Cinco mujeres contaron su vida, desafíos y luchas. Trasladaron sus vivencias al pequeño espacio de Casa Tomada en el Centro de la ciudad de Montevideo, donde estuvieron presentes por la XIII Conferencia Regional de la Mujer de CEPAL. Representando a Argentina, Uruguay, Paraguay, Nicaragua y Guatemala. Son mujeres que se definen trabajadoras sexuales: empoderadas, orgullosas y felices (todo lo que puede estarlo cualquier trabajador o trabajadora, dijeron). Compartieron sus sueños, sus pesares, y ante todo, se corrieron una vez más del lugar de víctimas.
Cada una contó un poco de la realidad del trabajo sexual en su país, y de la suya propia. El público uruguayo se fue enterando que en Guatemala las trabajadoras sexuales crearon su propia organización porque estaban cansadas de que hablaran por ellas. “Nadie puede decir lo que queremos sin hablar con nosotras primero”, explicó Samantha Carrillo, y pidió quitar “los prejuicios” a la hora de hablar de trabajo sexual para lograr una “reivindicación colectiva”. También le sacó el velo a un tema menos nombrado, pero no menor, el trabajo sexual lésbico. “Yo soy lesbiana y trabajadora sexual. Las clientas también existen”, dijo.
María Elena Davila, con voz pausada, contó cómo fue su camino de empoderamiento: “yo antes no me reconocía como mujer trabajadora sexual y admiraba a las feministas”. Fue cuando entró a la Red de Mujeres Trabajadoras Sexuales de Latinoamérica y el Caribe que empezó a hacer valer sus derechos. Según contó, en Nicaragua ya llevan nueve años de organización sindical. “Fue una lucha muy dura pero hemos avanzado mucho porque hacemos trabajo de hormiga”, agregó. A tal punto que lograron que algunas de ellas sean “facilitadoras judiciales”, llevan acompañados cerca de 400 casos, muchos de ellos involucran a otras trabajadoras sexuales. “Nosotras mismas estamos resolviendo nuestros problemas en la parte legal”, dijo orgullosa.
Otro de sus logros fue el incidir en la construcción de cinco artículos de la Ley Contra la Trata de Personas en Nicaragua, aunque en la charla dejó bien claro: “Trata es una cosa, trabajo sexual es otra”. En este caso, el gran logro para la comunidad de trabajadoras sexuales es que a partir de esta ley, ya no se llevan a “las compañeras detenidas por ser supuestamente parte de una red de trata”. María Elena instó a la unión: “si todas nos juntamos vamos a ser libres”.
“Estamos cansadas de la policía; de noche nos culean y de día nos coimean”, dijo Yren Rotela, la mujer trans paraguaya presente en la charla. Y en eso todas coinciden: el peor proxeneta es la policía. Rotela, integrante de la RedLacTrans, explicó que en Paraguay el 98% de las mujeres trans ejercen el trabajo sexual de alguna forma, pero que no están dadas las condiciones para hacerlo, porque no existe “protección ni política pública” que las ampare. También destacó la difícil situación de la población trans en el continente, ya que solo cinco países de Latinoamérica cuentan con la Ley de Identidad de Género aprobada.
A diferencia del resto de los países de Latinoamérica, Uruguay es el único que cuenta con una Ley de Trabajo Sexual. “Letra muerta; sufrida pero combatida”, se refirió al texto de la legislación Kariña Núñez, trabajadora sexual y activista uruguaya. Según Núñez, en Uruguay ha sido muy difícil que las trabajadoras sexuales trabajen en conjunto, sobre todo en el interior, donde “tenemos mucha vergüenza de nosotras mismas y solo salimos de la casa al quilombo”. Conoce de cerca la situación porque es de la ciudad de Young (departamento de Río Negro, ubicado en el litoral oeste del país), donde a pesar de todo, lidera una cooperativa de vivienda de trabajadoras sexuales. Sobre la discusión del abolicionismo expresó: “no soy abolicionista porque no escupo donde como; el día que pueda dejar de changar seré abolicionista”.
Vaginas empoderadas
La lucha de Georgina Orellano, al igual de la de sus compañeras, es por “salir de la clandestinidad donde estamos ejerciendo el trabajo sexual hoy en Argentina”. Es secretaria General Nacional de la Asociación de Mujeres Meretrices de la Argentina (Ammar), “orgullosamente puta”, peronista y feminista. Desde Ammar reclaman la regulación del trabajos sexual autónomo en un “contexto abolicionista como el de Argentina”, por eso realizaron “un marco de ley de trabajo sexual desde una perspectiva de derechos humanos, no desde una perspectiva sanitarista, como la que tienen la mayoría de los países”. “Estamos en contra de la medicalización de los cuerpos y de que se pongan responsabilidades en nosotras [libretas de salud, controles cada tres meses], y no en los clientes”, aseguró.
Ammar tiene una postura netamente anticapitalista, y en este sentido, Orellano aseguró de que están en contra de que a la explotación sexual se le llame así; “queremos que se le diga explotación laboral, como al resto de los mercados laborales”.
“La dignidad de las putas no está en la vagina, está en sus convicciones”. Lanzó la frase para dar cuenta cómo esta sociedad vive una sexualidad basada en la moral, y eso recae directamente sobre las “putas”, sus cuerpos y su culpa. “Yo nunca trabajaría en una fábrica, pero por eso no me pondría en contra de las compañeras que trabajan ahí”, agregó. Cada reivindicación de Orellano va dirigida sobre todo a las “feministas abolicionistas”, que según ella, son quienes principalmente le han “puesto palos en la rueda” a la lucha de las trabajadoras sexuales. “No están luchando contra la trata de personas, están luchando contra todo el mercado sexual”, aseguró.
Orellano denunció que en todos los países se está dando la discusión de un marco regulatorio para el trabajo sexual, sin embargo, “para hablar de nuestra ley no nos llaman a nosotras”. “Invisibilizar a un sujeto político organizado es violento”, remató.
La palabra de estas cinco trabajadoras sexuales se oyó potente aquella noche de vientos fuertes en el centro de Montevideo. No es nada fácil salir de la vida clandestina y del nombre falso, pero eligieron nuevamente poner el cuerpo y la cara a su protesta. Y compartieron con el resto su lucha interna, la de muchos, la que hay que darle al patriarcado todos los días.