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A pesar de que él no lo reconoce, Alba Thiam (Dakar, Senegal, 1983) es un líder dentro de su comunidad. Desde que llegó a Argentina hace ya 20 años, nunca dejó de extrañar a su madre ni a sus siete hermanos y hermanas. Su trabajo -que consiste en preparar los mejores sándwiches del barrio de Once, uno de los más diversos de la Capital Federal- le permite mandar dinero a su familia. 


 

A pesar de que él no lo reconoce, Alba Thiam (Dakar, Senegal, 1983) es un líder dentro de su comunidad. Desde que llegó a Argentina hace ya 20 años, nunca dejó de extrañar a su madre ni a sus siete hermanos y hermanas. Su trabajo -que consiste en preparar los mejores sándwiches del barrio de Once, uno de los más diversos de la Capital Federal- le permite mandar dinero a su familia. 

Sus días empiezan a las cinco de la mañana y terminan a la medianoche. “Me despierto para cocinar, salir a vender y a la noche, cuando llego, adelanto la producción del día siguiente”, explica Alba mientras corta carne y cebollas en la cocina de su casa, ubicada en la calle Boulogne Sur Mer. 

El trabajo de cocinero, que desempeña hace ya seis años, le permitió ganarse el lugar de referente dentro de la comunidad. Pero él, con una mezcla de humildad y pudor, prefiere no verse a sí mismo como tal. “No soy un referente ni tampoco un jefe. Acá no hay jerarquías. Muchos de los chicos son más grandes que yo. Solo soy un amigo al que le hablan con confianza y le cuentan sus problemas. Y siempre trato de ayudar”, comenta mientras la carne y la cebolla comienzan a dorarse. 

Durante la pandemia, Alba se encargó de hacer llegar la ayuda a donde el Estado -que lanzó un subsidio de diez mil pesos por persona que la mayoría de los migrantes, la población que más lo necesitaba, no pudo cobrar- no llegó. Regularizar trámites migratorios y de residencia, organizar colectas de comida, ayudar con los problemas legales que los senegaleses tienen con la policía a raíz de la persecución, fueron -y son- algunas de sus tareas. 

Su liderazgo también se ve plasmado cuando se lo escucha en asambleas, momentos que los senegaleses utilizan para hablar de sus problemas para trabajar. Los casi dos metros de altura, su mirada seria por momentos, su espalda ancha y sus rastas imponen respeto a quien lo mire.

Alba habló por primera vez en un acto multitudinario que se realizó el 17 de marzo, cuando se cumplió un año de la muerte de Beatriz Mechato Flores, una vendedora ambulante de origen peruano que murió atropellada cuando escapaba de un operativo organizado por la Policía para confiscar mercadería, moneda corriente en el barrio de Once. Con un discurso sencillo pero potente, visiblemente emocionado, remarcó la importancia de la unidad de los vendedores y las vendedoras ambulantes, sin importar su origen o nacionalidad. 

Su travesía como migrante inició a los 11 años, cuando se fue de Senegal en un barco y llegó al puerto de Marsella. En Francia, a diferencia de Argentina, estuvo cerca de cumplir su sueño: ser futbolista profesional. Llegó a defender el arco del Red Star Saint-Ouen, un equipo de la tercera división francesa, y logró atajar en la selección sub-23 de su país. “La plata, la fama, los excesos y las malas decisiones hicieron que mi carrera se viniese abajo. Todavía me arrepiento de eso”, relata Alba, quien, como muchos de los senegaleses que viven en Argentina, es un apasionado del fútbol. Hoy, a poco de cumplir 40 años, dice que lo que más lo hace feliz es poder estar con sus cinco hijos y que sueña con poner un restaurante.

Alba Thiam: del sueño de triunfar en el fútbol profesional a ser un referente de la comunidad senegalesa en Argentina

Alba Thiam.

Boubacar Traore, profesor e historiador del Arte senegalés, sostuvo en una entrevista que el racismo en Argentina es más fino, que no implica situaciones de extrema violencia por parte de la sociedad civil, como en Estados Unidos. ¿Qué situaciones te tocaron vivir ni bien llegaste al país y cómo caracterizarías el racismo que se vive acá?

En Argentina lo que hay es racismo combinado con ignorancia. Mucha gente todavía hoy me pregunta si yo vivía en África con los leones. Me da mucha gracia por lo absurdo, porque jamás, en el tiempo que viví en Dakar, vi un león o un elefante. Salvo en el zoológico, claro. Muchos argentinos piensan que los africanos vivimos siempre en la pobreza, o devorados por leones, cocodrilos o algún animal exótico.

