Este texto forma parte del proyecto “Pensar los feminismos latinoamericanos desde la acción colectiva” de Distintas Latitudes, coordinado por Natalia Flores Garrido. Si quieres ver la convocatoria, da clic aquí.
Nos conocemos desde hace tanto que ya no podemos mentirnos.
Sólo podemos quedarnos e intentar un milagro.
(Montevideanas, obra teatral de M. González Gil y D. Botti)
Lo que busca mostrar el presente trabajo es el proceso mediante el cual, en un período de menos de veinte años, un tema ausente en el debate social de Uruguay- como es el de la violencia doméstica – llegó a ser reconocido como problema social y supuso la urgencia de ser superado como práctica social. Pero sobre todo, nos interesa destacar que a partir de la construcción social de la violencia doméstica como problema social y público se erige la historia de un movimiento de mujeres, sus organizaciones y estrategias para llevar adelante el tema en diferentes contextos y, al mismo tiempo, consolidarse como actor político y sujeto histórico de nuestro país.[1]
El contexto que motivó el nacimiento del movimiento contemporáneo de mujeres fue el régimen autoritario de 1973-1985. Si bien la constitución de diferentes organizaciones y grupos de mujeres no fue algo novedoso en Uruguay, difieren de los anteriores por su naturaleza y objetivos. (Prates y Villamil, 1985)[2]. En primer lugar, la situación económica del país determinó un ingreso masivo de las mujeres al mercado laboral. En segundo lugar, las mujeres desarrollaron diferentes mecanismos de resistencia al régimen, tanto en los ámbitos domésticos y barriales, como en los espacios públicos y callejeros hacia el final del mismo. Estos dos espacios de encuentros – el laboral y el espacio de militancia- permitieron poner en común sus historias de vidas. Fueron espacios donde tomaron contacto con otras mujeres, colectivizaron los problemas personales y barriales y comenzaron a entender que había una condición que les era propia por el hecho de ser mujeres. La posibilidad de encontrarse, poner en palabras y dialogar tuvo un efecto transformador y les permitió develar una realidad oculta: el de la violencia doméstica.
En los primeros años de integración del movimiento de mujeres, no estaba presente la violencia doméstica como un problema. Creyeron por mucho tiempo, que había cosas que “acá no pasaban”, ya que la historia del Uruguay mostraba que nuestro contexto había sido favorable a la mujer en relación a otros países latinoamericanos en lo que tiene que ver con leyes civiles y políticas. Sin embargo, las mujeres reunidas en casas de familia para organizar marchas y caceroladas contra el régimen autoritario, se encontraron frente a ciertas condiciones de injusticia, sobre todo al interior de las relaciones familiares. Esas condiciones tenían que ver con posibilidades, modos de estar en el mundo, formas de entenderse a sí mismas y su relación con los otros. Algunos ejemplos se manifestaban cuando no tenían con quien dejar a los hijos cuando querían participar políticamente, porque los roles domésticos eran privativos de las mujeres. Muchas sufrían violencia física por parte de sus compañeros, pero la callaban, ya que dentro de los patrones culturales estaba naturalizado el hecho de que el varón castigara a “su” mujer y a “sus” hijos si las circunstancias lo ameritaban.
En este contexto comenzaron a apropiarse de una nueva retórica, es decir comenzaron a visualizar y verbalizar un ser femenino distinto. Descubrieron que tenían valor como sujeto político, valor como sujeto económico, y por lo tanto, valor como sujeto de derecho; un derecho que iba más allá de lo público y político. Sintieron la necesidad de que esto se valorara socialmente y en especial por sus compañeros varones. No buscaron suplantarlos en los puestos de decisión y poder, sino más bien construir y consolidar relaciones justas y equitativas entre los géneros tanto en los espacios públicos como privados.
Este deseo de transformación de los patrones y prácticas androcéntricas las vinculó al feminismo como corriente de pensamiento, donde más tarde encontraron una herramienta teórica para interpretar la realidad. Pero vale la pena destacar que si bien muchos de los grupos en la actualidad se declaran feministas, no es el feminismo lo que en una primera instancia impulsó a las mujeres a la transformación, sino las experiencias concretas de dolor, desigualdad e injustica.
El caso de Flor de Lis Rodríguez en 1989 es un ejemplo paradigmático. La relación estrecha de Flor con el movimiento de mujeres como mecanismo para superar la situación de violencia que sufría desde hace años por parte de su marido – que finalmente la mató en la calle cuando salió a comprar el pan un domingo- , fue especialmente significativa. Para las mujeres del movimiento fue uno de los primeros hechos de indignación, toma de conciencia y posterior denuncia: frente a los esfuerzos realizados, el Estado no tenía respuestas eficientes. Me animo a decir que el caso de Flor desnudó la situación de negligencia por parte del Estado y de la sociedad toda que aún estaba adormecida.
