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Los grupos políticos al interior de los partidos tienen mala fama.  Ni la opinión pública ni la academia los ven con buenos ojos. Una de las razones que se arguye es que normalmente son clientelares y sus ansias de poder los llevan a perder de vista el interés colectivo del partido, centrándose únicamente en la obtención del interés particular. El caso de las prácticas informales va de la mano, ya que su fama es igual de mala, debido a que estamos acostumbrados a pensar que sólo el seguimiento estricto de las reglas es positivo. Sin embargo, esto es algo difícil de encontrar en América Latina por razones de orden histórico.

Sirva el caso del PRD como un pretexto para tratar de dilucidar si ambas cuestiones (grupos políticos e informalidad institucional) solamente pueden ser vistas de esa forma, o bien, dicho de otra manera, qué podríamos estar dejando de lado al visualizar únicamente la dimensión negativa del fraccionalismo y las prácticas informales. Veamos brevemente dos de los llamados peores males del perredismo: grupos políticos y débil institucionalización y, en torno a ellos, pensemos si existen visiones alternativas en la academia sobre ambas cuestiones,  y en qué podrían contribuir para mejorar su comprensión.  Probablemente esto sirva de algo para quienes se abocan al entendimiento de la dinámica interna de partidos que comparten estas características (fraccionalización y poco apego a lo formal) en distintas latitudes de América Latina.

En sus orígenes, el PRD gestó las bases para su desarrollo, ya que desde el principio tuvo un fuerte ascendente al carisma, grupos políticos y reglas informales. La génesis partidaria sería la del momento que marcaría el path dependence del de la Revolución Democrática; dicho de otra forma, la huella que dejaría el origen hasta nuestros días.

¿Tribus, tendencias o mejor fracciones?

El PRD surgió de una gran mezcla de organizaciones, partidos y grupos. El liderazgo de Cuauhtémoc Cárdenas actuó como aglutinante para darle forma a este cuerpo tan heterogéneo. Esa situación marcó al partido por muchos años. Tan es así que, hasta el día de hoy, este partido sufre de liderazgos carismáticos y de grupos políticos con lealtades e intereses que por momentos parecen ajenos al partido.[i]

Si bien en términos de democracia interna fue un acierto dar reconocimiento estatutario a los grupos políticos dentro del partido, pareciera que en algún momento se perdió la democracia al interior. Esto significa que el actuar de los grupos reconocidos democráticamente no se ha expresado de la misma forma. De hecho, en elecciones internas el partido sufre de cuestiones poco democráticas pues los grupos, más que actuar como militantes, se mueven basados en la búsqueda del poder por el poder mismo, sin importar la pertenencia al partido; convirtiéndose en grupos que roban urnas, falsifican votos, practican el clientelismo a cual más, en fin, que llevan a cabo las peores prácticas que el PRI hacía a la oposición y que, en teoría, el PRD quería erradicar.

Estas actitudes desacordes con la democracia interna fueron mostradas en 1999, 2002 (en menor medida) y, no hace mucho, en 2008. Por estos hechos es que constantemente vemos que se habla de tribus o facciones. En contraste, los perredistas tienen la costumbre de calificarse como tendencias o grupos de opinión que solamente plantean ideas y programas, y que no viven buscando el poder. El problema con lo anterior es que si atendemos a la opinión pública y a la academia estamos observando solamente un lado de la realidad fraccional: el pragmático. Y si hacemos caso de los protagonistas, los grupos aparecen como aglutinaciones virtuosas y programáticas (otro lado de la realidad fraccional) que sabemos son inexistentes de forma pura en la realidad.

