Durante algo más de un año, entre agosto de 2008 y diciembre de 2009, mantuve una doble vida. Un largo rato de cada día me sumergía en la redacción de un diario nacional de larga tirada y gran trayectoria y escribía cosas más o menos interesantes. Tan interesantes como mayormente irrelevantes. A fin de mes, recibía una modesta –¡vaya eufemismo!– paga y rascaba la billetera para llegar hasta el cobro siguiente. El fascinante ritmo de la redacción, tan vertiginoso y pleno de adrenalina como oprobioso, tiene lo suyo. Sin embargo, allí dentro no era yo mismo.
Una vez por semana, en cambio, me divertía ridículamente en un programa radial. Un magazine en el que divagaba sobre temas varios que nos interesaban a los cuatro o cinco compañeros que llevábamos adelante ese espacio. Entrevistábamos a gusto y hasta supe tener una columna de política en la que opinaba cómo y sobre lo que se me venía en gana. En ese programa, en el que me sentí pleno y que con los años recordaré precisamente como un refugio ideal, tenía que invertir algunas monedas de mi exigua paga. Esa que recibía por mis irrelevantes artículos en el diario nacional de larga tirada y gran trayectoria.
En los ratos libres estudiaba. Ratos “libres”.
Esta primera mención responde a que el periodismo es eso. Un oficio noble, un poder transformador y, en el mejor de los casos, un modo de subsistencia. Y elijo ese año, aunque acabe hablando sobre la actualidad, porque para hablar de periodismo en Argentina, y probablemente en Latinoamérica, es preciso abordar tres ejes: el periodismo independiente, la mentada objetividad periodista y el trabajo precario.
Esa doble vida me obligó a lidiar con la precarización, la supuesta objetividad y la independencia.
Pero la objetividad no existe. Una obviedad que aún hoy provoca rechazos o sorpresas. Si la palabra es el recurso periodístico por excelencia, simplemente cabe recordar que todo discurso tiene ideología y una concepción del mundo. Toda palabra es política.
En los últimos años, al menos en este sur del sur, se ha ido zanjando esta cuestión de la objetividad. La toma de posición de cada empresa y sus periodistas ha destapado la olla. Y parece mejor que la mentada objetividad quede sepultada.
Siempre están los que insisten. Incluso ascetas de pura cepa, queriendo disfrazar una subjetividad que se desnuda al menor análisis.
La objetividad desnuda
La mañana en que asesinaron al militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra yo estaba en casa durmiendo. Un colega me despertó para pedirme un número telefónico y ya despierto, aunque sin ganas, preparé granola con yogurt.
La mañana en que asesinaron al militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra yo comí un desayuno pequeño burgués.
Ese día, después de recorrer tres o cuatro empresas que me adeudaban dinero por mis artículos, me fui a una marcha para repudiar el crimen y exigir el juicio y castigo de los responsables. En realidad nos juntamos a mirarnos las caras, los ojos enrojecidos por la angustia, las almas un poco bajas. Ese día se acabó la noción del periodismo objetivo, pero también la del independiente.
En su disputa por ser hegemonía o nueva hegemonía, la prensa oficial y la opositora, dejaron al descubierto sus miserias. Sus intereses. La subjetividad al palo.
Las maniobras incluyeron circulares explícitas y censuras ridículas. En C5N, el canal privado de noticias afín al Gobierno, se pretendió instalar la noción de un enfrentamiento interno en el gremio ferroviario. Para pesar de las autoridades y de los periodistas que intentaban imponer esa idea desde el estudio del canal, una cronista valiente pero sobre todo conmovida destrozó la maniobra reiterando una y otra vez que lo ocurrido no era un enfrentamiento, sino lisa y llanamente una emboscada.
Un asesinato. No un enfrentamiento.
Vemos, pues, que la objetividad nada tiene que hacer. Radio Nacional, la radio pública, hizo una circular interna en la que prohibía mencionar a Mariano Ferreyra como lo que era: militante del Partido Obrero. Incluso se instaba a llamarlo “manifestante”. En el programa de televisión 6, 7, 8 –máximo defensor acrítico de las políticas del Gobierno Nacional que, desde el canal estatal de televisión, busca atacar la hegemonía discursiva al multimediático Grupo Clarín con su mismo método de repetición y ocultamiento– el presentador aludió una vez más a la idea de un “enfrentamiento gremial”.
