Conocí al Chile de los setenta gracias a las canciones de protesta de Violeta Parra. No muchos argentinos saben que Violeta es la poesía detrás de las melodías de algunas de las canciones más lindas de la negra Mercedes Sosa. Canciones como “Me gustan los estudiantes” me pintaban a una generación de idealistas que me hervían la sangre y creaban en mí un espíritu menos conformista, más combativo. Cuando hace unos meses estallaron las primeras protestas de estudiantes chilenos por una educación universitaria pública y gratuita, no pude sino recordar aquellas estrofas de Violeta y desear que algún estudiante las rasgase en la guitarra: “Que vivan los estudiantes/ jardín de las alegrías./ Son aves que no se asustan / de animal ni policía, / y no le asustan las balas/ ni el ladrar de la jauría”.
No fueron pocos los que se sorprendieron al enterarse de que Chile, ese alumno destacado en Latinoamérica, se enfrentaba por primera vez al problema de la educación pública universitaria. Para cualquier argentino la educación pública es un derecho de nacimiento, incuestionable por políticos de cualquier color y procedencia ideológica. Y es que en este país la educación nunca fue entendida, históricamente, como un bien de consumo. Inclusive bajo el estigma de recortes presupuestarios de administraciones más austeras, cualquier argentino nace con la seguridad de que el Estado estará allí para ocuparse de su educación y que será pública y gratuita, del jardín maternal al posgrado. Según datos oficiales, hoy se invierte a nivel nacional 6.47% del Producto Interno Bruto (PIB), un presupuesto que permitió crear más de 700 escuelas en los últimos años.
¿Es suficiente? Nunca lo es. Latinoamérica es la región más desigual del planeta. A pesar de que en el país existe la posibilidad de acceder a la educación pública y gratuita y que programas asistencialistas como la Asignación Universal por Hijo (gracias al cual cada chico de menos de 18 años que estudie en escuela pública recibe 180 pesos por mes) o el más ambicioso Conectar Igualdad (“una netbook para cada alumno y docente de escuelas secundarias del país”, reza el slogan) estimulan a que familias pobres integren a sus hijos al sistema educativo, no todos los chicos argentinos están hoy sentados mirando un pizarrón. Aunque contamos con prestigiosos profesionales, sólo 12% de la población tiene un título universitario.
Para que esos números cambien se necesitan más políticas de integración y una inversión a nivel nacional y provincial en infraestructura y salarios. La intención del gobierno kirchnerista de hacer hincapié en la ciencia y en las escuelas industriales y técnicas es un buen paso pero falta, todavía, integrar políticas regionales a un esquema más amplio. Aunque la universidad pública es gratuita, son las clases medias y altas las que tienen acceso a los claustros. No hay universalidad en el acceso porque estamos lejos de la igualdad de oportunidades. Hace 150 años que en argentina se discute qué educación queremos y cómo la queremos. Enhorabuena que en Chile haya comenzado el debate.
Donde hay una necesidad hay un derecho
La educación pública y gratuita en la Argentina nació antes de 1880. La Universidad Nacional de Córdoba, por ejemplo, fue la primera del país, erguida en 1610 por la Compañía de Jesús. En el país como en prácticamente toda América Latina, las universidades nacieron ligadas a la educación cristiana, y fue hasta el Siglo XIX cuando el laicismo de la generación del 80 puso a la educación pública, gratuita y obligatoria como prioridad de Estado.
La inmigración fue crucial. Durante la segunda parte del siglo XIX la llegada a la Argentina de mano de obra europea, principalmente de italianos y españoles, puso al naciente Estado argentino en una encrucijada: ¿cómo crear en este grupo de trabajadores sin patria un sentimiento de pertenencia? El plan fue homogeneizar a esta población inmigrante a través de dos mecanismos de absorción cultural: la escuela pública y el servicio militar obligatorio. Desde las aulas se les enseñaba a los hijos de inmigrantes sobre la historia oficial de los próceres argentinos. Las imágenes del General San Martín cruzando los Andes para liberar a los pueblos latinoamericanos del flagelo de dominio español o las de Manuel Belgrano creando la bandera argentina a orillas del Paraná se repetían en los manuales escolares primarios. El ejército también servía para el mismo fin: la lealtad, el escudo, el himno, todo ayudaba a crear un sentimiento nacional. La homogeneidad era, en realidad, lo que tenía en mente esa primera generación de “presidentes fundadores”, como los llaman los historiadores: Bartolomé Mitre, Domingo Faustino Sarmiento y Nicolás Avellaneda.
