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Por Lilián López Camberos

Hay un único tema, en los últimos meses, que permanece inalterable en el juicio de cada mexicano: la crisis inminente. Un fantasma recorre el país (el continente, el mundo): el fantasma del desempleo. El tema, incómodo, permea de formas sutiles y inquietantes la atmósfera general. Sabemos que está ahí, no podemos tocarlo, pero su materialidad ya nos ha alcanzado. Y es más peligroso en tanto que la única certeza con la que contamos… es que se pondrá peor.

La magia del desempleo

¿Cuál es el escenario exacto? El peso mexicano se ha devaluado 40% frente al dólar[1], cuyo valor es decididamente indescifrable. Sin un respaldo en oro, gracias al adecuado manejo de Alan Greenspan en la Reserva Federal de Estados Unidos, el papel moneda tiene el mismo valor que un pedazo de papel con un poema impreso: es nostálgico, sí, y puede que hasta un poco apreciable de manera simbólica, pero ha dejado de regir el mundo. Estamos solos, en medio de la especulación, y frente a nosotros (el mundo, los jóvenes, las artes, la humanidad) se abre un panorama elusivo por cuanto de él no podemos concluir ni anticipar nada.

Los medios lo mencionan, con recelo, pese a que la catástrofe es inminente. Los mexicanos recordamos con cierta parsimonia la crisis de 1994, y tememos una inflación similar. Por lo pronto, el desempleo ha dejado de ser una idea platónica y se ha instituido como realidad emergente. Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi), el número de mexicanos desocupados asciende a más de 2 millones; el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), por su lado, arroja cifras sobre los empleos perdidos: más de 400 mil en el último trimestre de 2008. Contrario a otros índices, estadísticas frías que solíamos ver con indiferencia en la pantalla de la televisión, esta vez todos hemos asistido de primera mano al espectáculo del desempleo.

Los que hemos logrado conservar nuestros puestos tenemos boletos de primera fila para la función de los despidos masivos de colegas, elementos prescindibles que la empresa u organización ha decidido despachar en pos del ahorro. Y, en lugar de congratularnos por la suerte, somos víctimas de la magia de más por menos: menos hacemos el trabajo que antes hacíamos más. Menos tomamos las responsabilidades de los que se fueron, sin ninguna compensación aparente, salvo el alivio de aún tener una fuente de ingresos.

Negación, un mal patriótico

Cuando la crisis inmobiliaria en Estados Unidos demostró tener la capacidad de trascender las fronteras, con toda justicia, los oportunos defensores fiscales del país declararon, sin asomo de culpa, que el catarrito no le pegaría a México[2]. De bruces con los resultados, el secretario de Hacienda, Agustín Carstens, lanzó otro dato que no pretendía ser esperanzador, pero tampoco catastrofista: el crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) sería de 0%[3].

Felipe Calderón, presidente de México, no ha tomado acciones conclusivas. Como una especie de paliativo incomprensible, insiste en que no pasa nada. Tal vez para que la población no se abandone al pánico, tal vez para convencerse un poco a sí mismo de que todo está bajo control, lo cierto es que los mexicanos no nos atrevemos a comprender que la crisis económica es un iceberg del que apenas hemos conocido un anticipo benigno. Se resiente, innegablemente, pero con el vértigo de lo desconocido, como si la nación entera estuviera de puntillas frente a un volcán y apenas alcanzara a comprender el abismo en el que está a punto de caer.

Hace un par de meses, la cadena televisiva más poderosa del país transmitió un spot que, por lo menos, nos dejó fríos. En él, varias estrellas de la pantalla chica nos impelían a no tener miedo. Una de ellas, quien hace algunos años pasó una temporada en la cárcel y estuvo acusada de complicidad en tráfico de blancas, concluía que debíamos levantarnos al día siguiente y trabajar. ¿Miedo? ¿Por qué? Si trabajar era lo que habíamos hecho toda nuestra vida. Olvidó agregar que dicho trabajo, similar a la tortura de Sísifo, no era sino una sucesión monótona de pequeñas luchas contra la inanición, que no tenían una conclusión definida: la lucha se perpetuaría en círculos concéntricos, hasta que el despido o la muerte lo impidiera.

