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Para varios defensores del libre mercado y de las reformas estructurales neoliberales, parecería que la implantación de políticas de ajuste estructural es todavía una cosa novedosa, aun cuando ya hay suficiente evidencia y estudios rigurosos sobre estas políticas y sus efectos.[1] Así, hay mucho más allá de la mera defensa del sistema neoliberal hoy en boga.[2] Un análisis tanto a las políticas de libre mercado como a varias reformas estructurales arroja resultados poco menos que complacientes en las naciones en las que se han implantado. Como se verá en el texto, una posible explicación reside en la poca referencia no ya a obras históricas, sino a la propia historia económica de los países desarrollados, mismos que en la actualidad se empecinan en promover políticas que no necesariamente aplicaron.

Por ejemplo, a menudo se supone una dicotomía entre globalización y proteccionismo.[3] Uno puede tomarse la molestia de revisar los indicadores mundiales de desarrollo (WDI, por sus siglas en inglés) del Banco Mundial y ver qué tan cierta es tal dicotomía.[4] Un indicador para medir el grado de proteccionismo en un país es la tasa media arancelaria. Al comparar a México con otros países del G-20 para 2010 en su tasa media arancelaria para todos los productos, salta a la vista que nuestro país (con una tasa media de 7.82%) tiene una tasa arancelaria promedio inferior a la de China (8.02), Corea del Sur (10.33) o Brasil (13.44). Con estos datos, cabe preguntarse seriamente si alguien osaría decir que estos países no están “globalizados”. Un mejor indicador para tratar de entender a la dimensión de “globalización” es el comercio exterior como porcentaje del PIB. Aquí podemos ver que el peso del comercio exterior en México representa poco más de 62 % del PIB, tasa superior a la de Estados Unidos (28.77), China (55.23), Japón (29.29) o Francia (53.27). De nuevo, ¿este dato nos hace más “globalizados” que estos países? ¿Están más “aislados” estos países del G-20 que México?

Así, la cosa no es sencilla. Poco proteccionismo no equivale automáticamente a globalización. Tener una economía más “abierta” – en términos de comercio como proporción del PIB – tampoco.[5] La mayor parte del comercio exterior mexicano se hace con Estados Unidos, país cuya proporción del PIB en comercio exterior no es particularmente alta.

También hay un error en equiparar menos proteccionismo con prosperidad. Pero esto requiere de una no tan somera explicación.

       Fundamental en el discurso neoliberal es la afirmación de que el libre comercio constituye la clave de la prosperidad. Varias de las voces más o menos críticas con ciertos aspectos de la globalización (desde pensadores liberales como Amartya Sen, quien sostiene que es necesario incorporar a los individuos al mercado para que salgan de la pobreza, hasta algunas ONG que acusan a los países desarrollados por no abrir sus mercados agrícolas) parecen estar de acuerdo en que el libre comercio es un elemento indiscutible de desarrollo. Parte de esta convicción surge de la creencia de que la teoría económica ha establecido irrefutablemente la superioridad del libre comercio, así como la impresión de que la historia está de su parte.

Pero la historia de cómo los países desarrollados se hicieron ricos es otra cosa. En sus etapas iniciales, países como Reino Unido o Estados Unidos no sólo no practicaban el libre comercio, sino que de hecho promovían sus industrias nacionales mediante aranceles, subsidios y otras medidas. Además, estos países fueron aun practicantes de medidas comerciales intervencionistas y políticas industriales. En épocas más recientes, los países asiáticos practicaron políticas semejantes, con los resultados que hoy conocemos.

Por otro lado, para muchos parecería que la globalización sólo se puede dar con reformas estructurales. Pero la relación es sólo aparente. Es cierto que el gran cambio en México – como en otros países de América Latina – ha sido una mayor liberalización económica y una estrategia de crecimiento basada en las exportaciones. Pero no se ha cumplido uno de los postulados de quienes defienden la globalización, a saber, que con ella los productos, la inversión y la fuerza laboral se mueven con más libertad. De nuevo, evidencia mata discurso. Ni en la Unión Europea se mueve la fuerza laboral libremente (recuérdese que varios países europeos impusieron una moratoria a la libre circulación de personas procedentes de países de Europa del Este tras la ampliación de la UE en 2004). En los medios puede uno ver que en gran parte de los países desarrollados cobran mayor fuerza medidas para restringir la entrada de trabajadores de otras naciones – y eso que ahí, se supone, sí se han aplicado las políticas correctas.

