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Mucho se ha hablado ya acerca de la configuración de espacios comerciales regionales que sirvan como polos de crecimiento y fortalecimiento de mercados internos, especialmente entre países que comparten ciertas características. América del Sur, si bien lejos de ser un grupo homogéneo, ha construido diversos esquemas e instituciones que regulan la integración económica y política de sus países. Algunos, por supuesto, han sido más exitosos que otros. Precisamente de esto tratan los siguientes párrafos: ¿qué lectura podemos hacer de la entrada de Venezuela en Mercosur, el espacio común más importante de Latinoamérica, poco antes de las elecciones nacionales en donde Hugo Chávez se juega, quizá por primera vez en serio, su permanencia en el poder?

Y se la juega porque Henrique Capriles, candidato opositor al chavismo para las elecciones del 7 de octubre, es el individuo que condensa posiciones divergentes de más de cinco grandes fuerzas opositoras que podrían poner en tela de juicio a Chávez. Su elección en las primarias sorprendió a propios y extraños debido no sólo a la capacidad de amalgamar a las corrientes adversas al chavismo, sino por su repercusión mediática dentro y fuera de Venezuela, y por el efecto que creó entre millones de venezolanos. Cierto, sólo 17% de quienes podrán votar el 7 de octubre lo hizo en las primarias, pero la cifra es altísima considerando que buena parte de la población descontenta con Chávez, si bien no es necesariamente de derecha, ha demostrado cierto entusiasmo hacia Capriles.

Buena parte de las razones de la euforia oficial tras la entrada de Venezuela a Mercosur pueden estar ligadas al proceso electoral venezolano. Desde cierto punto de vista, se trata de una última victoria regional para Hugo Chávez, quien ha recurrido a toda la infraestructura propagandística de su gobierno para enaltecer este logro. Sin embargo, desde hace seis años Venezuela buscaba un lugar en Mercosur, que le era siempre negado por el veto paraguayo, y es entonces evidente que el ingreso de Venezuela al grupo es un golpe de suerte para la campaña electoral de Chávez, pero no un hecho premeditado. De pronto, el 22 de junio Fernando Lugo, presidente paraguayo, fue destituido por órdenes del Legislativo y de inmediato el país fue suspendido por Mercosur. La semana siguiente, en una cumbre del grupo en Mendoza, Argentina, se anunciaron ambas noticias: la temporal marginación de Paraguay la aceptación de la candidatura venezolana. La sensibilidad diplomática fue la gran ausente y Hugo Chávez habló, de inmediato, de “un día para la historia de la integración, de la ética. Esto es un ejemplo de política, de ética, una lección de política verdadera para esos enclaves autoritarios que son herederos de dictaduras burguesas. Esto tendrá una resonancia geopolítica”.[1] El Ministerio de Asuntos Exteriores Argentinos expresó, con realismo absoluto, que si los Legislativos de Argentina, Brasil y Uruguay ya habían aceptado a Venezuela, al suspender a Paraguay se eliminaba el último obstáculo, así que, ¿por qué no proceder?

El análisis se complica si se insiste en encontrar un vínculo entre la situación en Paraguay y el ingreso venezolano a Mercosur, pues por un lado el chavismo acusaba a las fuerzas reaccionarias paraguayas de oponerse al acceso de Venezuela al grupo, negativa que se extendió durante el gobierno de Lugo –personaje definitivamente no considerado como reaccionario por parte de Chávez–; por otro lado, cuando la situación se tambaleó en Paraguay, Mercosur decidió hacerlo un lado y Chávez aplaudió la decisión sin siquiera molestarse por saber cuáles eran las razones –algunas válidas y otras no– por las cuales durante tanto tiempo Paraguay se opuso a la incorporación de Venezuela[2].

Pero las cosas se aclaran si reconocemos que se trata de dos escenarios distintos. Así lo entendieron la Organización de Estados Americanos y Estados Unidos, quienes condenaron fuertemente la decisión de Mercosur de suspender a Paraguay –quien por cierto también fue temporalmente marginado de Unasur–, pero reconocieron “el derecho soberano” de Venezuela a integrarse a grupos regionales. Y entonces surge una lectura de Realpolitik. EU puede no estar de acuerdo con la política en Venezuela, pero reconoce la importancia de los 987 mil barriles diarios de petróleo que compra a Caracas. Venezuela también lo sabe, así como está plenamente consciente de que 42% de sus exportaciones son para Estados Unidos (pese al discurso antiimperialista) y de que su balanza comercial con el país del norte es ventajosa casi en relación de uno a cuatro[3]. Y ambos saben que formar parte de Mercosur facilitará las negociaciones en bloque para reducir aranceles y demás obstáculos al libre comercio entre EU y la región. Además, sugiero que Washington espera que la moderación Brasileña y su liderazgo obliguen a Venezuela a respetar ciertas reglas del juego que, en el fondo, facilitan las cosas a las grandes potencias comerciales del mundo y defienden al libre mercado tan criticado por Hugo Chávez.

