Ha empezado el juego de los cuatro años y Juan Manuel Santos se ha asegurado de que podrá asumir el poder sin inconvenientes ni complicaciones. Su primer movimiento ha sido ordenar las relaciones binacionales entre Venezuela y Colombia, que en estos tiempos ha sufrido el rigor de las diferencias ideológicas.¿La razón? Comenzar su mandato mostrándose ante los ojos de la comunidad internacional como un gobernante asertivo, inclusivo y sobre todo, neutral; cosas que distan del ex presidente Álvaro Uribe. Una de las características reconocidas del nuevo mandatario colombiano es su capacidad de comprender el momento correcto, correr a él y hacer todo lo humanamente posible para aprovecharlo. Pero no hay que olvidarlo, es sólo un juego, la legitimación de una brecha que se ha abierto entre el gobierno pasado y éste. El mensaje es claro: Yo soy Santos, no Uribe.
Chávez ha hecho lo mismo, su poca popularidad por el hemisferio le ha suscitado una sobriedad no común en un personaje variable, que ha dado tanto de qué hablar por la región. Chávez ya no tiene el mismo apoyo del pueblo venezolano -eso se demostró en las elecciones legislativas del pasado 26 de septiembre- y lo necesita para volver; pero lo que hace esta jugada aún mas pintoresca (las nuevas relaciones entre Chávez y Santos), es que muchos aún no olvidan el apoyo que Santos le brindó a Pedro Carmona, el golpista venezolano que pretendió quitarle el poder a Chávez en 2002. Por eso nadie cree en las buenas voluntades sin esperar nada a cambio. Los intereses cambian, la concentración del poder también. Lo que no cambia es el pasado, y bien hacen en decir que se perdona, pero no se olvida.
El pasado es claro: por un lado estaba el presidente de Colombia, derechista, Álvaro Uribe, y detrás de él, un sinfín de personas, pero pocos aliados sustanciales. Por el otro, su homólogo, Hugo Chávez contaba con un apoyo total de la izquierda indigenista latinoamericana, liderada por Rafael Correa, presidente de Ecuador, y Evo Morales, presidente de Bolivia. Pero si algo debe agradecerle Uribe a Chávez, es que éste le ayudó indirectamente a ganarse el apoyo de la comunidad internacional a su política de seguridad, cuando incluso sus opositores no dudaron en apoyar la ‘lucha incansable’ de Uribe contra el terrorismo y condenaron a Chávez como el empedernido némesis de la paz. Uribe nombró a Chávez como ‘un legitimador de grupos alzados en armas’ cuando éste cometió su peor error en las relaciones con Colombia: nombrar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) como grupo beligerante y no como grupo terrorista. En Colombia y otros países que han convivido con grupos insurgentes, como España, esta distinción no causó gracia. Los ánimos se encendieron y hasta los más asiduos opositores del gobierno colombiano evitaron pronunciarse ante tan lamentable hecho. Es entendible. Después de años de intentos fallidos, como la zona de despeje -desmilitarización de 42 mil 139 kilómetros para diálogos con las FARC- o la silla vacía -cuando el cabecilla Manuel Marulanda, después de ser concedida la zona de distensión, dejó esperando al entonces presidente Andrés Pastrana en la mesa del dialogo-, Colombia forjó la idea de que la voluntad de paz y dialogo de las guerrillas nunca existió. El pueblo colombiano entendió que si algún día estos grupos terroristas llegaban al poder, los derechos humanos iban a ser desconocidos. Nunca habrían de existir.
Como sea, en estas cruzadas mediáticas, el perdedor fue Chávez, internacionalmente hablando. En su programa “Aló Presidente” el mandatario venezolano lanzaba una sarta de injurias e insultos para Uribe que eran apenas verosímiles. Es extraño que un mandatario tuviera tan poco sentido común y se decidiera a vociferar adjetivos sin pensar, como narcotraficante, paramilitar, lacayo, mentiroso, peón, criminal. Adjetivos que sólo hablan de su emotividad a la hora de la diplomacia, que sólo hablan de dogmatismo nacionalista cuando se trata de ser hábiles jugadores.
