Cheo Pardo es un destacado músico, productor y DJ venezolano que empezó a hacer transmisiones por Instagram poniendo música desde su apartamento en Nueva York, como una forma de acompañar a la gente en el encierro y, también, de ocupar las fechas que le habían quedado canceladas en varios locales de la ciudad por la cuarentena. Sin darse cuenta, el espacio se convirtió en una fiesta para descubrir nueva música, recordar otras épocas y celebrar la idiosincrasia venezolana. Cheo Pardo nos cuenta cómo ha sido amenizar el encierro durante un año de cuarentena.
Cheo Pardo atiende la llamada para hacer esta entrevista desde la costa de Falcón, en Venezuela, mirando de frente al mar Caribe. Dice que sostiene una taza de café y tiene los pies hundidos en la arena. Hasta ese momento, llevaba tres años sin visitar su país. Su casa la había mudado a la ciudad de Nueva York, donde llevaba el pulso de una de las facetas que más disfruta hacer por la cercanía con el público: la de DJ.
Cheo es una de las figuras más representativas de la escena artística venezolana: a los 13 años aprendió a tocar guitarra y desde entonces no ha parado de hacer y ocupar la música desde diferentes espacios y asumiendo distintas facetas. En los años noventa fundó y formó parte de Los Amigos Invisibles, la reconocida banda venezolana que fusiona ritmos latinos con acid jazz, funk y disco. Hasta que en el 2014 dejó la banda y se dedicó de lleno a producir diferentes proyectos musicales de Latinoamérica. En el año 2019 estrenó su primer disco como solista titulado Sorpresa. Estaba en plena promoción cuando llegó la pandemia y los planes cambiaron. Para ese entonces, tenía varias fechas programadas como dj en la ciudad de Nueva York, que de inmediato quedaron suspendidas. La incertidumbre y la presión por hacer la promoción del disco en paralelo, lo llevaron a aparecer con más frecuencia en la plataforma del momento: los lives de Instagram.
Lo que empezó como una convocatoria con el fin de entretener y conectar con la gente en medio del encierro y la soledad de la cuarentena, se convirtió en un fenómeno virtual que ha puesto en pausa la soledad y le ha permitido repensar elementos de la idiosincrasia del venezolano a través de la música y las fiestas. Cheo llegó a reunir hasta 3000 personas en una noche en una de las transmisiones donde por chat se repartieron tequeños, se sirvieron incontables vasos de ron y tocó salir a buscar hielo un par de veces. Quizás el elemento más interesante de esas convocatorias ocurría por el ingenio de la gente que se encargaba de crear situaciones como si se encontraran bailando todos en un mismo espacio: amigos, familiares y otros tantos desconocidos.
Una de las industrias que se ha visto más afectada por la pandemia ha sido, precisamente, la de las fiestas y conciertos. La migración hacia plataformas virtuales ha surgido como una opción rentable en algunos casos para sobrevivir a la crisis causada por el cierre parcial de los espacios en casi toda Latinoamérica.
A un año de ese primer live de Instagram, Cheo Pardo nos explica los dos espacios que creó:. “Casa e Cheo”, donde hace fiestas temáticas todos los viernes, y “Bajo Perfil” los sábados donde pone música nueva curada por él para los curiosos y amantes de la música. Las transmisiones las hace desde su cuenta de Instagram: @cheopardo y desde su canal de Twitch TV con el mismo nombre.
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¿Cómo surgió la idea de hacer los lives?