Hay,  además, un segundo elemento de Realpolitik que se impone a este análisis. Mercosur no es el primer espacio de integración económica en el que Venezuela ha incursionado. De hecho, Chávez fue protagonista de la iniciativa de integración Bolivariana (la Alianza Bolivariana para los Pueblos de nuestra América y Tratado de Comercio de los Pueblos, ALBA-TCP), un grupo que en el discurso defiende todo un posicionamiento político de unidad, cooperación y crítica al capitalismo, pero que en la práctica busca fortalecer los vínculos comerciales dentro de una dinámica liberal que, por supuesto, beneficia más al jugador más grande. No obstante el buen funcionamiento de ALBA durante sus primeros años, que se debió sobre todo a los buenos precios del petróleo venezolano y su capacidad de organizar proyectos de cooperación con países centroamericanos y caribeños a partir de ello, este grupo de integración regional ha perdido muchísima fuerza y relevancia por al menos dos razones de peso: el desplome de la economía petrolera venezolana después de la crisis mundial de 2008 y el menguante interés cubano por mantener tan estrecho vínculo comercial con Caracas cuando, desde La Habana, se promueven tímidas reformas económicas. Así, ante el declive del ALBA, Venezuela necesita con cierta urgencia formar parte de otro grupo regional cuyos pronósticos sí sean positivos, aun si para ello deba renunciar a buena parte del discurso político.

Por último, y volviendo al ambiente electoral venezolano, es interesante subrayar un par de elementos que complican y enriquecen el análisis. Es cierto que la entrada de Venezuela a Mercosur es un golpe de energía a Chávez, quien ha empatado este episodio con “un paso más hacia la derrota del imperialismo” (aunque en principio no tenga nada que ver), y quien ha podido demostrar que Venezuela no está aislada o que sus relaciones no se limitan a Cuba, Siria e Irán, sino que también en América Latina tiene amigos, amigos más moderados y dinámicos. Sin embargo, también Capriles tiene con qué ganar. La entrada a Mercosur, sin ser criticada, abre también los ojos de muchos venezolanos, y es que 70% de los alimentos que ahí se consumen son importados, las refinerías no funcionan en su totalidad y el comercio con socios que otrora eran importantes, como Colombia, se ha desplomado. Capriles, todavía sin decirlo con todas sus letras pero insinuándolo correctamente, pone en duda que Venezuela vaya a ganar mucho de Mercosur visto que no se trata de un país productor. Y en eso tiene toda la razón: los empresarios brasileños han invertido más de veinte mil millones de dólares en los últimos diez años para infraestructura, mientras que el dinámico campo brasileño produce buena parte de los alimentos consumidos en Venezuela. La infraestructura para refinar hidrocarburos en Venezuela pronto dejará de competir con la brasileña y si Argentina vuelve a recuperar sus impresionantes cualidades agropecuarias, quedará claro que incluso la industria del ganado venezolano pasará a la historia. En suma, Chávez está esforzándose mucho por hacer creer a sus connacionales que la llegada al Mercosur es un éxito en sí mismo. Capriles, si es hábil, sacará mucho provecho prometiendo una refundación de las bases económicas venezolanas para ajustarse, ahora sí, a los retos que Mercosur impondrá. No significa que la entrada a Mercosur sea determinante para el resultado electoral, pues son muchos los temas en juego; pero sí es valioso notar que en estas semanas seguirá siendo un tema central en la política exterior, y que la integración latinoamericana sí es una eterna promesa para el pueblo de Venezuela.



[1] Puede verse, por ejemplo: “Chávez: la entrada al Mercosur es la mayor oportunidad histórica en 200 años”, El Mundo, 31 de julio de 2012.

[2] Francho Barón, “Venezuela irrumpe en Mercosur”, El País, 31 de julio de 2012.

[3] El País, 1ero de agosto de 2012.

Diego Macias Woitrin

Hijo de padre mexicano y madre belga, nací y crecí en el país de las maravillas: México. Nací en su bulliciosa capital, pero viví muchos años en una tranquila (y a veces aburrida) ciudad de provincia: Guanajuato. Siempre me gustó la historia, luego la geografía y luego la política. Intento, con muy poco éxito, combinarlas todas. Soy egresado de una carrera con infinitas variables de salida: Relaciones Internacionales, en El Colegio de México.

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