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Un lugar común es una cosa cierta que la gente ya se cansó de creer, como cuando todos sabemos que tu novia te engaña. Sucede tanto que al final nos acostumbramos. La literatura está llena de ejemplos así. Está el escritor que, a punto de morir, incita a su amigo a quemar todos sus manuscritos. Su última voluntad, si hay un poco de suerte, pasará a la historia luego de que el amigo lo traicione y publique todo lo que hay en el baúl: eso vende. Si tal cosa no sucede, para eso están las esposas y los hijos del artista. También existe el escritor que, apesadumbrado por la falta de éxito, decide que su obra no pertenece a este mundo y que ya vendrá otro que la valore como es debido. En este caso tampoco nadie le cree, porque a estas alturas ya todos sabemos que lo que necesita no es otra época, sino otro agente literario.

Nadie ha hablado hasta ahora de la posteridad como un elemento adverso, pero esta cualidad superior que le damos al futuro puede jugar en contra. Tomemos a Roberto Bolaño como ejemplo. La fama que tiene a siete años de su muerte contrasta con esa imagen de escritor al margen, escondido en un pueblo de la costa catalana del que apenas salió los últimos años de su vida. La imaginería que se ha tejido alrededor de su vida y obra se basa en pocos pero sólidos presupuestos.

El primero se refiere a la cada vez más acentuada inexistencia de lectores. Hoy, el grupo de los que leen está compuesto casi exclusivamente por estudiantes y por aspirantes a escritores –se acepta la mezcla. Por eso Los detectives salvajes, novela sobre la creación artística, ofrece el marco perfecto para la identificación con el lector, hecho que encumbró al libro, casi de inmediato, al espacio de novela iniciática que había dejado libre la avejentada Rayuela de Cortázar. El segundo, la temprana muerte de Bolaño, que se convierte en su más efectiva campaña publicitaria, y de la cual El tercer reich es síntoma crónico.

Curiosamente, Bolaño se ha transformado en la némesis de los personajes que lo hicieron famoso. La idea que hermana a Cesárea Tinajero y a Benno von Archimboldi, por citar sólo dos ejemplos, es la del retrato y canonización de dos escritores escondidos, de cuya existencia tienen noticia unos pocos iniciados y a cuya búsqueda es necesario dedicarse para alumbrar eso que hay de oscuro en los mundos de las novelas del chileno. Sus libros, si se trata de resumir y agrupar de mala manera un universo bastante más caótico, encuentran en el tema de la búsqueda su eje estructural.

A Bolaño no hace falta buscarlo. Un rápido experimento comprueba que si tecleamos en google.com “El tercer reich” aparecerá, como primer resultado, un vínculo para comprar el libro que, según el buscador, supera en jerarquía el artículo de Wikipedia sobre la Segunda Guerra Mundial, que aparece en segunda instancia. Más aún: el libro que es posible adquirir es su edición norteamericana, que forma parte de un plan, relativamente nuevo, de la editorial Vintage para publicar textos en español.

Según el sitio Booker.com, dedicado a la recopilación, análisis y promoción del mercado bibliográfico estadounidense, en 2009 se publicaron un total de 45 mil 181 libros de ficción. De esos, apenas el 4% son traducciones. Esto coloca al vecino como el segundo país con mayor producción editorial, solamente debajo del Reino Unido.

Bolaño, a diferencia de la mayoría de sus personajes principales, vende. Vende tanto que en Estados Unidos no esperaron la traducción al inglés de esta última novela y decidieron publicarla en español. Pero, ¿por qué importan tanto el mercado estadounidense? Simple, porque funciona. Funciona desde el más sencillo de sus engranajes –la gente compra– hasta los más oscuros sumideros literarios: en Nueva York hay filiales de las más importantes agencias literarias de todo el mundo. Esto, por supuesto, crea vicios distintos a los de los países donde el índice de lectura es bajo: se publica todo, y cada libro es el mejor que se ha impreso en los últimos años, según todas las contraportadas que uno puede ver en librerías.

Es cierto que es tarea del lector-consumidor filtrar este alud de reseñas, entrevistas, comentarios y trabajos académicos que aseguran que tal o cual escritor merecen la pena. Y aquí es donde es posible hablar de esta novela que Bolaño escribió hacia 1989 y que arrumbó en su escritorio hasta poco antes de morir, cuando parece que hizo pública la intención de publicarla.

El tercer reich se acerca mucho a los lugares comunes de Bolaño, salvo por la casualidad de que cuando él la escribió todavía no existían esos lugares comunes. Es, por lo tanto, un tópico en vías de desarrollo. Durante toda la historia que cuenta las vacaciones de Udo y su novia Ingeborg en la costa catalana flota la idea de que hay algo que no sabemos, algo maligno, macabro, oscuro, que está a punto de explotar apenas uno cambie la página. Esto se sostiene mediante la profesión del protagonista, practicante de juegos de rol en donde se recrean expediciones militares famosas. El tablero desplegado en la habitación de Udo es una representación de su obsesión por las estrategias y su imposibilidad de entender ese otro juego que es la vida afuera de su habitación.

La novela comienza como la sencilla narración de un verano en la costa catalana. La novela transcurre como la sencilla narración de un verano en la costa catalana. La novela termina como la sencilla narración de un verano en la costa catalana. Esto, según quien lo piense, puede tolerarse o no. Por un lado, puede tolerarse si juzgamos injustamente este libro (a lo que, por otro lado, nos obliga su aparición). No es posible dejar de ver a El Tercer Reich en perspectiva y descubrir que el efecto de tensa calma y lenta pero contundente apropiación del mal sobre el mundo está apenas dibujándose en esta novela para luego explotar y deslumbrar en Estrella distante y más aún en 2666. Por otro lado, cuesta trabajo tolerarlo si, de nuevo, juzgamos injustamente la novela y pensamos que, aunque de la pluma de Bolaño, esta novela pone de nuevo sobre la mesa la tan mentada discusión sobre las publicaciones póstumas y a quiénes pertenecen realmente.

Al final no hay resultado. Una novela más, una novela menos. Bolaño, sin embargo, es el mismo.

Roberto Bolaño, El Tercer Reich, Anagrama, 2010, 360 pp.

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