“La operación es sencilla e implica apenas mil dólares en promedio”, señala Andrés por teléfono. No se llama Andrés, pero trabaja hace años con sociedades offshore propias y ajenas, y acepta contar su experiencia si se resguarda su nombre.
“A fin de cuentas -dirá-, esto es algo completamente normal”.
Se añaden entre doscientos a seiscientos dólares de mantenimiento anual, según se requieran nombres y directivos prestados, balances, movimientos, libros y más. “Uno firma los papeles que le acercan y ya está: en tres o cuatro días tienes una sociedad offshore legal y andando”, señala.
La explicación de los empresarios y agentes que se dedican o aprovechan este negocio –y cuyos nombres también se mantendrán en reserva- es determinante: “Nadie abre una sociedad para mantenerla inactiva”.
Porque por un lado cuesta dinero, y porque al asociar esa sociedad a la propiedad de una cuenta bancaria fuera del país de origen, se duplica el resguardo. La cuenta queda a nombre de una sociedad y el interesado queda aún más lejos de ser hallado por el fisco.
A menos, claro, que ocurran excepciones como la filtración actual denominada Panamá Papers. Allí, en ese paraíso fiscal que es el istmo centroamericano, radica el estudio Mossack-Fonseca, cuarto creador de empresas offshore en el planeta, cuyos documentos–al menos 11 millones de ellos- cayeron en manos de cientos de periodistas de todo el mundo, reunidos por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ por su sigla en inglés). La filtración, que no alcanza por sí sola para hallar las cuentas o maniobras ilegales, pone en evidencia una práctica extendida, impensada hasta hace unos días.
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Suele decirse que la extrema pobreza se ha vuelto un elemento del paisaje, que se ha naturalizado y ya no llama la atención. Que dejó de ser noticia. Es cierto, de algún modo, aunque suele olvidarse –tantas veces como se invoca esa premisa- su contracara: se ha naturalizado, también, la extrema riqueza. El atesoramiento offshore y la creación de nutridos negocios en paraísos fiscales para, al menos, eludir el fisco propio.
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Almodovar, Messi, Vargas Llosa, Roberto Carlos, Jackie Chan, Daddy Yankee, Iván Zamorano, y los cocineros Astrid y Gastón.
Son sólo algunos de los nombres, anecdóticos y no tanto, que figuran en un kilométrico listado de personajes relacionados a estos paraísos fiscales. Muestra empresarios de toda procedencia; políticos y líderes, así como aquellos que amasan fortunas desde el narcotráfico, la redes de trata, la venta de armas, el juego clandestino y más.
De un lado, Mauricio Macri –presidente de Argentina recientemente imputado-, los mandatarios ruso y ucraniano, Putin y Poroschenko, los empresarios amigos del presidente mexicano, Enrique Peña Nieto, el secretario del expresidente argentino Néstor Kirchner –también vinculado a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner-, el presidente sirio, el de Emiratos Árabes Unidos, el de Sudáfrica, el rey de España, y cientos de políticos mundiales de primer o segundo orden. Del otro, Singundur Gunnlaugsson, primer ministro de Islandia, el único que hasta ahora ha renunciado por el escándalo.
¿Es un escándalo? Es una pregunta válida, a juzgar por las respuestas diferentes en cada sitio.
Cerca de treinta mil islandeses –en un país con algo más de 300 mil habitantes- se movilizaron para exigir la renuncia del primer ministro. O, al menos, explicaciones. En el resto del mundo la respuesta fue bien distinta.
En la Argentina, por ejemplo, la mayor parte de la sociedad se divide entre los que aceptan con simpleza la explicación del presidente: “No soy accionista y es una empresa sin actividad”, y los que justifican su acción amparados en la presión tributaria existente. Quienes piden su renuncia son marginales o anidan en las redes sociales. Apenas una pequeña marcha se congregó en la Plaza de Mayo, casi cinco días después de que saliera a la luz la empresa –luego multiplicada con otros casos.
Lo más destacado del #PanamáPapers es que muestra un atributo de clase y no una excepción. Quizás allí radique una respuesta a la falta de respuesta: no escandaliza lo que se asume propio.
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-¿Cuáles son los objetivos de tener una empresa y cuenta offshore?
-La evasión, no declarar el dinero por eso, resguardarlo por temor a la inestabilidad económica local, por eventuales robos y secuestros; y, no menos importante, por ambición.
Entre los empresarios consultados –todos ellos considerados medianos, casi de clase media, lejos de ese 10% de empresarios mundiales que ostentan, en refugios fiscales, casi diez billones de dólares-, el sentir es similar: no quieren que les arrebaten, mediante impuestos, lo que ganaron por su propio esfuerzo.
