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Un día la suerte me vio a los ojos y me dijo: serás periodista.

Para alguien que realmente no cree mucho en la suerte, esta frase resulta difícil de escribir; sin embargo una vez que pasan los años, y la gente y lo vivido se van volviendo historia, uno no puede menos que aceptar que, en algún momento, la suerte se le cruzó por el camino.

Mi trayectoria en el periodismo empezó así, por esa suerte que a veces se disfraza de casualidad: yo necesitaba dinero y una revista política necesitaba un buen entrevistador y alguien que supiera escribir. Yo tenia experiencia haciendo guiones y entrevistas para la televisión cultural, y entonces me lanzaron al ruedo.

Recuerdo como si fuera ayer mi primer contacto con la política, la que se volvería mi camino y mi pasión durante los años siguientes. Eso ocurrió en septiembre de 1997, cuando entré por primera vez al salón de sesiones del Palacio Legislativo de San Lázaro en la Ciudad de México. Recuerdo el nudo en el estómago cuando di los primeros pasos sobre la alfombra verde y de pronto me vi caminando hombro con hombro con señorzotes a los que yo sólo había visto en televisión. Recuerdo que me temblaba un poquito la mano que sostenía la grabadora, y recuerdo mi pasmo al darme cuenta de que extendiendo esa mano, podía obtener la atención del señorzote en cuestión.

No es que estuviera yo muy joven o que fuera muy inexperta. Yo ya tenía un caminito recorrido en la radio y en la televisión, e incluso había entrevistado a figuras sobresalientes de la vida cultural mexicana. Pero la política, oiga usted, eso es palabras mayores.

Algo hice bien, ayudada seguramente por la dama que cité al inicio de este texto, porque después de la primera entrevista vinieron muchas más. Poco a poco el miedo se fue convirtiendo en interés, y con los meses en emoción. El paso sobre la alfombra verde se volvió más firme, el pulso de la mano que sostiene la grabadora más estable, y el ojo y el colmillo un poco más afilado. Ah, la satisfacción del periodista que empieza a dominar su fuente, que puede amarrar citas y datos y convertirlas en noticia; el personaje todopoderoso, el miembro del multicitado “cuarto poder” ante cuya presencia los políticos tiemblan, los artistas se esfuerzan y el ciudadano promedio se rinde. ¿O no?

Creo que en muchos países de América Latina existió por mucho tiempo la idea extendida de que el periodismo era así: una carrera llena de glamour y poder, en la cual la estrella, desde luego, era el entrevistador. En el caso de México todavía tenemos muchos ejemplos de ese tipo: el periodista que tiene influencias, que es el protagonista de la historia, que eleva los ratings, que a fin de contarnos sobre la pobreza de una comunidad se empolva un poco la ropa antes de salir a cuadro y que para obtener una exclusiva invita a funcionarios a comer.

Sin embargo durante mis años en el ejercicio del oficio también he sido testigo de una nueva corriente. Para mí, fue justamente en 1997 cuando parte de ese proceso inició.

Como el lector sabe, mi país estuvo gobernado durante más de 70 años por un solo partido político. Este partido era todopoderoso, omnipresente y omnisapiente. Las decisiones no sólo políticas, sino económicas, empresariales, jurídicas y de interés internacional pasaban por el partido en el poder, que detentaba desde luego la Presidencia, pero que también dominaba el Congreso. Pero en 1997, por primera vez en la historia, la Cámara de Diputados quedó en manos de una mayoría opositora al PRI, el partido gobernante. Ahí inició un proceso de transición política que culminaría tres años más tarde, en el 2000, con la llegada a la presidencia de Vicente Fox; y de manera muy interesante, esto tuvo un impacto directo en los medios de comunicación.

