Felipe tuvo un día de vacaciones y fue en su primer día de clases. Los 25 días de descanso del fin del ciclo escolar 2015-16 los usó para trabajar en la Central de Abasto de la Ciudad de México, el mercado más grande del mundo, transportando fruta y verdura en una carretilla de metal de las tres a las 10 de la mañana.
Sus 14 años están distribuidos en un cuerpo flaco que no alcanza el metro y medio de su carretilla metálica, llamada comúnmente diablo, y que hasta el viernes 19 pasaba las primeras horas del día cubierto por una sudadera roja que le queda guanga, un mandil azul oscuro, pantalones de mezclilla y mocasines negros.
El viernes 5 de agosto, justo a la mitad del periodo vacacional que por tercer año usó para trabajar, tardó una hora en conseguir su primer viaje: ocho cajas de fresa de cinco kilos cada una.
Con lo poquito que saca puede ayudarle a su mamá, dijo Felipe aquella madrugada sobre los 100 o 200 pesos que logra juntar a diario en la Central de Abasto y que se vuelven mucho frente a los 935 pesos mensuales que el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) calcula que le tocan a cada habitante del municipio hidalguense de Tenango de Doria, donde nació.
“O me compro zapatos y así ella no me los compra”, dijo cambiando su voz infantil por una más grave. Luego pasó a su lado un hombre con un pitbull y Felipe se aferró a su diablo viendo al animal por encima del hombro.
–No te gustan los perros.
–No, sí me gustan, pero luego también dan miedo.
Ese día Felipe dijo que le gusta el futbol (le va al Barcelona), que su materia favorita es matemáticas, y que sólo trabaja durante las vacaciones. Hoy, lunes 22 de agosto, primer día de clases del ciclo escolar 2016-17 ya no fue a la Central de Abasto. Su tío Primitivo dijo que se quedó en el cuarto que rentan en la Ciudad de México y que mañana lo mandan a Hidalgo a que siga estudiando la secundaria.
José dice que tiene 15 años, pero lo pensó demasiado para ser la verdad y su hermano de 16 se ve mucho mayor. Mientras Felipe se va de la Central de Abasto, José llega a su primer día de trabajo. “Ya le estuvimos enseñando unos días”, dijo su hermano Élmer.
A José, nariz puntiaguda, pelo corto y playera American Eagle rosa, le pregunté si sabía que hoy era el primer día de clases: dijo que sí. Le pregunté si va a la escuela y me dijo que no, ladeando su cabeza con cara de “no preguntes pendejadas”. También dijo que allá en Chiapas, de donde él viene, “están de vacaciones”. “No hay pa cuando inicien las clases allá”, dijo Élmer. La Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación dijo desde el fin de semana pasado que el paro de labores indefinido continuaría en el estado, en protesta contra la reforma educativa del gobierno federal.
Élmer calculó unos 100 jóvenes chiapanecos trabajando como diableros en la Central de Abasto, y es probable que no haya exagerado. Hay al menos 400 menores de 18 años laborando en ese mercado, de los cuales 200 tienen menos de 15, dijo en entrevista Juliana Ramírez Pacheco, jefa de la división de Estudios de Posgrado de la Escuela Nacional de Trabajo Social de la UNAM, entidad que junto con la Secretaría del Trabajo y Fomento al Empleo realizó un diagnóstico sobre trabajo infantil en la Central de Abasto. El gobierno de la Ciudad de México no hizo público los resultados del diagnóstico y en una nota redactada sobre el estudio no dijo nada sobre menores trabajadores.
Ramírez Pacheco dijo que la mayoría de los niños y jóvenes vienen de Michoacán, Puebla, Oaxaca, Hidalgo, Veracruz y Estado de México, que el diablero más chico que encontraron tenía ocho años y que estos chicos vienen por culpa de los bajos ingresos de sus familias.
“Son muy diferentes las situaciones de ellos, tienen que venir, no crea que están aquí por gusto”, me dijo Felipe sobre los menores que vienen a trabajar no sólo en vacaciones sino durante el ciclo escolar. Después comenzó a cargar, arrastrar y descargar fruta en su diablo rojo que en la parte de atrás lleva pegado un cartel que dice “Cuida el agua, por el futuro de nuestros hijos”.
También le pregunté a José por qué venía a trabajar a la Central de Abasto. Sólo meneó su cabeza como diciendo no se, y emitió algunas palabras apenas audibles entre las que iba “familia”. Preguntarle a un niño de Las Margaritas, Chiapas, un municipio donde el 93% de las personas viven en pobreza, ¿por qué trabajas cargando decenas de kilos de fruta en la Ciudad de México de tres de la mañana a doce del día en vez de estudiar? es como preguntarle a cualquiera por qué la Tierra es redonda.
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