La captura en Venezuela del jefe militar de las FARC Rodrigo Granda, que contaba con la nacionalidad venezolana y era invitado a eventos políticos en este país, fue lo que detonó la bomba mediática de esta disputa de poderes. Se sabe a vox populi que a Chávez no le indignó la intervención de extranjeros en suelo propio, sino la demostración de su incapacidad para ser omnipresente y omnipotente en asuntos internos. La complicidad entre las labores de inteligencia de ambos países, y que se diera sin su conocimiento, revelan su incompetencia para manejar asuntos de seguridad internos. Los hechos le hablaron al mundo de la incapacidad de Chávez para contener a su oposición. Desde adentro, la maquinaria chavista se estaba pudriendo y el buen Chávez, que antes andaba en un Volkswagen escarabajo saludando a la gente, ya no tiene en quien confiar, su sueño de “dictador tropical” se ha visto truncado ante la imposibilidad de poder controlar todo y a todos. La sorpresa de Chávez y su premura al emitir pronunciamientos respecto a la captura de Granda en su propio territorio, hizo que las FARC lo tacharan de “un precedente lamentable del gobierno venezolano”, aunque también habló de Venezuela como un lugar donde se le brinda garantías a agentes del terrorismo.
Con este show mediático, estos dos hombres demostraron que ninguno estaba dispuesto a ceder: Chávez trató de esconder tras múltiples cortinas de humo la pésima situación en materias de seguridad, libertad y economía de Venezuela y Uribe dio a entender que él era necesario para mantener a raya a intrusos como Chávez en asuntos internos, y que él mismo sería un prócer de la soberanía colombiana y de los ideales de la “seguridad democrática”. En su disputa de machos, ambos quisieron hacer entrever que eran salvadores y únicos continuadores de sus respectivas líneas ideológicas. Como quien dice, ambos eran un ‘bien’ necesario.
Pero ahora, el gobierno de dos periodos de Uribe ha llegado a su fin. Y se equivocaron quienes han creído que Santos representa su natural línea de sucesión. Uribe estaba tan cegado por un posible tercer mandato, que la decisión de la Corte lo dejó suficientemente desconcertado. Con el escándalo de corrupción de “Agroingreso Seguro”, donde el “elegido” de Uribe, Andrés Felipe Arias, repartió millonarios subsidios a familias acaudaladas, terminó la campaña del personaje que sería heredero directo del uribismo y sucesor de su legado. Fue entonces que, como última pretensión, Álvaro Uribe decidió recurrir a Noemí Sanín, pero fue muy tarde: la candidatura prematura de Sanín solamente mostró la lejanía que ésta procuraba al continuismo. Santos fue la última opción: contradictor del gobierno de Uribe desde un primer momento, mordaz crítico de la reelección presidencial, como se evidencia en su columna “‘Me da mucha pena”, del diario “El Tiempo” de Colombia, del cual la familia Santos es accionista mayoritaria y en donde dejaba entrever una crítica cáustica al mandatario paisa.
Santos representa parte de una oligarquía, de un oportunismo experto, cosas que Uribe se esforzó en evitar con sus visitas a los más recónditos lugares de Colombia. Santos cambia porque dentro de sus cálculos al éxito está el cambio. Uribe en algún punto decidió que lo más beneficioso sería apoyarlo, sobre todo para darle a la sociedad colombiana una seguridad de que el próximo gobierno sería continuista. Aunque Santos no sea un fanático de la derecha, sino más bien un ‘pragmático de centro’, a Uribe no le quedó más opción, y aunque hubiese querido permanecer en el gobierno, entendió que lo mejor para no ensuciar su ya muy popular imagen -dejó la casa de Nariño con un asombroso 72% de aceptación- era alejarse y no mezclarse con el nuevo gobierno, por si algo sale mal.