No hay palabra sin intencionalidad. Cuando la elige el periodista, se llama subjetividad. Cuando la elige la empresa –privada o pública da igual–, línea editorial. Y, claro, el ingenuo periodista que se cree objetivo.
Durante largos meses, aún hoy lo hacen, los titulares advirtieron sobre los peligros de la nueva Ley de Servicios Audiovisuales y sus supuestos atentados contra la libertad de prensa. En verdad se trató de un recorte en las facilidades para la monopolización de los discursos por parte de algunos grupos privados. La libertad de empresa, cuándo no, sigue reinando.
Y la hegemonía, sea del monopolio privado o el estatal, actúa en forma similar cuando el peso de la culpa recae sobre su propio pedacito del mundo.
El periodismo es libre o es una farsa. Rodolfo Walsh
Hace unas pocas semanas se instaló una vieja discusión con una nueva terminología. Resurgió el concepto de “periodismo militante”. Este Gobierno Nacional ha logrado que muchos periodistas, así como personas de la cultura en general, se posicionen activa y explícitamente de su lado. Con la objetividad en el sótano, la independencia es el emblema.
El asesinato de Mariano Ferreyra, la masacre de Villa Soldati, los delirios institucionales y el sostenimiento de aliados sindicales y mafiosos, la ambivalencia entre el apego y el rechazo a los mercados, el crimen contra la comunidad QOM en Formosa. Casos que contradicen.
El director de TELAM, la agencia estatal de noticias, Martín García, lo dijo claramente cuando asumió sus funciones en octubre de 2010: “Prefiero los militantes a los periodistas”. Lo que no dijo, pero dejó entender, es que el periodista militante debía ser acrítico. Una pasivo y obsecuente.
Y claro que hay excepciones, pero no hacen más que resaltar la hipocresía. La dependencia de un Gobierno en un lado, la dependencia de una publicidad o negociado del otro.
Cuando la publicidad manda
Afuera hacen 38º y el calor afecta el humor de la gente que no se fue de vacaciones. Es verano. Es el verano de aquel año en que tuve una doble vida.
La redacción del diario de larga tirada y gran trayectoria, algo más fresca con el aire metálico del equipo refrigerador, semi vacía. Busco noticias como los viejos cronistas que he leído. Como Walh o Arlt y sus libretas de sabuesos, pero lejos de ellos, mi fuente no está en la calle sino en internet. El jefe me ha pedido que no fuera tanto a la calle. Que es más improductivo y más caro por el remise.
Más improductivo, dijo.
El periodismo siglo XXI ha de ser esto también. Mucho internet, mucha silla en escritorio. La productividad les come la cabeza a los jefes, que le comen la cabeza a los subjefes que a su vez le comen la cabeza a los editores y éstos, por obediencia indebida, les comen la cabeza a los periodistas. Los editores que actúan como pueden, oscilan entre la complicidad o alinearse con la patronal.
Así las cosas, la libreta en el cajón, el culo en la silla y mi sueño de sabueso amarrado a este cuerpo presente en la redacción, que cada vez se parece más a una oficina. Y digo oficina con la mayor carga peyorativa posible.
En algún momento de la tarde, entre el sopor del pre almuerzo y el sopor del pos almuerzo, el teléfono suena tres veces antes de ser atendido. “Uno de Quilmes”, chilla el editor de una sección vecina. Mis ojitos entusiastas buscan su destino en esos ojos editores y atiendo el teléfono con ansias, en búsqueda de mi historia. De esa historia que viene a mí.
HISTORIA, con mayúsculas.
Del otro lado, una voz masculina, 38 años, aún NN, acusa a una empresa de energía eléctrica por contaminar la zona donde vive. Mucho cáncer, dice. Desidia municipal también hay, al parecer.
Investigo. El saldo es positivo: mucho cáncer y mucha desidia. Mucho y mucho, mucha historia.