La cosa fue así. Yo saqué un disco que se llama Sorpresa y había una presión de parte de Adela —mi mánager— y de parte de la disquera por poner la cara, promocionar el disco y parte de eso era hacer lives en Instagram. Mostrar la cara ahí era una manera que yo no usaba para nada y que, de hecho, me gustaba muy poco. Total que lo hice una vez y no me pareció malo, luego entró la pandemia y dije, bueno, voy a poner música. Un día antes de la pandemia —un jueves antes de que cerraran todo— estaba con varios músicos en un sitio y se creó esta discusión muy pesimista acerca de: “bueno, se canceló tal gira, se cancelaron los shows, de qué voy a comer, qué va a pasar con la música, esto va a ser un mes, un año”. Se creó esta angustia colectiva y luego Jorge Glem y yo empezamos con la idea muy sólida de que lo único que nosotros podemos hacer para ayudar en esta pandemia es entretener, ese es nuestro trabajo. Entonces se creó esa matriz de opinión: “Nosotros lo que tenemos que hacer es entretener”. Y para ponerle carácter a lo que habíamos dicho, él empezó a hacer unos lives tocando cuatro y yo empecé a hacer las fiestas. Yo lo que voy a hacer —dije en ese momento— es que todos los toques de dj que tenía en Nueva York ese mes, que tenía bastantes, los voy a hacer en mi casa. De manera que el que iba a ir al show en Nueva York se pueda conectar y eso se volvió lo que estamos viendo ahora un año después.
¿Cómo fue mutando la idea de poner música como si se tratase de un set que harías en cualquier local de la ciudad de Nueva York a las fiestas temáticas que surgieron después?
La idea era básicamente entretener y luego con Adela —mi mánager— empezamos a pulir la idea de hacerlos conceptuales: “vamos a hacer los encuentros temáticos”, dijimos. Y a la vez vino esa idea de: bueno, sí vamos a hacerlos temáticos, también quiero hacer uno más under como para música y que sea los sábados. Efectivamente, a su manera, han funcionado los dos: el temático (“Casa e Cheo”) ha sido chévere y el otro (“Bajo Perfil”) también, porque hay gente que se pegó por los temáticos pero a la que le interesa la música. El de los sábados ha sido una ventana para escuchar música nueva basado en un paladar que mucha gente ya conoce.
¿Qué ha implicado para ti hacer estos lives todos los fines de semana?
No era muy distinto a lo que yo hacía de forma presencial. Yo digo que era como el mejor toque del mundo porque literalmente me vestía, me iba a la sala de mi casa, terminaba y me acostaba a dormir. Era lo mismo que hacía en Nueva York pero sin agarrar taxi y sin recoger nada. Fue bastante sencillo. Lo más complejo, diría, era hacer el trabajo de prepararlo, se volvió como un trabajo, por ejemplo, hacer la fiesta con música de los ochentas. Implicó ponerme a buscar, a la vez era algo que me encantaba porque era una especie de trabajo de investigación que yo sentía que tenía que hacer. Sentía que tenía que ordenar mi música. Tengo muchísimos años tocando y recogiendo música de todos lados y la pandemia me sirvió para organizarla. Fue un trabajo de bibliotecario que agradezco muchísimo porque quizás no lo hubiese hecho en esa vida en la que hay que ser productivo todo el tiempo y no paraba. Aquí no tenía trabajo en el estudio de grabación y era como: bueno, nada, me voy a sentar a organizar los discos, a buscar mis discos de los ochentas. Fue divino. Se volvió algo que no hubiese logrado con todo mi tiempo ocupado.
Ahora, a nivel técnico, ¿cómo fue el proceso? Empezaste en Instagram y luego migraste a Twitch. ¿Cuáles fueron los desafíos o dificultades con las que tuviste que lidiar durante las transmisiones?
La dificultad tiene que ver con que Instagram cambió sus leyes, cambió su política a la hora de tocar música que tiene derechos de autor o alguien es dueño de los masters, entonces comenzaron a cortar las transmisiones que tenía canciones muy conocidas y pasé de no tener ninguna restricción, a tener todas las del mundo. Parte de mudar la forma fue ese esfuerzo por escapar de las interrupciones. A Twitch se mudó una comunidad, pero muchísima gente no quiso irse de Instagram porque bueno, es mucho más fácil, todo el mundo lo tiene en el teléfono y la gente prefiere que la interrumpan y volver a entrar a la transmisión, que usar otra plataforma. La gente inventó —cuando eso pasa— el fenómeno de que viene la policía y apaga la fiesta. “Llegaron los pacos y tal” y es como una cosa ficticia que se acomoda a la realidad que todo el mundo ha vivido en Venezuela. Tengo las dos activadas que ha sido medio difícil hacerlo desde Venezuela (ahora que estoy de paso por aquí), pero bueno, lo hemos logrado.
