Skip to main content

En Anolaima, Colombia, una niña de cinco años ayudaba a su abuelo en los campos de café a separar los granos sanos de los enfermos, sin imaginarse que ese aprendizaje la llevaría, dos décadas después, a ser una de las mujeres más admiradas en el sector de la sustentabilidad en América Latina.

Su nombre es Sofía Sepúlveda y es la fundadora de Cafetanol, la primera empresa que ha logrado producir biocombustibles a partir del residuo orgánico del café. El trabajo de Sofía no sólo genera nuevos empleos en el campo e incrementa los ingresos de los agricultores cafetaleros, sino que, además, aporta una solución innovadora al reto del manejo de los desechos del café, que contaminan el medio ambiente al acidificar los suelos en las zonas de cultivo e infectar el agua.

Explicar conceptos como la sustentabilidad, que todos usamos como si fueran propios, pero que pocos entienden a profundidad, es más sencillo con casos como Cafetanol, que proveen un ejemplo perfecto de cómo es posible generar de forma simultánea y equilibrada beneficios ambientales, sociales y económicos.

Justo en aquella época en la que Sofía y su abuelo trabajaban en los campos de café, el programa para el Medio Ambiente de las Naciones Unidas emitió un documento titulado “nuestro futuro común”, en el cual advertía que los seres humanos debíamos cambiar nuestro estilo de vida y de interacción comercial para frenar la veloz degradación ecológica que afectaría a toda la humanidad y en particular a los sectores más vulnerables. Fue en ese texto que se definió por primera vez al desarrollo sustentable como “aquel que satisface las necesidades actuales sin poner en peligro la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesidades”

Así, de forma contraria a lo que muchos consideran, la sustentabilidad no sólo se relaciona con la ecología; el desarrollo sustentable es hacer continuamente malabares con tres esferas: la ambiental, la económica y la social. Ya que gran parte de los recursos naturales son susceptibles de agotarse (como el petróleo, los nutrientes en el suelo, el agua potable y los minerales, entre otros), es fundamental cuestionar los motivos por los cuales se ha incentivado el crecimiento de una actividad económica que poco considera su impacto en el equilibrio de los ecosistemas. De aquí la impostergable necesidad de trabajar por un balance entre las tres dimensiones.

Quizá los mejores ejemplos de aquellas iniciativas que han equilibrado los tres aspectos de forma exitosa se encuentran en el sector de las empresas sociales y ambientales, es decir, aquellas que no únicamente obtienen una rentabilidad financiera, sino que también generan un retorno, un beneficio, resultado de un compromiso social o ambiental.

Un caso destacado es el de la empresa social mexicana Chicza, integrada por 46 cooperativas y sociedades de producción chiclera de Campeche y Quintana Roo, únicos estados en el país que producen chicle natural. Ellos cultivan, transforman y comercializan la única goma de mascar elaborada con chicle natural y orgánico en el mundo. Así, las cooperativas transforman el chicle en un producto que permite revalorar la selva, debido a que para la población rural representa una actividad lucrativa no silvícola, y por lo tanto capaz de preservar las riquezas del entorno.

En los años 50 la mayor parte de la materia prima del chicle fue reemplazada por productos sintéticos, pese a que el chicle natural mantuvo su posicionamiento en ciertos mercados. Así, el consorcio chiclero Chicza, nacido precisamente en la década de los años 50, optó por la creación de reservas forestales comunitarias y un programa de recuperación de suelos erosionados que en otros tiempos fueron utilizados para la agricultura. Tan sólo en 2008, los productores chicleros le regresaron a la selva 800 hectáreas reincorporadas para reservas forestales.

El potencial de la actividad es enorme. El sureste mexicano posee 1.3 millones de hectáreas arboladas que pueden ser aprovechadas para la producción del chicle y que están certificadas por organismos internacionales en reconocimiento a sus buenas prácticas ambientales, sociales y económicas. En esta zona arbolada se encuentran ocho millones de árboles productivos, capacidad superior a la mano de obra de los chicleros, por lo que el bosque es aprovechado solo en 30% de su capacidad productiva. La obtención del chicle es incluso una actividad que por su naturaleza extractiva es totalmente renovable: un árbol se recupera de las rayaduras en cinco años, es productivo inclusive a los 120 años, y vive aún más.

El chicle orgánico se produce únicamente en la región selvática de Quintana Roo y Campeche, el cual genera mayor valor económico a la selva y contribuye al equilibrio ecológico. Esta actividad también colabora con estudios orientados a un manejo racional y sustentable del recurso, desarrollando paulatinamente instrumentos para lograr mayor participación de los productores en el mercado. Para esto debió consolidarse la organización productiva local y el frente regional de productores, para asegurar estándares mínimos de trazabilidad de un producto orgánico de consumo humano que no contamine el medio ambiente, estandarizando las condiciones de venta y entrega y haciendo más confiables y previsibles las relaciones entre los grupos sociales y el mercado.

De esta forma, la producción orgánica del chicle evita la degradación de los suelos y permite a los productores chicleros comercializar el producto a un precio preferente, lo que ha incrementado sus ingresos y su calidad de vida gracias a la generación de beneficios sociales, ambientales y económicos. Los chicleros han resultado ser excelentes malabaristas.

Pareciera que Cafetanol y Chicza son ejemplos románticos y casos aislados en el sector de la sustentabilidad, sin embargo, América Latina se caracteriza por albergar un pujante grupo de emprendedores y pensadores convencidos de que es posible emplear las herramientas que el mercado proporciona (en particular las empresas y los fondos de inversión) para crear empleos, impactar positivamente en diversas poblaciones, procurar el cuidado de los ecosistemas y, además, implementar buenos negocios.

Quizá, en un futuro, será posible eliminar esa percepción de que sustentabilidad es “lo verde”. Probablemente logremos rescatar la esencia de la sustentabilidad que se centra en primer lugar en las personas, con la meta de equilibrar las necesidades humanas con la capacidad del planeta para proteger a las generaciones futuras.

2 Comments

Deja un comentario