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Los escenarios y temas de Alberto Chimal son extensos pero reconocibles, participan de un ámbito fantástico que, sin embargo, pugna por no caer en la chabacanería mercadotécnica del fantasy y sus derivados. En sus libros de cuentos, Chimal parte del subgénero para indagar en la tradición de los grandes relatos fundacionales. De ahí la extrañeza cuando su primera novela, Los esclavos (Almadía, 2009), explora temas en apariencia ajenos: un hiperrealismo agresivo anclado en lo sexual, sin permitirse el regodeo erótico. Su primera novela participa del mismo riesgo estético de sus cuentos: lindar con el cliché del subgénero (la pornografía, en este caso) y escapar de él gracias al rigor en el tratamiento del tema.

Para leer la primera parte de la entrevista, da click aquí.

Cuando leí la novela pensé que no iba a gustarle a tus lectores, quienes están más acostumbrados a otros tonos tuyos. Mi sorpresa fue que la gente lo ha recibido muy bien, ¿por qué crees que lo están leyendo con este gusto?

Sospecho que muchos lo han agarrado por el lado del morbo, pero eso no explica muchas de las reacciones que ha habido. Por un lado, hay gente que se interesa por el asunto del poder, o lo que se va manifestando debajo de la fachada sórdida. Por el otro, algunos comentaristas han destacado el desarrollo de personajes como instrumentos de emociones fuertes o de ideas inusitadas. Una escena que algunos lectores han elogiado es cuando Golo y Mundo llaman a la esposa de Mundo por teléfono, o bien la descripción de esta vida marginal, llena de cosas extrañas. Otra cosa que llama la atención, es el carácter de los esclavizados: de alguna manera implica una discusión sobre el libre albedrío, porque ninguno de los dos ha sido realmente conquistado: Yuyis nunca conoció otra cosa y Mundo se dejó conquistar. El otro día platicaba con una amiga psicoterapeuta; me hablaba de una idea de Lacan, donde decía que en una relación así, el auténtico esclavo es el dominante, porque es quien tiene que cumplir el libreto que complace al otro. De eso se trata el asunto, de cómo los papeles son mucho menos claros de lo que parecen y hay ambigüedades muy extrañas. También me ha llamado la atención que los comentarios más desfavorables se pueden dividir en dos grupos: el primero es el de los que vienen de lecturas superficiales, es decir, de personas que no han entendido realmente el libro, y el segundo es el de quienes se quejan de que no hay suficiente sexo. Las lecturas más morbosas son las que van a salir menos recompensadas.

Esto me llevaría a preguntarte sobre los temas que se está leyendo en México, ¿por dónde crees que está la brújula de los lectores?

Quienes leen –porque ya sabemos dónde está el problema: que en México no se lee– están decantados hacia el realismo, no novelesco, sino periodístico: narcoabogados, narcosatánicos, la maestra Gordillo; nuestra provincia chafa de la non fiction. Por el otro lado está el escapismo total: Crepúsculo, Harry Potter y sus clones. Si no se trata de hundir la cabeza en lo más sórdido de la realidad, buscan apartarse tanto como sea posible y largarse a libros que cierran por completo la posibilidad de reflexión y enfrentamiento. Por otro lado, es parecido a lo que ocurría con nuestros padres, nada más que en esos casos las temáticas eran distintas, ésta ya no es la época de Irving Wallace ni de El valle de las muñecas, que describía este asunto sórdido del mundo del poder y el espectáculo. Eso ya está integrado a la vida social de cualquiera; abres una página de espectáculos en internet y ves los excesos que hacen las estrellas, ya no es un mundo secreto al que solamente se accede por medio de la novela.

Si ya no impactan estos temas, ¿por dónde vendrá el impacto ahora?

