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Por Sara Carini

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En una entrevista con Tomás Eloy Martínez Augusto Roa Bastos describe sus primeras obras literarias (publicadas como recién exiliado en Buenos Aires) como ejemplos de una literatura de protesta que poco tiempo después dejaría a un lado:

Aquellas primeras obras cumplían ante la literatura una función ancilar. Recuerda que yo vivía en el exilio, desarraigado y desgarrado, sintiendo la necesidad de asumir la voz de los paraguayos que no tenían voz. Creía en el valor del mensaje, en la fuerza de la novela como un revulsivo social. Ahora advierto que me había sometido a una alienación moral al permitir que lo ético prevaleciera sobre lo estético y al aceptar que ese concepto descalibrara mis obras[1].

 

Sin embargo la literatura debe, en opinión de Roa Bastos ser ante todo ética, pero esto no quiere decir que tenga que ser un ‘panfleto’:

 

Cuando compuse El Supremo había dejado ya de ser el cruzado de una literatura militante. Lo que quería entonces era trabajar el texto desde adentro. Me había librado de esa conciencia que parecía estar dictándome los infortunios de la colectividad, y podía dejar que esos infortunios fueran irradiados por la vida misma del texto[2].

 

Cómo indica Mónica Marinone la idea roabastiana de compromiso se basa en una “articulación […] equilibrada entre la percepción crítica y la participación a través de la efectividad de su práctica escrituraria”[3] y por esto se acerca tanto a la idea de literatura de compromiso expuesta por Eco en Opera aperta que a la de ‘literature engagée’ teorizada por Sartre en Qu’est que c’est la litterature[4]. El compromiso tiene que ser la aceptación de los destinos del propio pueblo con el intento de compartir su destino y su crecimiento idea que se aclara también en la idea fundante de manipulación de la palabra que reside en el núcleo de su novela más exitosa, Yo el Supremo.

Desde su publicación en 1974 Yo el Supremo ha sido indicado como uno de los ejemplos más contundentes de novela del dictador; de esta obra se subrayan la importancia de sus novedades formales, de su estructura narrativa y la fuerza de la deconstrucción del sentido mismo de Historia que subyace a toda la novela, toda la novela que gira alrededor del uso y de la concepción de la palabra. La ‘palabra’ y por lo tanto la escritura son, para Roa Bastos, medios mistificadores del mensaje. Cada palabra, por ser el resultado de una decisión arbitraria del hombre es, finalmente, portadora de múltiples significados y perspectivas “otras” sobre la realidad; es, tanto en el lenguaje escrito cómo en el lenguaje oral, sólo una de las posibles interpretaciones de la realidad disponibles. Esta concepción de la palabra, que se puede ampliar a cualquier tipo de comunicación, deriva sobre todo de la voluntad de Roa Bastos de contraponer la palabra escrita a la palabra oral en el intento primario de dejar que la parte guaraní de su identidad pudiera surgir de sus textos. Sin embargo este concepto se encuentra profundizado sobre todo en sus novelas a través de la aplicación de su definición de palabra a categorías universal, como pueden ser la Historia y reconstrucción de la identidad colectiva a través de los textos literarios.

El objetivo de la literatura roabastiana es conseguir que la palabra oral, escondida bajo la estructura escrita del texto, se perciba a través del texto literario. La escritura, como con sus convenciones sobre el lenguaje, mata la parte de discurso oral que contiene la oralidad, afirma su autoridad a través de la codificación del alfabeto e impone la comunicación unívoca, prohibición de la versión alternativa. Se define así como un medio incorrecto que falsea la situación por su subjetividad y falsifica, rompe, encumbra.

En cierto modo el concepto de palabra escrita como elemento arbitrario y por consiguiente subjetivo en ámbito hispanoamericano ofrece un paralelismo con la imposición de la palabra durante la Conquista y el consiguiente uso ‘fetiche’ de la palabra[5] que caracterizará luego toda la sociedad del continente[6]. En Yo el Supremo el acto político de imposición de una Historia Suprema escrita desde y a través del poder del dictador se ve frustrada supuestamente por la existencia de otras voces. El Supremo no consigue reescribir su propia historia y su Circular Perpetua se ve parodiada por las intromisiones del Compilador dentro del texto. Incluso escribir como acto físico se vuelve metáfora de la incoherencia del poder absoluto ya que el dictado del Supremo se ve invalidado por la escritura de su ‘fide-indigno’ secretario Patiño y tampoco controla las posibles lecturas e interpretaciones de la ‘Historia’ que pueden darse dentro de Paraguay (véase el panfleto pegado a la catedral). La imposición de la palabra oficial se demuestra inútil porque además no elimina la memoria hecho que demuestra otra vez la incoherencia de la palabra escrita frente a la palabra oral. Escribir es para el Supremo aplastar todavía más la identidad paraguaya a través de un solo discurso histórico, la persistencia de otros discursos, escritos u orales, atestiguan así la sobrevivencia de una identidad otra que jamás podrá silenciarse.