La crisis, un cambio de panorama, tampoco erradicaría esta realidad. Antes al contrario, la haría más penosa pero digna, porque tener trabajo es ya de hecho el mayor regalo que el gobierno puede asegurarnos.

La realidad es que el salario es intercambiado por los bienes básicos, pero no dignifica. Sin embargo, como presos de campos de concentración, somos testigos de la simbología oculta del aparato mediático. Con otras palabras, con más colores, sin la vena poética, escuchamos día y noche: “el trabajo dignifica y os hará libres”.

Sobre la especulación no hay garantía

Así como la crisis financiera fue provocada, en gran parte, por las prácticas agiotistas de algunos genios de Wall Street, el futuro financiero de México es también hipotético. Se sustenta en las probabilidades, del mismo modo que la mano invisible del mercado sostuvo el dinero que no se tenía y los créditos que jamás debieron otorgarse.

Por lo menos, una cosa es segura: no habrá crecimiento ni recuperación en 2 años. Los más optimistas pronostican que el peso mexicano se recuperará en el 2010, en el 2011.

La parálisis no se resentirá sólo en el desempleo, que ya es evidente, sino en un volumen de producción menor, un crecimiento nulo y, lo más terrorífico, la abrupta supresión de las remesas provenientes de Estados Unidos.

Desocupados, los paisanos regresarán con las manos vacías. No podrán integrarse a la fuerza de trabajo mexicana, y con esta medida cortarán de tajo con la segunda fuente de ingresos del país.

¿Culpables? Los hay. Se remontan décadas atrás. La crisis es esa enorme bola de nieve que todos ignoraron cuando apenas se formaba. Diversos factores la originaron por principio, pero no cabe duda que también hay medidas que pueden amortiguar sus efectos: una economía sólida, basada en decisiones fuertes de quienes dirigen el país, que se vuelque hacia dentro. Una economía que se sostenga por sí sola, no amparada en el milagro del oro negro que es el petróleo, sino en una recuperación e impulso de sus sectores comercial, industrial y agrícola.

Sin abundar en la privatización del petróleo, que sería aún más perjudicial que la privatización de la banca en el sexenio de Salinas de Gortari, las medidas aplicadas para la recesión en México deberían estar fraguándose ya. El país no puede tolerar (ni siquiera sobrevivir) otro “error de diciembre”, ni afectar a países vecinos con un “efecto tequila” –que, dadas las circunstancias, debería rebautizarse como “efecto hot-dog”, en honor a su orgulloso origen gringo.

El futuro –el llano futuro, el que abarca todos los aspectos además del económico– pende de una cuerda muy tensa. El mismo material que originó la crisis, el aire, es del que está compuesta la economía mexicana: una conjetura de principio a fin.

Índice de imágenes:

  1. “Sobrevaluados”, por Hernández. La Jornada. 3 de marzo de 2009.
  2. Agustín Carstens, secretario de Hacienda, en la XIX Convención del Mercado de Valores, nota por El Economista. Fuente: Notimex.
  3. Felipe Calderón Hinojosa, presidente de México. Imagen de la Secretaría de Relaciones Exteriores.

[1] Nota de La Jornada, 3 de marzo de 2009. Consultar en http://www.jornada.unam.mx/2009/03/03/index.php?section=economia&article=020n1eco

[2] Nota de El Universal, 7 de febrero de 2008. Consultar en http://www.el-universal.com.mx/notas/480345.html.

[3] Nota de El Informador, 9 de enero de 2009. Consultar en http://www2.informador.com.mx/economia/2009/68858/6/crecimiento-cero-en-2009-reconoce-agustin-carstens.html

Lilián López Camberos

1986. Ciudad de México. Periodista, editora, redactora y correctora de estilo freelance. Estudié periodismo en la Universidad Autónoma de Querétaro y fui becaria del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes en la categoría de cuento durante el periodo 2009-2010.

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