Es imposible entrar en una biblioteca y no sentirse desmoralizado ante la vasta enormidad de libros presentes. La vida no nos alcanzaría para leerlos todos… y ni hablar para escribirlos. Es inevitable no caer, entonces, en el pensamiento de que ya todo está escrito, de que las ideas se reciclan, de que la originalidad, en medio del vertiginoso ritmo de la vida moderna, no es más que una ilusión.
Sin embargo, existe un género (o más bien, una temática) que aún tiene un largo camino por recorrer. Se trata de la literatura LGBTTTI, novelas, cuentos y poesías que reflejan la realidad de las personas homosexuales, bisexuales, trans o intersexuales, que hasta el presente (y con reparos) solo se habían visto retratadas en la literatura bajo la distorsión de los prejuicios.
La primera novela argentina de estas características es, sin lugar a dudas, El juguete rabioso, de Roberto Arlt (1900-1942), publicada en el año 1926. Cuando el protagonista se encuentra con un muchacho homosexual en un conventillo, no duda en mostrar el desprecio que siente por sus medias de mujer y le aconseja que visite a un médico experto en “enfermedades nerviosas”. Por su parte, el chico, hijo de una familia acomodada, se lamenta por no haber nacido mujer y le cuenta al protagonista que el culpable de su homosexualidad fue su maestro, quien acabó suicidándose. De clase alta, sucio, depravado y abocado a un futuro tan trágico como el de su amante, el muchacho representa claramente el estereotipo del varón homosexual de la época.
A partir de El juguete rabioso, la vida de las personas homosexuales, en especial la de los hombres, permaneció en la literatura como un triste reflejo de la homofobia de la sociedad. Si evocamos las palabras de Bertolt Brecht (“el arte no es un espejo para reflejar la realidad, sino un martillo para darle forma”), cabría preguntarse qué ha sido hasta ahora la literatura LGBTTTI.
En el año 1970, la emblemática editorial argentina Tiempo Contemporáneo editó la primera traducción al español de la novela El cuarto de Giovanni, del escritor norteamericano James Baldwin (1924-1987). La novela es una hija natural de la época en que fue escrita. Era imposible que, por aquellos años, dos hombres pudieran formar una pareja y pretendieran ser aceptados por la sociedad. De la misma manera, que un narrador se planteara esa posibilidad era igualmente ridículo. El desenlace trágico de la novela es, sencillamente, una ineluctable conclusión del pensamiento dominante.
Sin embargo, los libros son monólogos desconsiderados porque ignoran las circunstancias en que son leídos (Los demasiados libros, Gabriel Zaid) y quizá no exista en ellos una característica más preciosa, valiosa y hasta, podría decirse, mágica.
¿Cómo sería recibido hoy el relato de Manuel Ghellens, ese hombre francés que vive atormentado por ser gay y se adjudica toda clase de adjetivos desagradables como “castrado del alma”, “bestia ignominiosa”, “monstruo” y a quien sus padres, miembros de una adinerada familia francesa de origen flamenco, lo maltratan de la misma manera? La máscara de carne, de Maxence van der Meersch, fue publicada en Argentina en el año 1962 por Plaza&Janés Editores y es otro más de los libros de la época que caracterizan la homosexualidad como una enfermedad. Hoy, un lector contemporáneo argentino podría tildar la obra como una sátira. Y es hoy, cincuenta años después, cuando se puede percibir la novela como el martillo del que habla Brecht.
Las obras que retrataron la homosexualidad no escaparon a la censura: ese fue el destino de Asfalto, de Renato Pellegrini, calificada como la primera novela gay argentina, que le valió a su autor su retiro de la actividad literaria, la confiscación de la novela y un caso en la Corte Suprema de Justicia. El cuento “La narración de la historia”, de Carlos Correas, fue publicado por primera vez en el año 1959 en la revista universitaria Centro, dirigida entonces por el escritor Jorgue Lafforgue. En la brevedad de sus trece páginas, con su estilo crudo y desenfadado, la historia nos introduce en la vida de Ernesto, un estudiante homosexual que sale en busca de encuentros casuales con muchachos menores que él. Si bien el comité de selección no lo consideró inconveniente, la edición de la revista fue requisada y Lafforgue y Correas fueron condenados a seis meses de prisión por divulgación de material obsceno. Diez años más tarde, El beso de la mujer araña, la famosa novela de Manuel Puig, fue prohibida por la dictadura militar. Sus protagonistas, Molina, un hombre homosexual acusado de corrupción de menores, y Valentín, un intelectual aspirante a revolucionario, son víctimas de la misma represión que en su momento prohibiría la obra.