La estructura y la retórica de Yo el Supremo reconstruyen la historia colectiva de Paraguay pero al mismo tiempo fomentan en el lector una actividad espontánea de reflexión sobre los hechos. “El lector de Yo el Supremo”, dice Roa Bastos, “es un lector experto” quien tiene que elaborar el sentido de la pseudo-escritura del Compilador para concluir con una personal idea de los hechos. La idea de Roa Bastos es estimular Ael lector para que busque su propia perspectiva sobre los hechos históricos y políticos y al mismo tiempo recupere una cierta desconfianza hacia cualquier producción discursiva ‘oficial’. Roa Bastos describe el acto literario como una posibilidad ética para describir la realidad otra y al mismo tiempo describe el acto literario como una actitud independiente, el libro no pertenece al autor luego de su publicación. Para conseguir el objetivo la estructura de Yo el Supremo recalca la dimensión de la historia oficial tanto desde un punto de vista formal como estilístico y temático pero esto actúa como una puesta en acto de la dimensión ética de la literatura que concibe Roa Bastos para su narrativa. Desde un punto de vista teórico la recuperación del discurso político proprio de la historiografía oficial se manifiesta como una ‘estrategia’ que empuja el lector a una determinada interpretación de los hechos. El concepto de novela a-histórica que Roa Bastos afirma en una de sus tantas intervenciones a comentario de Yo el Supremo se vuelve así un momento de reelaboración del discurso histórico a través de la lectura. Roa Bastos vuelve sobre el tema con Vigilia del Almirante, publicada 17 años más tarde después de Yo el Supremo en la cual se busca reconstruir la Conquista a través de la retórica de la escritura. En Vigilia del Almirante se reconstruyen las memorias de Cristóbal Colón, quien dentro de la historia oficial y del discurso del héroe que caracteriza su escritura como conquistador escribe su íntima versión del viaje a América. La perspectiva en este caso es más interior y menos elaborada, sin embargo, por ser una visión “en subjetiva” de la historia de la conquista permite al lector reflexionar sobre la postura de América Latina frente a la conquista. De la misma manera la palabra como herramienta es El fiscal el medio a través del que el protagonista puede reencontrarse a sí mismo dentro de un contrapunto continuo con la historia del país que ya no le pertenece.

La literatura tiene que permitir que el lenguaje simbólico sea la línea de toque entre “las líneas que suelen correr paralelas de la ficción llamada historia y de la historia llamada ficción[7]. La literatura tiene que tener un contacto directo con el contexto al que se refiere y auspiciar por una toma de conciencia del lector que, en un segundo momento tendrá que hacer que la palabra se vuelva real, es decir, poner en práctica la literatura dentro de la realidad en la que vive. Esta postura frente al acto literario libra el autor, en este caso Roa Bastos, de tomar una posición demasiado vinculada con la situación específica. El contexto puede ser de este modo universal y la literatura tener una validez que va más allá del momento en el que se publica un libro. La literatura ética se vuelve así imprescindible en la construcción de un sentido literario que permita la reconstrucción de la historia a través de la literatura cumpliendo esa acción que desde siempre ha sido fundamental en las letras hispanoamericanas: la búsqueda de la identidad. No tan sólo la búsqueda de una identidad personal sino de una identidad colectiva que, por estar en los márgenes de los circuitos literarios internacionales se cuestiona más de una vez su lugar en el mundo. Hace falta ahora descubrir si esta concepción del acto literario permanece en la literatura actual y si persiste sería interesante entender si se ha modificado y cómo. Por lo que concierne los últimos éxitos literarios, como los de Rodrigo Rey Rosa, Laura Restrepo, Horacio Castellanos Moya, Yuri Herrera (cito en manera poco ordenada autores que han destacado dentro de la escena literaria) parece que la voluntad de continuar una literatura en cierto modo ética de la realidad persiste hoy recuperando lo que se impone como una puesta en acto de la escritura como relato ético y estético de al realidad a su alrededor, se trate o no de vincularse a hechos históricos o a las evoluciones de la sociedad. Todos los autores citados incluyen la realidad cotidiana de su propio país dentro de una reflexión más amplia sobre temas universales como la locura, la historia o la identidad insertando en el texto referencias a la crónica y a la historia reciente de los distintos contextos de referencia. No obstante los recursos utilizados para tratar estos temas difieren y se enmarcan en diferentes estilos literarios que, a la hora de mirar en conjunto a la literatura actual deben todavía encontrar pautas comunes más allá de la violencia y de la diferente postura de los escritores con respecto a la tradición literaria hispanoamericana del siglo pasado.



[1] Tomás Eloy Martínez, “Todo Roa Bastos. Entrevista con Tomás Eloy Martínez”, Suplementos Anthropos, n. 25, abril 1991, pp. 5-11: 10.

[2] Ivi.

[3] Mónica Marinone, “Redefinir identidades y fronteras: Augusto Roa Bastos y la escritura del nosotros”, en e-l@tina. Revista electrónica de estudios latinoamericanos, vol. 2, n. 7, abril-junio de 2004, pp. 3-11: 3.

[4] En Opera aperta Umberto Eco indica la desviación de la norma formal como un compromiso ya que actuando de esa manera el artista “que protesta sobre las formas ha cumplido una dúplice operación: rechazar una sistema de formas, […] pero ha actuado dentro de él […] se ha comprometido, con el mundo en el que vive, hablando un lenguaje que él artista cree haber inventado pero que le ha sido sugerido por la situación en la que se encuentra” [traducción mía]. Umberto Eco, Opera aperta, Bompiani, 1962, pp. 257-259. Mientras Sartre ve el compromiso del intelectual como algo primariamente ideológico que tiene que ver sobre todo con su postura frente a la realidad que quiere describir – Jean Paul Sartre, Che cos’è la letteratura, Il Saggiatore, 1960, pp. 11-121.

[5] Para un análisis de las relaciones cultura/escritura en América Latina véase M. Lienhard, La voz y su huella. Escritura y conflicto étnico-cultural en América, Casa de la Américas, La Habana, 1989, pp. 23-32.

[6] Para profundizar este aspecto véase Ángel Rama, La ciudad letrada, Ediciones del Norte, 2000.

[7] Augusto Roa Bastos, Vigilia del Almirante, Alfaguara, 1992, p. 79.

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