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“Lo personal es político” es uno de los lemas feministas por excelencia.

Siempre he sido escéptica frente a este grito de batalla, no sólo porque el contenido de “lo personal” y de “lo político” ha cambiado durante las últimas décadas, sino porque la frase se puede prestar para argumentar todo y nada a la vez, por parte de hombres, mujeres o de cualquier grupo social que haga demandas en el espacio público. Y es que el discurso feminista, desde mi punto de vista, muchas veces peca de impreciso. Es importante hablar de empoderamiento y desarrollo, señalar al lenguaje como foco de jerarquía, y poner énfasis en la adquisición de una conciencia femenina como lo hacían Marx y Engels respecto a la conciencia proletaria; pero en ocasiones parece que la discusión abstracta se convierte en una política en sí misma.

¿Qué es realmente una perspectiva de género?, ¿cómo es una política pública con este enfoque?, ¿cómo pueden operar todos esos buenos deseos en una realidad concreta, en una dinámica social particular, real? Tenemos cuotas de género, guarderías públicas, licencia por maternidad y leyes por la igualdad salarial, por ejemplo. Se trata de que las mujeres tengan voz en el proceso legislativo y de que puedan ingresar al mercado laboral, en condiciones de igualdad y sin descuidar quehaceres maternales. ¿Pero de qué otras maneras debe expresarse el ideal de la inclusión y el reconocimiento?, ¿a dónde puede dirigirse toda la habladuría sobre cosas “con perspectiva de género”?

Hace unos meses, uno de mis jefes, hombre inteligente y lector asiduo, me señaló un libro muy curioso cuando discutíamos las posibilidades de una agenda de gobierno con perspectiva de género. El libro analiza el ejemplo perfecto de la dimensión material que puede adquirir la discriminación sexual y de clase en el entorno urbano: el baño.[1] Resulta que “lo personal es político” tiene mucho sentido en ese pequeño espacio de descarga e higiene. El baño público es el lugar en el que lo privado y lo público se reúnen. Ir al baño es un acto intensamente privado, un momento de encuentro íntimo con el cuerpo, que muchas veces tiene que suceder en un espacio –físico, sonoro y olfativo– compartido. Por eso, “baño” y “público” no forman la pareja perfecta. En ese baño hacemos lo privado en lo público.

Lo político, en cambio, entra en la ecuación cuando la infraestructura pública genera exclusión y cuando el espacio compartido de convivencia e interacción dificulta la integración de grupos y personas. Es de todos sabido que cuando las mujeres vamos al baño nos tenemos que sentar, para cualquiera de las opciones. Eso, a su vez, involucra un sistema de vigilancia distinto: hay que cerciorarse que la taza esté limpia, seca y asegurada a la base, siempre. Los hombres desconocen el suplicio que tenemos que pasar cuando alguna de esas tres condiciones falla. No falta quien forre con dos y hasta tres camadas de papel higiénico todo el perímetro de la taza, o las más atléticas que se sostienen con la fuerza de sus piernas para evitar todo tipo de contacto con el artefacto de descarga. Las situaciones se agudizan, por supuesto, cuando sientes que la vejiga está por reventar (porque no te da tiempo de forrar bien la taza), o cuando estás borracha y los músculos no responden con la fuerza apropiada. No hay que ir tan lejos: cuando falta un simple gancho para colgar la bolsa, ¿dónde la ponemos?, ¿en el piso, sobre el rollo de papel higiénico, sobre el tanque de agua, o sobre nuestras piernas? Si el rollo de papel no la aguanta, se va a caer al piso, y si el piso está sucio, la bolsa se va a manchar. Si no hay tanque de agua exterior, hay que sostenerla en las piernas, pero si elegiste la posición atlética, eso, de plano, es básicamente imposible.

Para las mujeres, el baño tiene un significado particular: nos toma más tiempo ir a orinar, una vez al mes tenemos que multiplicar las visitas, a veces nos arreglamos el pelo o nos retocamos el maquillaje. Hay, también, quien socializa en los lavabos o se comunica detrás de la puerta. Para una mujer el baño es, muchas veces, un lugar para revestir la seguridad personal. Hay mujeres que tienen que ir al baño acompañadas de sus hijos o las hay que necesitan un espacio especial para cambiar pañales. Esto quiere decir que las filas para ir al baño de mujeres suelen ser más largas que la de los hombres, que el tiempo promedio que una mujer ocupa un espacio en el baño es mayor que el de un hombre, que una mujer, después de salir del baño, pasa tiempo adicional frente al espejo, y que muchas veces una mujer orinando implica una amiga esperando.