Es un liberalismo pragmático y oportunista: buscan libertad para sus maniobras cuando todo marcha bien y regulación cuando las condiciones no les favorecen. Rechazan la concepción marxista que ve al Estado como garante de los negocios de una clase -la suya- pero también la idea del Estado como un tercero que regula la puja entre clases. Y ambas se mezclan. El Estado hace equilibrio entre ricos y pobres: es el garante de ese estado de situación.
Estas simplificaciones esconden, además, una ficción que busca cubrir de sentido a todo el sistema: todos pagamos impuestos para el beneficio de la sociedad. Pero no. Ya se ve que el que puede darse el lujo de gastar unos miles de dólares puede evitarlo.
Presos del miedo –al fisco, al fantasma del corralito*, a los robos- en Argentina ya nadie guarda plata en el colchón. El offshore actual es como la caja fuerte empotrada en la pared. Está bien a mano, como para que todos lo sepamos, pero se oculta tras un cuadro torcido, para que el ladrón -el fisco- no lo encuentre.
El 95% de las offshore tienen como objetivo, al menos, la evasión, explica Alfredo Popritkin, especialista en fraudes contables y empresariales, experito de la Corte Suprema de Justicia argentina y fundador de la ONG Contadores Forenses.
El caso de Macri es emblemático. Está imputado y si se le denuncia por enriquecimiento ilícito, se invierte la carga de prueba y debe demostrar que es inocente. Y si no hubo actividad, como dice, debe mostrar que fue así con presentación de balances y libros. Sin embargo, pese a la carga en su contra, una importante porción de la sociedad no quiere dejar de creerle e incluso ataca a la otra parte. O se siente representada: la última estimación publicada, de 2013, dice que la fuga de capitales desde Argentina por medio de offshore ha sido de más de 17 mil millones de dólares.
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El mundo se mueve con el dinero que alojan los paraísos fiscales. Es el aceite que lubrica los engranajes del sistema capitalista. Se estima que los fondos offshore representan más del 35% del PIB mundial. Los datos muestran que un 80% de las multinacionales aplican estos métodos. Pero la extensión es geométrica.
Mientras una pequeña porción de la población –que es la que construye y forma el consenso social y el sentido común- cubre sus activos, la mayor parte de la población –desposeída más allá de su fuerza de trabajo- costea las crisis que las fugas provocan o agravan. Según Oxfam, más de la mitad de la riqueza mundial estará en manos de sólo el 1% de la población al terminar este año.
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“El argentino es más desconfiado y se cubre más”, insiste Andrés y detalla cómo “ese dinero en negro mueve el mundo de las finanzas”. Explica que la operatoria era más simple hasta el 11 de septiembre de 2001, cuando los paraísos fiscales y las offshore quedaron bajo lupa, por ser el modo elegido para la financiación del terrorismo.
Señala lo que todos los consultados quieren aclarar: ellos no lavan dinero. Usan, dirán, el offshore con fines nobles -al menos a sus ojos. Distinto a quienes lo usan para blanquear sus operatorias turbias -al menos a sus ojos.
El sistema es el mismo y nadie quiere quedarse afuera. Hasta los bancos comerciales ofrecen el servicio a sus clientes: hace poco estalló el escándalo del HSBC, por ejemplo. Y el andamiaje legal también puede ampararlos, ya en los años treinta del siglo pasado, un tribunal norteamericano distinguió gramatical y legalmente entre evasión fiscal y planificación -elusión- fiscal.
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Hay por lo menos tres versiones sobre el origen del término paraíso fiscal, que nace en la primera mitad del siglo XX. Uno explica que los piratas ocultaban sus tesoros en las islas del Caribe para resguardarlos; otra, que diez barcos del rey de España casi se hunden, a fines del siglo XVIII, en las costas de las Islas Caimán y, tras ser rescatados sus tripulantes por los isleños, el rey Jorge III los eximió del pago de impuestos de por vida; otra dice que las petroleras crearon empresas de pantalla en las islas del Caribe, hacia 1960.
Sea cual sea la real, la proliferación y diseminación del sistema ha dado jugosos resultados.
*El corralito fue una medida impulsada el 3 de diciembre de 2001 por la Presidencia de Fernando de La Rúa para restringir la libre disposición de los depositos bancarios de la población y así, supuestamente, evitar el colapso económico y del sistema financiero. Sin embargo, el corralito no fue la solución para la fuga de capitales, sino el corolario de un sistema de fugas previo de los grandes empresarios y multinacionales, por la friolera de 50 mil millones de dólares. Pertenecer, vemos, tiene sus beneficios.
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