De 1862 a 1880 se sentaron las bases sobre las que el presidente Julio Argentino Roca y el Partido Autonomista Nacional (PAN) se pararían para separar aún más a la iglesia de su participación en la educación nacional. En 1884 se sancionó la Ley 1420 de Educación Común que estableció el carácter obligatorio, estatal y laico de la educación. Al darle más atribuciones al Estado, los liberales del 80 pensaban que se fortalecerían las instituciones republicanas. La contradicción estaba en la esencia misma del PAN: el juego político era restrictivo y, al no existir todavía una ley que regulase el voto, las escenas de fraude perpetuaban a una elite económica y política en el poder. Aquellos hijos de inmigrantes, fortalecidos por la educación pública de instituciones como el Colegio Nacional o la Universidad de Buenos Aires (UBA), querían también formar parte del juego político.
Sólo así se puede entender el nacimiento de la Unión Cívica Radical, que junto con el peronismo fue uno de los dos partidos de masas más emblemáticos del siglo XX argentino. La creciente escolarización y la estabilidad del empleo estatal había germinado en los jóvenes de Buenos Aires el entusiasmo por la participación política. De hecho, el rechazo de los líderes políticos de entonces, Leandro N. Alem e Hipolito Yrigoyen, al fraude del PAN llevó a la sanción de la Ley Saenz Peña en 1912, que estableció el voto universal (para los hombres), secreto y obligatorio.
Hacia 1918, la reforma universitaria nacida en Córdoba con la toma de los estudiantes de la sede universitaria le valió a las universidades nacionales su autonomía. Desde ese día y hasta hoy los estudiantes gozan del cogobierno universitario y la titularidad de las cátedras, periódicas, también son por concurso.
El desarrollismo del presidente Arturo Frondizi lo llevó a impulsar, en la década de 1960, la ley que permitió a la Iglesia Católica y a otras instituciones a abrir universidades privadas. La primera de éstas fue la Universidad Católica Argentina (UCA) pero otras como la Universidad de Belgrano y la Universidad del Salvador le siguieron.
Las noches trágicas de la educación en Argentina
Fueron dos las grandes tragedias que sufrió la educación universitaria durante el siglo XX y las dos se desarrollaron durante gobiernos de facto. “La noche de los bastones largos” ocurrida en 1966 durante el gobierno del presidente y Teniente General Juan Carlos Onganía fue una de ellas; “La noche de los lápices”, durante el Proceso de Reorganización Nacional en la década del 70 fue otra.
“La noche de los bastones largos” significó la ruptura de muchas de las victorias de la Reforma Universitaria de 1918. Temiendo que en las facultades de la UBA se encontrasen “elementos disruptivos del orden”, el presidente Onganía promulgó una ley en donde rompía con la autonomía de las universidades nacionales y las ponía, por primera vez, bajo la órbita del Ministerio de Educación. Se rompía, también, el co-gobierno de estudiantes, graduados y profesores. Temiendo una intervención, casi 300 personas se agruparon para defender a la universidad y fueron desalojadas a los golpes por la Policía Federal. Después de este episodio se dio el fenómeno de “fuga de cerebros”, un exilio auto-impuesto de intelectuales y científicos argentinos que significó una pérdida enorme de capital humano para el país.
La historia de “La noche de los lápices”, sucedida en 1976, es aún más terrible. Hay que mencionar que de 1976 a 1982 Argentina estuvo gobernada por juntas militares, de donde nació el Proceso de Reorganización Nacional, proyecto que se propuso limpiar el país de elementos subversivos al orden, ideológicamente de izquierda. Así, el 16 de septiembre de 1976 un grupo de chicos de la ciudad bonaerense de La Plata que exigían la puesta en marcha del “boleto estudiantil” -que suponía un descuento en los viajes en colectivo para los estudiantes- fueron secuestrados por el Estado, torturados, violados y asesinados. En ese periodo lo mismo ocurrió con otros 30.000 argentinos, muchos de los cuales permanecen desaparecidos.