Como es de esperarse, la evolución de la literatura LGBTTTI argentina ha ido de la mano de los cambios en la situación de las personas homosexuales y trans. Espejo y martillo a la vez, las novelas de Oscar Hermes Villordo (1928-1994) muestran la represión social de los varones homosexuales de Buenos Aires, obligados a los encuentros sexuales en baños públicos, marginados no solo por culpa de la homofobia de la sociedad, sino también por la suya propia. Sorprendentemente, estas palabras bien podrían referirse al argumento de Los putos, publicada en el año 2008 y escrita por el escritor argentino José María Gómez. La homofobia interiorizada, expresa el poeta colombiano Jaime Manrique en su autobiografía Maricones Eminentes, es aún peor que la homofobia de los otros porque es imposible de ignorar. Es posible exiliarse de un país, como lo hicieron Puig y el cubano Reinaldo Arenas, pero el único exilio de uno mismo se consigue con la muerte.
Es muy difícil hallar una obra literaria de temática LGBTTTI que no toque, en mayor o menor medida, el tema de la homofobia. Para algunos es evidente que una novela homosexual debe reflejar el miedo, el rechazo, la marginación. Para otros, quizá no. A pesar de ser el único país latinoamericano donde dos personas del mismo sexo pueden contraer matrimonio, la literatura LGBTTTI argentina (y del mundo en general) está tan estancada intentando librarse de la homofobia que aún no ha saltado a la ciencia ficción, a la fantasía o al terror.
Los gays y las lesbianas de la ficción que se publica todavía se encuentran demasiado ocupados aceptándose a sí mismos como para querer viajar a Marte, vagabundear por casas encantadas o descubrir un reino perdido en el fondo del mar. Incluso parecen estar demasiados ocupados como para ser padres o madres. Así le sucede a Horacio Calvo, uno de los personajes de la novela Adiós a la calle (2006), de Claudio Zeiger, cuyo comienzo nos recuerda al desdichado Manuel Ghellens: “Durante años, en los días de mucha soledad o sensación de melancolía imposible de ser erradicada, Horacio solía ir con el auto hasta la casa familiar”. Pero la culpa no es de los personajes. La homofobia no ha desaparecido y sus vidas son una forma de denunciarlo.
Sin embargo, lo que todos estos personajes tiene en común no es solo su homofobia interiorizada. Es tan evidente que cuesta darse cuenta: todos ellos son adultos. La literatura infantil en Argentina es el área más heterosexista del ámbito literario, ya que en el imaginario colectivo de la sociedad aún permanece la idea de que ser homosexual es una decisión, mientras que ser heterosexual es ser, sencillamente, normal.
Con respecto a los personajes travestis o transexuales, estos casi no existen en la literatura. Las travestis siempre aparecen relacionadas con la prostitución, la única salida que muchas de ellas encuentran en un sistema que las excluye tanto de la educación como de la salud. En los relatos de Continuadísimo (2008), las travestis de la escritora Naty Menstrual cuentan sus vidas desde sus propios ojos maquillados: algunas quieren dejar de prostituirse, ser actrices y hasta madres. Otras se han resignado y solo se conforman con no morir en manos del sida.
Si la literatura LGBTTTI ha sido, hasta ahora, un martillo, quizá sea momento de que se atreva a ser algo más, de que se sacuda sus propios prejuicios y reinvente el género de una forma más audaz, más fresca y más ambiciosa. Y es necesario que surjan proyectos editoriales serios que se arriesguen para sacar esas obras de las sombras y darlas a conocer.
La literatura es una de las armas más poderosas para crear mentes libres. Los textos censurados en Argentina hace cincuenta años son hoy lectura obligatoria en las universidades y los libros prohibidos por los gobiernos de facto hoy se reeditan en todos los formatos. La pluma es más poderosa que la espada y la historia no hace más que confirmarlo. Basta echarle una mirada a cualquier biblioteca para estar seguro de ello.