La llegada de Barack Obama a la presidencia de Estados Unidos fue recibida con enormes expectativas dentro y fuera de las fronteras de su país. El optimismo se contagió a América Latina y la presencia de Obama en la Cumbre de las Américas de 2009, su carisma y su refrescante discurso fueron gratamente recibidos por los mandatarios reunidos en Trinidad y Tobago. Obama llegaba con la promesa de una relación más equitativa y enriquecedora, sin embargo, dos años después de esta reunión la promesa de un cambio evidente en la política hacia la región no se ha concretado. Abrumado por las difíciles condiciones de gobernabilidad al interior del país, Obama se distanció de una América Latina que, excepción hecha de los momentos de crisis en materia de seguridad, nunca ha sido prioridad en la política exterior estadounidense.
Las expectativas de un interés renovado por América Latina se reavivaron con la gira que el mandatario norteamericano realizó por varias ciudades de Chile, Brasil y el Salvador entre el 19 y el 23 del presente mes. En un erosionado contexto regional caracterizado por la pérdida relativa de importancia de Estados Unidos, y con un sistema internacional convulso por la catástrofe humanitaria y económica en Japón y la intervención militar internacional en Medio Oriente—dos zonas neurálgicas para Estados Unidos—todas las cartas parecían estar en contra de la gira de Obama. Su decisión de sostener el compromiso, sin embargo, resulta loable e indica un esfuerzo por demostrar un renovado interés en la región que, sin embargo, para algunos ha resultado tardío e insuficiente.
El director del Consejo de Asuntos Hemisféricos Larry Byrns confesó a la BBC su decepción de la política a latinoamericana del gobierno de Obama pues es “casi como la continuación de la política de Bush por el bajo perfil”. Byrns aludió al “mal manejo” el golpe de estado en Honduras en el 2009 contra el presidente Manuel Zelaya para señalar que la política exterior hacia América Latina no revela una estrategia de largo alcance. Lo mismo parece indicar la política del embargo hacia Cuba, una reliquia persistente desde la Guerra Fría que es materia constante en las negociaciones multilaterales en la región. Aunque Obama ha reconocido la ineficacia de esa política, no parece estar dispuesto—o tener la capacidad—a enfrentarse al grupo de congresistas conservadores que se oponen a reformular el embargo.
La indiferencia de Estados Unidos a la región se inscribe en un contexto regional caracterizado, como ya he dicho, por la pérdida creciente de predominancia estadounidense. América Latina no es la misma que en los años del Consenso de Washington. Sus países dependen en mucha menor medida de la inversión y ayuda extranjera: Brasil y Argentina han concluido sus onerosos compromisos con el FMI, ambos países se unieron al G20 y Chile hizo lo propio al conseguir la membresía de la OCDE. En lo político, la región responde con una voz más fuerte a las presiones del vecino del norte: Chile y México se opusieron desde el Consejo de Seguridad a la guerra en Irak y Brasil ofreció una alternativa de negociación a las presiones estadounidenses sobre el programa nuclear de Irán. En lo económico, Estados Unidos ya no es la única potencia de relevancia en la zona: China sostiene una agresiva política de inversión y comercio e incluso Rusia e Irán se interesan por una región con un mercado en expansión y [todavía] rica en recursos naturales. Por esto, Geoff Thale, director de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos, afirma que el propósito de la gira latinoamericana de Obama es claro: incentivar el comercio y contrarrestar el cortejo de China y Rusia.[1] El portavoz de la Casa Blanca, Jay Carney, declaró igualmente que el crecimiento de intercambio económico con la región era la prioridad del presidente.
En Brasil, el discurso de Obama y la recepción del público brasileño estuvieron cargados de optimismo. La referencia de que “el futuro prometido” había llegado a Brasil arrancó los vítores de los asistentes. Además, la visita de Obama permitió establecer una relación más cordial con la presidenta Dilma Rousseff, quien manifestó públicamente su desacuerdo con la abstención de Brasil a la condena del record de derechos humanos en Irán. Sin embargo, además de este hecho, algunas bromas sobre la sede de los Juegos Olímpicos y las cálidas ovaciones del respetable brasileño, la visita de Obama parece haber cosechado pocos dividendos.
