Según la investigación “Violencia Letal contra la Niñez y la Adolescencia en Brasil” (2016) de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO), existe “una verdadera situación pandémica de suicidios de jóvenes indígenas”.
El estudio revela datos de ocho municipios del estado de Amazonas y nueve de Mato Grosso del Sur de Brasil, donde vive gran parte de la población indígena del país. Ahí ha ocurrido la mayoría de suicidios de jóvenes indígenas. En cada uno de los 17 municipios hay un número igual o superior a diez mil niños y jóvenes, y se suicidaron 327 indígenas de hasta veinte años entre 2009 y 2013. De ese total, 163 eran niños. La mitad.
Las cifras son duras. Los jóvenes de 10 a 19 años representaron 33,3% de los suicidios indígenas en el municipio de San Gabriel de Cachoeira, y el 100% en Tacurú. Ambos municipios están en Mato Grosso del Sur. Allí también, en el municipio de Japorã, 70% de los suicidios indígenas fueron cometidos por niños y adolescentes, siendo las etnias Kaiowá y Guaraní las más afectadas.
El Consejo Indigenista Misionero, una organización dedicada a temas sociales, citó una investigación de la ONU del 2009 en la que ubicó la pandemia de suicidios de jóvenes indígenas en un contexto de discriminación, marginalización, colonización traumática y pérdida de las tradiciones. Aunque, según líderes indígenas, los suicidios se deben a que son pueblos expulsados de sus tierras, viviendo en reservas, sin ninguna expectativa.
La Reserva de Dourados se encuentra entre las ciudades Itaporá y Dourados en el estado de Mato Grosso del Sur, y cerca de la frontera con Paraguay. Allí conviven en su mayoría los pueblos Guaraní-Kaiowa y Ñandeva, y minoritariamente, el Aruak-Terena. La investigación “Suicidios Adolescentes en Pueblos Indígenas. Tres Estudios de Caso”, realizada por Unicef en 2012, plantea que las causas de los suicidios juveniles en la Reserva de Dourados se deben a múltiples factores sociales, económicos, y culturales.
Los investigadores constataron que estos jóvenes usualmente no cuentan con apoyo familiar, ni amistades sólidas, o pertenencia a algún territorio. Y cargan con un trauma comunitario, con las historias de explotación y violencia sufridas por sus antepasados, contadas por sus parientes. Historias que se unen a un presente de frustración e impotencia.
Estos jóvenes no se sienten libres ni sagrados ni bonitos. Ven en sus padres y abuelos personas fracasadas y que no admiran. A su vez, la Reserva de Dourado, por estar en zona fronteriza, es parte de la ruta del narcotráfico, lo que empeora la situación. Los jóvenes indígenas brasileños no son los únicos que enfrentan estos problemas, la investigación de Unicef también estudió los casos de la Nación Awajún al noreste de Perú, y de la etnia Embera en Colombia.
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