Entonces, claro, cuando exigimos respeto las mujeres, no sólo lo demandamos de los neoliberales, también se lo vamos a obligar a los que luchan contra el neoliberalismo y dicen que son revolucionarios, pero en casa son peor que el Bush…
Comandanta Esther
En el movimiento zapatista las mujeres ocupan un lugar fundamental. Además de tener una fuerte presencia en su discurso político, en los hechos ellas están alcanzando posiciones de mando en el ejército, como las insurgentas; están consiguiendo actuar en el campo de la política, como las comandantas; y, además, son las que llevan en hombros la resistencia, pues con su esfuerzo cotidiano sostienen y fortalecen a las bases de apoyo.
En cualquier parte se observa la participación femenina. Mujeres tzeltales, tzotziles, choles, tojolabales, zoques, abuelas, madres, hijas, hermanas, casadas, solteras, todas contribuyen junto con sus familias y sus comunidades a construir el proyecto autonómico zapatista. Y en este camino que construyen junto con sus pueblos ellas se van construyendo. Su reflexión y acción sobre el contexto y las condiciones en las que viven, aunadas a las necesidades y al desarrollo propio del movimiento, están derivando en una progresiva politización de sus identidades, como mujeres, como indígenas y como pertenecientes a una clase subalterna. Así la lucha de las zapatistas por el reconocimiento de su particular diferencia pasa por desmontar el entramado de poderes complementarios[1] -capitalista, colonialista, autoritarista, centralista, racista y sexista- que operan a lo largo del continuum global-local.
Para el momento en el que el zapatismo se dio a conocer en la escena mexicana y mundial -y hasta en la galáctica-, el movimiento había logrado configurar un espacio para la realización de cambios en las normas de género comunitarias y, todavía más, en la subjetividad de las mujeres que participaban en éste. Sin embargo, cabe hacer una precisión: si bien el zapatismo constituyó el punto de inflexión fundamental de esta serie de cambios, no fue el punto inicial de los mismos, así como tampoco lo fue de la participación política y organización de las indígenas que después se volverían zapatistas. En este sentido, para 1994 ellas llevaban ya un largo trecho de lucha en su haber.
Indagando en el pasado reciente, se pueden ubicar múltiples y entrelazados procesos que derivaran en la actual participación y la organización de las zapatistas. Por ejemplo, muchas de estas mujeres venían de familias fraguadas en la lucha por la tierra, y algunas estaban incorporadas desde los años setenta a las actividades -mítines, marchas, tomas de predios- de organizaciones tales como la Organización Campesina Emiliano Zapata (OCEZ), la Coordinadora Nacional Plan de Ayala (CNPA) o la Central Independiente de Obreros Agrícolas (CIOAC). Por esas mismas fechas, grupos de mujeres pertenecientes diferentes etnias se reunían alrededor de la palabra de dios, gracias al trabajo pastoral de la Coordinadora Diocesana de Mujeres (CODIMUJ), cuya labor posibilitó el establecimiento de nuevos espacios de encuentro y comunicación entre ellas.[2]
Además de estas experiencias, en la década de los ochenta hubo también una significativa influencia del trabajo de feministas mestizas pertenecientes a Organizaciones No Gubernamentales (ONGs) enfocadas a la promoción de los derechos de las mujeres indígenas. Dentro de estas ONGs se pueden mencionar el Grupo de Mujeres de San Cristóbal (COLEM), el Centro de Capacitación para la Ecología y Salud de San Cristóbal (CCESC), el Centro de Investigación y Acción para la Mujer (CIAM) y Chiltak. Asimismo, organizaciones como K’inal Antzetik introdujeron a algunas de estas mujeres a actividades de producción con el fin de mejorar sus condiciones económicas a través de la venta de artesanías.
Como se constata, la participación en diversas organizaciones y proyectos dio lugar a que muchas indígenas, sobre todo las que vivían en las regiones de Selva y Altos, se hicieran porosas a diversas voces. Esto permitió un ejercicio de reapropiación de discursos provenientes de posiciones varias, mismos que fueron resemantizados e incorporados a su urdimbre político-cultural. Así, la participación y la organización, en distintos niveles y de diferentes formas, dentro de estos espacios fueron decisivas para el zapatismo y las zapatistas, pues desplegaron entre ellas las primeras oleadas de politización, de trabajo conjunto, de solidaridad, de reflexión y rescate de sus historias, así como de autovaloración.
Cuando se pregunta a las insurgentas las razones por las que entraron al movimiento, ellas señalan que el EZLN se presentó como una alternativa que les ofrecía lo que el mal gobierno y sus comunidades no les habían podido brindar: la posibilidad de su desarrollo personal.[3] Aprender a hablar castilla, enseñarse a leer y escribir en su lengua, estudiar historia y política, entrenarse militarmente, todas estas actividades a las que normalmente no tenían acceso por ser consideradas como “cosas de hombres”, eran ofrecidas como una posibilidad distinta de hacer y de ser. En este sentido, la oferta de integrarse al Ejército Zapatista constituía -y sigue constituyendo- una oportunidad única para las mujeres que tenían como opciones de vida criar una familia o trabajar como empleadas domésticas en ciudades.