Terminadas las juntas militares y de vuelta a los gobiernos civiles, paradójicamente los noventa significaron una reducción del rol del Estado en la educación. El abandono a mano de las provincias de las escuelas significó graves problemas en infraestructura y conflictos salariales. Fue famoso el acampe de docentes en una “carpa blanca” frente al Congreso de La Nación para exigir la promulgación de la ley de Financiamiento Educativo, que les otorgaría 600 millones para invertir en escuelas, programas y sueldos. Acamparon allí durante dos años y la lucha significó la derogación de la ley Federal de Educación, controvertida en aquellos años.
Educación argentina hoy
Después de años de terapia intensiva, de presupuestos de educación subejecutados, hoy Argentina vive, a nivel nacional, un aumento en el gasto educativo. El programa del gobierno “Conectar Igualdad” permite a los alumnos de escuelas públicas remotas su primer acceso a una netbook y –seguramente- a internet. Nuevas y mejores maneras de aprender, mediados por la tecnología, están siendo implementadas por maestros y profesores. Pero la realidad de las provincias, de quienes dependen los salarios de los profesores y la infraestructura educativa en su mayoría, sigue siendo preocupante. Las tomas de colegios por parte de alumnos enojados por los problemas edilicios y las huelgas docentes por salarios bajos se han convertido en eventos tristemente recurrentes. Otro dato de preocupación: a pesar de que existen “focos” de calidad como el Colegio Nacional de Buenos Aires, la educación secundaria pública no llega todavía a la altura de establecimientos educativos privados.
Eva Perón hizo famosa la frase “donde hay una necesidad hay un derecho”. En el caso de la Argentina como en el de Chile – como en todas nuestras repúblicas latinoamericanas- la educación sigue siendo un bien precioso y preciso para arañar la salida de nuestra dependencia. La educación no puede ser entendida como un bien de consumo, algo a lo que tienen acceso sólo aquellos que puedan pagarlo, sino una herramienta invalorable para salir de la marginalidad y para aprender a pensar nuestro lugar en el mundo. La necesidad está allí, en los acampes en Santiago, en las aulas tomadas de Buenos Aires, en las salas humildes del Ecuador profundo. Y es que los jóvenes sobre los que cantaba Violeta Parra lo entienden bien: el derecho a la educación no se vende, se defiende.
Querida Flor, me ha gustado mucho este recuento histórico. Me permitió no sólo aprender bastante del pasado político argentino, sino entender mejor la lucha que se sigue desde Chile a este respecto, lucha que cada vez estoy más convencida debería darse en cada uno de nuestros países. Felicidades por contarnos esta historia a todos los [email protected] de la revista. Y bueno, finalmente algo que me ha llamado la atención es lo siguiente: pese destinar casi 6.5% del gasto en educación, veo que existen aún problemas de cobertura, calidad y terminación profesional muy similares a varios países de la región. Otro punto: en México se destina menos de 4% del presupuesto federal a educación y casi siempre se aduce que el principal obstáculo para mejorar nuestro sistema educativo es el sindicato nacional de maestros, un ente político poderosísimo que vela primero por sus intereses antes que por los de la educación. Así que pregunto: en Argentina, cuando se habla de las deficiencias educativas, ¿qué o quién aparece como el principal responsable?
Con respeto a María Florencia –que escribe un honesto y detallado artículo–, cabría mencionar la situación real de las escuelas más allá de “los programas” en folletos y propaganda. Como periodista, como docente sobre todo, creo que habríamos de acertar si recorremos algunas escuelas y conocemos las situaciones singulares que, colándose detrás de las sombras, escapan a la generalidad siempre más vaga.
Por otra parte, sería bueno repasar el discurso privatista de amplios sectores de la sociedad que buscan acabar con el “libertinaje” de la educación gratuita para todos. Otros piden arancelar la UBA, algunos menos “cobrar para que no haya vagos malgastando recursos”. Uno de los que van por ello, con algunas metidas de pata y varios negociados, es Macri. Pero también los hay, en funciones menores o más apagadas, en el Ministerio de Educación Nacional. Y, claro, hay por miles en los ministerios municipales, provinciales y demás.