Estos formatos virtuales permanecerán después de la pandemia o si se iban a replicar de manera presencial. Tú lo hiciste hace unas semanas en Venezuela. ¿Podrías contar cómo fue la experiencia en Lecherías?
Ha sido súper interesante. Creo que el formato mixto (virtual y presencial) no lo viví en Lecherías, lo viví por primera vez en la fiesta de una nena que se llama Daniela Kosán y ha sido un formato bien interesante porque la interacción entre la gente que está ahí y la gente que está en un zoom, por ejemplo, lo vuelve —por un lado— mucho más rentable porque la gente está vendiendo más entradas —literalmente. Con un evento de treinta personas, como el que yo fui, vendías treinta entradas presenciales y en zoom vendías cien. Entonces vendes ciento treinta tickets que yo creo que lo hace más rentable. Se parece bastante a los eventos que se hacían en los años setenta y ochenta, como los MTV Unplugged: que tenían un público y de repente tenían un público diferido o en otros lados del mundo. Creo que ese formato se va a quedar.
Mi experiencia fue un poco rara al principio porque la gente está en la fiesta presencial y está conectada también. Entonces está la gente en el teléfono, frente a mí, y es como: “bueno, están aquí ¿no?”. Ha sido ensayo y error, pero sí está funcionando. El otro día toqué en una playa y había gente que estaba en esa playa y gente que estaba en Hamburgo viendo la playa, viviendo experiencias totalmente distintas, pero de a poco se va como puliendo todo. La gente que está presencial ya va bajando más el teléfono y la gente que está afuera ya está como tranquila y clara de que en la fiesta no están solo ellos, sino que también hay otra fiesta pasando.
En esa multifiesta presencial y virtual, ¿cómo se mide quién es el alma de la fiesta ahora?
(Risas) No, creo que son dos fiestas distintas. Eso es lo más divertido. Son dos fiestas totalmente distintas y el trabajo es más mío, de mantener las dos. Es distinto. El otro día en la playa hubo gente que se paró y empezó a bailar y, por otro lado, veía la dinámica que se creó en el chat que era completamente distinta, incluso, hablando de lo que estaba pasando en la fiesta real. Pero sí creo que es un formato que de cierta manera veo muy positivo, porque va a dar un poco más de rentabilidad para muchos eventos. Tocó una banda en un bar de treinta personas y si haces las cosas bien y equipas bien puedes ticketear a la gente que está afuera y a lo mejor llegan treinta más que no están en ese sitio. En Nueva York hay alguien haciendo esa iniciativa que está muy divertida porque empezó a agarrar músicos que básicamente tocan en esa ciudad, que han tocado con mucha gente legendaria en el mundo, pero que en Nueva York tocan en bares pequeños y este músico empezó a ponerlos a tocar en su acera. Se encontró con que hay músicos que ya no quieren tocar en bares pequeños porque tocan en la azotea de este señor y hay alguien en simultáneo viéndolo desde Berlín, Irlanda o Londres que, por ejemplo, es fan de Tierra, Viento y Fuego, y resulta que ese es el baterista de esa banda. Lo ve tocar y tira un vimeo mucho más alto de lo que lo van a ver en el sitio, si estuviese en el bar. Son eventos mixtos que van a traer una cosa a la mesa que no estaba antes. Por lo tanto, yo creo que sí va a seguir rodando la rueda un poco en ese sentido. No se van a acabar los conciertos, van a mutar y se van a integrar otras cosas.
En otras entrevistas has hablado de los lives como un espacio que ha servido para reconectar con los venezolanos dentro y fuera del país y que eso te ha cambiado un poco la perspectiva sobre nuestra idiosincrasia. ¿Cómo fue volver y hacer una fiesta presencial?