Las estadísticas avalan, los transformadores mal ubicados también, la municipalidad no responde. Sin vacilar, le suelto al editor las novedades y me babeo por la posibilidad de ser vocero de dicha injusticia. El editor, menos emocionado y atildado, recoge mis anotaciones y se va a la oficina del subjefe, que a la vez llama al jefe. Espero ansioso y juego con las ideas acerca de cómo escribir esta bendita crónica que, si todo va bien, me dará algo de nombre y prestigio. O la satisfacción del deber cumplido. Porque, en última instancia, el periodismo está para eso, ¿no? La denuncia. Ayudar. Servir. Y en eso ando cuando el editor se sienta en su silla, a veinte metros en línea recta de la mía y, sin siquiera mirarme, vuelve a su rutina. Sin lugar para el temor, corro a su sitio a preguntarle si mi artículo ha de ser portada de sección o de todo el diario, dada la importancia del asunto. Y cuando mi sonrisa busca aprobación y complicidad, me lanza la bofetada más indiferente y seca. Con el aliento fétido por tantos cafés y ningún beso, me dijo: “No Brian, esa nota se cayó”. Mi rostro se empalidece, debe expresar pánico, pero solo atino a dejar que el aire helado de esta maldita redacción invernal borre cualquier rubor colérico y, oyendo escapar mi ingenuidad en un hilo de voz apenas audible, me oigo preguntar las razones. “Mirá, no te voy a mentir, la empresa esa puso mucha guita en publicidad y en la campaña del intendente. Me dijeron que no se puede. Viene de arriba, ¿entendés?”. Y no, no entiendo. Su gesto apenas adusto, emula o intenta hacerlo, una mueca comprensiva. Un padrinazgo o tutoría en esto que es la vida real del periodismo hoy en día.
Y no, no entiendo.
No duele el rechazo terco, pero nunca me repondré de la naturalidad con la que me lo dijo.
Y otra vez la subsistencia. ¿La subsisqué?
El trabajo libera, suele escucharse por los rincones del mundo. La subsistencia en el gran capital está regida por él. Y nadie más esclavo de su miseria que el pobre hombre expulsado de las bondades de la explotación de su fuerza de trabajo.
“De casa al trabajo y del trabajo a casa”, dicen que dijo el General Juan Domingo Perón, líder dadivoso pero aleccionador de las masas obreras. Precepto estímulo y rector del buen obrero peronista. Pero han pasado muchos años y es corriente que el trabajo estable ya no sea una posibilidad cierta. De un tiempo a esta parte, el periodismo tampoco escapa a esa lógica.
Periodista tercerizado para los luchadores, cuentapropistas para los clásicos y freelancer para los optimistas. Los que creen en este otro racimo de independencia. Este que no habla de opinión independiente, si no del auto control del trabajo y las rutinas. Pero es una libertad que oculta la esclavitud de este sistema: vender la fuerza de trabajo para subsistir. Traduzcamos al campo popular: publicar a lo pavo para ver uno o dos billetes.
Billetes. Sin subsistencia, no hay libertad.
Ser periodista es un oficio nuevo. Uno que incluye el manejo de contactos –no con fuentes sino con editores varios-, un ir y venir de mails en grandes dosis diarias, llamados infructuosos para ofrecer notas, visitas a redacciones para lo mismo o para intentar cobrar las migajas que nos deja el arduo experimento de estrujar los sesos para que se caiga una idea vendible.
Comer depende de eso. De estrujarse los sesos y que nos salga una idea con un poco de marketing. Maldita palabra.
Las migajas, según la empresa y el artículo, oscilan entre los 0 y los 100 dólares a lo mucho. Salvo contadas excepciones. La canasta básica, según mediciones variadas de entes públicos o privados, va de los 500 a los 1300 dólares mensuales. Ser periodista “independiente”, cuando se logra todo el requerimiento, implica el derrotero de intentar subsistir con ese dinero y que las empresas lo paguen a tiempo. Las demoras varían, entre uno y cuatro meses.
Uno y cuatro meses en los que se sigue estrujando los sesos para seguir produciendo algo vendible y recorriendo administraciones horribles en las que secretarias horribles nos dicen cosas horribles. “Volvé el próximo mes”. O la clásica: “Llamá la semana entrante”.
Uno y cuatro meses.
No hay peor dependencia que la del trabajo precarizado. Y si encima pretendiese uno tener reparos morales o ideológicos al escribir…
La militancia, la dependencia, la subsistencia dificultosa, la objetividad, la subjetividad enajenada. Es esmero, la pasión, la vocación, la inquietud, la bohemia, la lucha. Múltiples caras de un mismo oficio.
Durante algo más de un año, entre agosto de 2008 y diciembre de 2009, mantuve una doble vida. Hoy soy un liberado periodista mini PYME.
