Muy propio de latinoamericanos, que apenas uno de nuestros grandes personajes destaca en el mundo, se agregan suspicacias y desencuentros. Y el peruano Mario Vargas Llosa se convierte en el Premio Nobel de Literatura 2010 y de inmediato se agregan sustancias corrosivas para distorsionar el evento: que si su pasado político, que si sus tendencias neoliberales, que si sus novelas más recientes no son tan inspiradoras como las primeras; que si mostró desdén hacia el continente por haberse nacionalizado español, que si golpeó al Gabo tan querido en aquella tarde aciaga de febrero de 1976, que si el boom literario, ¿qué rayos era aquello del boom literario?
Y las polémicas impiden -tan latinoamericano el asunto- celebrar el reconocimiento mundial a la obra de un novelista colosal, de los más importantes del continente. Quizá a ninguno de nuestros grandes autores latinoamericanos pueda quedarle mejor el membrete de novelista, en el sentido más estricto del oficio: Vargas Llosa es el mayor novelista latinoamericano, en tanto creador de personajes y elaborador de argumentos; colmillo retorcido para la técnica literaria y bordado casi artesanal de tramas; insistencia obsesiva en algunos temas -el heroísmo, la represión, lo primitivo pese al afán civilizatorio- pero asombrosas variaciones en el tono -folletín, épica, non fiction, epístola, puntos de vista faulknerianos- que renuevan y hacen compleja una obra propicia para múltiples interpretaciones.
Si Rulfo es un rara avis con su solitario y enigmático Pedro Páramo, si García Márquez representa el aedo milenario en Cien años de soledad, Mario Vargas Llosa se impone desde su obra como el Gran Arquitecto. Vargas Llosa no crea desde devociones metafísicas: Vargas Llosa trabaja, hace de las palabras herramientas sólidas y precisas, no tiene una voz portentosa pero sabe construir cuantas necesita para engrandecer su trama. Vargas Llosa es un autor invisible en su obra, porque acaso aprendiéndolo de su tótem Gustave Flaubert (a quien le dedicó una sabrosa biografía literaria, La orgía perpetua, sobre la escritura de Madame Bovary), sabe que el poder de la ficción está en el sacrificio de una voz personal, para que sean los personajes quienes se cuenten y se sorprendan contándose. Mario Vargas Llosa no se lee como a un santón que dicta sentencias; sus páginas son de orfebre acucioso. En consecuencia, su obra crece en la medida que su voz se delega a la de sus personajes.
Mario Vargas Llosa resuelve su obra desde la paciente construcción narrativa: sabe crear cimientos para que Antonio Conselheiro surja poderoso en La guerra del fin del mundo; tiene paciencia en los detalles y las peripecias para retrucar los dilemas morales de los alumnos del Colegio Militar Leoncio Prado en La ciudad y los perros; reconoce la melancolía irreversible del paso del tiempo -del tiempo que se vive y el tiempo que se charla- para lograr ese extraño vínculo entre la amistad imposible y el reconocimiento azorado entre Zavalita y Ambrosio en Conversación en La Catedral. A Vargas Llosa no se le lee con la devoción impostada que se le debe a los sabios, sí con la curiosidad morosa que pide un escrupuloso contador de historias. El Premio Nobel a su obra reconoce la persistencia de la narrativa, la paciente fabricación de ficciones, para encontrar en ellas “la verdad de la mentira”, como ha insistido el autor en definir al arte de la novela.
Habrá quienes argumenten que este Premio Nobel aprovecha la coyuntura de los bicentenarios de independencia latinoamericanos y, sin embargo, Perú celebrará su independencia hasta 2021. También, se lamenta la demora de este reconocimiento, justo cuando el boom latinoamericano –al cual pertenece Mario Vargas Llosa- vive el ingrato momento del desdén y el cuestionamiento -por otro lado, condición necesaria para que los nuevos autores puedan encontrar una voz propia. Pero cierta justicia literaria prevalece cuando los lectores, esos seres desconocidos que deberían ser el final obligado de toda narrativa, celebran y recuperan las novelas, los cuentos, los ensayos, las enseñanzas del novelista peruano.
Hace veinte años, cuando Octavio Paz fue merecedor del Nobel de 1990, también se cuestionaron equilibrios geopolíticos, influencias culturales, contextos que aminoraran el reconocimiento al mexicano. Hasta que las voces más simples lanzaron su opinión: ¿No ganó Octavio Paz el Nobel porque es un gran poeta? El argumento es válido para este 2010: el Premio Nobel a Vargas Llosa celebra a un gran novelista. Sería ejercicio sano hacer de lado las interpretaciones, ir a sus libros y encontrar ahí la verdad de las mentiras, como a él le gusta caracterizar a la ficción.
Concuerdo en todo y no agrego más para no dar esa pintita de “yo también quiero agregar algo, óyeme”. Vargas Llosa es un GRAN novelista. El más grande de los latinoamericanos. El cadete, como lo llamaban Cortázar y los demás. Disciplinado, incansable, lector VORAZ, cabellito recortado al cepillo. Siempre supo lo que quería hacer y lo hizo. Nadie merece más el Nobel que él. Me dio MUCHO GUSTO que lo ganara, y no sólo porque lo merecía sino también por otros motivos más egoístas, como que esto de alguna manera ayudará a que el mundo vuelva su mirada a la tan olvidada literatura latinoamericana -tan pasada de moda, tan insistente en superar el realismo mágico y el costumbrismo, tan llena de contreras que reniegan de sus grandes maestros.