Wow. Yo tengo tres años sin estar en Venezuela y ha sido muy complejo. Por un lado, los lives y las redes sociales sirvieron muchísimo para reafirmar algunas cosas como la identidad. Yo peleo mucho con la idea de que los venezolanos quieren las cosas venezolanas por nostalgia y no por calidad y eso ha sido algo que he tratado de acentuar mucho porque la música que nos gusta no solo nos recuerda algo, sino que era buena. Eso ha sido una constante: demostrar que no es un asunto nostálgico sino que son cosas buenas. Hay una serie de canciones que no solo nos recuerdan a algunas novelas, sino que son buenas por estas razones. Ha sido un poco luchar con la idea de que no solo es nostalgia, sino querer las cosas por la calidad que tiene. Escuchas una canción vieja y la gente empieza: “ay, me recuerda a una novela. Me recuerda a esto, me recuerda a lo otro”. Y también es como, bueno, pero se hacían cosas buenas, no es solo porque son nuestras. El otro lado de la moneda es, por ejemplo, un live que hice de la época del 2000, que es la época en la que se fue muchísima gente del país, y fue súper triste. La gente se puso con unos recuerdos muy tristes de “ay, esa fue la época en la que me fui, o yo trabajaba de delivery en tal lado”. Entonces sí, definitivamente, ha sido como medio terapéutico por ese lado.
Ahora que vengo a Venezuela —que es lo que tú vas a vivir cuando vengas porque yo también tenía tres años sin venir— es que mucho de ese sentimiento de nostalgia está sobre todo en la gente que está afuera, porque aquí la vibra es muy distinta. Hay muchas cosas pasando que son muy bonitas y ese sentimiento de reafirmar el venezolanismo está de una manera distinta arraigada en la gente que se quedó porque no tuvo otra elección, que están con ese nacionalismo muy arraigado, pero no desde un punto de vista nostálgico, sino desde un punto de vista más real. Es mucho más bonito de lo que uno cree y es algo que he tratado de mostrar en mi comunidad: en Venezuela, por más que esté complicada la situación, hay mucha gente trabajando. El porcentaje de gente que está haciendo cosas, que vivió afuera y regresó es altísimo. O sea, hay gente que regresó a trabajar y eso me tiene súper enternecido. He tratado también de mandar ese mensaje: mira aquí en Adicora (Estado Falcón) hay como cinco academias de kitesurf: uno de los dueños vivió en Londres, el otro en Miami, o sea, como que se regresaron. La visita a Venezuela me ha caído estupendamente porque me ha ampliado la visión un poco acerca de ese venezolanismo que se expone en esos lives.
¿Había otras nacionales aparte de la venezolana en tus lives? ¿Cuál era el feedback de esas personas?
Sí, tengo registro. Yo terminé creando dos espacios: uno que era bastante nostálgico, el de los viernes que son los “Casa e Cheo” que son temáticos y lo dominaban los venezolanos (75% venezolanos, 25% otras nacionalidades) y el de los sábados que tiene que ver más con música que se llama “Bajo Perfil” y en ese sí está la torta más balanceada: 50% venezolanos y 50% de otra nacionalidad. Me ha sorprendido a veces que muchos amigos americanos se conectan y se divierten por la fiesta que ocurre, se lo toman como que están en una fiesta de venezolanos y se lo gozan igual, pero, obviamente, hay muchísimo de la música venezolana presente y los que son amigos míos lo disfrutan. Tengo todavía muchos amigos extranjeros que se conectan, pero sin duda alguna el grueso son venezolanos.
En este año de pandemia nos ha tocado reaprender y resignificar los conceptos aprendidos. Sin contacto, sin poder reunirnos en grupos grandes ,¿qué es una fiesta ahora para ti?