El repaso de baños y posiciones sirve para ilustrar un punto más allá de lo cómico y de la plática entre amigas: ir al baño con perspectiva de género es parte de una política pública de infraestructura urbana. No es cosa menor. En México, por ejemplo, somos casi 57 millones y medio de mujeres (una cifra poco más de 2 millones y medio superior a la de los hombres). Eso quiere decir que una estrategia de infraestructura pública con enfoque de género implique, probablemente, ampliar la oferta de baños públicos, construir baños de mujeres más grandes que los de hombres, considerar sistemas de mantenimiento especiales, o incluso colocar un gancho en cada compartimento. Orinar también es un acto político.

La falta de infraestructura adecuada puede, incluso, reforzar la división sexual de algunas ocupaciones laborales. Según el ensayo de Laura Norén, en el libro que he citado, en la ciudad de Nueva York, una mujer tiene desventaja frente a un hombre para ejercer la profesión de taxista. Hay que pasar todo el día en un carro, recorriendo la ciudad de punta a punta. Cuando hay la necesidad de ir al baño, hay que estacionar, dejar el coche, encontrar un baño y descargar. Si un hombre no encuentra uno, siempre hay una botella vacía disponible. Una mujer, en cambio, no puede orinar en una botella sin bajarse los pantalones, y difícilmente puede lograrlo sentada en el asiento de un carro. Los taxistas también mencionan que la falta de baños públicos, además de generar gastos extra de estacionamiento, provoca que se hidraten poco y que tengan más posibilidad de desarrollar diabetes.

Ese es sólo un ejemplo. Otro, que beneficia a ambos géneros: poner baños en estaciones de buses, trenes y de sistemas de transporte colectivo favorece el uso del transporte público sobre el privado, mientras que la disponibilidad de baños públicos a distancias considerables apoya a los  peatones y a los usuarios de bicicletas.[2]

Hay una agenda de género en asuntos de infraestructura urbana, una agenda que compete a los gobiernos locales, a los municipios, delegaciones, y en su caso, a las representaciones locales de secretarías federales. Se trata de una infraestructura que premia la inclusión, la convivencia y la colectividad.

¿Qué hay más allá de los baños? Hay, también, la posibilidad de operar transporte público “con perspectiva de género”. Ya se hace en la Ciudad de México –en el metro, en el metrobús y en los autobuses– con unidades y vagones separados. Aun en los vagones mixtos, siempre hay un aviso de preferencia a mujeres con niños o embarazadas (cualquiera que haya cargado a un niño por más de quince minutos agradece un asiento libre). Hay zonas peatonales en las que es imposible cruzar con tacones. El sistema de ventilación del metro desemboca en las aceras, y cuando una mujer en tacones cruza por ahí, es casi seguro que el zapato se queda incrustado. No se trata de atenciones de caballero, sino de detalles pequeños, quizá nimios, que transforman a la ciudad desde la experiencia de una mujer.

El discurso feminista tiene una agenda importante entre sus manos. Más allá de la crítica al machismo, de los buenos deseos de inclusión democrática y del reconocimiento de igualdades y diferencias, la perspectiva de género todavía tiene pendientes en otras áreas. Los gobiernos municipales juegan un papel importante: la seguridad pública, el transporte y la infraestructura son aspectos importantes para la convivencia y la integración, para la construcción de un espacio colectivo, accesible, público.


[1] Laura Norén y Harvey Molotch (eds.), Toilet: Public Restrooms and the Politics of Sharing, Nueva York, NYU Press, 2010.

[2] Ibid., p. 12.

 

Natalia Rivera Hoyos

Licenciatura en Política y Administración Pública por El Colegio de México. De padres colombianos, nació en São Paulo, Brasil, pero desde pequeña viajó a México. Aquí vive y de aquí es. Desde su fundación es consejera editorial de Distintas Latitudes. Huraña, pero de risa fácil.