Con las elecciones legislativas en Venezuela, Chávez ni siquiera ha hecho uso de su conocido histrionismo y ni siquiera se ha pronunciado acerca de la muerte de Briceño, cabecilla de las FARC muerto en un bombardeo. ¿En dónde está el Chávez que honró con un minuto de silencio al otro cabecilla de las FARC, Raúl Reyes, y que va a construir en su ‘honor’ una biblioteca? Cada vez son menos las personas que le creen al populismo apócrifo de Chávez.
Si dos jugadores, como Santos y Chávez, oportunistas, degustadores del éxito y la grandeza, se encuentran en el puzzle del poder, nada puede salir bien. Los dos son admiradores de hombres grandes que han cambiado el curso de la historia, los dos desean cambiarla. Los dos ahora están pensando qué próxima jugada hacer para mantenerse en lo alto. Cuando la popularidad de Santos decaiga, es muy probable que éste busque el confort de los titulares otra vez, mientras que Chávez siempre va a estar ahí. A Chávez le ha llegado su ‘drama king’.
Hola Valentina. La verdad es que releo el texto y se me hacen interesantes algunas de las ideas vertidas, sobre todo aquello de que Santos realmente fue el último recurso de Uribe para buscarse un candidato que asegurara continuidad a la seguridad democrática. Sin embargo, me parece que de pronto la atención se enfoca mucho en Uribe y no en Santos y mucho menos en la ruptura de relaciones entre Venezuela y Colombia. No alcanzo a distinguir si la jugada de Uribe, según tu explicación, responde exclusivamente a un afán personalista de molestar al presidente venezolano. Tampoco distingo tu opinión sobre la respuesta de Chávez a este hecho. En fin, vuelvo a decirlo: creo que hay ideas interesantes que bien valdría discutir por aquí con más calma. Saludos.
Directo al punto, aunque un poco indulgente con todo lo que se podría decir de Chávez y Uribe. Es impactante como dos personas tan oportunistas como Santos y Chávez parecen haberse encontrado, mucha ambición.
Valentina, me parece que a nivel de redacción y organización de ideas está muy bueno tu escrito, muestras ese contraste entre el ex-mandatario colombiano y el presidente Chávez. Es claro que como colombianos, no vemos muchos aspectos positivos por parte de Hugo Chávez: el gran número de pruebas que se tienen, por ejemplo, de la estadía de las FARC en su territorio; lo que decías respecto a los homenajes que se le rindieron en este país a Raúl Reyes, entre otras cosas, hacen de él, casi un “enemigo para Colombia”. Tampoco es el hecho de defender a Uribe al 100% porque a mi parecer, al mismo tiempo que nos dio la oportunidad de salir a los pueblos (que es lo que la mayoría de gente destaca de su gobierno) también hay cosas como las chuzadas, los falsos positivos que oscurecen ampliamente sus 8 años de gobierno. Respecto al poco énfasis en Santos -como dice el comentario anterior-, considero que no se puede hacer mucho alarde de sus buenas o malas acciones para ganar terreno en los primeros 100 días (que como todos sabemos son la base principal para saber cómo va a ser el nuevo gobierno) así que más bien esperaría una nueva columna respecto a esto. Sin embargo, me parece que debes tener en cuenta que el gobierno Uribe tuvo muchos aspectos negativos y me parece que te dedicaste más a nombrar cosas positivas halagando el ejercicio de su gobierno, con lo cual no estoy muy de acuerdo, pero igual espero mas escritos tuyos ;). Éxitos.
Jordy, no creí conveniente hacer más conjeturas sobre el poco tiempo que ha transcurrido en el poder, no por ahora, no con este tema, me limite a recordar un poco de lo que ha pasado y podría influir en un futuro las relaciones y hasta los planes que Chávez tiene con nosotros y porque no, con el continente. De igual modo, de Uribe puedo hablar mucho, fueron dos años y varios ‘slides’ mediaticos que sufrió con Chávez. No sé, trate de mantenerlo lo mas simple posible, no se necesita ser muy erudito para dar a entender los puntos que queria dar a conocer.