Esta nueva conciencia las llevó a la creación de grupos que dieran respuesta a la situación de violencia doméstica. Estos grupos se constituyeron como organizaciones no gubernamentales bajo dos perfiles: uno de reflexión, investigación y difusión exclusivamente, y otro de trabajo directo con las mujeres que sufren violencia a través del asesoramiento jurídico, psicológico y de capacitaciones especiales.
La primera organización de estudio, investigación y formación que se fundó en Uruguay fue GRECMU. Luego le sigue PLEMUU, Cotidiano Mujer y el Espacio Feminista. En el segundo grupo encontramos el caso de SOS Mujer, Mujer Ahora, Instituto Mujer y Sociedad, Casa de la Mujer de la Unión, Grupo Interdisciplinario sobre violencia contra la mujer, Centro de asistencia a la Mujer maltratada (CAMM), Casa de la Mujer María de Abella y Luna Nueva. Lo acompasaban los grupos de mujeres de los partidos políticos y la Comisión de Mujeres del PIT-CNT. Si bien las acciones que llevan adelante los grupos tienen diferente alcance y desarrollo, y existen tensiones entre ellos, la mayoría de las mujeres reconocen el valor de las diferentes acciones para atacar el problema de la violencia.
Las mujeres ya organizadas comprendieron que el problema requería un trabajo colectivo. Tal es así que en 1992, integraron la Red Nacional de Organizaciones No Gubernamentales contra la Violencia Sexual y Doméstica de alcance latinoamericano. Por otra parte profundizaron el contacto con movimientos de mujeres a escala global a través de la participación en conferencias y convenciones internacionales.[3] Estas instancias colectivas y globales ofrecieron un marco interpretativo para abordar el problema de la violencia doméstica bajo tres ejes principales: el de la discriminación contra la mujer; el de los derechos de los niños, niñas y adolescentes; y el del rol del Estado como legislador garante de los derechos en el ámbito privado o doméstico.
Evidentemente la accesibilidad a las tecnologías comunicacionales, cada vez de mayor alcance, aceitaron estos vínculos internacionales que les permitieron una mirada más global del problema y una conceptualización de las problemáticas locales. La participación de las mujeres uruguayas en La Conferencia Mundial de Beijing en 1995, es un hito importante en este camino. En primer lugar por la preparación que les implicó; fue la primera vez que este movimiento tuvo que dar cuenta del estado de situación de la mujer en el Uruguay, lo que supuso relevar datos, hacer diagnósticos, realizar talleres y encuentros tanto en Montevideo como en el interior del país. Y esto se realizó no sólo en la esfera de la sociedad civil, sino también a nivel Estatal. Al regresar de la conferencia trajeron consigo nuevos compromisos asumidos y nuevos retos. De ahí la creación de otra red: la Comisión Nacional de Seguimiento de los Compromisos de Beijing encargada de monitorear el cumplimiento del Plan de Acción de la Conferencia por parte del Estado uruguayo.
La sensibilización cada vez mayor en la población sobre la violencia doméstica impulsó otros esfuerzos: los que surgen a nivel estatal (que no son analizados en este trabajo) y los de otros grupos de mujeres que están por fuera de las ONGs pero estrechamente vinculadas a ellas. Tal es el caso de La Bancada Bicameral Femenina[4], que el 8 de marzo de 2000 en su primer acto colectivo, solicitó que se desarchivara el proyecto de ley sobre violencia doméstica que había sido presentado en 1999 por la bancada del Encuentro Progresista – Frente Amplio; las campañas públicas de los medios de comunicación en 2002, que impulsaron la sensibilización sobre el tema y plantearon a toda la sociedad el compromiso de denunciar la violencia doméstica; y la Campaña del Crespón: “Ni una muerte más por violencia doméstica” realizada entre 2001 y 2002 y que consistió en la colocación de una balconera y un crespón negro en el local de la Comuna Mujer Nº 9 cada vez que moría una mujer, e invitaba a toda la ciudadanía a hacer lo mismo[5].
El proceso de redacción y aprobación de la Ley Nº 17.514 de Violencia Doméstica, entre los años 1999 y 2002, significó el mayor esfuerzo de coordinación de mujeres pertenecientes a todos los sectores: de la sociedad civil, mujeres políticas, académicas. Pero más allá del significado que la aprobación de la ley puede tener para el tratamiento del problema de la violencia doméstica, me interesa resaltar el efecto que el proceso tuvo sobre el movimiento de mujeres en tanto las consolidó como tal y permitió una mayor visibilización del movimiento como sujeto social y político.
La extensión de los derechos de seguridad, libertad, igualdad política y una vida sana y libre de violencia para todos los integrantes de la sociedad uruguaya, son en mi opinión, principios universales que se reclaman en la lucha particular contra la violencia doméstica hacia las mujeres. Y en tanto son reclamados en una lucha particular visibiliza la identidad dislocada de las mujeres que la sufren. Por esto creo que el movimiento de mujeres contra la violencia doméstica es un intento por sanar identidades lastimadas.
