Este artículo pensaba estar dedicado a los estallidos sociales de los últimos años en Argentina. Sin embargo, mientras bosquejábamos las primeras líneas, grupos de jóvenes enfurecidos producían los incidentes más grandes de los últimos treinta años en Inglaterra. Interpelados por la coyuntura, intentaremos analizar esos hechos comparándolos con otros episodios de Europa y América Latina, especialmente en Argentina.
La ciudad de la furia
El último jueves 4 de agosto, en un confuso episodio con la policía, falleció Mark Duggan, un joven negro de 29 años y padre de 4 hijos, residente del marginado barrio londinense de Tottenham. Como parte del operativo “Trident”, la policía londinense pretendía arrestar al hombre, acusado de estar relacionado con el tráfico de drogas y la tenencia ilegal de armas. En el encontronazo, supuestamente se dio un tiroteo que terminó con la vida de Duggan, quien según fuentes policiales había comenzado los disparos.
Sin embargo, algunos testigos aseguraron que el hombre asesinado no estaba armado. Las pericias dadas a conocer unos días después informaron a que la bala encontrada en un receptor de radio de un agente provenía de armas policiales. Más allá de la polémica por lo ocurrido, lo cierto es que parte de la comunidad de Tottenham consideró que el asesinato de uno de los suyos por parte de la policía era un hecho intolerable: la tarde del sábado 6 de agosto unas 300 personas se conglomeraron en la comisaría central local para reclamar por el hecho. A medida que el sol caía, la tensión iba en aumento y empezaron a volar las primeras botellas sobre las patrullas aparcadas sobre la calle principal de Tottenham. Los rumores sobre los incidentes comenzaron a circular por los BlackBerrys[1] de todo el barrio y a las 23hs. el caos era generalizado. Los saqueos e incendios arreciaron y, con ello, los enfrentamientos con la policía.
Lo que había sido una reacción comunitaria ante un atropello policial se trasladó rápidamente a otros barrios marginados de Londres. En la noche del domingo, el fuego apareció en otros barrios del norte como Enfield, donde se destruyó un centro de distribución gigante de Sony, y se propagó en el históricamente castigado barrio de Brixton, en el sur londinense. Las escenas parecían calcarse unas a otras: saqueos de comercios, incendios de cualquier tipo de inmuebles y automóviles y duros enfrentamientos con las fuerzas del orden que aparecían para disipar los motines.
Sin embargo, la noche del lunes constituiría el punto más álgido de las revueltas, ampliándose la zona de conflicto prácticamente a toda Inglaterra, en ciudades como Manchester, Liverpool y Leeds, entre otras. En Hackney, un barrio popular del centro de Londres, se registró una verdadera batalla callejera entre la muchedumbre que construía barricadas con autos quemados y la policía. En Nottingham, unos 40 jóvenes arrojaron bombas molotov a una comisaría hasta incendiarla parcialmente. La noche del martes, la violencia llegó con todo a Manchester, donde 2000 personas se enfrentaron con la policía, aunque parecía disminuir en Londres y otras ciudades. El caos se disipó recién la noche del miércoles 10 de agosto, luego de que en la tarde las autoridades británicas se endurecieran y desplegaran 16.000 policías tan sólo en Londres.
“Hay un problema moral”
Esta afirmación, improvisada por el premier inglés David Cameron ante la ola de ataques[2], tal vez refleje el grado de incomprensión por lo que ha sucedido. Las declaraciones y medidas llevadas a cabo por Cameron durante y después de los disturbios se inscribieron en un enfoque que vinculó la violencia social a un comportamiento retorcido de los manifestantes. La consecuencia directa de este modo de ver las cosas fue la aplicación de una política represiva que concibió a los jóvenes como meros criminales de bajo rango: el gobierno inglés endureció el trato a las manifestaciones (permitiendo por primera vez el uso de balas de goma y camiones hidrantes antimotines) y persiguió hasta detener a miles de personas, dejando un saldo de casi 3000 presos que colapsaron el sistema judicial.
