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Primera. En 1999, un niño caraqueño de 11 años le da la espalda al mundo. Nacía un nuevo país (según unos y otros: para bien o para mal) con una Constitución reformulada. Un discman acompaña la soledad del muchacho. Suena algún metal foráneo a todo volumen. Grita, salta, le contesta a la aparente pasividad del entorno. Niega otra posibilidad que no sea MTV Latinoamérica. Para él, nombres como Desorden público, Zapato 3 y Sentimiento muerto son extraños. La radio informa sobre la muerte de Cayayo. El niño se quita los audífonos; no sabe quién es. Escucha ‘Terrenal’. El niño se emociona (como tantos otros de su generación). ¿De quién es esa canción?, se pregunta.

No consigue la respuesta. Pasan los años. Los toques vienen como un vendaval. El Festival Nuevas Bandas cobra mayor auge. Nada interesante (muchos años después, Félix Allueva, presidente de la Fundación Nuevas Bandas, le dice: “Los primeros cinco años de la década del 2000 fueron flojos para nuestro rock”). El niño, ahora de 15 años, se informa sobre quién es Cayayo. Escucha La violó, la mató, la picó, único disco de Dermis Tatú. Lo que antes ignoraba comenzaba a mostrarse nostálgico. Ya no existe nadie como Cayayo, piensa, era único. Odia a Caramelos de cianuro. ¿Dónde está el rock en Venezuela?

Tiene 21 años. Comienza a tocar en una nueva banda, luego de varios fracasos y deserciones en la música. A los pocos meses, se retira de la misma. Empieza a frecuentar los toques. Conoce noveles bandas. Viniloversus, Domingo en llamas, La vida bohéme. Se vuelve a hacer la pregunta anterior.

Allá está, es una flecha que camina lentamente en el viento hacia el blanco.

Piensa meticulosamente en el fallecido guitarrista de Sentimiento muerto. “Cayayo es uno de esos artistas que sólo basta ver una foto para sentirte en la presencia de algo único”, le dice años más tarde Henry D’Arthenay, guitarrista y cantante de La vida bohéme; “no hay leyenda sin héroe”. Es un mito.

Pero la flecha, con leves vacilaciones, sigue su curso.

Segunda. La muerte de Cayayo es análoga a la imagen de Moisés quebrando las aguas por la mitad: acontece como un antes y un después en el rock venezolano. Desorden público irrumpió en los ochenta como un grito al cielo, con una danza de descarga urbana. Sentimiento muerto fue la consagración del rock en Venezuela, no tanto por la emotividad de sus canciones, sino por el empuje que daba a la ola generacional. Zapato 3, con sutiles pero pesadas melodías, compartía escena en la hegemonía de las bandas nacionales. Detrás de la cortina y en escena, estaba Carlos Eduardo Troconis. Yumber Vera, crítico musical, en su artículo El rock venezolano todavía extraña a Cayayo, sentencia: “Más que cabecilla de una embestida, Cayayo fue el líder espiritual y generoso que cualquier tribu del rock hubiera deseado tener”.

La historia insiste en que no olvidemos a Seguridad nacional, Vytas Brenner, La banda municipal. Sin embargo, “nuestra historia musical está llena de héroes que la gente suele olvidar”, reclama Henry D’Arthenay. Por suerte, el cementerio revive las almas de los músicos de nuestro país. Desde la época de oro (nombre por el cual se conocen los tiempos de Cayayo: mediados de los ochenta y toda la década de 1990), no transitaban tantas bandas de buena calidad como hoy.

Todavía queda mucho camino, la flecha no ha alcanzado el blanco.

Tercera. “Siguen arrastrando público, casi el mismo de los noventa. Tienen una fórmula que no ha cambiado desde sus comienzos (sobre todo las letras de sus canciones). Es, actualmente, la banda que más disgusta a los que escuchan rock en Venezuela”. Juan Carlos Ballesta, locutor de radio y crítico musical, con estas palabras, reconoce veladamente que Caramelos de cianuro ha perdido vigencia. Félix Allueva no podría afirmar lo mismo: “Caramelos de cianuro ha evolucionado al ritmo de los tiempos.  Los integrantes de la banda no son los mismos adolescentes rebeldes funk-punk de los noventa. Caramelos ha crecido como banda y se ha convertido en la más importante del país. Les falta conquistar la región (me refiero a Latinoamérica)”.

Sin embargo, Allueva sugiere otro matiz: “Ahora, particularmente creo que el destino de Caramelos es que Asier (cantante y líder de la agrupación) se convierta en cantante pop solista y de las cenizas de la banda salgan otras cosas”. Las palabras de estos dos expertos del rock de nuestro país nos lleva a una conclusión: Caramelos de cianuro ya no es lo mismo. A su lado hay otras bandas que, a preferencia de Allueva, han dominado la escena nacional en los últimos quince años:  Los mentas, Candy 66, Bacalo men. Ballesta, por su parte, también se muestra entusiasta con respecto a Los mentas, la cual “tiene un sonido pegadizo. En sus presentaciones nunca deja indiferente a nadie”.

Pero el gran adalid es, para Juan Carlos Ballesta, Desorden público: “Son demasiado grandes, aún a pesar de todo este tiempo. En vivo no tienen ninguna fisura”. Luego de tantas polémicas en torno a la actual coyuntura política, Desorden sigue contando seguidores.