Es un buen comienzo este artículo, creo que debiera profundizarse la búsqueda. Me gusta tu camino, María. Jordy, en Argentina se culpa mucho a la pobreza –así, a secas y sin decir de dónde sale–. También se cuestiona a docentes y, claro, a los alumnos a los que “no les importa nada y solo van a la escuela por el plan social”. Estigmas hay miles, pero soluciones de fondo pocas. Parches que no funcionan del todo –la AUH es miserable y la netbook ocasional y mal implementado a nivel técnico y pedagógico sobre todo–. La culpa es genérica, pero aún no logran rebatir la gratuidad y universalidad de la escuela. Este lema, a pesar de permanecer, oculta las diferencias entre la calidad y recursos de las escuelas públicas entre sí –no ya con las privadas–. Somos un país abanico, mirando a la Capital. Proveyéndola y dotándola de lo mejor. Hay escuelas públicas excelentes, buenas, regulares, malas y nulas. En general, el acceso a las mejores está vedado a las clases populares. No es un dato menor.
Un abrazo,
Brian Majlin.
La tuya es una opinión que no comparto. No pienso que conectar igualdad sea una medida populista. Como docente pude ver cómo estas netbooks cambiaron la manera en la que muchos chicos entienden ir al colegio. Tengo amigos que se dedican a recorrer el país para configurarlas y entregarlas y de sus testimonios recojo, en serio, la importancia de este programa. Tampoco pienso que la AUH sea una medida miserable. Sí coincido en que la condición macrocefalica de Buenos Aires les resta a las provincias y que el ingreso a las mejores escuelas públicas es restrictivo para con las clases populares.
Esta es mi opinión, claro, sobre algunas medidas que, intuyo, van por la dirección correcta. No pretendo con esto decir que no existen problemas o que lo que se está haciendo es suficiente. Claro que hay que mejorar el acceso, el salario, la infraestructura. Claro que en Capital Federal los chicos de colegios del sur tienen que tener las mismas condiciones que los del norte. Es que finalmente creo con mucha fuerza que la educación no puede entenderse por separado sino como parte de un sistema en el que existe la desigualdad –y la desigualdad grosa- y mientras existan esas condiciones siempre existirán problemas para garantizar la igualdad de oportunidades.
Florencia, no dije jamás que fuera una medida populista. De todas formas, populistas pueden ser los gobiernos, no las medidas. Y ni siquiera creo que sea una categoría interesante para analizar al kirchnerismo.
Vos sí decís que es asistencialista. Y la AUH no es miserable, sino el monto inconexo con la realidad que vive la sociedad argentina. No el plan, sino los 220 pesos actuales. Se destina un mínimo presupuesto a este plan y un máximo presupuesto a pagar deuda usuraria y ridículamente contraída con el extranjero. Eso dije.
Contar con netbooks es muy importante, pero su implementación tiene múltiples fallas. ¿Eso inhabilita el programa? Jamás. ¿Se puede analizar otras aristas? Claro, y sería bueno para mejorarlo y que caiga en ser una buena idea con un pésimo resultado.
La poca formación en materia de utilización pedagógica de las netbooks afecta a la mayoría de sus beneficiarios. Los docentes no tenemos ni mocha idea de qué hacer con ellas y tampoco nos capacitan seriamente. Los pibes saben más, aprenden rápido y, muchas veces, acaban jugando con las compus. ¿Es malo eso? No, pero no acaba con los desajustes educativos.
Hay muchas cosas más importantes que recibir una netbook. Ajustar planes, repensar enfoques, trastocar normalidades oxidadas. Una vez más, ésto no inhabilita lo positivo del plan Conectar Igualdad, sino que lo pone en una balanza que vaya más allá del binomio “bueno/malo”.
Creer que la educación iguala oportunidades es un craso error. Claro que es una opinión a discutir, no una sentencia definitiva. La escuela no iguala, sino que profundiza la desigualdad. Ocurre por múltiples factores y lo teorizaron innumerables y más inteligentes teóricos. Solo me planteo que, aún en la desigualdad que tenemos, hay cosas más urgentes que las netbooks o que debieran hacerse complementari y suplementariamente..
Ni siquiera es una discusión sobre políticos, sino sobre políticas.
Saludos.
Brian
¿Te parece, Brian? A mi lo que me resulta sorprenden es cómo la izquierda en este país carece de perspectiva histórica. Este texto un poco tiene que ver con eso: mirá lo mal que la pasamos, mirá lo bueno que se hizo en estos años, mirá la bola que se le da a algunas cosas que antes eran menospreciadas por el Estado. No estoy de acuerdo con la no efectividad de las netbooks– existen regiones en donde la implementación es más exitosa que en otras pero conozco casos especificos de docentes que han hecho un uso espectacular de las nuevas herramientas digitales. Todo el proyecto Educ.ar en manos del kirchnerismo ha sido positivo, también.