¿Qué ocurre entonces? Una posible explicación radica en el uso de la historia para moldear un discurso favorable al neoliberalismo. En la actualidad se habla de contar con buenas instituciones y buenas políticas para promover el desarrollo; de las primeras se mencionan no sólo la democracia o una burocracia “profesionalizada”, sino también un banco central independiente y protección a derechos de propiedad; de las segundas, se mencionan  no sólo liberalización comercial, sino también privatización y desregulación. Un atento examen a la historia económica de las potencias de hoy revela que todas ellas aplicaron políticas, sobre todo en el siglo XIX, que están hoy proscritas por la Organización Mundial de Comercio.

Como demostró el economista alemán Friedrich List (¡en el siglo XIX!), Inglaterra – la potencia comercial del momento – había seguido una senda de alto proteccionismo para asegurar su posición en el mercado mundial; por ello, recomendaba a la Alemania de Bismarck “hacer como los ingleses, no como ellos dicen que hay que hacer”, si querían los teutones asegurar un lugar en el comercio mundial. Si a alguien le parece muy aburrida la lectura de List, puede leer el magnífico trabajo del economista de la Universidad Cambridge Ha-Joon Chang, en el que extiende este análisis a todos los países industrializados.[6] Resultado del estudio: todos esos países aplicaron políticas comerciales proteccionistas e intervencionistas para asegurar una posición ventajosa en el mercado mundial.

La evidencia histórica no acaba ahí. Aunque no sean recuperados por la economía actual, hay numerosas obras que aportan evidencia histórica sobre el papel del Estado en la economía y sobre las reformas estructurales aplicadas a partir de los años ochenta. Sobre el intervencionismo y estrategias de desarrollo de los países asiáticos, hoy economías en crecimiento, está el libro de Robert Wade.[7] Sobre América Latina, puede verse el libro de Victor Bulmer-Thomas.[8] En específico sobre México, se encuentra la obra reciente de Alicia Puyana y José Romero.[9] Para una perspectiva global, ahí está el excelente trabajo de David Harvey sobre el modelo económico hoy día hegemónico.[10] La lectura de éstas y otras más fuentes rigurosas de historia económica demuestran, entre otras cosas, que las reformas estructurales sí fueron impuestas desde los organismos internacionales como condicionantes a préstamos.[11]

¿Qué pasa entonces? En los últimos 30 años, la teoría económica en general ha estado dominada por el enfoque neoclásico, que no se caracteriza por ser ni inductivo ni histórico. En la actualidad, por ejemplo, se discute poco sobre la experiencia aportada por las nuevas economías industrializadas; los reducidos análisis “históricos” neoclásicos se abocan a estudiar las buenas instituciones. Por ejemplo, el libre mercado y los derechos de propiedad han sido vistos como instrumentos indispensables para el progreso. Autores como Hernando de Soto han postulado que países como Reino Unido lograron crecimiento y prosperidad mediante liberalización y protección a los derechos de propiedad.[12] Cualquiera que haya leído a Dickens sabrá que esto no es más que una caricatura de la Inglaterra del siglo XIX, en la que las masas no conocieron la citada “prosperidad”. Además, hablando de las buenas instituciones, salta a la vista que naciones como Suiza u Holanda, que lograron convertirse para fines de ese siglo en potencias tecnológicas, lo hayan hecho sin contar con sendas leyes de patentes hasta bien entrado el siglo XX;[13] o que el importantísimo banco central independiente haya sido una creación de los años 30 del siglo XX.

El tema no acaba en este cuento de hadas de la globalización neoliberal. Todavía hay muchos convencidos de que las reformas estructurales son las que modernizarán la estructura laboral, detonarán más empleo o harán más competitivas a las compañías estatales. Y esto es, además, un discurso que se repite sin parar hacia todos los países de América Latina. De lo que se trata aquí es de la información – y de su divulgación oportuna entre la población. Tomando en cuenta no ya la historia de hace unos siglos sino la más reciente, algunos contra-ejemplos del “éxito” de las reformas estructurales están a la vista:

A)   Pocos países europeos tienen una legislación laboral tan flexible como España – y pocos están experimentando un desempleo tan alto en estos momentos.