Quizá lo más prudente sea encontrar el justo medio que permita observar la realidad fraccional en su conjunto y así evaluar lo pragmático y/o programático que poseen o carecen estos grupos. La invitación es a usar conceptos menos peyorativos (facción) o comprometidos (tendencia), tal como planteara Sartori hace más de 30 años. Para ello propongo el uso del término fracción, al igual que este autor italiano. Partiendo de este concepto evaluemos o veamos algo más que las elecciones internas o, dicho de otra forma, cómo llegan al poder los grupos. Sabemos que lo hacen de la manera menos limpia y que efectivamente el interés particular (cargos) es importante para ellos. Sin embargo, poco sabemos sobre cómo gobiernan, es decir, si le imprimen un sello determinado al partido cuando lo dirigen o si ejercen e impulsan diversas políticas, planes y programas de gobierno en el legislativo o en el ejecutivo. Esa realidad nos la hemos negado al centrarnos en facciones y tendencias.

Considero que por centrarnos en el blanco y negro hemos perdido los grises que podrían contribuir a comprender la dinámica del partido, y el entendimiento de por qué gobierna de una determinada forma y no de otra.

Reglas formales y prácticas informales, ¿una difícil relación?

Otra de las cuestiones que el perredismo arrastra desde su génesis es el tema del poco apego a los estatutos partidarios. No es gratuita la existencia de palabras o frases de antaño que aluden al seguimiento de reglas informales antes que a los estatutos. La más singular y representativa es: Acuerdo mata estatuto.[ii]

Pese a esto, los perredistas tienen lo que podríamos nombrar congresitis aguda, la cual consiste en tener recurrentemente Congresos Nacionales para modificar, entre otras cosas, los estatutos del partido. Sin duda, el PRD es el partido que más congresos ha realizado en México: en veintidós años de vida posee un total de trece congresos nacionales. Para dimensionar el dato, el PRI posee veinte Asambleas Nacionales (figura similar al Congreso Nacional del PRD en torno a modificar estatutos) desde la década de los cuarenta a la fecha.

Pareciera por momentos que los perredistas suponen que basta con modificar los estatutos para mejorar al partido en su conjunto, y de este modo evitar problemas de una vez y para siempre. Lo cierto es que no es así, pues de nada sirve tener plasmadas las mejores reglas si no hay un cambio real en las prácticas de los miembros de la organización.

Y es que el PRD – dicen los estudiosos – carece de una institucionalización fuerte, lo que se traduce en un débil cumplimiento de las normas y se traslada a un acatamiento de costumbres informales. Esto ocurre en varios momentos como, por ejemplo, procesos de elección de dirigencias, congresos y consejos nacionales. Quiero ejemplificarlo con frases que dan cuenta de las reglas informales que se siguen en el partido y que distan mucho de lo escrito en los estatutos:

a)     Cuántos votos traes, es lo que vales. Hace alusión a que el derecho a voz y voto dentro del partido no atiende a lo que marcan los estatutos para los cuales todos son iguales. La realidad diaria del partido muestra que, dentro del PRD, en una lógica de grupos, un individuo solo no vale prácticamente nada. Por el contrario, un conjunto de individuos organizados posee un gran valor, teniendo voz y voto. Ésta es una costumbre en momentos de afiliaciones, elecciones y congresos. Quien tenga o forme parte de una organización tiene derecho a incidir en las candidaturas, plataformas, programas, etc.

b)     A navaja limpia. Frase que suele mencionarse en las elecciones internas y alude a que sin importar lo que diga el estatuto <<todo es válido con tal de ganarle al contrincante>> (en este caso al compañero de partido). A fin de lograr los objetivos propuestos se vale modificar el padrón electoral, influir en los órganos jurisdiccionales, tener actividades fraudulentas en la elección, nombrar autoridades electorales en beneficio de un grupo, etc. Estas acciones son la norma en elecciones internas. Cuando se habla de que la elección es a navaja limpia es seguro que suceda el mal llamado chuchinero[iii], tal como en 1999, 2002 y 2008.

A grandes rasgos, lo que nos muestran estos ejemplos son ciertas lógicas que priman en momentos importantes del partido. Dichas prácticas son a veces enmarcadas en el concepto de institucionalización de Panebianco; así, se describe al PRD como un partido con una débil institucionalización. Sin embargo, me parece que al seguir ese camino perdemos más de lo que ganamos. Me explico: Panebianco no escribe pensando en partidos latinoamericanos ni en nuestra realidad informal, fenómeno que hace más de 20 años resaltara el recién finado y lúcido politólogo Guillermo O´Donell, calificándola como la otra institucionalización, es decir, un entramado de prácticas (instituciones) informales, altamente difundidas y aceptadas.