Día a día seguimos viendo y escuchando situaciones de violencia doméstica. Los esfuerzos no han sido en vano, es más, se han redoblado. Las campañas públicas del colectivo Mujeres de Negro con su convocatoria a reunirse y denunciar casos de violencia en la explanada municipal; los spot publicitarios, los talleres de sensibilización y capacitación que se siguen instrumentando por parte de las organizaciones de mujeres tradicionales y otras más recientes, dan cuenta de ello. Todas son mujeres que hablan, comparten, reflexionan, denuncian, reclaman, se ponen en movimiento para dar respuesta y exigirlas. Hacer memoria en relación a estas mujeres organizadas, permite conocer el modo en que ellas se reconocieron en un espacio temporal y espacial común que las habilitó a contar, pero también escuchar y latir unas con otras, comprenderse y soñarse.
En la obra teatral Montevideana, de Manuel Gonzáles Gil y Daniel Botti, encontré la mejor expresión de lo que este trabajo nos permite descubrir: la tremenda voluntad de estas mujeres por apuntar contra la disgregación y la fragmentación en la que la historia, implacable y cruel, parece colocarnos.
Dicen que nuestra historia es como un verdugo
con la mirada vuelta hacia atrás.
Que es como una serpiente que muerde su propia cola.
Así será, pero aquí estamos.
Nacimos a la vera de este río como mar.
Nos conocemos desde hace tanto que ya no podemos mentirnos.
Sólo podemos quedarnos e intentar un milagro.
Porque bajo este cielo aprendimos a imaginarnos.
Porque sólo bajo esta lluvia y contra este viento nos reconocemos.
En este espacio nos soñamos.
Con este aroma, podemos comprendernos.
Y sólo en esta tierra sabemos oírnos y sentirnos latir.
Es en la notable presencia de ese “nosotros” incluyente en el que radica toda la potencialidad de transformación del ser humano. Deseo que esa transformación sea de todas y todos para la dignidad de la vida humana.
BIBLOGRAFÍA
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Ley N° 17.514. Violencia Doméstica.
[1] El presente artículo está realizado en torno a las conclusiones de la investigación publicada bajo el título “El despertar de una nueva conciencia. Memoria de lucha contra la violencia doméstica en Uruguay (1984-2002)”, Carolina Clavero White, OBSUR, Montevideo, 2009. El mismo se basa en entrevistas realizadas a 11 mujeres del movimiento; documentos y artículos periodísticos que se citan al final del artículo.
[2] Según la conceptualización de Suzana Prates y Silvia Rodríguez Villamil este período estuvo precedido por dos etapas: una que se inicia a fines del siglo XIX y llega hasta mediados de 1940, caracterizada por las protestas y las reivindicaciones y que culmina con el logro de los derechos políticos y civiles de la mujer (leyes de 1932 y 1946) La siguiente, que va desde 1940 hasta 1980, en la cual desaparecen las reivindicaciones de la mujer en el ámbito de lo “Público”; llamada también “Letárgica”. S. Prates y S. Rodriguez Villamil, “Los movimientos sociales de mujeres en la transición a la democracia.” En Carlos Filgueira (comp.), Movimientos sociales en el Uruguay de hoy. Ed. Banda oriental, CLACSO/ CIESU, Montevideo, 1985.
[3] Entre ellas, participaron en Nairobi (1985); Asamblea General de Naciones Unidas para la Convención sobre los Derechos del Niño (1989); Conferencia Mundial sobre Derechos Humanos en Viena (1993); Convención Interamericana en Belém do Pará ( 1994).
[4]“La bancada Femenina es el instrumento a través del cual las parlamentarias han logrado avances significativos en materia de género, señalando que hay temas que atañen a todas más allá de las diferencias ideológicas partidarias. Es un espacio de coordinación interpartidaria, horizontal, y transversal, abierta a todas las legisladoras, titulares y suplentes que deseen integrarla. En general, las legisladoras tienen una larga trayectoria de militancia en el movimiento de mujeres, lo que beneficia el diálogo con las organizaciones de mujeres y consolida la conciencia a nivel parlamentario”. Johnson, Niki. Género y legislación en el Uruguay. 1985-2002. Informe final inédito de proyecto de investigación, financiado por la Comisión Sectorial de Investigación Científica (CESIC) de la Universidad de la República, Montevideo, 2004.
[5] “La idea del crespón prendió de tal manera que lo tomaron las periodistas de los informativos de televisión y las legisladoras (…) Para mi este hecho, si vos querés anecdótico, muestra cómo el movimiento de mujeres consiguió impactar con sus consignas en el mundo político” (Clavero: 2009, 54)