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Por: Nathalie Ríos

Nueva York, Estados Unidos.-En una de noche otoño en la que el frío no había sido tan cruel, se vivió una fiesta de republicanos y también el funeral de las ilusiones demócratas.

Eran las 8:16 p.m. El Rockefeller Center, convertido en Democracy Plaza, estaba decorado con 192 banderas que no bailaron con el viento y sobre el gran edificio se proyectaron los colores de la bandera norteamericana. La escultura dorada encima de la entrada al edificio tiene los rostros de tres hombres con expresión de asombro. Aunque fuera extraño, parecía que estuvieran viendo lo que pasaba en el recinto.

Entre un centenar de personas estaban Tonato Velez y Evilin Rodríguez, dos latinos que conversaban acerca de los resultados de las elecciones. Él, abogado que vestía una camisa de hilo y una corbata con la bandera de Estados Unidos de América, un bléiser rojo, en los puños llevaba mancuernas de brillantes burritos demócratas color plateado, rojo y azul. Evilin, por su parte, es una mujer sencilla que llevaba un gran abrigo oscuro, al igual que los demás espectadores.

“Los latinos son importantes en estas elecciones y Trump nos atacó desde el principio. Esperemos que no gane” dijo Tonato. “Yo tengo como miedo…”, dijo Evilin, que trabaja en un periódico local. Cruzó los brazos, frunció el ceño e hizo un gesto con su boca. Entre su conversación llegaban a la conclusión que en estas votaciones se estaba jugando el derecho a  la no discriminación de inmigrantes latinos e incluso musulmanes.

9:14 p.m. El ensordecedor ruido de los carros de bomberos, de policías y una ambulancia se escuchó sobre la sexta avenida con 50 street. Los jóvenes que apoyaban a Donald Trump se callaron por un momento hasta que pasaron los vehículos.

Justo al frente del Hotel Hilton donde el magnate dio su último discurso como candidato, se encontraba Digna Esperanza, la única en el lugar que hablaba español como lengua materna. “Los latinos lo que se han dedicado (es) a hacer niños para que el gobierno los mantenga. Ojalá cambie con Trump porque él es una persona de trabajo, de negocios y va a generar trabajos”, dijo.
-Los ilegales no saben quiénes son, no pagan el seguro, y eso hace que se suba el valor de los Taxes (impuestos).
-¿Y usted cómo llegó a este país?
-Como turista, pero después puse mis papeles en regla porque mi hermano es ciudadano. Eso es lo primero que hay que hacer.
Narró la señora de 70 años, de piel trigueña, cejas tatuadas, gafas, líneas de expresión marcadas. Ecuatoriana de padres colombianos, dudó en decir su nombre por temor a los fines del este artículo.

La noche también estaba de luto, eran las 3:24 a.m., ya se sabía el veredicto final. No hubo fuegos pirotécnicos en el cubo de cristal del centro de convenciones Jacob Javits, cuartel del Partido Demócrata para la jornada electoral, y como gotas del río Hudson cayeron las lágrimas de algunos adeptos a la campaña de Clinton.

En la mitad del salón principal estaba el podio de madera sobre una alfombra azul y en frente de varias banderas de Estados Unidos. Ese sería el encuadre que ocuparía Hillary Clinton en su último discurso como candidata, pero ella no llegó, el podio quedó sin protagonista.

Únicamente John Podesta, jefe de campaña, se acercó a las 2:00 a.m. con un paso lento al micrófono. El silencio sólo era interrumpido por el sonido de las cámara fotográficas. Explicó que no había mucho por decir después de ver los resultados.

Entre varias mujeres prototipo de belleza americana, estaba una de ojos oscuros, cabello gris, piel mestiza, anteojos, y un traje blanco, que resaltaba por ser latina y ferviente seguidora de la campaña.

Alicia de Jong Davis recogió la banderola blanca con las letras rojas del nombre “Hillary” que ella misma había tejido y exhibido luego de la derrota, pero ella seguía sonriendo y pidiendo a los asistentes que le tomaran una foto frente a ese importante escenario.

Ella, mexicana, desde hacía ocho años había apoyado al Partido Demócrata y en los últimos días le dedicó a esta campaña, de forma voluntaria, más que el tiempo que tenía. Voló desde El Paso, Texas, para acompañar a Clinton y pagó 55 dólares por dormir en un cuarto compartido de una posada en Uptown Manhattan.

“No perdió Hillary, perdió Estados Unidos” decía una y otra vez. Alicia acogió a EEUU como su patria desde los años 70, ciudadana y viuda de un americano.

Aunque ella preveía la situación, insistió hasta el último momento en las posibilidades de victoria del Partido Demócrata, aunque esta vez las estadísticas no estaba a favor.

Hillary se quedó con la mayoría de votos, pero Donald Trump se quedó con la Casa Blanca. Así decretó el sistema electoral.

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Nathalie Ríos es una joven periodista colombiana, con experiencia en el diario El Tiempo y que se encuentra en Estados Unidos, desde donde envió este texto.

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