Querido Brian: Me gustaría ser elocuente con lo que escribes, pero sólo me brota un lugar común. No hay palabras para describir lo que siento al leer tu crónica. Como periodista freelance, de corta carrera -quiero pensar que por la edad- me he visto obligada a escribir sobre los diez machos de Hollywood más guapos del mundo, y luego pensar: tal vez algún día, en el futuro, escribiré sobre las cosas ‘que importan’. Por otro lado, al menos siempre tendremos esa satisfacción gazmoña de “ganar dinero honradamente”. Sí, sin hacer el periodismo que soñamos cuando decidimos dedicarnos a esto, pero trabajando duro -o más o menos duro- con un oficio que se labra.
Lo importante es que el periodismo real no morirá mientras haya periodistas como tú que no se conformen con escribir lo que vende y desconectar el cerebro después. Eso es lo que creo.
Gracias Lilian. Elocuente o no -y creo que sí lo has sido–, la importancia de que haya periodistas valorando la integridad de sus colegas, habla de un mejor periodismo posible. También de que no todo es tan malo como parece. Al menos en los trabajadores, que serán siempre el engranaje que posibilite o no el desarrollo de los medios. La búsqueda está en no caer en los cerrojos de “lo posible”.
Saludos,
Brian
En la Argentina nunca hubo tanta libertad de expresión como ahora. Ningún periodista necesita “depender” del gobierno para subsistir, habiendo la cantidad tan variada de medios que hay. En cuanto al brutal crimen de Mariano Ferreyra es verdad que fue un asesinato, pero eso no es contrario a que se haya originado en una interna gremial, por lo que los medios que informaron eso no estaban nada errados…
Resentido,
Agradezco tu interés por responder, pero creo que te equivocas.No hubo tal interna gremial, porque no estaba en disputa nada con relación al gremio. Un asesinato, que de ningún modo se justificaría por una interna gremiual aunque los medios utilicen tal mote para dotar de carga peyorativa a los trabajadores en su modesta y justa expresión de reclamo, es un asesinato. Y fue cometido en un reclamo, no en una pelea con una facción del gremio, sino en una emboscada de burócratas y barrabravas que defienden sus intereses de poder y negocios en connivencia con la patronal.
Lo de la libertad de expresión es relativo. Nadie habló en este artículo y jamás lo haría de censura. Pero la libertad de empresa predomina por sobre todo. Que existen empresas opositoras que declaman impunemente sus atropeyos, no hay duda. La obediencia rige dentro de las empresas. Incluso dentro de las empresas estatales, donde existen los casos que relato y aún muchos más, de atropeyos a la libertad de opinión de cada periodista.
Preguntale a un laburante de TELAM, de RADIO NACIONAL o de CANAL 7 sobre la libertad o la imposición de lecturas y visiones.
Saludos.
Brian, leo tu crónica y no puedo evitar identificarme con cada una de tus palabras. Hace unos seis meses comencé a trabajar en un diario regional de “larga tirada y gran trayectoria” donde escribo muchas notas, como vos decís, sobre variados temas, mayormente irrelevantes.
No pasa un sólo día en que no deje de cuestionar lo que hago y odiar esta mecanización en que pareciera caer día a día, pese a jurar durante toda mi carrera -que aún estoy cursando- que jamás lo haría.Es un ejercicio diario de “estrujarse los sesos” para encontrar historias que realmente importan y ver cómo, lo que a uno le resulta valioso, es visto por un editor como algo intrascendente. Y “vender” el alma al diablo -un diario con el cual no comparto nada de su línea- para ganar unos magros pesos a fin de mes o pensar que me ayudará a hacerme de algún contacto o, al menos, ocupar un renglón de “prestigio” en futuros CV.Me encantó la crónica y el optimismo que, pese a lo que contás, puede leerse en el final. Muchos éxitos en tu PYME!Saludos desde Río Negro
Tarde, pero seguro. Te agradezco el apoyo y el hermoso comentario, Andrea.
No tengo dudas de que podrás vencer eso que a veces te gusta y a veces padeces. Es importante ser conciente de esa situación y luchar para cambiarlo.
Por mi parte, sigo en la misma, con algo más de trabajo, con ocasional suerte. No durará mucho, pero entonces me acordaré de todo ello que hago para que todos los colegas puedan laburar dignamente.
Un gran abrazo!