Las barreras que tuvieron que derribar las jóvenes que decidieron entrar al ejército fueron muchas. Los mandatos culturales de sus comunidades les fijaban los límites de lo permisible, pero el apoyo de sus familias -muchas de ellas desde antes vinculadas con la lucha zapatista- fue determinante para impulsar su decisión de unirse a la milicia. Una vez dentro del ejército, las insurgentas tuvieron las mismas obligaciones y oportunidades que los hombres, la situación de guerra, la alerta permanente, requirió de todos los miembros del ejército la realización de las mismas actividades, con lo cual el espacio que se conformó entre sus filas hizo confuso los roles de género.
Las primeras insurgentas tuvieron un papel importante en la difusión del zapatismo entre las mujeres de muchas comunidades indígenas. El trabajo de acercamiento y diálogo que realizaron trajo nuevas participantes a la organización, y, de manera importante, difundió el discurso zapatista y lo hizo comprensible de acuerdo al pensar y sentir de las mujeres. Éste es el trasfondo de la creación de la Ley Revolucionaria de Mujeres[4], que fue promulgada el 8 de marzo de 1993, y que se incluyó dentro de la plataforma de demandas del EZLN. Este documento se transformó desde entonces en la primera base jurídica del sujeto femenino indígena en México[5] y se convirtió en el soporte del discurso oficial del zapatismo sobre los derechos de las mujeres y la equidad de género. Para algunas feministas[6], la referida Ley ha sido tomada como un manifiesto incompleto de derechos de la mujer, pero lo cierto es que todos los derechos que estipula tienen arraigo en necesidades apremiantes y en expectativas que calan en las mujeres indígenas zapatistas.
La Ley Revolucionaria de Mujeres, que consta de diez puntos, recoge entre otras cuestiones el derecho a trabajar y recibir un salario justo, el derecho a decidir el número de hijos que pueden tener y cuidar, el derecho a participar en asuntos comunitarios y asumir cargos públicos, el derecho a elegir pareja, el derecho a su integridad física, así como el derecho de participar en la lucha revolucionaria en todos sus niveles –incluyendo en las fuerzas revolucionarias armadas-. Estas diez demandas dejan ver un claro posicionamiento político de las zapatistas frente a las relaciones desiguales y el maltrato que reciben de sus compañeros. Y aunque este documento ha contado con una aceptación amplia en las comunidades, su incorporación a la vida cotidiana ha tenido ritmos y desarrollos distintos. Por un lado, las insurgentas y las comandantas se han servido de ella para trastocar radicalmente los roles de género y, por el otro, las mujeres de las bases de apoyo la han ido integrando poco a poco a sus vidas a causa de los muchos obstáculos económicos, políticos, culturales, sociales y religiosos que pesan sobre ellas.
Un reconocimiento de las contradicciones existentes entre el discurso político del zapatismo y los hechos en relación a la situación de las mujeres, fue realizado por el Subcomandante Marcos en el segundo de ocho comunicados llamados Leer un video. En este comunicado emitido en agosto de 2004, de nombre “Dos fallas”, Marcos hace una declaración desde los errores del movimiento: “Es una vergüenza pero hay que ser sinceros: no podemos aún dar buenas cuentas en el respeto a la mujer, en la creación de condiciones para su desarrollo de género, en una nueva cultura que les reconozca capacidades y aptitudes supuestamente exclusivas de los varones.”[7] En este notable ejercicio de introspección y autocrítica, “Dos fallas” exterioriza la preocupación de la comandancia general por la cuestión de la participación de las mujeres en las estructuras de dirección del EZLN. El señalamiento de que tanto en los Consejos Autónomos como en las Juntas de Buen Gobierno la participación de las mujeres representa el 1%, revela que, si bien el zapatismo ha estimulado el ejercicio de la autoconciencia en las mujeres y ha propiciado un campo para la participación política de las mismas, los cambios también dependen de la sensibilización y colaboración del nosotros, es decir, de todos los miembros de la comunidad, entre ellos los hombres y, de forma especial, las personas mayores.
Transformar esta debilidad del zapatismo en oportunidades se vislumbra como uno de los retos que se tienen que tomar en aras de su democratización interna. Parte de hacer una nueva política, implica internalizar el principio del mandar obedeciendo dentro y fuera de la estructura familiar, es decir, lograr repartir horizontalmente el poder entre mujeres y hombres en lo privado y en lo público; para lo cual el movimiento tendrá que elaborar una estrategia en el corto y en el mediano plazo de apoyo a las mujeres en diferentes niveles, con miras a que se desenvuelvan y se apropien de los espacios comunitarios, municipales y regionales.