Juan,
No quería quedarme sólo calificando a Chávez, tenía que ponerle algo de sensatez al asunto. No quería volverme como él mismo, y lanzar una sarta de diatribas a diestra y siniestra sólo por estar aburrida.
Impactante también como los dos podrían a llegar a ser tan megalómanos, sólo por el hecho de admirar en demasía íconos históricos que ellos pretenden llegar a ser. Ojala hubiera pasado más tiempo, como para saber hacia donde más se encamina el gobierno Santos.
Saludo.
V
Katherine,
Gracias por tu comentario, es bueno saber lo que la gente piensa y escribe.
Aunque no creo que haya sido muy benevolente con el gobierno Uribe, pueda ser que a mis ojos ya educados no parezca así. De todos modos, trate de ser lo mas objetiva y sobria posible.
Saludos,
V.
Jordy, no eran dos años sino dos periodos en la presidencia los de Uribe.
Celebro el interés de los jóvenes por involucrarse y escribir sobre temas políticos de actualidad. No obstante, disiento con el enfoque carente de objetividad del artículo, así como por el constante recurso a falacias de generalización apresurada y asunciones sin evidencia por parte de la autora.
El primer ejemplo de una falacia de generalización apresurada (el inferir una conclusión general a partir de una evidencia insuficiente) se encuentra ya desde el primer renglón del artículo, al afirmar que un titular del Poder Ejecutivo concebiría su propio mandato a iniciar como “sin inconvenientes ni complicaciones” y aducir como justificación argumentativa los supuestos actos de normalización entre las relaciones Venezuela- Colombia.
Tal ingenuidad no parece ser compatible con el carácter de la clase política o dirigente. Por el contrario, todo mandatario asume el poder bajo el amparo de una agenda política que no es sino el reconocimiento de las complicaciones y retos que enfrenta su país.
De pronto, la conclusión: “Es sólo un juego” señala la autora, sin más explicaciones ni aparente justificación, quizás excepto por afirmar que “el pasado se perdona, pero no se olvida” (otra generalización carente de sustancia).
Por otro lado, al afirmar que “en su disputa de machos, ambos quisieron hacer entrever que eran salvadores y únicos continuadores de sus respectivas líneas ideológicas” ¿Únicos continuadores de sus líneas ideológicas? ¿Únicos respecto de quienes? La misma idea de integración bolivariana chavista lo sitúa en una posición de conseguir mayores alianzas políticas en Latinoamérica para “continuar su respectiva línea ideológica”, por tanto no habría base para afirmar que desea ostentarse como un único continuador de su ideología política. De igual manera, el gobierno de Uribe no representaba al único país de la región que contase y mantenga una línea ideológica de centro-derecha.
En cuanto a las asunciones sin evidencia destacan: “[la indignación de Chávez por la] incapacidad para ser omnipresente y omnipotente en asuntos internos” que supuestamente se sabe “a vox populi”; su sueño de “dictador tropical”, o aserciones del tipo “Santos representa parte de una oligarquía, de un oportunismo experto”, “Santos y Chávez, oportunistas, degustadores del éxito y la grandeza”.
Pareciera que la autora ignora el peso gramatical que poseen los adjetivos en el idioma español, como para utilizarlos indistintamente y sin el debido cuidado para proporcionar una explicación objetiva del por qué de cada uno de ellos y opta, por el contrario, por el camino fácil del argumento ad verecundiam. Por cierto, otra falacia conforme a los usos de la lógica.
Finalmente, si bien coincido con la necesidad de desempeñarnos como observadores críticos del entorno político latinoamericano, con especial atención a las relaciones entre el actual gobierno colombiano con el régimen chavista, un apego a las reglas formales de la lógica en cuanto al uso de recursos argumentativos para sostener nuestra postura resultaría mucho más eficiente y persuasivo que recurrir a generalizaciones y falacias que en vez de enriquecer el discurso únicamente terminan por mermarlo.