Incendios y enfrentamientos contra taladores y cazadores furtivos son el pan de cada día de Horacio Chavira, miembro de los Tlalcoyotes, una de las 40 brigadas comunales que cuidan los bosques de Milpa Alta, la delegación más verde de la Ciudad de México.
Milpa Alta, la delegación con mayor extensión boscosa en toda la Ciudad de México, ha sido objeto de varios conflictos sociales debido a los intereses económicos que existen sobre sus recursos naturales. Sin embargo, la organización de sus doce pueblos ha logrado el reconocimiento oficial de sus tierras comunales, volviendo a sus comuneros actores clave para la defensa y uso de su territorio.
Fue justamente a través de este ambiente de lucha y resistencia comunal que Horacio Chavira, de 40 años, tuvo su primer acercamiento a la política milpaltense:
– Soy hijo de una reportera gráfica amante de la música de protesta de Amparo Ochoa y José Molina. También, de un comunero que desde que tengo memoria me llevaba a las asambleas comunales -dice Horacio-. Las reuniones me aburrían enormemente. Llegábamos en la tarde y nos íbamos en la madrugada. Me quedaba dormido en ese entonces, pero hoy me doy cuenta que estos dos elementos de mis padres me hicieron formar mi sensibilidad hacia los temas de justicia social indígena y medio ambiente.
Y es que entre los milpaltenses, los valores del cuidado del bosque forman parte crucial de su identidad. Cuando Horacio tenía apenas seis años ya formaba parte de Yoldemilixotl -que en náhuatl significa “los que amamos la naturaleza”-, un grupo ecologista que fundó su tío y con el que él y sus primos pasaban las tardes de su infancia reforestando, cuidando especies nativas, recolectando basura que había en el bosque y haciendo obras de teatro para la concientización ambiental. “Cuando camino, puedo ver árboles inmensos que yo sembré cuando niño” dice.
Aquel niño creció y comenzó sus estudios de bachillerato y licenciatura en Psicología en la UNAM dentro de una generación trastocada por la huelga del 99 -la más larga que ha dado la universidad: duró un año y tres meses-, causada por el intento de crear cuotas de pago para los estudiantes. A partir de entonces se incrementó su interés por la organización y la lucha social.
Pocos años después regresó a Milpa Alta para devolverle a su tierra todo lo que había aprendido. Hoy, Horacio es jefe de los Tlalcoyotes, una de las 40 brigadas comunales que comenzaron a formarse en 1998 en Milpa Alta para cuidar los bosques de la alcaldía más verde de la Ciudad de México.
Horacio Chavira (centro, atrás) es uno de los miembros de los Tlalcoyotes, una de las 40 brigadas comunales que cuidan los bosques de Milpa Alta. Foto: Brenda Laguna
Entiendo que estudiaste Psicología en la UNAM. ¿Cómo pasaste de eso a convertirte en brigadista?
– Yo siempre tuve bien presente la importancia de Milpa Alta para mí. Cuando terminé la carrera volví a involucrarme en estos procesos porque mi papá fue elegido representante general de Villa Milpa Alta y justo en ese año llegó el primer Programa de Pagos por Servicios Ambientales.
Estos programas son implementados por los gobiernos federales en varios países de Latinoamérica para formar grupos de monitoreo de los bosques con los propios habitantes de las comunidades. En 2021, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) declaró que este tipo de estrategias de conservación han dado resultados de protección forestal incluso mejores que los implementados en las zonas determinadas como áreas de conservación.
– Lo que la comunidad decidió fue conformar grupos que se dedicaran a trabajar en el bosque. Yo fui elegido para crear la brigada con otros compañeros. Ahí me toca comenzar a conocer un poco, a ver y leer programas de manejo forestal, a ver cómo se conforma la flora y fauna del bosque, qué plagas y enfermedades hay, cómo se inician y manejan los incendios. Aún nadie era experto, pero pues así fuimos aprendiendo.
El reclutamiento fue amplio. Horacio y sus compañeros lograron que 9 hombres y mujeres de San Pablo, Santa Atlacotenco, San Lorenzo Tecoyutla, San Jerónimo Miacatlán, San Francisco y Villa Milpa Alta se unieran a la nueva brigada “Tlalcoyotes”.