En Chile, el discurso del presidente estadounidense no alcanzó las expectativas del público reunido en el auditorio de la Casa de la Moneda, que, a diferencia del brasileño, escuchó el mensaje presidencial sin irrumpir en aplausos aprobatorios. En el Salvador, la renuencia de Obama a revisar la agenda bilateral en materia de migración—un tema que afecta al menos a 2.5 millones de nacionales en territorio norteamericano [2]—cosechó la desilusión de muchos analistas y políticos para quienes la visita de Obama fue luces, humo y poco más que eso.
En vista de lo anterior ¿puede afirmarse que la gira del mandatario norteamericano fue un fracaso rotundo? Yo diría que no. En primer lugar, creo que es necesario reconocer el importante papel que el simbolismo tiene en las relaciones diplomáticas. Que Obama decidiera mantener su agenda a pesar del explosivo contexto internacional y la penosa discusión que le aguarda en casa para decidir el futuro del presupuesto es una señal importante. Más importante, sin embargo, fue la confianza—simbólica y discursiva si se quiere, pero públicamente reconocida—que Obama afirmó tener en los países de la región. Al hablar sobre la Alianza para el Progreso, el mandatario norteamericano declaró que ésta había sido adecuada para su tiempo pero que “la realidad actual –y la nueva capacidad y confianza de nuestros vecinos latinoamericanos– exige algo diferente”, e insistió en la idea expresada en la Cumbre de las Américas de Trinidad en 2009 que ya no hay “socios mayores” y “socios menores” en el hemisferio. Así, la gira de Obama también tiene propósitos políticos: contrarrestar la imagen de que el gobierno estadounidense sólo está dispuesto a supervisar, en lugar de colaborar, con los gobiernos de de la región y el reconocimiento de un enfoque multilateral.
La indiferencia relativa de la potencia hegemónica a América Latina no es una política necesariamente perjudicial: al amparo de dicha indiferencia han podido crecer alternativas de política y gobierno que, aunque no cuentan con el aval norteamericano, demuestran la voluntad de Estados Unidos para reconocer que sus vecinos del sur pueden apañárselas sin su intromisión constante (una voluntad que, como he mencionado al referirme al lamentable episodio en Honduras, no ha estado exento de dificultades.) El crecimiento económico sostenido y el fortalecimiento de las instituciones democráticas en los países del cono sur revelan a una América Latina que, aunque depende todavía de la cooperación norteamericana, está lista para desprenderse del tutelaje de las décadas anteriores. Cooperación, y no paternalismo, es el reclamo que los países del cono sur tienen y que Obama parece dispuesto a reconocer.
[1] Guy Taylor, World Politics Review, http://www.worldpoliticsreview.com/trend-lines/8275/whats-driving-obamas-latin-america-trip
Carlos Chirinos, Barack Obama a la reconquista de América Latina, http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/03/110317_previa_eeuu_america_latina_gira_obama_az.shtml
[2] El Universal, 24 de marzo de 2011
Osvaldo: Concuerdo con tu visión sobre la visita de Obama, America Latina esta lejos de un paternalismo, constituido principalmente por temor y por el poder económico y político que ejerció Estados Unidos, hace un tiempo atrás. Como señalas, esto debido principalmente a la estabilidad y crecimiento político democrático que ha tenido América Latina.
Ahora bien, desde la visión de Chile, este viaje no deja de ser importante para mi país, aunque siento que ha sido sobrevalorado por el gobierno de turno. Aunque el buscar una relación mas equitativa entre los Estados es fundamental para futuras relaciones. Pero si hacemos un análisis mas crítico del tema, es también necesario reconocer que Chile se encuentra muy comprometido con EEUU en materia económica, materia no menor, debido al tratado de libre comercio firmado en el año 2003. Razón por la cual dudo al momento de plantear esta gran libertad de mi país en cuanto a EEUU.
Estimada Valeria. Muchas gracias por tu comentario y tu tiempo al leer mi artículo. Toda la región se encuentra comprometida en alguna forma con EEUU, en mi país hace unas décadas se decidió hacer de la exportación de productos intermedios al vecino del norte el camino del desarrollo y seguimos viviendo las secuelas: 30 años sin crecimiento económico, con poder adquisitivo a la baja y condiciones laborales más endebles. Anima, con todo, que desde el sur lleguen propuestas de hacer diferentes las cosas. En particular, de Chile admiro mucho la eficacia de la gestión pública, cuyos beneficios he tenido oportunidad de compartir al hacer investigaciones, y me gustaría conocer más. Gracias de nuevo