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El 2010 se presentó como un gran año para la literatura latinoamericana (ese término que lo dice todo y nada al mismo tiempo) pues el flamante Premio Nobel no es otro que Mario Vargas Llosa; cosa por todos sabida pero que debe mencionarse una y otra vez para satisfacción del autor: tanto esfuerzo y dedicación le ha costado, que no dejará que lo olvidemos nunca.

Sumemos a esto, que en el mismo año publicó una nueva novela: El sueño del celta. Otro libro que salió en 2010 es Yo no vengo a decir un discurso de Gabriel García Márquez, quien (como todos saben también) ganó el Premio Nobel de Literatura en 1982.

La conexión entre estos dos autores no la hacemos exclusivamente por ser ganadores del Premio Nobel, la construimos desde un lugar anterior y mucho más vacuo: el boom latinoamericano; del cual partimos para poder dibujar una relación entre ambos, que se basa en la construcción de un imaginario literario para toda una región.

II

Empecemos declarando la imposibilidad de definir por completo el boom, pues con el paso del tiempo y de los textos que hablan sobre él, el término se ha usado como un comodín que da cabida a múltiples autores y temáticas. Se presenta como una idea que engloba y constriñe al mismo tiempo a la literatura latinoaméricana de la segunda mitad del siglo xx. Sin embargo, se pueden mencionar ciertas características que le dan una forma primera, en la cual se basan la mayoría de las teorías sobre su importancia y presencia en el mundo literario.

El proceso que denominamos boom incluye una explosión (que justifica el nombre) en la producción novelística impulsada por escritores jóvenes durante la década de los sesenta; al mismo tiempo crece su difusión y alcanza a nuevos lectores, gracias a publicaciones como revistas, periódicos, suplementos, etc., que dan cabida a estos nuevos escritores.

Cuando se habla del boom siempre se menciona el factor del mercado, pues jugó un papel principal en la consolidación del fenómeno, tanto que algunos escritores y pensadores como el cubano Guillermo Cabrera Infante llegan a considerar al boom como un acontecimiento meramente editorial, pero sobre todo comercial. Esto porque el mercado se alimentó de la demanda de las traducciones que iban surgiendo de los escritores latinoamericanos, promovidas por la curiosidad que despertaba la región, sobre todo después de la Revolución Cubana. La exaltación de la región y sus carácterísticas (pensemos en lo real maravilloso ) creó un tipo de narración que encontraba camino en las técnicas de la publicidad, la difusión y el mercado (tirajes masivos), buscando a un lector/consumidor nuevo.

El fenómeno fue extendiéndose y sobreviviendo en diversas áreas culturales (Sao Paulo o Barcelona), donde la instalación tardía, confusa y arbitraria de la literatura latinoamericana propició una imagen distorsionada al mundo, en la que el conocimiento de Mario Vargas Llosa antecede al de Cortazar y éste es anterior a Borges.

Durante la década de los sesenta, sin argumentos sólidos (según el crítico latinoaméricano Ángel Rama), se alaba y consagra el boom de la literatura latinoamericana, pues es en esa década se llega a uno de sus puntos cumbres: la publicación de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez y el Premio Nobel de Literatura para Miguel Ángel Asturias (considerado uno de los predecesores del boom), ambos en 1967; con la misma carencia de argumentos, para 1972 se declara la extinción del movimiento.

Esta declaración de extinción tiene raíces en las críticas que se le hacen al boom. Se cuestiona la calidad de los escritores, acusados de recurrir sólo a tácticas comerciales: el bestsellerismo se volveria una meta. Se le denomina un fenómeno editorial y publicitario más que literario. Se dice que este concepto reduce a la literatura moderna latinoamericana a unas cuantas figuras elegidas, y que además enfrenta problemas tanto estéticos como políticos, pues presenta como invención propia un estilo que viene desarrollandose en latinoamérica desde tiempo antes.

Preguntarnos cómo ver el boom es preguntarnos como vamos a entender cierta parte de la historia de la literatura latinoamercana y sus procesos hasta hoy, pero también cómo vamos a pensar a los  escritores mencionados al inicio de este texto: Mario Vargas Llosa y Gabriel García Márquez como dos de sus representantes máximos.

Podemos pensarlo como el milagro de la masificación de la literatura, que construye un nuevo imaginario en el lector. Una literatura que responde a una realidad social específica, mientras al mismo tiempo la crea. Son escritores que tienen pocas cosas en común y sin embargo se reflexionan juntos.

También se puede ver desde una interpretación económica/social (el mercado, las editoriales, las publicaciones, el poder adquisitivo de los nuevos lectores, etc.),  pero también se puede entender como una lectura metafísica de la realidad de la región (tradición/modernidad), muestra de la pluralidad política y la construcción de una identidad propia del subcontinente.