Me acuerdo de una plática que nos echamos tú y yo, una especie de apología innecesaria sobre el Boom. Tú preferías a Gabo, yo a don Mario. Me siento triunfal, pero tú ya tuviste tu pedazo de razón. Celebremos entonces, juntos, por el cadete que pasó su infancia más feliz en Cochabamba.
Grán merecimiento sin duda, la calidad de su obra, que además es una obra de toda la vida, nos muestra los finos detalles de ese ser imaginario: el ser “Latinoamericano”, entidad cuyo parangón no existe como hermandad en ningún lugar del planeta, quizás porque vivir las malas y las penurias nos hace mas “hermanos”.
La Señorita de Tacna, es una obra que casi nadie menciona, y aprovecho para comentarla, y coincido en la vida que cobran los textos cuando los personajes son tan vívidos y con un ánima casi otorgada como de una varita de Harry Potter, con chispas, efectos especiales y toda la cosa.
Pantaleón y las Visitadoras, comedia en tono de farsa, que saca la riqueza de la inocencia Latinoamericana, en situación extrema que sólo nos arranca risas e identificaciones con nuestros propios ejércitos… que nada tienen que ver con los ejércitos de Tormenta del Desierto ni de cualquier otra producción hollywoodesca de guerras nice, con artefactos y armas del siglo XXI.
Hoy, tocó hacer homenaje a Mario Vargas Llosa por lo que escribió, no tocó poner en tela de juicio si le gusta la Fabada más que el ceviche peruano, o si escucha a los Hombres G, en vez de la trova.
Viva un hombre que ha demostrado, en una constante, y que nos da, como faros, como boyas, como puntos de referencia, dónde queda la identidad cultural de una región clave en la política de todos los países poderosos del mundo.
Yo no tengo muchas bases pa’ opinar, lo que es. Pero eso de “que apenas uno de nuestros grandes personajes destaca en el mundo, se agregan suspicacias y desencuentros.” lo noté hasta hoy. Pensé que era exclusivo de mexicanos.
En fin, sí me gustó que lo ganara, aunque yo misma he denostado la fiabilidad del premio Nobel, sé lo que significa obtenerlo y cuanto nos hace falta a los latinoamericanos tener motivos tangibles de orgullo por nuestra cultura y ahora más que nunca por nuestro lenguaje.
Somos latinoamericanos, cuando Ganó Octavio Paz el gusto que nos dío a todos no por ser Mexicano si no lo que representaba en sí. Ahora que lo gane el gran Mario Vargas Llosa es espectacular,las mezquindades echarlas atras,y a investigar mas en sus obras y en su vida.
“no tiene una voz portentosa pero sabe construir cuantas necesita para engrandecer su trama” me encantó esa frase y totalmente de acuerdo, me gustó que se lo ganara él tanto por ser latinoamericano como porque para nosotros tienen un significado diferente sus relatos como lo tiene para los europeos, de la misma forma que cuando un europeo, estadounidense y anexos ganan nobels para nosotros es muy.. “ah, va wey”. Ya sabe que me gusta leerle mister, tú sigue, ya te ganarás un nobel tú un día (aunque sea una mujer en medias de red) 😛
Claro que rondarán las teorías de coyuntura sobre las independencias; hay quien dice que Vargas Llosa ya llevaba mucho tiempo haciendo su campaña para el nobel, y aunque sea así, eso no le quita que su obra sea influyente y enorme. Si nos dejáramos llevar por toda la politiquería de cada autor, habría tantos que no abriríamos jamás. Lo bueno de este nobel es el reconocimiento que hace a una tradición literaria muchas veces olvidada (tal vez ignorada) por la academia sueca. Y en cuanto a su valor literario yo no digo que sea poco, pero siempre recuerdo que Puig lo comparaba la actriz Esther Williams para decir que es tan disciplinado (y aburrido).
pues a mi desde que le dieron el nobel a Obama, esos premios se me afiguaran a los premios TVynovelas. Ya que mas da a quien se lo den
Que haya política detrás del Nobel no es cosa nueva. Tampoco debiera importarnos mucho. No es lo mismo un Nobel de literatura que uno de química, o que el mismísimo Nobel de la paz.
Obama lo ganó y fue una farsa, cierto. Pero eso no desprestigia en ningún momento a Vargas Llosa. Su obra es sin duda excelente y goza de un gran reconocimiento. Premio merecido, sin duda.
Ahora, claro está que estos premios no se entregan así nomás. Disidentes soviéticos o comunistas en general (como Frau Müller, la ganadora en 2009), personajes anti-guerra (Harold Pinter en 2005), críticos de la modernidad y defensoras del feminismo… vamos, es claro que el Nobel se otorga también siguiendo lo políticamente correcto: mucho se especuló respecto a la condición de “derechista” de Borges y de por qué nunca le tocó premio. A Vargas Llosa le han aplaudido siempre su discurso demócrata y liberal, tan acorde con parámetros anglosajones. Así, el Nobel se lo ganó y punto.
Muchos de los anteriores galardonados parecían casi desconocidos en estas latitudes (¿Quién conocía a H. Müller, en serio?). Me pregunto si don Mario es igual de desconocido allá en las Asias o en las Europas no latinas… Si no, qué bueno. Y si sí, también que bueno, porque ahora lo van a conocer mucho más.