Así, según la visión gubernamental, “hay partes de nuestra sociedad que no están sólo rotas, sino enfermas”[3]. En una interpretación contemporánea de la muy inglesa novela “Dr. Jekyll y Mr. Hyde”, Cameron entiende a la violencia como un hecho patológico, fruto de la descomposición individual y familiar de las clases populares incultas. Como un arrebato juvenil irracional, la violencia se produce allí donde la cultura y la educación no estuvieron para contenerla, conformando la cara “enferma” de la sociedad británica.
Los estallidos de justicia: el fuego prende en Europa y América Latina
A pesar de la sorpresa con la que funcionarios del gobierno y algunos intelectuales recibieron las noticias que provenían de los suburbios londinenses, no es la primera vez que suceden estas acciones. Este tipo de revueltas tienen varios antecedentes en los barrios populares ingleses, tal como lo demuestra esta cronología. A pesar de que se insiste en las diferencias entre los disturbios de los años 80 y los contemporáneos, lo cierto es que casi todos los incidentes comparten una dimensión: son provocados por (presuntas) agresiones policiales a individuos de barrios marginados.
Por otro lado, algo que salta a la vista y que pocos han notado (o han querido notar), es la gran similitud entre estos hechos y la quema de automóviles protagonizados por jóvenes franceses en 2005 cuando, a raíz de la muerte de dos jóvenes perseguidos por la policía, las muchedumbres de la banlieue parisina iniciaron una masiva quema de automóviles que repercutió en todos los rincones de Francia e incluso en otros países de Europa. En aquella ocasión, el ministro del interior del gobierno de Jacques Chirac, Nicolas Sarkozy, afirmó que los manifestantes eran una “escoria”. Sus declaraciones fueron un rocío de combustible en el ánimo fogoso de los jóvenes franceses.
No tan lejos, en América Latina somos frecuentemente testigos de este tipo de acontecimientos. Estallidos, puebladas o linchamientos de autoridades locales suelen ser, con las especificidades de cada caso, la consecuencia inmediata de abusos en las acciones de las fuerzas del orden, algo que en Argentina se conoce tristemente como casos de “gatillo fácil”.
En los últimos años, Argentina ha sido el escenario de varios tipos de estallidos sociales, no todos vinculados a los “excesos” de las fuerzas del orden. Ejemplo de ello son las recordadas jornadas de diciembre de 2001 o, en los últimos años, los ataques a formaciones ferroviarias de los usuarios de trenes en la zona metropolitana de Buenos Aires.
Además, el año pasado en Argentina se dieron dos hechos con características similares a los europeos. El primero de ellos ocurrió en marzo de 2010 en la ciudad de Baradero, luego de que una camioneta de la Dirección de la Municipalidad chocara a una motocicleta en la que iban un muchacho y una chica de 16 años, los cuales fallecieron. Cuando en la ciudad se supo del incidente, los vecinos enfurecidos incendiaron la camioneta policial que protagonizó el incidente y atacaron el edificio municipal, el edificio del juzgado de faltas, las oficinas de la Inspección General y el registro Civil y los automóviles y casas particulares de los agentes que habían participado del hecho. En todos estos desmanes se produjeron varios enfrentamientos con la policía y, en un hecho repetido en otros estallidos argentinos, confrontaciones con las fuerzas de bomberos que irrumpieron para apagar los incendios iniciados por la multitud[4].
El segundo de los hechos que conmocionó el 2010 fue el levantamiento del Alto, un barrio humilde de las afueras de la turística ciudad de Bariloche. A partir de la muerte de un joven a manos de la policía, el poblado estalló y atacó a pedradas la comisaría local, lo cual derivó en más enfrentamiento y más muertes de jóvenes pobres. Los nuevos fallecimientos enfurecieron aun más a la población, que continuó con los ataques por varios días. El saldo fue tres personas asesinadas por balas policiales y el traslado de la comisaría del barrio.
Hacia una caracterización alternativa de los estallidos sociales
Distintas geografías, distintos contextos nacionales; los mismos episodios. Todos ellos se enmarcan dentro de lo que mi amigo y colega Sebastián Tafuro ha denominado como “estallidos de justicia”, es decir, episodios de violencia colectiva precipitados por una agresión de parte de las autoridades a una o varias personas pertenecientes a una colectividad marginada.