Creo que una fiesta es un lugar donde celebran todas las almas —ni siquiera cada persona— y de cierta manera se curan un poquito. Una cosa que ha sido interesante de los lives es ver que celebra mucha gente de todas las edades y eso es algo que he re-aprendido un poco, quizás, la idea de que se practique muy poco que todas las edades celebran juntas y eso ha sido bonito: la experiencia de ver gente muy, muy mayor y gente muy, muy joven que básicamente por el hecho de que no se ven las caras, ni cómo están vestidos, hay cierto anonimato, de repente hay más libertad para celebrar. Con el tiempo he empezado a aprender quiénes son, pero no todo el mundo sabe que esa persona tiene setenta años, que esa otra persona tiene veinte o treinta y están celebrando todos juntos, pretendiendo que están en una fiesta imaginaria —que ya no sé si es imaginaria— y eso ha sido súper lindo. Estuve en una conversación hace poco disertando acerca de lo mismo y alguien dijo algo muy bonito que es que al final sí es una fiesta porque lo que importa es lo que está dentro del cuerpo, no el cuerpo en sí.
¿Cuál fue el efecto que han tenido estas fiestas en ti? ¿Y cómo crees que lo han recibido las personas que se conectan?
Para mí fue una terapia. A veces me daban las angustias en la semana, pero el viernes sé que se me quitan; estar ocupado en un momento en el que la música no se sabía hacia dónde iba a ir, el espectáculo estaba totalmente parado, de repente todo a mi alrededor, mis colegas estaban bastante frustrados y deprimidos y yo encontré en esos lives, en esas fiestas, una manera de drenar. A partir de eso se conectó muchísima gente con la idea de celebrar y olvidarse un poquito de lo que estaba pasando y de cierta manera, sustituir la salida del bar del viernes y del sábado con lo que era como una tertulia, porque la gente lo que hace es fiestiar hablando, que es bien divertido. Ahora, por el lado venezolano, sin duda, ha sido una sorpresa para mí y para todos. Estos meses he reflexionado mucho al respecto y creo que esa fiesta se volvió de alguna manera, una de las primeras veces en las que todos los venezolanos —no todos, obviamente— se reúnen para celebrar. Durante muchos años nos hemos reunido para marchar, para protestar. Han sido unos años bastante difíciles en Venezuela y creo que por primera vez se creó un espacio en el que está prohibido traer algo feo, como que todo el mundo vibra bonito y es un ambiente muy alegre. Las dos o tres veces en las que alguien ha tratado de meter un tema político, la misma gente lo apaga porque quieren mantener esa burbuja en la que nos acordamos que somos gente sincera y creo que por mucho tiempo se había perdido esa idea, se había sustituido con la idea de protestar o sacar las cosas que no nos gustan. Se volvió un poco más bélico y esa ha sido la sorpresa, que se creó este espacio en el que hay un salvoconducto donde la gente, independientemente de las diferencias políticas, sean venezolanos y eso para mí y, creo que para todos, ha sido una sorpresa muy bonita.
¿Con qué te quedas de esta experiencia de haber vuelto al país para hacer un “Casa e Cheo” presencial?
A mí me ha costado mucho. Veo a mucha gente hablando feo de Venezuela, diciendo cosas como “este país se lo llevó quien lo trajo” y he estado —no en una campaña— pero sí hablando con amigos, diciéndoles: dude, cuando hablas así de Venezuela, estás hablando de la casa de alguien, de la casa de muchísima gente que se quedó aquí dándole. Hablan sin saber porque vienes acá y, sabes, yo me estoy tomando un café con los pies en la arena, mientras tú estás ahí escondido. No es tan así, han pasado muchas cosas muy complejas y la gente que se quedó acá y tiene la casa arreglada, wow, merece mucha más condescendencia de nuestra parte, un poco. Creo que he estado mucho más cuidadoso de ese tipo de afirmaciones porque la Venezuela que creen los venezolanos que están afuera, que es la Venezuela que está pasando ahorita, es muy distinta. La gente que está acá, está viviendo y está haciendo su entorno lo mejor que puede y se está volviendo otra identidad un poco distinta a los venezolanos que estamos afuera. Entonces está bien lindo verlo y a eso se suma esa identidad de la que hablábamos en los lives, menos como un tema de que ya no existe, y más como un tema de: es parte de nosotros y va a funcionar en pro de lo que vaya a pasar de aquí en adelante.