No obstante muchos de los puntos de la Ley no han sido ni son cumplidos al pie de la letra y los cambios que se han generado a partir de la misma han sido muy lentos, se coincide con Rosalva Aída Hernández cuando apunta que “esa ley, como todas las leyes, es un ideal a alcanzar, más que una realidad vivida. La sensibilidad de género que han expresado las demandas zapatistas es sólo la semilla de una nueva cultura que aún se tiene que construir.”[8] Visto de esta arista, dicha Ley se perfila como un proyecto de transformación social de largo aliento, que aunque largo, no impide ver los frutos desde ahora. Prueba de eso son los encuentros de las zapatistas con otras mujeres y sus luchas, donde se ha manifestado que cada vez más y más mujeres indígenas están pensando y repensando la opresión de género que viven.
De esta forma, el EZLN está proporcionando las bases y el marco para subvertir la doxa genérica. Es decir, lo que se busca es romper con la concepción impuesta y generalizada por la perspectiva hegemónica en la que las relaciones sociales de dominación de los hombres sobre las mujeres son vistas y aceptadas como naturales y eternas. Se ha desencadenado un proceso sin precedentes que está resquebrajando el halo de invisibilidad que revestía a las indígenas, que les ofuscaba la mirada interna y les conjuraba el acto de la palabra.
El testimonio de una militante zapatista recogido por Silvia Soriano resume todo lo que aquí se ha querido decir, y quizá diga más: “[…] hemos entendido por qué la mujer pues ha sido tan discriminada, tan apartada de muchos derechos que a ella le corresponden y de allí ha nacido nuestro deseo de organizarnos también. De hecho no era a partir del conflicto que nos dimos cuenta, anteriormente ya teníamos muchos problemas, nada más que a muchas cosas no les podíamos poner el nombre […] pero eso no lo sabíamos antes, hasta cierto punto agradecemos al conflicto del EZ porque se nos fueron abriendo mucho los ojos y ya le pudimos poner nombre a todas esas situaciones que vivíamos[…] porque sigue siendo la misma situación, pero en esta búsqueda de mejorar nuestra vida, en este querer vivir de una manera diferente, vamos descubriendo que somos personas valiosas, que queremos estar juntas, queremos contar nuestras experiencias porque en ese contar nuestras experiencias, pus vamos encontrando caminos para seguir adelante, nos sentimos que somos un poco más valiosas.”[9] La confianza y la estima que se dibujan en estas palabras muestran que la transformación está en movimiento. Los ejercicios cotidianos de autoconciencia y autovaloración que las zapatistas realizan son verdaderos procesos revolucionarios que están detonando los ordenamientos de la razón instrumental, el género, la clase y la raza. Saberse con derechos que las respaldan, redescubrirse con otras capacidades e intereses, desempeñar otros roles, explorar nuevas geografías y nuevas ideas, todas estas cosas están propiciando que las mujeres se reconozcan como “importantes” para ellas, para sus familias, para sus comunidades, para el zapatismo, para la sociedad nacional y para el Estado mexicano. Al ya no “ser invisibles” se le agrega el ya no “sentirse invisibles”.
[1] Márgara Millán, “Las zapatistas de fin de milenio. Hacia políticas de autorrepresentación de las mujeres indígenas”, en Chiapas, núm. 3, México, 1996, p. 20.
[2]Karen Kampwirth, Mujeres y movimientos guerrilleros. Nicaragua, El Salvador, Chiapas y Cuba, Plaza y Valdés/Knox College, México, 2007, p. 114.
[3] Guiomar Rovira, Mujeres de maíz, Ediciones Era, México, 2007, p. 75.
[4] Ley Revolucionaria de Mujeres, disponible en: http://palabra.ezln.org.mx/comunicados/1994/1993_12_g.htm (consultada el 22 de octubre de 2009)
[5] Márgara Millán, Neozapatismo: espacios de representación y enunciación de mujeres indígenas en una comunidad tojolabal (Tesis doctoral), UNAM, México, 2006.
[6] Se alude aquí el caso de Marta Lamas, quien levantó una severa crítica a esta ley por considerar que también la cuestión del aborto debió ser integrada a la serie de demandas de las mujeres zapatistas, además de aducir una supuesta mediación e interferencia de la moral católica en la elaboración de las mismas. Para más información sobre la respuesta del Subcomandante Marcos ver en:
http://www.bibliotecas.tv/chiapas/may94/05may94.html (consultada el 5 de noviembre de 2009)
[7] Subcomandante Marcos, Leer un video, 2da parte “Dos fallas”. Disponible en: http://palabra.ezln.org.mx/comunicados/2004/2004_08_21.htm (consultada el 3 de febrero de 2009)
[8] Rosalva Aída Hernández Castillo, “Construyendo la Utopía: esperanzas y desafíos de las mujeres chiapanecas frente al siglo XXI”, en R. A. Hernández Castillo, La otra palabra. Mujeres y violencia en Chiapas, antes y después de Acteal, CIESAS/IWGIA, México, 2008, p. 140.
[9] Silvia Soriano Hernández, Mujeres y guerra en Guatemala y Chiapas, CCyDEL-UNAM, México, 2006, p. 236.