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Pese a que la mayoría de las grandes plataformas de delivery no funcionan en el interior latinoamericano, sus habitantes han creado aplicaciones y negocios locales similares. Aun así, es necesario visibilizar la realidad de quienes se dedican a esto para lograr su protección y reconocimiento legal.


Este contenido es parte de #InteriorLATAM, un proyecto para contar historias y crear conversaciones más allá de las grandes ciudades de nuestra región. Suscríbete a nuestro newsletter mensual.

 

Pedro entra al restobar con su mochila térmica de delivery a cuestas. Sin quitársela, se sienta en la esquina de la barra y toma su celular durante unos quince o veinte minutos, tiempo que tardarán en entregarle los cinco pedidos que fue a buscar. Mientras espera, scrollea en Twitter de manera rápida, sin prestar atención. De fondo suena Pareja Del Año, de Sebastián Yatra y Myke Tower, en Spotify. Se detiene sólo un momento para tuitear: “Le tengo más paciencia a mis perros que a las personas”. 

Hace un año que Pedro (20) se dedica al servicio de delivery de comidas rápidas en Guichón, una ciudad del interior de Uruguay con algo más de cinco mil habitantes. Lo hace de manera independiente. Alguien pide algo y él va a buscarlo por esa persona. Su jornada laboral va de jueves a domingos de ocho a doce de la noche, cuando los bares y restaurantes de la ciudad cierran sus cocinas y el joven vuelve a su casa a bordo de una motocicleta que le prestó su hermano.

En sus planes a corto plazo no estaba dedicarse a ofrecer delivery, sino todo lo contrario. Pedro aspiraba a viajar en abril de 2020 a Buenos Aires para probar suerte en el mundo del teatro, uno de los tantos rubros en crisis por la pandemia. Pero debido a ella no le quedó otra que “rebuscarselas”. 

Fue entonces cuando empezó a ofrecer su servicio a personas del barrio, fundamentalmente a aquellas aisladas por coronavirus. No cuenta más que eso: prefiere ser entrevistado cuando se “gane la vida en las noches del teatro porteño”.

Como él, muchas personas en Latinoamérica se encargan de entregar comida, remedios y obsequios a domicilio, ya sea caminando, en motocicleta o en auto. Otras se dedican al servicio de mensajería, a pagar las cuentas mensuales y a hacer trámites. 

Este tipo de servicio creció notablemente durante la época de confinamiento, sobre todo en las grandes ciudades, aunque también en aquellas que no aparecen en las tapas de los diarios y noticieros de TV. Sucedió con Rappi y Glovo, por ejemplo, dos de las grandes multinacionales de este rubro. 

Se trata, sin dudas, de una modalidad de trabajo que llegó para quedarse. Sin embargo, salvo excepciones, estos trabajos no están regulados, y por lo tanto carecen de sueldos justos, seguridad social y otras cuestiones ligadas al mercado laboral de “los repartidores”, “los riders”, “los delivery” o “el chico y la chica de los mandados”. 

Es por eso que su crecimiento ha venido acompañado de demandas y reclamos respecto a la relación de precariedad entre las empresas y lxs repartidores, una discusión que aún no se ha dado en las ciudades del interior, donde a simple vista todo parece marchar bien. 

Pese a que la mayoría de estas grandes plataformas no funcionan en el interior latinoamericano, sus habitantes han creado aplicaciones y negocios locales similares. Aun así, es necesario visibilizar la realidad de quienes se dedican al delivery para lograr su protección y reconocimiento legal, ya sea que lo asuman como un emprendimiento o simplemente como una forma momentánea de ganar dinero. 

Débora Fantín, Urdinarrain, Argentina

Débora Fantín (23) es una joven de Urdinarrain, una ciudad de casi nueve mil habitantes ubicada al sur de la provincia de Entre Ríos, en Argentina. Comenzó a hacer mandados en 2018, dos años antes de la pandemia de covid-19. “Lo primero que hice fue el retiro y entrega de recetas médicas y pago de servicios”, cuenta. 

Al principio le costó bastante hacerse conocida en la ciudad. Lo que más la ayudó fueron las recomendaciones “boca a boca” y la llegada de la pandemia. Hasta ese momento era la única persona en la ciudad que se dedicaba a eso.

“No estaba nunca en casa”, recuerda de su trabajo a partir del inicio de la cuarentena estricta. “No llegaba ni a tomar un mate con mi abuela. Pasaba mucho tiempo haciendo filas porque había un solo Rapipago (canal de cobranza extrabancario). A veces no alcanzaba ni siquiera a pagar un servicio”.

Todas las mañanas, tardes y noches recorre la ciudad de punta a punta a bordo de su bicicleta. Aunque ya hay otras dos o tres personas que se dedican a esto en Urdinarrain, no existe nadie  que la vea y no diga: “ah, la chica de los mandados”. 

Cada principio de mes, la joven se dedica a realizar pagos de servicios y entrega de recetas médicas. En lo que resta del mes, cuenta que pueden surgir pedidos extra, como “buscar algo en la carnicería” o “dejar algo en alguna boutique”. Si bien ha realizado servicio de delivery de comida, comenta que no es algo que hace de manera cotidiana. Su fuerte es la mensajería y la realización de trámites. 

En la actualidad hay 88 casos activos de coronavirus en Urdinarrain, pero durante todo este tiempo Débora ha utilizado cubrebocas y alcohol de manera constante, además de haber mantenido distancia social.

Contratar a Débora para realizar un trámite o una compra cuesta 120 pesos argentinos, lo que equivale aproximadamente a 1, 26 dólares. Si se llegara a requerir algún otro trámite o compra adicional el precio sube, aunque ella no especifica cuánto. 