Quienes iniciaron en el periodismo en la década de los setenta relataban la manera en la que el partido único “trabajaba” con los medios: los “periodistas” recibían al mediodía un boletín con la información que debía contener su nota periodística, y por la tarde recibían el famoso “chayote”, una cantidad de dinero o alguna otra dádiva a cambio de la publicación. Veinte años más tarde, cuando me tocó entrar al ruedo, muchos de esos “colegas” aún trabajaban ahí y contaban con nostalgia sus historias de abundancia y desfachatez. Sin embargo con la oposición en el poder, las cosas cambiaron un poco. Los medios tuvieron que dar espacio a los otros partidos que, juntos, tenían la capacidad de tomar las decisiones conducentes en el país; y al diversificarse la política nacional, los medios también se tuvieron que diversificar. Nuevos jóvenes periodistas empezaron a cubrir las fuentes que históricamente cubrían otros, y lo hacían como les habían enseñado en la escuela, rebasando en habilidad, criterio y ética, a quienes de pronto dejaron de recibir la nota ya escrita y el estímulo ($) adicional. La coyuntura permitió también el surgimiento de nuevos medios de comunicación –que encontraron una ventana de oportunidad al relajarse el control del partido único sobre las concesiones y los recursos para la publicación-, de nuevos estilos, de un discurso menos solemne y más apegado a la realidad. Algunos medios, incluso, abrieron las puertas a la participación ciudadana a través de tribunas públicas o de los incipientes “reporteros ciudadanos” que años después revolucionarían la manera de publicar información cuando la magia de Internet llegó a nuestras manos.

Pero mira nada más, qué suerte la mía: justo cuando llegué al medio donde podía ser todopoderosa, intocable, rica y famosa, me cayó encima la democracia y me convertí en sólo una reportera más.

Fidel Castro es rodeado por miembros de la prensa a su salida de la ceremonia de Toma de Posesión de Vicente Fox como presidente de México. Septiembre, 2000. Foto: Cortesía Congreso de la Unión.

No lo lamento en absoluto. En los últimos años he sido testigo del surgimiento de lo que yo llamo un nuevo periodismo mexicano, proactivo, menos rígido, y al mismo tiempo de mayor profundidad. En los últimos diez años hemos visto piezas de periodismo de investigación verdaderamente sobresalientes, que abordan temas de los que hasta hace un par de décadas ni en sueños se podía hablar en los medios de ese país. Pederastia, violencia contra la mujer, corrupción y sobornos a funcionarios, son sólo algunos de los asuntos que los jóvenes ven con naturalidad en la televisión o publicados a ocho columnas en los diarios, sin saber que estos materiales constituyen un privilegio ganado por una sociedad que tuvo el valor de fisurar a un poder que parecía absoluto.

No quiero con esto decir que todo es miel sobre hojuelas para el periodismo mexicano, desde luego. Sabido es por todos que actualmente México es el segundo país más peligroso para ejercer el periodismo, que tenemos a más de 30 colegas desaparecidos o muertos en lo que va del actual sexenio, que al menos tres reporteros del norte del país han tenido que salir a buscar asilo político en Estados Unidos, y que apenas unas horas antes de la publicación de este texto, una de las periodistas más sobresalientes de mi país ha sido despojada de su espacio en radio y televisión por atreverse a preguntar al presidente sobre rumores relacionados con su salud. Nos falta, nos falta mucho sin duda para hablar de un periodismo democrático. Sin embargo, también he visto los esfuerzos del gremio por organizarse y demandar justicia. Existen organizaciones como Periodistas de a Pie o Los Queremos Vivos, que impulsan el ejercicio del periodismo social al tiempo que luchan por la defensa de los derechos de quienes ejercen este oficio, y por concientizar a la nueva generación de su responsabilidad con la sociedad a la que sirven. Mi vida en el periodismo es relativamente corta, y sin embargo he tenido el privilegio de ver una evolución que, aunque sea a pasos cortos, nos está llevando al sitio correcto.

Yo por mi parte, una vez que me fue negada la fama del periodismo del glamour, también he tenido que vivir mi propia evolución. Durante seis años el Congreso fue mi vida y me dio aprendizajes y experiencias que se convirtieron en mis armas para los años por venir. En el año 2003 mi interés dio un giro y decidí enfocarme en un periodismo más social, el que requiere del acercamiento con la gente de carne y hueso, de escuchar sus problemas e inquietudes para convertirlos en historias e información. Los años por venir me enseñaron que para ostentar el nombre de “periodista” es preciso ser sensible para entender lo que pasa afuera, pero al mismo tiempo objetivo para transmitirlo. Y sobre todo, tuve que aprender que el periodista, por triste que esto sea, pocas veces es el protagonista de la historia.