Por lo anterior, considero que es más conveniente utilizar ejemplos latinoamericanos. Para ello propongo los trabajos de Levitsky, quien utiliza el término rutinización, la cual no es otra cosa que el proceso a través del cual las reglas de la organización ganan conocimiento y aceptación general entre sus miembros, sean formales o informales. Una rutinización informal no es similar a una institucionalización débil, pues al contrario de lo pensado, la primera puede ser fuerte y dar certidumbre a los actores. Además, esa flexibilidad puede ser positiva en el sentido de que permite al partido adaptarse a los cambios que prevé el ambiente en el que se desenvuelve. Considero que hay estudios pendientes por realizar y que serían significativos en torno a cómo gracias a las prácticas informales el partido se adapta a los constantes cambios en su entorno. También hace falta conocer cómo a través de dichas prácticas los grupos internos solucionan sus diversos conflictos.

A manera de cierre

La formación de grupos políticos y la débil institucionalización son visualizados como dos de los mayores problemas del PRD. Estas cuestiones son arrastradas desde su génesis, sin embargo, es preciso ir más allá de los juicios de valor para comprender mejor la realidad del partido. La apuesta es que dichos <<problemas>> son una parte del todo.

En el caso de los grupos políticos estamos obviando un hecho muy importante para cualquier democracia: cómo y para quién se gobierna. En partidos fraccionados como el PRD los grupos, más que las personalidades, pueden ser la categoría fundamental de análisis donde podremos observar diversas cuestiones: cómo se gobierna, qué se legisla, así como qué se aplica y si va de acuerdo al programa del partido.

Ahora bien, en el tema de las prácticas informales es mal visto, pues hace ver al partido como débil. No obstante, es prudente pensar que, en algunos casos, la informalidad ha permitido dar certeza a los actores internos y así solucionar conflictos. El llamado Acuerdo mata estatuto ha destrabado conflictos producto de la selección de dirigente nacional (1993, 1999, 2002). Así pues, no ver este tipo de prácticas como un problema producto de la débil institucionalización podría llevarnos a comprender mejor por qué los militantes y dirigentes actúan de cierta forma y no de otra, cómo y por qué se constituye el proceso de reclutamiento, y cómo se generan las certezas al interior.

En ambos casos, ampliar el espectro de nuestra mirada nos conduciría a ampliar los posibles hallazgos en torno a la dinámica interna del PRD. Ésa es, pues, la invitación de este texto; misma que puede ser retomada en distintas latitudes donde los partidos compartan ciertos rasgos, en este caso que sean fraccionalizados y que no tengan un seguimiento estricto de sus estatutos.



[i] El tema del liderazgo carismático no lo tocaré en este trabajo, pues requiere de un tratamiento más amplio. Es conocido que al PRD se le ha calificado como un partido carismático en virtud de que ha sufrido el peso de los liderazgos de Cuauhtémoc Cárdenas y, después, Andrés Manuel López Obrador.

[ii] Fue utilizado antes de 1993, pero la gran mayoría de quienes escriben sobre el PRD la ubican en la selección de dirigente nacional en ese mismo año. Muñoz Ledo habría triunfado frente a Mario Saucedo, sin embargo este último planteaba impugnar el resultado, ante lo cual brincándose los estatutos se creó la Secretaría General del partido y se le cedió al segundo lugar para evitar el conflicto y/o salida.

[iii] Mal llamado debido a que no solamente los integrantes de la fracción conocida como los chuchos son quienes incurren en dichas prácticas. Es algo generalizado.

Alberto Espejel Espinoza

Politólogo, maestro en ciencias sociales por FLACSO México y actual estudiante del doctorado en Ciencia Política en la UNAM.

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