Para llegar al blanco, la flecha primero tiene que pasar por los vientos de la historia. Y la historia aún se sigue asando en carne viva.

Cuarta. El niño, incrédulo a sus 11, ya tiene 23 años. No creía que reviviera un fenómeno como el de la época de oro. Félix Allueva dice: “La vida bohéme está haciendo innovaciones, tiene capacidad de convocatoria, fue ganadora del Festival Nuevas Bandas, está al día con las redes sociales y las nuevas tecnologías musicales. Hay que seguirle la pista a esta banda”. Juan Carlos Ballesta piensa de manera similar: “La vida bohéme es un fenómeno. Llega creando una revolución de gente y tiene imaginería en sus graffitis”.

Pero también hay más: Viniloversus, según Henry D’Arthenay, “es el Hércules de la escena nacional, incluso como suenan. Es imposible no verlos en tarima y no sentir ese aire de grandioso que transmiten. Hay muchas bandas de rock, casi todas tratan de ser una epopeya andante, casi nadie lo logra, pero Vinilo lo hace sin esfuerzo”. Incluso Juan Carlos, al igual que mucha gente, piensa que uno de los músicos más versátiles de Venezuela es Rodrigo Gonsalves, cantante y guitarrista de la banda, quien “tiene mucha fuerza en su ejecución”.

Es cierto: hay tantas bandas que dan de qué hablar como inflación en Venezuela. La Clem de la Clem, Alfombra rojaAtkinson, Tomates fritos, Charliepapa, Los mesoneros, Ulises Hadjis, Pacheko, La nueva educación, Americania, Famasloop (la cual tiene una puesta en escena interesante, aunque suena mejor en locales cerrados, ya que pierden mucho en espacios abiertos, con un sonido muy perfeccionista, en la opinión de Ballesta), y, para muchos, el secreto mejor guardado de Venezuela: Domingo en llamas.

Antípoda del mainstream, tiene ocho discos bien grabados y producidos por José Ignacio Benítez, único integrante de Domingo en llamas. Las letras de sus canciones tienen un hado poético inusitado en Venezuela; las composiciones musicales se someten a un rigor casi perfeccionista, sin dejar fuera ciertos experimentalismos: es, sin lugar a dudas, nuestro Leonard Cohen.

La flecha rueda y rueda, continua su viaje, aunque se entregue en cuerpo en entero a las llamas.

Quinta. “‘El sentimiento ha muerto’ (canción del único álbum de La vida bohéme, Nuestra) es, de hecho, un homenaje y una reivindicación”, dice D’Arthenay. Que la banda incluya guiños en sus canciones con respecto a la historia de nuestro rock es un síntoma de re-conocimiento. Y no es sólo con respecto a Cayayo, sino con lo que él representa aún en nuestros tiempos.

Pero hay un problema en la industria musical: no hay infraestructura. D’Arthenay reflexiona: “Si no se logra consolidar una infraestructura sólida a pesar de la bonanza creativa que vivimos ahora, es muy probable que pase lo mismo de siempre: ‘…y un día dejaron de salir los discos y al cabo de cinco años la gente hablaba de aquellos días dorados’”. Los músicos ponen sangre y sudor a su trabajo; es producto del conflicto de una Venezuela frágil y violenta. Pero se sabe que en tiempos de crisis el arte se renueva, se impulsa con rehabilitado vigor.

La flecha zigzaguea, a pocos respiros del blanco.

Sexta y última. “El arte es una serpiente que se muerde la cola” (Henry D’Arthenay). En música, el síntoma de re-conocimiento, de integración y, asimismo, de trasgresión; de respetar y querer ir más allá de lo que hizo Cayayo y compañía, se hace patente. El rock en Venezuela regresa sobre sí misma para proyectar una línea de fuga, ígnea, altiva: para el niño la flecha está dando en el blanco.

Ernesto Cazal

Caracas, 1988. Ernesto es parte del equipo de Misión Verdad. Ha publicado crónicas y relatos en diversas publicaciones y Bevilacqua (poemas) en una editorial artesanal. En Twitter es @golperrecio.

4 Comments

  • Nadja dice:

    Me encantó!

  • Josmar Luevano dice:

    No sabía nada de Cayayo, muchas gracias por tan interesante nota. 

  • aplausos que gran nota, a pesar de que solo parece retratar el mainstream Venezolano, 

  • Anthony Lobo dice:

    Que bueno está esto! por y para la difusión de las bandas Venezolanas… Vamos gente divina necesitamos más apoyo… hay que pedir más, hay que exigir más, hay que poner más de nuestro lado… Todos estos chicos tienen talento: Viniloversus, Vida boheme, Duplex, Domingo en llamas, Made in china,  Mentas, Yeska, Bacalao man, Charliepapa, Lobo solitario, tomates fritos, los mesoneros, Manolo Varela, Americania, 360, Paro cívico, la nueva educación,  Lokaina, …, nos ignoran y nos atacan porque tenemos talento, pero seguimos constituyendo nuestro ejercito de músicos, mientras los políticos siguen con los asesinos y con los mercenarios, pero no van a poder con nosotros, los vamos a aniquilar con música y amor. NO TENEMOS MIEDO!

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