La pregunta por el nombre es obligada, pero también platícame: ¿qué diferencia a los Tlalcoyotes del resto de las brigadas forestales?
– En 2005 hicimos inventario de biodiversidad con la gente de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) Xochimilco. Poco tiempo después nos enteramos de que el Tlalcoyote (del náhuatl tlalli, tierra, y coyotl, coyote) había sido formalmente declarado extinto de Milpa Alta, y en su hono, tomamos su nombre.
– En cuanto a lo que nos vuelve diferentes, yo diría que la profesionalización. En la brigada no solo nos capacitamos para la labor física. Un compa de la brigada recién terminó una carrera como técnico forestal y una ingeniería en restauración forestal. Esa es una de las misiones de la brigada: conformar cuadros especializados en cuestión del bosque.
– También implementamos cuota de género. Mucha gente no cree que las mujeres trabajen con la misma eficacia, pero a todos esos se les olvida que las compañeras, [después de] que se echan las jornadas igual que nosotros, llegan a las casas a cuidar a los chicos, a hacer de comer, de cenar, a cambiar pañales. Nuestra brigada está 50-50 conformada por hombres y mujeres capaces. Al día de hoy ya somos tres grupos de 11 personas, cada uno capacitados en primeros auxilios, poda y derribo, plagas y enfermedades e incendios forestales.
La jornada de los Tlalcoyotes comienza a las 9:30 am y termina a las 7:00 pm, salvo que haya incendio. Foto: Brenda Laguna
Desde el momento en el que despiertas hasta que vas a descansar, ¿cómo es exactamente la jornada de trabajo de un Tlalcoyote?
– Un día normal es vernos a las 9:30 hrs en el campo deportivo. Ahí hacemos acondicionamiento físico y nos echamos una cascarita (un partido de soccer) hasta que nos dan las 11 hrs, que es la hora formal en la que empieza el turno. Luego nos trepamos a la camioneta y subimos a monitorear. Vamos atentos a incendios y a cualquier alteración que pueda tener el bosque.
– A las 15 hrs comemos. Cada quien saca su tupper con comida y lo pone al centro de la mesa, prendemos el comal y calentamos las tortillas. Es como un buffet. Luego seguimos el monitoreo. Si no hay incendio salimos a las 19 hrs, pero si sí hay nos vamos hasta que termine. La cosa es que los tiempos administrativos nunca van con los tiempos del bosque, entonces no hay hora de salida.
La rutina de Horacio y su equipo se mantuvo así hasta que inició la pandemia, que provocó problemas de atraso de pagos y financiamiento para el mantenimiento de los vehículos, la compra de gasolina y los equipos de trabajo. No contar con estas herramientas generó aún más problemas. Ahora, para ahorrar combustible, el equipo solo puede subir al bosque cuando hay emergencia.
– Esto afecta mucho. El miércoles pasado hubo un incendio que inició a las 11 de la mañana. Las condiciones del viento eran muy fuertes, iban a 20 km/h, estaba muy alta la temperatura, y los compañeros que fueron bajaron hasta las 9:30 de la noche. A la mañana siguiente se volvió a prender. Se nos fueron fácil 600 hectáreas en el primer día, y otras 100 el segundo. El problema es que los que queman -para hacer pastoreo, caza o simple vandalismo- no lo hacen si ven que hay brigadas patrullando, pero si no las ven comienzan a quemar a diestra y siniestra.
¿Cómo es presenciar un incendio de esa magnitud? ¿Qué sientes? ¿Qué piensas cuando el fuego te roza la piel?
– Al inicio, cuando recién iniciamos y no conocíamos el trabajo como ahora, íbamos con un montón de ímpetu a utilizar directamente pala y tierra para sofocar el incendio. Hoy las condiciones climáticas cambiaron, los incendios son más complicados. Estos dos últimos años han sido los más fuertes. Los vientos han aumentado y la temperatura del ambiente es más alta.
