolf podría ofrecer una crítica al histórico elitismo de la clase política colombiana y mostrar experiencia práctica en procesos de paz, desmovilización, y reinserción, pues él mismo vivió y participó en la transformación del M-19 en opción política. En política, diez meses son una eternidad, pero algo es seguro: la paz definitiva, al menos retóricamente, no llegará antes del 2014.