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Dayana Hernández lleva más de diez años haciendo historia dentro de su comunidad. En 2009 fundó junto a otras compañeras Transvida, una organización que impulsa jurisprudencia sobre derechos humanos e identidad de mujeres trans en Costa Rica y que, además, busca atención educativa y médica para esta población, así como mayor acceso al trabajo. 


Fue en la calle, mientras se prostituía, que Dayana Hernández (San José, Costa Rica, 1983) entró al activismo trans para nunca más salirse. Me dice, con mucha ilusión, que ella quería ser periodista, como yo. Una chica normal, digamos. Sin embargo, “la vida tenía otras cosas para mí, otras pruebas grandísimas, y me vi obligada a vivirlas, a superarlas”, añade. Al compás de su voz, sus manos, flacas pero con vida propia, me dibujan el país que quiere: uno donde quepan todas las personas.

En Costa Rica las personas trans siguen quedando detrás en cuanto a políticas públicas y prioridades de los grupos de poder. Desde 2018, gracias a la opinión consultiva  OC-24/17 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH), pueden adecuar sus nombres registrales. Sin embargo, aunque el sexo fue eliminado de los documentos de identificación para todos los ciudadanos, ellas siguen saliendo en las bases de datos con una identidad equivocada. 

Dayana lleva más de diez años haciendo historia dentro de su comunidad. En 2009 fundó junto a otras compañeras Transvida, una organización que impulsa jurisprudencia sobre derechos humanos e identidad de mujeres trans en Costa Rica y que, además, busca atención educativa y médica para esta población, así como mayor acceso al trabajo. 

Desde entonces, donde haya una mujer trans apuñalada, violada, con VIH, ejerciendo el comercio sexual o con ganas de estudiar, ahí están Dayana y Transvida. Ellas intervienen y acuerpan, ofrecen a las chicas la posibilidad de un futuro que en pleno siglo XXI la sociedad se empeña en negarles. La vida de esta población es ya lo suficientemente dura como para estar solas.

Unos años después, en 2018, Dayana hizo historia convirtiéndose en la primera mujer trans candidata a diputada por el partido VAMOS, una opción política de centro con enfoque en derechos humanos surgida en San José. Su programa contiene temáticas progresistas muy polémicas todavía para la sociedad costarricense, como el matrimonio igualitario, la legalización del cannabis, la laicidad del Estado y la igualdad de género.

Las mujeres trans en Latinoamérica tienen una esperanza de vida de 35 años. En la última década tú te has centrado en cuidar a otras. ¿Crees que es una manera de cuidarte a ti misma?

Demasiado profundo, pues vieras que no. La mayoría de mujeres trans están en el comercio sexual. En Transvida trabajamos siempre desde el comercio, donde somos nosotras el objeto. No es que yo te venda algo: es que una se vende y se negocia. Nos costó mucho politizar nuestra voz, posicionarnos. Desde que inicié le he dado muy duro, sin descanso, me he enfocado mucho en que las compañeras se alfabeticen y he descuidado mi salud, obviamente. 

Por ejemplo, hace unos años me dio osteomielitis, una infección en un hueso por una mala praxis, porque nunca paré. Hace unos meses estuve mal porque la mayoría de mujeres trans nos inyectamos aceites, biopolímeros, y entonces tuve una situación en un glúteo izquierdo y eso me tuvo malísima. No pasó ni un mes y ya estaba en plantones. 

A veces no es que las luchas no avancen, sino que a quienes las lideran algunas veces no les ha pasado por el cuerpo el frío, el hambre, el estigma, la discriminación. Yo me pudiera dormir tranquila, el viernes desconecto la computadora y me voy; pero en el caso de nosotras no es así, porque a pesar de que estamos en el activismo, también estamos en la putería. Somos putas, activistas, siempre estamos breteando (trabajando): en la noche ganándonos la vida y durante el día en las marchas.

No queda tiempo para una.

No queda tiempo porque te das cuenta de que dentro de la pobreza extrema que vivís y en que luchás, tenés la bendición de ser consciente. En mi caso, aprendí a cortar cabello. Entonces fui estilista, saqué el cole, lo básico, hablo inglés, portugués.

He tenido esos chances de trabajar doble, pero también de tener un salario, de recibir un aguinaldo en diciembre. Claro, te vas a dormir pero el estigma y la discriminación no perdonan. ¿Cómo le dice usted a una compañera que la llama a las dos de la mañana un sábado para decirte: “mira, estoy apuñaleada”? ¿Qué le decís: ”mira, estoy dormida”? No, eso no se hace.

¿Crees que se avanza en los espacios donde estás como activista?

Sí se avanza, mientras estemos nosotras ahí. Con el paso del tiempo empecé a empoderar más a las compañeras, a meterlas a los espacios, a que entendieran todos los procesos, cómo es que aquí funciona todo, para que haya un relevo generacional. Por dentro me siento cansada, no siento que tengo 37 años, siento que tengo 57, por todo el contexto de la vida.