Estas agresiones de las fuerzas del orden suelen ser la gota que rebasa el vaso de la discriminación cotidiana en la que viven los marginados, sean estos negros, latinos, musulmanes o sencillamente pobres. En este sentido, los estallidos de justicia, inciertos y esporádicos, se enmarcan en procesos conflictivos de larga duración. Es imposible entender estas revueltas sin dar cuenta de esos conflictos (latentes o no) y el escenario social del que emergen. El intento de los gobiernos europeos de desligar las revueltas de su contexto global, tramitándolas como un episodio individual, abrupto y aislado, pretende solapar el hecho de que la violencia colectiva es producto de las sociedades que ellos mismos administran y no un hecho anormal o patológico.
Más allá de las consideraciones que cada quien pueda tener, aquí proponemos analizar a los estallidos juveniles como acciones morales, en el sentido que Thompson le daba a aquella palabra. En su estudio de las revueltas populares de los siglos XVII y XVIII[5], el historiador inglés argumentó que las acciones aparentemente irracionales de la muchedumbre se asentaban sobre una “economía moral”, entendida como un conjunto de valores, costumbres y prácticas populares. De este modo, la aparente ausencia de lógica de los disturbios escondía un conjunto de creencias sociales compartidas que eran fervientemente defendidas cuando otras lógicas las amenazaban. Desde un mismo enfoque, Denis Merklen analizó los disturbios en Francia, señalando que, con esas acciones, los jóvenes intentaron poner un límite moral a la presencia de hechos considerados injustos[6]. Por ello, la violencia de los que reaccionan ante un asesinato policial expresa una percepción de injusticia, una frontera luego de la cual estalla la integridad moral agraviada.
Así, pues, el problema moral no consiste en que una porción de la población actúe “mal” y otra actúe “bien”, como pretende Cameron. La “inmoralidad” aquí no es la quema de edificios, sino el asesinato de un varón joven de un barrio de las afueras de Londres, algo que Cameron y los medios de comunicación parecen haber olvidado. El problema moral, en definitiva, es el problema del rebasamiento de los límites de tolerancia de las clases populares.
Con esto no pretendemos olvidar una numerosa serie de factores que deben tomarse en cuenta para explicar exhaustivamente los revueltas inglesas, como la segregación étnico-cultural, los recortes presupuestarios recientes que provocaron cierres de clubes juveniles estatales (esenciales para contener a miles de adolescentes en las vacaciones de verano), las expectativas de consumo frustradas o la presencia lisa y llana de ladrones y de cualquier tipo de actos de vandalismo. Con respecto a esto último, es presumible que el caos generalizado favorezca la aparición de individuos con mentalidad práctica, que calculan con toda lógica que sus acciones de pillaje no tendrán costo alguno. Neil Smelser había ya analizado en su estudio de los estallidos hostiles este tipo de acciones como la “fase derivada” de los motines, es decir, “una oleada de acciones hostiles, muchas de ellas motivadas por una hostilidad no relacionada con las condiciones que originaron el estallido inicial”[7].
Por otro lado, también es cierto que no se leía ninguna pancarta en los incendios ingleses, franceses o argentinos, ni había reivindicaciones colectivas en los hechos. Sin embargo, esto no significa que, como propone Zizek, este tipo de revueltas sean “una explosión sin sentido”[8]. Por el contrario, los ataques de los jóvenes ingleses han expresado el malestar con respecto a las políticas de segregación, ajuste y represión contra las clases populares, como puede leerse en las declaraciones de los propios participantes. Son, en sí mismas, acciones de protesta fundadas en la marginación social e institucional de una parte de la población. Esto no significa que sus consecuencias sean favorables para quienes las realizan, como lo demuestra el hecho de que, luego de los incidentes, los jóvenes ingleses de bajos recursos serán sometidos a un mayor acoso policial y a mayores grados de represión y criminalización. Sin embargo, dichas acciones, sin programa político explícito ni formulaciones colectivas claras, han tenido la potencialidad de poner en jaque al aparato punitivo del Estado y al sistema político mismo (además de ser, sin proponérselo, un cuestionamiento práctico directo al corazón de la propiedad privada).