En paralelo a las fiestas y a tu trabajo como dj has sido el productor de varias bandas venezolanas más jóvenes. En esos trabajos se nota que hay una reconexión con una estética de bandas de los años ochenta influenciando el sonido de las nuevas generaciones. Da la impresión que como productor te interesa preservar esa memoria. ¿Cómo ha sido el proceso de conectar esos dos mundos?
Cien por ciento. Lo dijiste perfecto. Yo soy comunicador también y he estado desde mi carrera obsesionado con la idea de que a Venezuela no se le olvide la historia. Por mi papel con Los Amigos Invisibles he tenido la fortuna de conocer a muchos músicos predecesores de mi generación y ahorita estoy trabajando mucho con los chiquitos. Entonces me ha tocado hacer un esfuerzo que ha sido muy bien recibido de parte de todos, de tumbar un poco ese estigma de que los viejos son viejos y los chamos son chamos: a los chamos no se les toma en serio porque son chiquitos y a los viejos porque ya pasaron de moda. Me ha tocado sentar a Anakena con Guillermo Carrasco, a Rawayana con Yordano a que se echen cuentos porque Yordano fue joven en algún momento y si todo el mundo se entera y si nos echan esos cuentos, a lo mejor nos ahorramos un poco de errores. Y eso ha sido un poco —tal cual como lo dices— mi obsesión sobretodo en la parte venezolana, entender que los que hicieron música en los setentas y ochentas hicieron cosas coolísimas, que hoy en día no nos parezcan tan cool, es otra cosa, pero que en aquel momento lo fueron. Hice una canción de Daiquirí en la cual participó Rawayana y ellos nos conocían Daiquirí. Y gracias a esto pueden hablar con un artista que tiene cuarenta años más que ellos y les puede contar un poco de cosas que funcionan y otras que no. Creo que es una situación en la que todos ganan porque el artista mayor se activa: los ves mandando canciones por WhatsApp, en plan: oigan esto, se activa alguien que estaba prácticamente muerto creativamente y los jóvenes tiene un mentor. Creo que todo el mundo gana.
¿Qué crees que le hace falta a la escena musical venezolana para terminar de estallar?
Yo veo que lo que falta —y es parte de lo que estoy haciendo— es exposición. Uso la palabra exposición y no apoyo. La diferencia para mí es que apoyo es cuando te dicen: hazlo porque es tuyo. Y yo siento que la gente lo que necesita es escucharlo, ver una buena película, por ejemplo. Cuando tu ves una buena película,del lado que sea, la recomiendas. Igual que con la música. Y yo creo que esa idea de que hay que apoyarlo porque es venezolano no está bien. A la gente hay que exponerla, mostrarla. Y creo que lo que falta es eso: un trabajo entre la media, no solo los artistas, los fotógrafos, etc., de apoyar. En el caso de Colombia —que Colombia está en un momento completamente distinto— hay una banda que se llama Monsieur Periné que decidieron usar solo ropa colombiana, entonces la gente empieza a usar la ropa que ellos usan básicamente porque los están exponiendo y lo están volviendo cool, de cierta manera. Más que decir: apoyen lo hecho en Colombia, es otra perspectiva, es volver todo como un movimiento. Y créeme que en este viaje me he reunido con bastantes medios de comunicación para decir eso, aprovechando ese instinto venezolanista que hay, pues bueno, que ya es hora de poner la bandera, de hacer un esfuerzo y crear un mercado. Creo que la idea de que se cree negocio y se cree un mercado es lo que tiene que empezar a pasar, que empiece la gente a comer un poco de eso. Porque una vez que se empiece a poner la música venezolana en la radio, los conciertos se empiezan a llenar, los estudios se empiezan a llenar, las barras empiezan a vender cerveza y empieza a girar la rueda. Creo que por ahí va la cosa.
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Esta entrevista forma parte de Arte en Pandemia, una serie de artículos que muestran cómo las expresiones culturales y artísticas de América Latina se reinventaron/adaptaron a las condiciones de aislamiento social provocadas por la pandemia de covid-19.
Ilustración de portada: Rocío Rojas (Perú).
Cheo es un genio! espero que pornto lanze algun curso de dj porque su laburo es realmente de 10