Entonces, sí es fuerte y difícil. Lo que pasa es que, como te digo, no he tenido el valor. Es algo que estoy trabajando: aprender a decir no. Y es que me duele muchísimo no poder ayudar a una compañera, no poder solventarla, y eso teniendo claro que ese es el papel del Estado. Pero ante un Estado ausente y al ser la organización lo único que tienen las chicas, entonces ha sido muy difícil.

¿Cuándo dijiste “es momento de hacer algo, de intentar cambiar nuestras realidades” y crear un espacio como Transvida?

Nunca quise ser activista ni vocera de absolutamente nada. Para el 2007, 2008, 2009, la policía estaba presionándonos mucho: nos bajaban de los carros, le quitaban la plata a los clientes, nos quitaban la plata a nosotras, recibíamos violencia por parte de los clientes, por parte de hombres, maleantes, más el tema de la salud, de los condones.

Yo era una chica normal, digamos, y fue mi compañera Antonela Morales quien me empezó a llevar al activismo. A mí no me cabía en la mente que el policía que yo sabía que tenía que defenderme era quien me golpeaba, era quien les decía a los clientes: “mira, estas son travestis, son hombres”. 

A mí eso no me cabía en la mente. No me cabía que llegáramos a un centro de salud a pedir condones y que se burlaran de nosotras, que nos quisieran sacar del propio lugar que tenía que cuidarte. Eso a mí me chocaba muchísimo, y me afectaba porque yo decía: “¿cómo es que todas se quedan calladas?”. Claro, años después entiendes que no tienen ese nivel académico, de conciencia, y así es como nace Transvida. 

Anto me empezó a meter a mí y yo empecé a participar del activismo, en reuniones con agencias internacionales que dan apoyo técnico a los países en esas temáticas, principalmente de VIH, pero que pasan por los derechos humanos. En 2008-2009 dijimos: “ya es demasiado”, y nos pusimos el nombre. En unos años éramos ya un colectivo y las únicas en el país con esta claridad de la prevención, de alfabetización, y pues empezaron a llamarnos.

Dayana Hernández y la resistencia trans en Costa Rica

Dayana Hernández es una de la fundadoras de Transvida, una organización que busca atención educativa, médica, laboral y legislativa para la población trans de Costa Rica.

Describe Transvida en pocas palabras.

Unión, fuerza, resiliencia, amor, sanidad, sanación, empoderamiento, feminismo, sororidad, alegría. Es que las mujeres no tenemos definición tal cual y somos tantas y aquí se hace de todo.

Las mujeres en el comercio sexual son quienes más acuden a Transvida. Ellas tienen dos realidades: una, que ese comercio no es legal, y dos, la transfobia en las calles. ¿Qué urge legislar en el corto plazo?

Hemos trabajado en un montón de lugares y espacios, pero es que si, por ejemplo, no hay vivienda, necesitamos una vivienda digna, un cupo de viviendas, y que no nos metan en un gueto, sino en un sitio que integre a las personas trans, de acuerdo a la provincia, para que se inserten y tengan sus casitas.

El tema de la educación es esencial. Si vos me preguntás por una política urgente: el tema de la educación, pero que quede en piedra, escrito, que necesitamos alfabetizarnos, ojalá con becas, para movilizar, para asegurar que las chicas puedan participar. Y el cupo laboral, para que tengan la posibilidad de elegir, porque una vez que estas compañeras sepan y tengan ese empleo, ellas mismas van a experimentar la diferencia.

Mucho matrimonio igualitario y nada de ley de identidad de género. ¿Cómo es esa ley que sueñas?

La vida ha sido justa y el universo también. A pesar de que en Costa Rica no hay una ley de identidad de género, la OC-24-17, opinión consultiva a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH), nos vino a resolver lo que nosotras estábamos planteando en una ley. Todo está, pero suelto, porque inclusive teniendo la ley hay que hacer protocolos. Sin tener esa ley ya nosotras hemos trabajado en todo eso con la Caja Costarricense del Seguro Social (CCSS), que es el prestador de servicios de salud. 

Ya tenemos una normativa nacional para personas LGTBI con artículos para hombres  y mujeres trans. Con el Ministerio de Salud tenemos las directrices de atención a la población LGTBI. Cuando ha ocurrido un abandono de siglos por parte del Estado, hay que hacerlo todo de cero. Somos la primera organización, pero no solo somos fundadoras.

También fuimos víctimas del comercio sexual, de violación, de estigma, de discriminación. Tenés que limpiarte de procesos internos, sanarte, curarte, llorar, limpiarte las heridas, levantarte, reconocerte, formar tu proyecto de vida, pero al mismo tiempo hay que ayudar a las compañeras. 