B)   Poco o nada ha servido la reforma fiscal (regresiva) de Irlanda, ya no se diga para hacer más próspera a su población, sino para enfrentar la crisis económica reciente.

C)   Hace falta recordar el colapso económico que sufrió Argentina en 2002, constituía un modelo para los organismos financieros internacionales, por la profundidad y alcance de las políticas del Consenso de Washington ahí implantadas.

Por desconocimiento de historia económica o por falta de datos, las consignas actuales no sólo de algunos candidatos a la Presidencia en México sino también de la mayoría de los “líderes de opinión” (sic) en temas económicos adolecen de problemas en sus interpretaciones. Ante la falta de asidero en la realidad, muchas de esas consignas y afirmaciones quedan en una simple lectura de lo que algunos piensan que es México y de lo que algunos creen que México (como cualquier otro país en desarrollo) necesita. Con ese poco rigor y más bien con puro ánimo volitivo, varios sugieren que es necesario profundizar en las reformas estructurales porque éstas sacarán al país adelante.

En momentos actuales, con la experiencia de países desarrollados en crisis y con los niveles de crecimiento de algunos países que ya no siguen del todo las medidas del Consenso de Washington, conviene preguntarse cuáles son, ahora, las políticas del pasado. En varios países latinoamericanos el electorado ha emitido su voto en una especie de referéndum sobre continuar o no con el modelo económico neoliberal. En el actual año electoral para México, ese referéndum debe encontrarse necesariamente presente en la discusión.

 

 



[1] Un ejemplo magnífico, aderezado por el tema electoral en México, es el artículo de Carlos Mota, “AMLO es antiglobalización”, Milenio, México, 13 de abril de 2012. El candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador había hecho severas críticas a las reformas estructurales, lo que motivó varios artículos de opinión en los que se rechazaban sus comentarios.

[2] A partir de la crisis de la deuda externa de los países latinoamericanos en los años 80 y de un deterioro de la capacidad fiscal de los Estados, lo que pasó a denominarse Consenso de Washington era una serie de “recetas” de reforma estructural de las economías en desarrollo, que buscaban mejores rendimientos en los índices macroeconómicos. Las reformas básicas que contenía el recetario consistían en: 1) disciplina fiscal, 2) prioridad para el gasto social, 3) reforma tributaria, 4) liberalización financiera, 5) tipos de cambio unificados  y competitivos, 6) liberalización del comercio exterior, 7) apertura a la inversión extranjera directa (IED), 8) privatización de las empresas estatales, 9) desregulación y 10) respeto a los derechos de propiedad. Véase Joseph Stiglitz, “El rumbo de las reformas. Hacia una nueva agenda para América Latina”, Revista de la CEPAL, 80 (2003), pp. 7-40.

[3] Aquí se entenderá a la globalización en un sentido meramente económico, como un proceso de crecientes transferencias mundiales de capital y de relaciones capitalistas entre naciones. Esta definición operativa del concepto solamente se usará para tratar los aspectos económicos aquí analizados. En general, definiciones más completas del concepto lo entienden como producto de la revolución tecnológica y de la reestructuración mundial del capitalismo, tomando en cuenta aspectos no sólo económicos o tecnológicos, sino también políticos, sociales y culturales. Una buena revisión de las definiciones sociológicas de este concepto puede verse en Douglas Kellner, “Theorizing Globalization”, Sociological Theory, 20, núm. 3, 2002, pp. 285-305.

[5] Una mayor proporción del comercio exterior como porcentaje del PIB tampoco tiene una relación estrecha con el crecimiento económico, al menos si se analiza la asociación estadística entre ambos a lo largo del tiempo. Véase, por ejemplo, Prabirjit Sarkar, Trade Openness and Growth: Is There Any Link?, Múnich, Research Papers in Economics, 2007 (MPRA Paper No. 4997). Este trabajo está disponible en http://mpra.ub.uni-muenchen.de/4997/1/MPRA_paper_4997.pdf.

[6] Ha-Joon Chang, Kicking Away the Ladder. Development Strategy in Historical Perspective, Londres, Anthem Books, 2002.