14 Comments

  • Luis Gabriel Urquieta dice:

    Muy bien Natalia, fue un gusto leerte y trasladarme como lector a una imágen incómoda que no resulta tan ajena para los hombre, porque los hombres, aunque suene obvio, no sólo orinamos. Pero eso sí, la infraestructura pública debe de adecuarse a la dinámica social, y en este caso (porque en la división del metrobus y metro tengo mis dudas) estoy totalmente de acuerdo en que se considere la ampliación de espacios femeninos para hacer “sus necesidades”. Ya muchas veces me ha tocado esperar amigas que entran al baño y tienen que hacer una cola que, en ocasiones, para el ingreso a un teatro o una sala de cine.

    Abracao e bem aí cara Nat! 

  • Eileen Truax dice:

    Querida Natalia,

    Me gusta mucho el texto, la idea en general. Sin embargo hay un par de inquietudes que me empezaron a dar vueltas en la cabeza conforme avancé en la lectura.

    La primera es que, como bien comenta Luis Gabriel, nunca mencionas que los hombres en ocasiones también se deben sentar al usar el baño. Me parece que la reivindicación del derecho que tenemos las mujeres a un baño limpio, con espacio para poner el bolso, para conversar o retocarnos el maquillaje, puede ser interpretada como una necesidad propia de nuestro género, mientras los hombres, “todos lo sabemos”, son cochinos y pueden orinar en cualquier lugar sin necesidad de un espacio limpio también. Entiendo tu punto, pero me hace ruido porque creo que el asunto de un baño digno no es una cuestión de género, sino de respeto a la integridad elemental de cualquier ser humano, precisamente porque forma parte del ámbito más privado de su persona. De esta manera, no creo que el hecho de que un taxista pueda orinar en una botella nos ponga en una desventaja que obligue a quienes buscan la equidad de género a construirnos un baño, sino que habla más de una violación a los derechos laborales de un grupo, sin importar su género.

    Lo otro que me hizo ruido fue que al hablar de los baños con perspectiva de género, mencionas que “hay mujeres que tienen que ir al baño acompañadas de sus hijos, o las hay que necesitan un espacio especial para cambiar pañales”. Bueno, esto de plano me parece sexista y creo que más de una feminista rabiosa brincaría aquí: los hombres también entran, o deberían entrar al baño con sus hijos, y desde luego, también cambian pañales. ¿Qué tal si pedimos que sean los baños de los hombres los que tengan los aditamentos necesarios para un cambio de pañales? Porque por muy a favor que yo esté de la perspectiva de género en cualquier espacio público, cambiapañales no es algo inherente a lo que soy como mujer.

    Te mando un abrazo.

  • Natalia RH dice:

    Querida Eileen,
    Gracias por tomarte el tiempo de leer el texto, gracias también por dejar tu comentario.
    Es verdad: no menciono el hecho de que los hombres se sientan en el baño también. No porque sean cochinos y no necesiten de un lugar limpio (he conocido hombres muy pulcros, mucho más que algunas mujeres), sino porque, en general, el texto discute más el orinar que el cagar. Y esto por una razón práctica: en promedio, orinamos más veces de las que cagamos. Hay quien, además, se niega a cagar en un baño público (hombres y mujeres).

    Estoy de acuerdo contigo: un baño limpio y adecuado es un asunto de respeto e integridad, para ambos géneros. Nunca escribí que las mujeres debíamos tener baños limpios, y los hombres no. Si se leyó así, fue un descuido de mi parte. Sí creo que las prácticas de ir al baño difieren entre hombres y mujeres, y que ello se traduce en diferentes procedimientos: diseño diferente, mantenimiento diferente, uso diferente, evaluación diferente. 

    La desventaja de las mujeres taxistas no es solamente una protesta de género. Como dices, es un asunto de derechos laborales. Los hombres también sufren sus consecuencias, y las menciono en el texto. Por diseño anatómico, de cualquier manera, es más fácil para un hombre lidiar con ello que para una mujer. Parte del argumento en el texto pedía por una revalorización del baño como un espacio de integración pública -para hombres, mujeres, taxistas, ciclistas, peatones, etc.- género aparte.  