No sé exactamente, pero me ha tocado ver el fenómeno de Roberto Bolaño, que se ha convertido en un asunto muy explotado comercialmente. Alguien me dijo que Bolaño es el autor para los nacidos en los ochenta y quería decir que era quien iba a quitarle el anquilosamiento a la literatura, pero en el fondo también puede ser literalmente lo que esa persona me dijo: que sea la marca de moda. Temo que esto se está viendo en la obra de varios escritores. Al margen de sus virtudes, que son muchas, creo que Bolaño se parecerá a Cortázar, no solamente en el entusiasmo que provoca, sino también en lo que ocasionará: una generación entera no aprendió a redactar porque tenía la impresión que Cortázar redactaba “como fuera”; otra generación va a preocuparse más por vivir “apasionadamente” que por escribir, o por lo menos se quedará con la leyenda y no con la obra de Bolaño.

¿También te parece marca lo que ocurría con Cortázar?

Sí, como todo el Boom. ¿Recuerdas el libro de él, Papeles inesperados, que apareció el año pasado? Al final del prólogo dice que seguramente van a aparecer más textos de Cortázar, lo que es como una promesa para el consumidor de la marca. El boom era eso: una marca que el grupo del Crack de alguna manera quiso imitar.

¿Y le salió al grupo del Crack?

No, porque no eran todos igualmente buenos y no todos pudieron integrarse con el sistema de aquella época. El Crack se desarrolló cuando parecía que iba a haber una gran apertura; estaba tronando el PRI y con ello la visión monolítica de la literatura como apéndice de la política, salían autores raros como Pablo Soler Frost y Mario González Suárez… El Crack era parte de ese movimiento (y el más exitoso de sus miembros es actualmente Jorge Volpi, pues es quien de manera más consecuente creó una obra con ese afán cosmopolita que defendían). El problema fue que la apertura de México hacia el mundo no estuvo complementada con una apertura del mundo hacia México. Nuestro país no se integró a un concierto literario mayor porque no entendió que la literatura se iba convirtiendo más en un asunto de marketing. Por ejemplo, un fenómeno que ocurre con los autores de subgéneros es que cuando estas vertientes literarias se globalizan, muchos escritores se vuelven redundantes. ¿A quién le va a interesar, en un mercado global, una imitación de Crepúsculo, si Crepúsculo se tradujo a todos los idiomas y se distribuye por todas partes? El escritor tercermundista no puede competir en esos términos contra el de primer mundo, quien tiene ventajas sobradas; escribir un thriller que es una imitación de los thrillers de Estados Unidos o Inglaterra no sirve de nada. Y al mismo tiempo, a la literatura que iba a ocupar el mainstream le impusieron exigencias de mercado que volvieron a crear una hegemonía de cosas que se dictaban, pero ahora no por el PRI, sino por Planeta y por Alfaguara.

Tal parece que ahora triunfar en la literatura es tener presencia en Barcelona. ¿Cómo nos sitúa eso?

Nos margina más, porque la peor manera de tratar de triunfar en España es escribir en barcelonés y tratar de encajar. Mismo problema; ¿para qué quiero a un clon de Vila-Matas si tengo a Vila-Matas? Además, culturalmente significa un retroceso, porque la cultura española –o su parte hegemónica; maticemos, pues– no está abierta a la innovación. La cultura española no es ni de lejos la más de avanzada de Europa y no digamos del resto del primero mundo. Un ejemplo: la promoción de El viajero del siglo, de Andrés Neuman, que ganó el Premio Alfaguara, dice que la novela es una gran innovación porque parece una novela del siglo XIX. Ahí algo no está bien: a lo mejor es interesante ver un pastiche de novela decimonónica y entiendo que Andrés Neuman es un buen escritor, pero la actitud con la cual se ofrece su libro es desalentadora. Durante los últimos 30 años, la política editorial de Alfaguara, Planeta y los grandes consorcios editoriales ha sido, a la luz de lo que premian y promueven, hacer que el arte de la novela vaya para atrás, hacía Pérez Galdós. Aunque también, en España las editoriales más interesantes son pequeñas, como Páginas de Espuma o Lengua de Trapo, que intentan publicar cosas interesantes y no solamente lo que indica los estudios de mercado; la salud de una cultura también depende de los riesgos que se atreva a tomar.

Se vienen el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución; de botepronto, ¿qué elementos se te ocurre que deberían rescatarse del último siglo de literatura mexicana?