Pero, en definitiva, hablas desde la perspectiva de un tipo inconforme. La mia es otra, querido. No pienso que no existan problemas grosos pero se está haciendo algo para remediarlos. Después de remar mucho para el lado contrario, el Estado le da un lugar más importante a la educación. Podemos debatir toda la vida sobre si se debe pagar o no la deuda y destinar esos recursos a áreas fundamentales, olvidadas. Seguro que sí. En lo personal, me entusiasman mucho estas propuestas y me hacen pensar en la posibilidad de una educación pública y de calidad para todos.
Pero claro, siempre inconforme aunque prefiero llamarlo disconformidad. No es que no me alcance lo hecho, sino que lo considero negativo en muchos aspectos.
Vengo de dar clases en escuelas semi rurales de Florencio Varela esta mañana –no Jujuy eh, es acá a 40 minutos del Obelisco–, y la situación dista de “haber mejorado mucho”. No quita lo hecho, sino que lo pone en perspectiva ampliada. Hoy justo les llegaban las netbooks y veían cómo usarlas. Las tienen en una comisaría. No sabían cómo aplicarlo 100%. Me pareció fabuloso que tuvieran esa posibilidad. Faltaban puertas, sillas, mesas. Todo destrozado. Docentes muy voluntariosos y mal formados con pensamientos de tipo: “Estos pibes no sirven para nada”. No sé cómo se puede defender tanto una netbook frente a eso. No es malo, ya lo dije, es insuficiente a veces, insulso otras veces.
Después hablás de la izquierda, de la deuda y no se qué más. Tengo perspectiva histórica y la tiene también un amplio sector de compañeros combativos de izquierda, centro izquierda, peronistas, etc. Sería una necedad creer que la perspectiva histórica nace y muere en el kirchnerismo. Hacer críticas o exigir modificaciones profundas y de raíz no va en contra de ningún análisis amplio.
Es válido que te entusiasmen las propuestas, pero eso no debiera ser impedimento para poder aceptar una lectura crítica sin descalificarla. No importa, siquiera, si yo soy inconforme, disconforme, izquierdista, chicato o lo que fuere. Te conté impresiones, críticas fundadas, lecturas diversas. Podés tomarlo y repensar lo que planteo o asumir la postura de que todo iba mal hasta que los salvadores llegaron. Es un poco “olvidadizo” para con los que lucharon siempre por mejorar la realidad.
Saludos!
Brian
Es que yo nunca dije que fuese suficiente! Digo que son medidas en una dirección correcta. Y es una lastima que no puedas contextualizar. Porque de hecho en el texto aparecen los grandes desafios, la cagada que implica que las provincias se tengan que valer solas, la desgracia que significó para los docentes los 90, la mierda de la infraestructura y de las diferencias entre la educación pública y privada. Pero bueno, eso también es necedad. Yo me acuerdo de las carpas blancas, me acuerdo de las marchas docentes, me acuerdo de las tomas de colegios, y pienso, bueno, algo se ha hecho. No dije nunca que ese algo fuese suficiente, querido, pero conectar igualdad es importante y acortar la brecha digital es groso. No es solamente para las fotos. Ahora, ¿es suficiente? No, y tenés razón en lo que planteas sobre el staff docente y tenés razón sobre lo edilicio y el Estado tiene que estar ahí para invertir en eso. Falta y hay que luchar para que llegue. Y hay que luchar para que el empleo sea digno y los parches asistencialistas no sean necesarios.
Ahora, la diferencia entre vos y yo es que recuerdo y pienso que un mayor gasto en educación y ciencia no puede ser del todo malo considerando lo poco que se ha hecho en los últimos 50 años. Pero bueno, no estiremos más esta discusión que se ve a las claras que estamos en lados opuestos del debate y ya estamos repitiendo argumentos.
Leer esto después de siete años es muy triste. Brian cuestionaba las medidas tomadas en ese momento y ahora resulta que todo se fue para atrás y parece ser que Brian ya no tiene nada que decir. Y lo más triste es que gente de izquierda llamó a votar en blanco y fue funcional a este neoliberalismo que nos está matando. Muy triste leer esto después que las cartas han quedado sobre la mesa y los críticos de antaño no aparecen…