Skip to main content

En una de las interrupciones más famosas de la literatura, don Quijote y el vizcaíno se quedan congelados, con las espadas en alto, a punto de iniciar un combate. Cervantes utiliza este efecto retardador, de suspenso, para reafirmarse como padrastro de la historia, y asegurar que tal pesar le provocó no saber el final del episodio, que decidió ir en su búsqueda.

En el capítulo 9 de la primera parte, Cervantes cuenta que “llegó un muchacho a vender unos cartapacios y papeles viejos a un sedero; y, como yo soy aficionado a leer, aunque sean los papeles rotos de las calles, llevado desta mi natural inclinación, tomé un cartapacio de los que el muchacho vendía, y vile con caracteres que conocí ser arábigos”. El manuscrito contenía la continuación de la historia del caballero andante de manos de su verdadero autor, Cide Hamete Benengeli.

El episodio se ha vuelto lugar común para definir la voluntad y la obsesión del español por las historias, que incluso buscaba en papeles viejos por la calle. En esto pensé cuando la revista Distintas Latitudes nos sugirió una serie de preguntas para redactar un artículo en festejo de este segundo aniversario. De todas ellas, la que más llamó mi atención fue la siguiente: ¿Por qué mantener la fidelidad y la confianza con nosotros cuando seguimos siendo una publicación que no ofrece remuneración económica?

No somos fieles, pensé, somos igual de tercos que el autor que persigue historias por las calles, porque desde sus inicios la revista me pareció un lugar ideal para buscar(nos) y compartir(nos). Somos igual de tercos, porque incluso después de una prolongada ausencia, la revista resurgió con mucha más fuerza, y demostró de nuevo que no hay interrupción que no se pueda aprovechar para continuar la historia.

Frente a Distintas Latitudes yo me declaro, en primer lugar, lector, y en un segundo plano terco colaborador. Ambas actividades provienen del gusto de escuchar y de opinar y la revista ha cumplido esa función. Si mi terquedad ha sido mayor a mi pereza o a mi indiferencia ha sido porque, como público y como parte de un equipo más o menos estable de colaboradores, la compensación que he recibido es la de pertenecer a un grupo de personas interesadas en reflexionar sobre lo que pasa.

El abuso de las redes sociales nos ha enseñado –o nos ha creído enseñar– a documentar todo lo que pasa, incluso cuando nada está pasando. Las preguntas, entonces, deberían ser otras, alejadas de la legítima duda sobre por qué seguimos colaborando: ¿cómo y sobre qué reflexionar?, ¿con base en qué criterios establecer filtros? Cada artículo de Distintas Latitudes contiene, de mejor o peor manera, estas preguntas en su origen, y los números que se anuncian mantienen el espíritu que nos reúne cada nueva edición, la de demostrar la diversidad con que se vive lo que pasa en cada uno de los países de Latinoamérica. Al final, leemos ajeno para encontrarnos a nosotros mismos.

Por favor, no me malinterpreten. Si la revista comienza a pagar, yo soy el primero en proponer compensaciones retroactivas.

 

Deja un comentario