De cien años hacia acá se creó cierta visión hegemónica de la literatura, a partir de la “Literatura de la Revolución” y de cómo el PRI, el partido que más tiempo estuvo en el poder durante ese siglo, que hizo suya la idea de la Revolución y la convirtió en un elemento de su aparato ideológico. El sistema priísta cooptó a la literatura y la convirtió en una sucursal de su mirada sobre el poder. A partir de entonces se estableció una discusión muy arbitraria entre quienes se plegaban a la visión hegemónica y quienes la combatían. Esos dos campos eran irreconciliables: a veces la mejor literatura se producía dentro de un campo, a veces dentro del otro, pero lo que no cae en ninguno de esos polos se ignoraba siempre; no nada más las literaturas de género, sino también, por ejemplo, la literatura de cepa católica, que jamás se integró al discurso de la Revolución.

La figura más potente del escritor del siglo XX es la del intelectual, el que opina sobre el poder. Gracias a esa labor se volvieron “referentes” escritores como Octavio Paz y Carlos Fuentes: aquellos que compaginaban la labor creativa con su labor de interlocutores del poder. El único momento en el que pareció romperse esa tradición fue en los noventa, cuando empezó a desmoronarse el sistema priísta tradicional. En esa época quiso surgir una escritura más abierta, incluso diría más imaginativa, pero lo que parecía una transformación de la política y la sociedad mexicana no ocurrió y estas transformaciones de la literatura también se frustraron. Ahora que el sistema panista también se está descomponiendo y se vislumbra el regreso del PRI a la presidencia, las salidas que encuentra la literatura son retornos: lo que más fascina a muchas personas es lo que pasa con el narco, la violencia y la política. Por otro lado, está resurgiendo la figura del intelectual. Por ejemplo, tal vez la primera obra que ha colocado a un autor de mi generación en el mapa de la cultura mexicana no sea una novela ni un trabajo literario, sino una entrevista: la de Rogelio Villarreal con Heriberto Yépez, que publicó el año pasado la revista Milenio Semanal y fue tema de portada; me parece que con esa entrevista Yépez se colocó como el primer el intelectual de una nueva generación, una persona que está dedicando una parte apreciable de su obra a discutir el poder. Al menos se percibió como una novedad y un regreso del compromiso político a la literatura.

Quizá ahora que regrese el PRI al poder regresen los intelectuales. Y quizá la mejor oportunidad que tendrá la nueva generación de hacerse importante sea adoptar los modelos del pasado, actualizarlos para insertarse en este sistema político añejo que regresa.

Pero, ¿no crees que haga falta este intelectual como Yépez?

Claro que hace falta porque su postura sigue siendo crítica: no es subordinada ni complaciente, e incluso creo que puede ir más allá de lo que ha hecho y no ser solamente provocador sino también propositivo. Por otro lado, me desconsuela un poco porque finalmente, por muy necesarias o pertinentes que puedan ser las opiniones políticas de la generación, el hecho de que se vean obligados a hacer esto es un retroceso: la literatura mexicana está regresando a basar su razón de ser en mirar hacia el poder, estamos regresando a los años cuarenta o cincuenta. Lo que faltaría para que este retorno se diera por completo, sería que volviéramos a cerrarnos sobre nosotros mismos. No sé si vaya a pasar, porque las circunstancias globales son distintas, pero dado que el exterior nos rechaza, una reacción posible sería hablar otra vez del propio ombliguito, resignarnos a tener solamente un público local o peor: un público de políticos y ceñirlo todo a lo local como si el resto no existiera: como si México no estuviera en el mundo. No sé si seremos capaces de entender que la gran mirada del escritor de cualquier lugar no necesariamente implica la posibilidad de publicar en Europa. A lo mejor la gran mirada no tiene que pasar por ahí, pero no nos damos cuenta de eso.

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Ciudad de México, 1972. Ha colaborado como escritor freelance en distintas publicaciones mexicanas de turismo, cultura y cine. En los noventa editó la revista Papel de literatura del INBA. Escribe guiones de comedias románticas. Participa en Distintas Latitudes porque quiere conocer Lima, Montevideo y Barranquilla.

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