Algo que suele ocurrir mucho es que, por ejemplo, cuando entrás a un lugar, como un cine o un restaurante, la gente se te queda mirando, y murmuran, y uno entiende a dónde apuntan esas miradas y esos murmullos. “¿Y este negro de dónde salió?”, “¿Qué hace acá este?”, “Que se vuelva a su país”, son solo algunas de las cosas que a diario tenemos que escuchar. Lo que nunca voy a olvidar es lo que pasó hace unos años, una vez que fui al cine y después a la plaza con mis hijos. En el cine no me quisieron vender la entrada y en la plaza la gente no paraba de mirarme. 

Y teniendo en cuenta que viajaste por varios países de Latinoamérica, como Venezuela, Brasil o Guayana, ¿encontrás alguna diferencia en el trato?

Sí, claro. En Brasil es distinto. Al haber más africanos y afrodescendientes no hay tantas miradas y murmullos. Pero insertarse en la vida social y económica o tener un trabajo formal sigue siendo muy complicado. Lo mismo ocurre en Guayana y Venezuela. Cuando uno emigra va aprendiendo, la mayoría de las veces por la fuerza, que a nadie lo tratan en el exterior como en su propio país. 

¿Qué diferencias podés establecer entre la vida en Argentina y la vida en Senegal?

Cuando vivía en Dakar era muy chico. Pero lo que recuerdo es que el ritmo es otro, más tranquilo y pausado. No tanta prisa por todo, como ocurre acá. Otra cosa muy distinta es la familia: allá vivimos todos juntos, madre, padre, hermanos, a veces hasta tíos y primos. La vida familiar y social es muy importante. Y también es muy espiritual, porque cada momento juntos es especial. En Argentina, y sobre todo acá en la ciudad, no tanto en los pueblos y las provincias del interior, la gente vive muy acelerada y eso se incorpora en tu personalidad cuando llevás mucho tiempo en el país. Lo que es igual es el sentimiento por el fútbol.

Según los registros de migraciones y lo que puede observarse, es notorio que son en su mayoría varones los senegaleses que migran hacia otros países. ¿Qué rol ocupa, entonces, la mujer en la sociedad senegalesa?

En mi país la sociedad es muy matriarcal y, de cierta forma, mucho gira en torno a la mujer. Para nosotros, las madres son lo más importante, y como hijos varones siempre tratamos de ayudar en todo. ¡Nunca hay que contradecir a las mamás, incluso cuando no tienen razón!

Cuando nos casamos, el rol del varón es el de proveer a su esposa de comodidad, de bienes y de dinero para que ella pueda ocuparse de la casa y los hijos. Aunque, claro, nosotros también nos ocupamos y la crianza es más compartida que hace 40 años. Y, como somos musulmanes, muchos varones a veces tienen dos o más esposas. Pero para poder tener dos esposas, y según el islam, uno tiene que ser equitativo con todas ellas. El rol de la mujer es central hoy en día, y son cada vez más las que deciden acompañar a sus esposos en el proceso de migrar.

Alba Thiam: del sueño de triunfar en el fútbol profesional a ser un referente de la comunidad senegalesa en Argentina

Alba Thiam

Teniendo en cuenta que la sociedad argentina está inclinada hacia una tendencia occidental católica-apostólica-romana, ¿qué rol juega la pertenencia de los senegaleses al islam?

Muchas veces nos miran como bichos raros por ser musulmanes, sobre todo cuando utilizamos nuestros atuendos típicos. También ocurre que el común de la gente no tiene ni idea de que los senegaleses practicamos el islam. Pero el problema con el islam es a nivel mundial. Cuando estuve en Francia o en Latinoamérica también te miraban mal. Pero nuestra religión es pacífica. En Senegal existen varias cofradías musulmanas, que se diferencian entre sí por el guía del cual toman las principales enseñanzas. Pero jamás hubo disputas entre ellas. Al contrario, siempre festejamos las fiestas de todos en unidad, no importa si sos mourid, qadir, layen o tidjan. 

Desde varios medios hegemónicos se intenta instalar el tema de que los senegaleses forman parte de una mafia de tráfico de personas y productos “falsificados”. ¿A qué creés que responden estos intentos de los gobiernos por desprestigiarlos?

Por un lado, estas situaciones responden a la ignorancia de los políticos. Los productos que muchos senegaleses vendemos se compran al por mayor en los mismos lugares que compran los comerciantes que venden en galerías. Y por el otro, es la salida fácil, ¿no? Criminalizar y estigmatizar continuamente a un grupo de migrantes que lo único que han venido a hacer es trabajar y colaborar con el país. Nosotros pagamos nuestros impuestos, trabajamos todos los días para ayudar a nuestras familias que viven en Senegal. Y la realidad allá es muy difícil. El desempleo y la pobreza superan el 50 y el 60 por ciento, quizás incluso más. Es casi imposible poder trabajar allí.

¿Considerás que el desconocimiento y la ignorancia sobre formas de vida africanas y musulmanas como las dahiras, cuyo objetivo es la ayuda mutua para los miembros de la comunidad -entre otras cosas- colabora a generar un estigma?