    El hecho de que las mujeres cambiemos pañales no exime a los hombres. Tampoco dije eso. Tampoco quise que así se interpretara. Aunque la maternidad/paternidad como algo predominantemente femenino es todavía algo arraigado en América Latina, imagino que hay millones de hombres que cambian pañales todos los días. Imagino que hay baños públicos que también contemplan eso. Tendré que darme una vuelta para ver cómo se sigue ese patrón. Sería un punto de comparación bastante revelador sobre el lugar de la paternidad en los espacios públicos. Evidentemente, jamás quise decir que porque una mujer cambia pañales, sólo una mujer debe cambiar pañales. Leo el texto y no lo veo por ningún lado. Que no hubiese mencionado a los hombres no quiere decir que creyera que ellos no lo hacen. Quizá las mujeres lo hacemos con más frecuencia, y eso, quizá, también define el diseño de los baños. Habría que ver cómo se verifica esa hipótesis.

    En fin, gracias por tu tiempo y por compartir tu punto de vista.
    Un abrazo de vuelta,
    Natalia 

  • nates dice:

    Aunque coincido con casi todo lo expresado en los comentarios anteriores, hay algunos apuntes que no quisiera dejar de hacer. En la epistemología feminista hay una corriente que se llama “del punto de vista”, básicamente postula que las mujeres tenemos una especie de privilegio epistémico porque nuestra posición de alteridad nos permite ver cosas que de otra forma no veríamos. 
    Es decir, yo mujer voy al baño y me doy cuenta de que hay necesidades específicas mías que no se satisfacen. Lo denuncio. Y de ahí por supuesto se puede estirar el argumento para que incluya las realidades de otros grupos sociales. Yo mujer me doy cuenta de que el mercado es androcéntrico, visibilizo estos sesgos y quizás a partir de ahí podamos cuestionar TODO el mecanismo del mercado en general, porque por supuesto que no sólo oprime a las mujeres. 
    En este sentido, creo que la autora de este texto en todo momento está diciendo desde dónde habla: desde el ser mujer (justamente). Por supuesto es buenísimo que su planteamiento se extienda, como bien señalan los comentarios de Eileen Truax y Luis Urquieta, pero creo que es un poco injusto que esta extensión se pida de entrada. Es decir, yo puedo decir que “las mujeres sufrimos violencia” a lo que alguien con toda la validez del mundo puede responder “los hombres también, los niños también, los indígenas también”. La cosa es que una afirmación no implica la negación de la otra, al contrario, en cierta manera la posibilita. Pero no creo que se pueda sancionar de entrada a quien dice “las mujeres sufrimos violencia” porque no añade que también los hombres y los niños y etcétera. Siempre es un desafío (y un dolor de cabeza) de los textos feministas tratar de trascender las lecturas dicotómicas. 

  • Eileen Truax dice:

    Saludos, Nates,

    En el caso particular del cambio de pañales, la contraposición con el género masculino no la hice yo, sino la autora. El párrafo dice: “…Hay mujeres que tienen que ir al baño acompañadas de sus hijos o las
    hay que necesitan un espacio especial para cambiar pañales. Esto quiere
    decir que las filas para ir al baño de mujeres suelen ser más largas
    que la de los hombres, que el tiempo promedio que una mujer ocupa un
    espacio en el baño es mayor que el de un hombre…”.

    Siguiendo tu planteamiento, desde mi postura como mujer me “brinca” que en un texto sobre perspectiva de género se normalice la práctica de que la mujer se haga cargo del cuidado de los hijos al grado que sea ésta una de las razones por las cuales requerimos más espacio en el baño -Natalia, sé que, como lo mencionas en tu respuesta a mi comentario, es lo “arraigado”, pero no siempre lo común es lo más equitativo en materia de género.

    Es desde mi punto de vista como mujer -y como mamá- que afirmo que los baños para hombres deberían de considerar espacios para que los hijos entren con ellos y para que ellos cambien los pañales ahí, de manera que con el diseño de estos espacios públicos se contribuya a la equidad de género.