Sobre la adecuación del sexo en el registro civil, ellos piensan que somos tontas: lo que hicieron fue: “vamos a darles el cambio de nombre, pero no les vamos a dar el cambio de sexo, entonces vamos a quitarle el sexo a todo el mundo para no ponérselo a ellas”. Me parece genial en el sentido de que ahora nadie tiene sexo, pero nosotras vamos a dar esa lucha porque en las bases de datos sigue estando incorrecto nuestro sexo. Está en nuestro plan de incidencia política de este año.

¿Qué opinión tienes de las llamadas feministas trans-excluyentes, cuyo discurso cala ahora en redes sociales?

Me parece que son hombres. Les diría en su cara “hombres machistas”. Aquí en Transvida entran trans con tetas, sin tetas, con peluca, sin peluca, barbudas, y nosotras tenemos una ley interna: quien venga aquí y diga que es trans, es trans y punto, porque no podemos decidir quién es y quién no es, o quién es porque parece. Me parece que son machos y les diría que trabajen para que dejen de ser transfóbicas, porque al final de cuentas estás aborreciendo la feminidad. Eso es lo que les digo: machos opresores con vagina.

¿Cómo podemos apoyar la lucha de ustedes?

Se apoya desde la escucha activa, desde la validación de la experiencia, desde la empatía y desde las pequeñas grandes cosas que se pueden hacer. Un abrazo que usted le pueda dar a una persona que usted conozca gay, lesbiana, trans.

Un abrazo cura, sana; una palabra de aliento. No todo es económico, a pesar de que lo que más nos jode a nosotras es la parte económica. Porque para pagar la luz no nos discriminan, ni la casa, y hay que pagar igual que todo el mundo, con la diferencia de que no tenemos las mismas oportunidades. 

Muchas personas trans no tenemos esa red de apoyo. Entonces hablamos hasta por debajo de los codos, pero en realidad es eso: ganas de ser escuchadas, de ser entendidas. Quienes conozcan una persona trans, que saquen el tiempo para un cafecito, para conversar. “Cómo se siente?”. Solo esa escucha de media hora, donde esa persona llore, se abra, se quiebre. Si sos un ser humano real te va a tocar, te va a cambiar la vida. 

Hay muchas maneras de ayudar. Usted le cambia la vida a alguien con una sonrisa. Con lo mínimo que su corazón le diga va a ayudar a la persona y reconocer que hay personas que están peor que una. Yo soy trans y tengo un salario mínimo, me prostituyo, bueno, pero por lo menos tengo un salario. Saludar a la gente. Siempre que saludo a la gente la abrazo. Espero que la gente pierda el miedo, porque hay una frase que dice: “no somos peligrosas, estamos en peligro”.

Si el mundo y Costa Rica no fueran un lugar donde se discriminara y no se negaran derechos a las personas trans ¿qué te hubiese gustado ser?

Me hubiese gustado ser periodista. Aunque yo digo que terminé siendo periodista porque informo. Me gustaba cuando yo estaba carajilla y agarraba los cuadernos y para estudiar yo leía y decía que le explicaba a la gente. No tengo ningún título, pero informo, sirvo para conectar, y me hubiese encantado. Ya hoy no.

Ahora lo que quiero es ser políglota. Me gustan los idiomas, tengo habilidades, me falta terminar portugués nada más. Luego quiero hacer el italiano, llegar al francés y aprender catalán de último. Al principio la gente me decía: “sé abogada, eres muy buena”, pero dije: “tengo 37 años, no estoy para complacer a la gente, ahora estoy para hacer lo que yo quiero”.

Un deseo con el que te levantes todos los días y digas: “quiero vivir para ver esto”.

Deseo con toda mi alma y con todo mi corazón que las personas trans aprendamos a amar nuestros cuerpos, para evitarnos procesos dolorosos de los cuales no hay vuelta atrás. Es muy triste vivir con eso de “soy hombre, soy mujer”. Yo misma vivo viéndome al espejo queriendo respetarme.

Todo empieza por casa, y sí, todavía me miro en el espejo y siento parte de disgusto no porque sea mujer, sino porque en mi juventud hice cosas que me costaron mi cuerpo, mi salud, mi piel. Haberme puesto todo el aceitero en el cuerpo fue una decisión para la que no hay vuelta atrás. Eso ya no se saca del cuerpo, no se opera, y a mí me ha limitado. Entonces digo: “si desde un inicio me hubiese querido y me hubiese amado”.

Mi deseo es ese: que todas nos queramos y nos amemos como seamos para poder ser libres. Que las personas trans entiendan que nacimos en el cuerpo que nos tocaba y no en el equivocado. Que sean felices y que se amen.

Ilustración de portada: Alma Ríos
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Periodista cubana expulsada de la Universidad Central Marta Abreu de Villa Clara, por motivos políticos. Con 18 años y una mochila se mudó a Costa Rica para culminar sus estudios en la Universidad Latina. Interesada en los cambios que atraviesa la isla y regresa pronto para contarlos. Fiebre de Federer por sobre todas las cosas del mundo.

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