Sin embargo, el boom es ante todo una cuestión de fe. Creer en la existencia de algo llamado boom (fuera del mercado, los escritores jóvenes, la propuesta narrativa o falta de la misma, etc) es creer en la existencia de una literatura latinoamericana. La fe no proviene sólo de las editoriales que confían en las ventas que lograrán los libros de estos autores, ni de los escritores que aún discuten su existencia y su valor; la fe proviene de los lectores que afianzan al fenómeno en el imaginario colectivo, como una forma de identidad que traspasa fronteras nacionales para convertirse en algo distinto y hasta cierto punto indefinible, pero significativo. Creer en Gabriel García Márquez y en Mario Vargas Llosa es creer en el boom latinoamericano, lo que a su vez es, de cierta manera, creer en una América Latina.

III

Nos damos cuenta de lo importante que es esta fe cuando nos encontramos con la novela más reciente de Vargas Llosa: El sueño del celta. Muchos lectores que nunca se han asomado a su obra se acercarán a esa novela por ser la del Premio Nobel; otros, ya conocedores de su obra, llegarán a ella esperando encontrar una nueva razón para ese Nobel. Sin embargo, lo que vendrá será la decepción.

El sueño del celta trata la historia de Roger Casement, a inicios del siglo XX, luchando por la libertad de los negros en el Congo y de los indígenas en la Amazonía, al mismo tiempo que lucha por la independencia de su natal Irlanda del gobierno británico. La novela tiene conspiraciones, descripciones exhaustivas e imágenes duras sobre la violencia; el narrador insiste en describir al personaje principal como ambiguo y complicado: un héroe traidor, un inmoral libertador. Y aún con todo lo anterior, la novela no es lo que se espera.

Lo que Vargas Llosa nos narra es la aburrida épica de la corrección política en manos de un héroe igualmente aburrido. Intercalando capítulos de la estancia de Casement en prisión durante los meses anteriores a su ejecución con capitulos sobre la vida del irlandes en el Congo Belga, la Amazonía, Irlanda, etc., el autor pretende darnos una visión completa de su vida y sus ideales, lo positivo y lo negativo. Pero se queda en el camino.

Es sabido por los seguidores de Vargas Llosa que sus novelas cierran perfectamente, no deja ningún cabo suelto, todo se conecta. En esta ocasión no es diferente, pues todo embona a fuerza de ser repetido hasta el hartazgo. Para la página 200 uno ya sabe toda la historia; lo que sigue únicamente es el desglose de la misma y no por eso está mejor lograda.

Se nota la investigación que ha hecho el autor sobre el personaje, pero también se le nota el andamiaje. El autor narra la historia desde la corrección política actual y la exaltación de los valores occidentales. Uno no puede dejar de preguntarse hasta que punto tiene que ver con el deseo de ganarse el Nobel.

Algo similar sucede con Yo no vengo a decir un discurso de Gabriel García Márquez, pues lo que se presenta es una colorida y atractiva portada para un libro delgado que contiene algunos de los más importantes discursos sobre periodismo, literatura, e incluso el pronunciado al recibir el Nobel.

Este libro bien puede servir como una retrospectiva de lo dicho y pensado por García Márquez, sus ideas y temas recurrentes; sin embargo no  ofrece nada nuevo, más que la recopilación en si misma.

Por un lado tenemos una novela que falla en retratar lo que se ha propuesto y en el camino nos logra insensibilizar sobre sus tragedias , mientras que por el otro lado tenemos un libro que a partir de la recopilación de discursos pretende ofrecer una unidad discursiva que es, sobre todo, ya conocida.

Dos premios Nobel latinoamericanos, dos libros recientes y aún así nada soprende. Uno entra a las librerías y lo que encuentra no son sólo los libros, no son valoraciones estéticas ni estilísticas; lo que uno ve son manifestaciones de una fe que está lejos de extinguirse.

Rodrigo Hernadez Vera

Mexicano. 1989. Actualmente cursando la carrera de Estudios Latinoamericanos, con proyecciones a la investigación y a la literatura.

One Comment

  • Lilián dice:

    Me pregunto si es entonces cierto que el “talento” o producción de los escritores sigue una parábola, en algún momento alcanzan la gloria, el clímax de su obra, para luego caer. La decadencia total.
    No sé si es triste, en todo caso al cabo de cincuenta años nadie se acordará de estos dos libritos y en cambio Cien años de soledad y Conversación en la catedral seguirán sobresaliendo, porque ellas solas valen el que a estos dos hombres les dieran el Nobel. Creo en el poder de una obra, una sola, más que en el conjunto. Pero ahora sí que “ve tú a saber”.

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