Además de hacer mandados, Débora se dedica a cuidar a una adulta mayor y estudiar enfermería en una ciudad vecina. Ante la pregunta de si le gusta su trabajo, ella responde seria: “Lo hago por necesidad. Si pudiera, en algún momento lo cambiaría”. 

Melvis Ali Farfán, Manta, Ecuador

Hace cuatro años que Melvis Ali Farfán Cabrera (30) migró a la ciudad de Manta, en Ecuador, desde Tinaquillo, en el estado Cojedes en Venezuela. Es Licenciado en Educación Física y Deporte, pero a raíz de la pandemia y el cierre de las escuelas se le hizo difícil ejercer su profesión. 

“Hace siete meses surgió la posibilidad de obtener una moto, pagándola en cuotas, lo que me dio la oportunidad de ofrecer servicio de delivery en la empresa M&M Delivery”, cuenta a través de un audio de WhatsApp en el que se oye cantar los gallos. 

M&M Delivery es una empresa local que desde abril de 2020 se dedica al reparto y entrega de productos de todo tipo: mandados, encomiendas, comidas, productos de farmacia y pagos de servicios. Según Melvis, en Manta, una ciudad de más de 300 mil habitantes, hay otras tres empresas locales dedicadas a este rubro, aparte de la multinacional Pedidos Ya.

“La dinámica de trabajo es receptar pedidos”, comenta. “Tenemos una central que los recepta y los distribuye entre los diferentes operadores de la empresa. Además de eso, también cada operador recepta pedidos personales”. 

A diferencia de Pedro y Débora, que trabajan de manera independiente, Melvis trabaja para una empresa grande en la que le toca realizar otras labores aparte del delivery. “Además me ocupo de las tareas de seguridad: revisar las motos, que tengan las llantas lisas, luces en buen estado, óptimas para utilizar”, explica con notable entusiasmo. Sin embargo, no percibe ningún sueldo por este trabajo, solo por el de delivery, por el cual recibe 1, 50 dólares por viaje. 

Según datos del gobierno, en Manta se han registrado desde el inicio de la pandemia más de cuatro mil casos de coronavirus. Como repartidor, Melvis carga siempre con dos cubrebocas y alcohol para desinfectar el pedido y el dinero, lo mismo en el restaurante que durante la entrega al cliente. “También tratamos de trabajar a través de transferencia”, comenta. “Así tenemos el menor contacto físico posible con las personas”.

“Me gusta mucho este trabajo porque me da cierta independencia, ya que la remuneración económica depende mucho de mi esfuerzo, de cómo trabaje, en el horario en que trabaje”, precisa Melvis, aunque no especifica cuánto gana.  Además, agrega que es una labor que no le pone límites ni le exige horarios. 

Sin embargo, él trabaja de lunes a lunes desde las siete de la mañana hasta las diez de la noche, una jornada laboral de quince horas diarias. 

Martín Proenza, Granma, Cuba

Martín Proenza (34) es programador y vive en Bayamo, la capital de Granma, una de las provincias del Oriente cubano. Proenza es un emprendedor nato que en 2014 fundó YoTeLlevo, una plataforma dedicada a conectar turistas con choferes de taxis para desplazarse por el país. En 2018 creó PickoCar, la “evolución de YoTeLlevo”, que consistía en una variante de taxis compartidos. 

Ambos proyectos se vieron afectados por la pandemia, ya que subsistían gracias a la visita de turistas. Según un informe conjunto de la Sociedad de las Américas y el Consejo de las Américas, Cuba sufrió el año pasado la cuarta caída turística más grande de Latinoamérica (-74.6 por ciento).

“Se detuvo todo literalmente”, explica Martín. “Pasamos a tener cero ingresos. Entonces tocó reinventarse, por lo que empecé a pensar en cuál sería mi próximo emprendimiento. Fue ahí que detecté que los comercios en Cuba tenían un problema. Los negocios de La Habana tenían demanda de otras provincias pero no contaban con un sistema de envío hacia estos lugares. Ahí fue donde surgió Cargo Luna: un sistema de envío y recibo de paquetería de una provincia a otra”.

Junto a un colega programador, Martín trabajó en una plataforma que lanzó a finales de enero de 2021. Desde entonces llevan operando cuatro meses en el país, donde no hay ningún servicio similar, salvo el de la estatal Correos de Cuba, que hace lo mismo desde hace décadas. “Sólo existen soluciones locales. De hecho, siguen apareciendo cada vez más personas que se dedican a esto para palear un poco [los efectos de] la pandemia, pero nadie se ha atrevido a hacerlo a larga distancia, porque no tienen la capacidad logística”.

Cargo Luna se dedica a la paquetería liviana, como teléfonos, computadoras, vestimenta, calzados, obsequios y también documentación. Las órdenes se toman a través de la plataforma. Una vez en ella, los clientes crean una orden de envío en donde especifican lo que quieren llevar y adónde. La cotización se calcula en dependencia del peso. Si están de acuerdo con el precio, simplemente completan la orden con sus datos personales. Una vez que el pedido llega a Martín, él mismo se encarga de gestionar el envío con la red de taxistas que tiene a su disposición. 

Los transportistas de Cargo Luna perciben un 80% del precio total del envío, mientras que el 20% restante queda para sufragar los gastos de la compañía. Los precios del servicio de transporte están contemplados en dólares, lo que lo hace poco accesible para la mayoría de los cubanos. Pese a que desde finales de 2019 la economía del país viene sufriendo una paulatina dolarización (soportada en gran medida por las remesas de los cubanos residentes en el extranjero), aún los salarios se cobran en pesos cubanos.  


Ilustración: Rocío Rojas
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Florencia Luján (Argentina, 1992). Periodista, siempre que se pueda.

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