– En realidad no siento temor porque conozco el territorio, dónde puedo protegerme y por dónde puedo escapar, pero el desastre es una zona de guerra: todo negro, la flama roja intensa, animales quemados, insectos achicharrados. Eso provoca mucha tristeza y frustración.
Aún así, el fuego no es el único problema para los Tlalcoyotes. A medida que han pasado los años, cada vez más gente de fuera y dentro de la comunidad se ha dado cuenta de que la venta de madera es un negocio con gran ganancia.
– Los talamontes vienen en más número y armados. En algún momento nos enfrentamos a un grupo de 40. Nos bajaron de la camioneta y nos empezaron a decir que nos iban a matar, que nos iban a quemar. Yo llevaba un arma, pero eran muchos.
¿Y a las balas, les tienes miedo?
– Si. A mi papá casi lo matan una vez porque alguien del ministerio filtró que yo había sido el que puso una demanda a unos taladores que agarramos bajando troncos del bosque. Ya después de eso uno pierde la confianza en las autoridades. Desde que nacieron mis cuatro hijos también he decidido mantener un perfil más bajo, por su seguridad.
– Igual que con el fuego, al principio éramos mucho más impetuosos con los enfrentamientos, pero hoy me queda claro que muchas personas de nuestra brigada somos padres y madres de familia, y hay quienes dependen de nosotros. No puedo arriesgar así a mi gente.
Hasta hace algunos años, los Tlalcoyotes aún realizaban rondines por las madrugadas, pero las emboscadas, los autos incendiados y las balaceras hicieron que cesaran.
Y en un contexto tan violento y peligroso, ¿qué es lo que te motiva para levantarte todos los días a darle otra vez?
– Pensar que lo que defendemos es nuestro territorio. De manera histórica nuestros títulos primordiales(1), que vienen en Náhuatl, especifican que la tierra es nuestra, que fue algo que se ganó para nuestra generación y las que siguen. Y no lo digo en el sentido de la propiedad privada, sino en el sentido de que es nuestra sobrevivencia, de la ciudad y del planeta mismo. Si no hay recursos naturales no va a haber vida.
¿Y si mañana uno de tus hijos te dijera que también se quiere dedicar a esto, lo impulsarías?
– Justo uno de mis hijos acaba de entrar a la brigada. Y sí, sin ningún lío. Yo los he llevado siempre al bosque y el bosque aún tiene mucho que enseñarles. Yo no tendría ninguna complicación. Más bien los impulsaría a abordar el tema desde su educación, que estudien algo que le pueda ayudar a la misma brigada.
– El relevo generacional es muy importante, porque si no son los jóvenes, ¿entonces quiénes le van a seguir con el trabajo? Si la idea es poder forjar una organización social y económica que nos permita vivir del bosque y tomar rienda de nuestro futuro. Estamos en un momento clave para tomar decisiones de hacia dónde queremos ir, y los jóvenes son parte de esa decisión.
¿Cuáles son estas decisiones necesarias para marcar el rumbo?
– Por ahora, tener mejor representatividad ante las instituciones. Es muy frustrante no contar con un interlocutor sensible y con carácter ante las instituciones, que entienda la dinámica y la necesidad de cuidar el bosque. La idea es poder marcar el rumbo de las políticas ambientales de Milpa Alta sin necesidad de que tenga que venir gente de las instituciones, que aparte ni saben del bosque. Ahorita metieron a mucha gente que no tiene ni idea de cómo funciona.
– Todo nuestro trabajo ha sido una batalla de años, mucho esfuerzo y dedicación, pero yo estimo que en tres años las cosas van a ser diferentes, vamos a estar mejor, con posibilidades de poder implementar proyectos honestos y responsables con el bosque.
¿Volverías a elegir ser brigadista si tuvieras la oportunidad?
– Definitivamente sí. Pese al peligro y el cansancio, siempre es chido llegar a casa después del combate, todo mugroso, cansado, con los mocos escurriendo, pero aliviados, con la anécdota en boca lista para contarse.
Notas:
(1) Los títulos primordiales y las composiciones de tierras fueron instrumentos legales con los que se les dio posesión y disfrute de tierras tanto a particulares como a pueblos y comunidades indígenas de México.
Ilustración de portada: Rocío Rojas