Sí, claro, es así. Acá los políticos y muchas personas piensan que, como nosotros nos ayudamos entre nosotros, somos una mafia. Y nada más alejado de eso. Nosotros tenemos un sistema por el cual si, por ejemplo, alguno de los chicos pierde toda la mercadería porque la policía se la confiscó, ponemos un poco de plata -que recauda alguien designado previamente- para que este chico pueda volver a comprar mercadería y así pueda salir a vender. Cuando alguien viaja a Senegal a visitar a su familia, se ocupa de llevar presentes a familiares de distintas personas. O, incluso, cuando alguien muere acá -o en otro país- y hay que mandar el cuerpo a Senegal para que la familia pueda ocuparse del funeral, todos aportamos para que esa persona pueda descansar eternamente en su tierra. 

Teniendo en cuenta que cada año el número de vendedores ambulantes senegaleses que son detenidos continúa en aumento, ¿cómo logran combatir la violencia policial?

Es muy complicado evitar la violencia policial. Sabemos que muchos hacen su trabajo, que lo que hacemos está fuera de la ley y que molestamos, pero molestamos trabajando. No puede ser que la policía, que yo respeto mucho, golpee a los chicos y abuse de su poder, que pida sobornos, que nos diga “negros de mierda, vuélvanse a su país”, y tantas otras barbaridades. Por suerte hay gente buena, como abogados y organizaciones sociales, que nos ayudan, nos defienden, y se ocupan de sacarnos de las comisarías, de llevar adelante las causas que nos abren por trabajar en la vía pública. 

A mí me tocó estar preso muchas veces, y es una experiencia que no le deseo a nadie. Jamás fue por otra razón que estar trabajando en la calle, vendiendo ropa o alhajas. Pero la policía siempre tiene alguna excusa para llevarte detenido si sos negro. Y si querés defenderte o defender a tus compañeros, te inventan una causa por “resistencia a la autoridad”. Por eso necesitamos organizarnos con más fuerza todos y todas quienes vendemos y trabajamos en la calle. 

Se nota que el día a día es muy intenso y atareado. ¿Cómo hacés entonces para relajarte?

Cocinar me relaja, igual que estar con mis hijos. También aprovecho a veces para rezar, sobre todo cuando estoy preocupado por algún problema. Me gusta mirar fútbol, o ir a jugar, aunque a veces los chicos se enojan porque les digo que no puedo por trabajo. 

Alba Thiam: del sueño de triunfar en el fútbol profesional a ser un referente de la comunidad senegalesa en Argentina

Alba Thiam

¿Seguís jugando de arquero?

Sí, claro, es una posición que nunca se abandona. Cuando atajo los chicos se quieren matar porque casi nunca me meten goles. 

¿Quién te parece hoy en día el mejor arquero de Argentina? ¿Y del mundo?

Franco Armani, sin dudas. Y no lo digo porque soy hincha de River. Me parece el más sólido. Del mundo hay varios. Creo que Manuel Neuer es uno. Y aunque Gianluigi Buffon hoy juegue poco también me gusta mucho. 

En Senegal, después de la lucha senegalesa, el deporte más practicado es el fútbol. ¿Qué rol simbólico ocupa hoy en tu vida, y cómo influye en la vida de la diáspora senegalesa que vive en Argentina?

Para mí hoy el fútbol es desconectarse de los problemas. Tanto si lo miro como si lo juego. Para los chicos es igual, es un momento de relajación, de compartir con amigos, de enterarse cómo está la familia del otro. De estar sano, porque es un deporte que hace muy bien. Acá, como en Senegal, armamos partidos por zonas de venta: los que venden en Once contra los de Retiro, los de Liniers contra los de Constitución. Igual que allá, donde, después de la primera y la segunda división, uno tiene ligas regionales por barrios. Es un deporte apasionante, que en su momento fue todo para mi. Pero pasaron demasiadas cosas. Hoy lo mío es la cocina, la cacerola, el cuchillo.

¿Dónde te ves de acá a diez años?

Qué pregunta compleja. Por un lado me veo en mi país, en mi casa, visitando a mi familia, cocinando un cordero y festejando Tabaski, una de las festividades más importantes que tenemos allá donde, por una semana, solo comemos cordero. Me encantaría que mi madre conozca a mis hijos en persona. Pero también me imagino acá, en Argentina, viviendo en una casa grande con mis hijos, atendiendo mi propio restaurante, trabajando con amigos. Me gustaría que, de alguna forma, esos sueños -porque son eso, sueños- se puedan combinar. 

 

Ilustración de portada: Rocío Rojas
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Es periodista y fotógrafo. Colabora con El Cohete a la Luna, Sudestada y El Grito del Sur, entre otros medios. Trabajó como productor de radio y en agencias de comunicación. Es egresado de periodismo (TEA) y actualmente trabaja como prensa y realizador audiovisual para la Federación de Cartoneros.

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