En definitiva, los estallidos de Inglaterra expresan la voz de los que no son escuchados; el malestar de una parte importante de la población con un estado de cosas dado. Expresan que, para una parte de la sociedad, el límite de la dominación estatal es la violencia indiscriminada perpetrada por la policía.
En un contexto de profunda recesión económica, pauperización social y una irritante exclusión sentida por porciones enteras de la sociedad; la mano dura, la represión y la criminalización de los jóvenes parecen agravar el problema, más que solucionarlo.
[1] Para explorar el excepcional rol de estos teléfonos en la organización y dinámica de los incidentes ver: http://www.pagina12.com.ar/diario/elmundo/4-174294-2011-08-12.html
[2]http://www.elpais.com/articulo/internacional/Cameron/permitiremos/cultura/miedo/imponga/calles/elpepuint/20110810elpepuint_2/Tes
[4] Para un cronología detallada de los hechos consultar: http://unidaddelodiverso.blogspot.com/2011/08/el-estallido-social-de-baradero.html
[5] Thompson, E. P., “La economía moral de la multitud en la Inglaterra del siglo XVIII” en Tradición, revuelta y consciencia de clase, Editorial Crítica, Barcelona, 1984.
[6] Merklen, D., “Palabras de piedra, Imágenes de fuego. Sobre los motines
urbanos de noviembre de 2005 en Francia.” en Apuntes de Investigación del CECyP nº 11, Buenos Aires, 2006.
[7] Smelser, Neil; Teoría del comportamiento colectivo, FCE, México, 1986, pág. 282.
[8] Zizek, Slavoj, Sobre la violencia. Seis reflexiones marginales. Editorial Paidós, Buenos Aires, 2009. Pág. 95. Zizek propone una doble lectura de los disturbios en Francia. Por un lado, estas acciones son un “un estallido violento que no quería conseguir nada” (ibídem, pág. 101). Por otro, constituyen mensajes de corroboración del funcionamiento de los canales y códigos de comunicación entre sectores sociales segregados: los barrios marginados y el resto de la sociedad.
Al igual que el autor de esta nota, creo que estos estallidos de violencia no brotan de un repollo es decir, que tienen una causa concreta: la desigualdad social y la expectativa de consumo completamente poco realista a la que está expuesta un segmento de la población. Zizek, hace ya años que no hace más que decir pavadas y torturar a la gente con su inglés atroz, que se dedique a la semiótica y a la crítica lacaniana, que es su campo, ya bastante jodidos de opinólogos que estamos. PEROEfectivamente, no veo pancartas. Esto no es el mayo francés, ni siquiera es un alzamiento organizado vía Twitter como los de Túnez, Siria y Libia, que son verdaderos levantamientos populares y con mucha presencia de jóvenes contra dictaduras decrépitas (todavía está por verse si los revolucionarios de hoy no serán los dictadores de mañana). En fin, veo violencia, veo saqueos, pero no veo pancartas, no veo proclamas, no veo un proyecto. Eso es anarquía, y la anarquía sólo agrava el problema, sólo le da más instrumentos a la derecha para poner más policías, para justificar la mano dura. La violencia es sintomática de que hay un problema, y puede ser útil para hacerlo visible, pero esa es su caducidad. A partir de ahí hacen falta propuestas, hacen falta ideas, hace falta aplicar presión en los puntos donde realmente la realidad política puede cambiarse, y proceder paso a paso. Veo a veces mucha exaltación ciega en la juventud, que sabe que el orden actual de cosas es una mierda, pero aplaude cualquier connato de violencia contra la autoridad, sin detenerse a pensar si esa revuelta es o no parte del problema. Las cosas no se van a resolver a ladrillazos, eso es seguro. En este sentido, me gusta esta nota por lo equilibrada. El paralelo con nuestra situación argentina en el 2001, puedo decirlo como compatriota, no es descabellado.
Gracias por el comentario, Guillermo. Totalmente de acuerdo.
De todos modos, dejame aclarar que no hago un paralelismo con los estallidos de 2001 en Argentina, para mí tienen bastante poco que ver. Creo que sí son comparables con las pobladas y revueltas iniciadas por los excesos policiales en algunas ciudades del interior, Eso es todo lo que propongo ver.
Un abrazo!