Durante los últimos siete años mi andar por el oficio me trajo a Estados Unidos, y en este país he descubierto al que yo llamo el México del norte, el rostro migrante de mi tierra que quienes viven allá en ocasiones prefieren ignorar. Trabajando aquí también aprendí a ver los otros rostros, los de los guatemaltecos, salvadoreños, hondureños, nicaragüenses, colombianos, cuyas historias están ahí, esperando ser contadas. Me ha tocado vivir la transición de los medios impresos, absolutos, a la plataforma digital, en la que todos tienen una voz y una palabra. Y nuevamente, me he tenido que despojar de la soberbia al descubrir que cuando perteneces a una minoría demográfica, como esa a la que pertenecemos los latinos que vivimos acá, las puertas no siempre están abiertas y ejercer el periodismo, ni tiene nada de glamour, ni es tarea fácil. Aún así, cada vez que hablo con colegas de cualquier país, terminamos coincidiendo: es una suerte despertar cada mañana sabiendo que hoy volverás a hacer lo que te gusta.

Cuauhtémoc Cárdenas durante su ceremonia de Toma de Protesta como jefe de Gobierno de la Ciudad de México. A su lado, el entonces presidente Ernesto Zedillo. Septiembre, 1997. Foto: Cortesía Asamblea Legislativa del Distrito Federal.

De los últimos quince años tengo un cúmulo de recuerdos que son mi mayor tesoro: 1,111 zapatistas entrando a la ciudad de México y la comandante Esther del EZLN hablando en la tribuna del Congreso de la Unión; la toma de posesión de Cuauhtémoc Cárdenas, el primer jefe de gobierno de izquierda de mi ciudad; la caída del PRI tras 71 años de dictadura perfecta; pequeñas entrevistas con hombres que han hecho historia, y recorridos de campaña que han marcado el corazón de dos pueblos, la del candidato de izquierda que no llegó al poder, y la del candidato afroamericano que demostró que sí se puede. He tenido la dicha de recorrer caminos y carreteras, de hablar con obreros, trabajadores, empleadas de la costura, líderes sindicales, estudiantes organizándose, técnicos del transporte, soldados que regresan de Irak, activistas a punto de ser encarcelados y madres que han perdido un hijo en la frontera. He llorado, he reído, me he indignado –me he equivocado mucho-, y me he aguantado la rabia, o el miedo o la alegría, para honrar y tratar de cumplir de la mejor manera posible con el rol que me fue heredado por la sociedad que me formó: la que se sacudió el glamour, el “chayote”, la arrogancia y los miedos, y que tuvo el valor de decidir que quería que en su seno se hiciera un periodismo digno, y que sigue luchando por él. “Quiera el cielo que vivas tiempos interesantes”, rezaba una antigua maldición china; pero a mí, los tiempos interesantes me ha tocado vivirlos como periodista, y esa ha sido la mayor bendición de mi vida.

Como decía al principio: un día la suerte me vio a los ojos. Desde entonces, estoy en deuda con ella.

Eileen Truax

Periodista mexicana -orgullosamente chilanga- especializada en política, migración y relación bilateral México-EU. Vive en Los Ángeles, CA. Trabaja para el diario La Opinion y es autora del blog Migrantes, en El Universal y de la columna "Si muero lejos de ti" en Hispanic LA.

3 Comments

  • Maria Zuniga-Chavez dice:

    Aplauso de pie! Felicidades Eileen, gracias por compartir y por poner tu pasion al servicio del periodismo. Toda mi admiracion y respeto para Usted (despues de lo que lei ni me atrevo a tutearte) Un abrazo!

  • Diego Macías dice:

    Excelente!
    Me gusta esa sensación que transmites de que ser periodista (ser un buen periodista) no tiene necesariamente que ver con ser famoso, importante o influyente (aunque sin duda podría ser un buen objetivo); tiene quizá más que ver con estar en el momento adecuado en el lugar adecuado, hacer la reflexión adecuada y presentarla de manera adecuada.
    Y como yo no creo en el periodismo imparcial (pero sí en el periodismo responsable), lo mejor de todo es que el oficio te permite estar en profundo contacto con esas emociones clásicas del que se compromete con una causa (la de la verdad, supongo): el llanto, la risa, la indignación y el compromiso.
    Muchas gracias por compartir!

  • Concharrita dice:

    Me quedo sin palabras, qué orgullo ser periodista cuando se ejerce como tú, con pasión y con esa consciencia social para ver y narrar lo que nos interesa a la mayoría, a esa sociedad que todos los días se levanta para hacer su mejor esfuerzo. El periodismo te expone al dolor, y también al placer, y hay que estar hecho de algo muy especial para sentirlo y resistirlo y tú, querida Eilleen, estas hecha de eso. Qué bueno que los amigos migrantes te tienen allá, aunque ello signifique tenerte lejos.

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