    Gracias por el intercambio 🙂

  • Diana RL dice:

    Con respeto para la autora, considero algo rara
    la mezcla de temas y la utilización de conceptos poco al aire; está bien
    pensar en la ampliación de esos espacios por comodidad de todos, y reírnos un
    poco de las costumbres en los sanitarios, porque claro que somos distintos;
    pero no me parece razón para tomar la bandera de “baños con perspectiva de
    género”, y menos aun que amerite citar el lema “Lo personal es
    político”.

     

    En realidad, la perspectiva de género es un
    concepto de tipo sociológico-jurídico que sostiene que las diferencias entre
    hombres y mujeres responden a una estructura cultural, social y psicológica y
    no a condiciones biológicas; así que, si habláramos de “baños con
    perspectiva de género”, estos debieran ser exactamente iguales, ya que,
    como dije, si las diferencias entre hombres y mujeres son aprendidas, el que
    nos tardáramos más en el baño es cosa nuestra, no de los hombres.

     

    No sé, pero es que yo no me siento discriminada
    porque haya el mismo número de tazas del baño para hombres y mujeres!; espero no se mal interpreten
    mis palabras, pero lo que busca esta crítica es promover el uso apropiado del
    lenguaje ante lo delicado del tema; porque esto es como Pedro y el lobo, si
    siempre decimos que hay discriminación, cuando en realidad haya, no se nos va a
    poner atención.

  • Nina Izábal dice:

    Hola, 

    Me parece súper interesante tu entrada y el ejemplo es muy claro. Somos diferentes. Que haya la misma infraestructura no nos hace iguales. Cuando se proyectan espacios se usa la escala humana, definida por la escala-hombre (no quiero sonar muy feminista, pero asi se define, de hecho). Pero en general se limita a una medida longitudinal. Es verdad, hay una construcción del espacio que no contempla los problemas de las mujeres. Y podríamos entrar al debate de los cambia pañales o los tacones como una forma de dominación masculina, etc…  Si bien hay influencia de género, también hay chicas a las que les gusta usar tacones. Y otras que van con sus hijos por la razón que sea. El punto es que podemos hacerlo. Somos “multitasking”. El punto no es ese. Pero no me parece que vaya hacia allá el debate o que se haya plasmado en la entrada. El punto es que las dinámicas sociales de los hombres y las mujeres son diferentes y hay estudios que lo comprueban (sobretodo estudios españoles). Las mujeres se mueven en un área significativamente más pequeña que los hombres, por ejemplo. Por sus dinámicas de trabajo y hogar, es un área que no se separa mucho. Tienen que tener las cosas más cerca, no recorren tan grandes distancias como los hombres, por ejemplo. No es mi percepción, repito, hay estudios que lo dicen*. De hecho el término “habilidad espacial” se acuñó para explicarlo: el grado en que cada uno percibe la realidad espacial dada por edad y género, por ejemplo. 

    Eso es ver la ciudad con una perspectiva de género: darse cuenta que la vivimos diferente y que somos diferentes. Con los mismos derechos, claro. Iniciando con que somos físicamente diferentes… Y eso es lo que a mi me queda claro de tu entrada tan atinadamente hecha y con un ejemplo bastante claro, obvio y neutral.

    ¡¡Felicidades!! 

    Nina Izábal

    *en cuanto a edad y género y la influencia en la configuración y proyección de los espacios: autores como Katz y Monk; Everitt, Gilmarin y Patton, Self, García Ballesteros y Bosque Sendra, entre otros. 

  • Nina Izábal dice:

    Hola, 

    Me parece súper interesante tu entrada y el ejemplo es muy claro. Somos diferentes. Que haya la misma infraestructura no nos hace iguales. Cuando se proyectan espacios se usa la escala humana, definida por la escala-hombre (no quiero sonar muy feminista, pero asi se define, de hecho). Pero en general se limita a una medida longitudinal. Es verdad, hay una construcción del espacio que no contempla los problemas de las mujeres. Y podríamos entrar al debate de los cambia pañales o los tacones como una forma de dominación masculina, etc…  Si bien hay influencia de género, también hay chicas a las que les gusta usar tacones. Y otras que van con sus hijos por la razón que sea. El punto es que podemos hacerlo. Somos “multitasking”. El punto no es ese. Pero no me parece que vaya hacia allá el debate o que se haya plasmado en la entrada. El punto es que las dinámicas sociales de los hombres y las mujeres son diferentes y hay estudios que lo comprueban (sobretodo estudios españoles). Las mujeres se mueven en un área significativamente más pequeña que los hombres, por ejemplo. Por sus dinámicas de trabajo y hogar, es un área que no se separa mucho. Tienen que tener las cosas más cerca, no recorren tan grandes distancias como los hombres, por ejemplo. No es mi percepción, repito, hay estudios que lo dicen*. De hecho el término “habilidad espacial” se acuñó para explicarlo: el grado en que cada uno percibe la realidad espacial dada por edad y género, por ejemplo. 

    Eso es ver la ciudad con una perspectiva de género: darse cuenta que la vivimos diferente y que somos diferentes. Con los mismos derechos, claro. Iniciando con que somos físicamente diferentes… Y eso es lo que a mi me queda claro de tu entrada tan atinadamente hecha y con un ejemplo bastante claro, obvio y neutral.

    ¡¡Felicidades!! 

    Nina Izábal

    *en cuanto a edad y género y la influencia en la configuración y proyección de los espacios: autores como Katz y Monk; Everitt, Gilmarin y Patton, Self, García Ballesteros y Bosque Sendra, entre otros. 

  • Buen artículo.
    Me afilio a la idea de replantear los espacios públicos superando el ángulo androcéntrico. 

  • Tlaloc_3186 dice:

    muy buen artículo. saludos desde Maco Restaurante!!! Los trabajadores lo leímos en colectivo. desde Qurétaro, México. 

  • Natalia RH dice:

    Querido Tlaloc_3186,
    Gracias por leer el texto y dejar el comentario. Es muy emocionante y gratificante saber que han leído el artículo en colectivo. Gracias. Ojalá podamos coincidir en el restaurante algún día, en alguna visita a Querétaro. Esperamos encontrarte de vuelta por nuestras páginas en los siguientes números. 
    Saludos desde el DF, de todo el equipo de Distintas Latitudes. 

    Natalia RH  

  • Pipe dice:

    Hola Natalia,
     
    es la primera vez que entro a esta pagina y me dio gusto ver un articulo tuyo; me parecio muy bueno tu texto. Te dejo una imagen de mingitorios publicos en Holanda como un ejemplo de las politicas publicas de genero de las que hablas:
     
    http://www.flickr.com/photos/ceronne/404000037/
     
    Un abrazo!
     
    Pipe.-
     
    (mensaje sin acentos)

  • rodrigo dice:

    Y eso mismo es la perspectiva de género, ¿no? A mi como hombre nunca me dijeron de niño que me tocaba cambiar pañales, por lo tanto no suelo pensar en ello, por lo tanto cuando no veo áreas para hacerlo en los baños en los que entro nunca pienso que eso puede ser un problema, y cuando diseño los baños de un edificio nunca se me ocurre ponerlas.

    A ti sí te lo dijeron, y no me sorprendería si me dijeras que tú te dabas cuenta si en los baños a los que entrabas había o no áreas para cambiar pañales desde antes de tener hijos.

    Y entonces lo personal es político, por que ese fijarse o no, a partir de lo que nos pasó de pequeños, cambia la perspectiva que tendríamos al, por ejemplo, leer el artículo en el periódico sobre la legisladora que propone que, por ley, todos los baños tengan esas áreas. Tú piensas “¡sí!” aunque no tengas hijos, por que estás contemplando “cuando te toque”. Yo pienso “¿no es mucho gasto?” por que nunca vi, mientras crecía, a alguien luchando con un bebé apestosito en un baño sin ellas.

    O bueno, eso creo 🙂

  • Colectivo Rosaura Cedillo dice:

    Me parece que éste es uno de los artículos más divertidos y con mayor reflexión en cosas de la vida cotidiana de toda la revista. En Nicaragua a pesar de que se supone gobierna la izquierda la discusión de género en las políticas públicas ha sido siempre muy dejada de lado. Este tipo de textos nos sirven para impulsarla de manera clara y sencilla entre mujeres y hombres sumados a la causa. 

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