[7] Se trata del libro Governing the Market, de 1990, con versión en español en el Fondo de Cultura Económica. Por medio de la obra de Wade, puede verse que el conjunto de países asiáticos (que hoy constituyen nuevas economías industrializadas) exhibe una etapa de substitución de importaciones temprana, aparejada con alta eficiencia y proteccionismo en un primer momento. En algunos hay reforma agraria previa. El Estado apoya una política industrial que busca canalizar mano de obra hacia actividades manufactureras de exportación. Más que ventaja comparativa, se incentivan actividades con ventaja competitiva en el ámbito mundial. Tampoco se abandona el principio de protección a la industria local. Para los años setenta y ochenta es posible apreciar los efectos de tal política industrial.

[8] La historia económica de América Latina desde la independencia, de 1998, también publicado en el Fondo de Cultura Económica.

[9] México. De la crisis de la deuda al estancamiento económico, México, COLMEX, 2009.

[10] A Brief History of Neoliberalism, de 2005, cuya traducción al castellano corrió a cargo de la editorial Akal.

[11] Curiosamente, esto mismo es lo que había sostenido el Sr. López Obrador y que le valió críticas en diversos medios. Sobre la condición – para no decir imposición – de políticas desde organismos financieros  internacionales, también puede revisarse el texto de Devesh Kapur y Richard Webb, Governance-related Conditionalities of the IFIs, Ginebra, UNCTAD, 2000 (G-24 Discussion Paper Series, no. 6).

[12] Sus tesis principales se encuentran en The Other Path. The Economic Answer to Terrorism, Nueva York, Basic Books, 1989.

[13] Eric Schiff, Industrialisation without National Patents – the Netherlands, 1869-1912 and Switzerland, 1850-1907, Princeton, Princeton University Press, 1971.

Andrés Medellín

Estudiante de maestría en ciencias sociales en la FLACSO México

2 Comments

  • Andres Medellin dice:

    Fe de erratas:

    Por un error atribuible únicamente a un servidor, escribí
    que el banco central independiente había sido una creación de los años 30 del
    siglo XX. Esta afirmación puede prestarse a equívoco. Es necesario aclarar que los bancos centrales datan de antes. Los
    primeros que se reconocen como bancos centrales, cuya función principal consistía
    en prestar a los gobiernos, son los de Suecia (1668) y de Inglaterra (1694),
    aunque eran entidades privadas.

    Ahora bien, la banca central con las características de política
    monetaria que la caracterizan hoy día sí es del siglo XX. Por ejemplo, el
    Sistema de la Reserva Federal de Estados Unidos fue instaurado en 1913, aunque sería
    con las Actas Bancarias de 1933 y 1935 que adquiriría las funciones típicas de
    los bancos centrales de la actualidad, como el control de la oferta de dinero. La
    Reserva Federal de Estados Unidos dependió del Departamento del Tesoro desde
    1935, pero recobraría su autonomía en 1951.

    Para saber más sobre el tema, una escueta historia de la
    banca central – en especial en el mundo anglosajón – está en el artículo de
    Michael D. Bordo, A Brief History of
    Central Banks, Federal Reserve Bank of Cleveland, 1 de diciembre de 2007
    (disponible en http://www.clevelandfed.org/research/commentary/2007/12.cfm).

    En América Latina, Colombia estableció su banco central en
    1923. El Banco de México es de 1925, mismo año en que Chile estableció el suyo.
    El Banco Central de la República Argentina fue fundado en 1935, un año después
    de que Canadá inaugurase su propia banca central. Aunque contaba desde 1945 con
    la Superintendencia de la Moneda y del Crédito (SUMOC por sus siglas en portugués),
    Brasil no estableció su banco central independiente sino hasta 1964, en plena
    dictadura militar.

    Espero que esta información sirva para aclarar este aspecto,
    mismo que debió merecer por mi parte al menos una nota al pie. De nuevo, ofrezco
    mis disculpas y reitero la responsabilidad personal de quien esto escribe.

    Andrés Medellín.

  • iSILVIA dice:

    FELICIDADES ANDRÈS!!! Excelente artículo, el cual coincide y confirma mi teoría referente al sistema neoliberal y sus reformas estructurales que no son y no han sido la panacea de los países industrializados, menos en los países de escaso desarrollo. Saludos y adelante con más artículos!!!

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