Agustina Cabaleiro es una influencer argentina que supo construir una comunidad fidelizada a base de memes, amor propio y moda. Con el activismo gordo como bandera, no se posiciona en un lugar de enseñanza moralista ni de filosofía ortodoxa. Con su sola presencia y algunos interrogantes abre las preguntas a sus seguidores que, incluso, tienen su propio nombre: Online Army. En esta entrevista responde quién es cuando nadie la ve, qué hace y hasta si es posible vivir de Instagram.
Son 287 mil los seguidores de Agustina Cabaleiro (Buenos Aires, Argentina, 1994) al día de escribir esta nota. 273 mil puede sonar como una cifra vacía, pero que en la práctica equivale a llenar casi cuatro veces el estadio de River Plate. Y si bien en el mundo de Instagram todo puede parecer inocuo, Online Mami —así es su user— supo construir una comunidad fidelizada que la acompaña como quien se pone contenta porque a una amiga le va bien. Este logro, a diferencia de otres, no es azaroso ni carece de una causa específica: Agustina, argentina de 26 años, jamás eligió la tibieza como camino y pisó fuerte desde que entendió que su cuerpo también es político y que autodenominarse gorda, cuando siempre fue un insulto, es más una bandera que un agravio. Patear el tablero cuando los engranajes de la historia quieren que todo siga igual es casi tan difícil como revolucionario. Y ella lo hace.
“Persona que está en Instagram y que algunos siguen o se apoyan en”, se describe cuando yo le digo que es una referente para las nuevas generaciones. Lo cierto es que para les pibes que la siguen, verla es como una bocanada de aire fresco entre tanto monotema y moldes preestablecidos que se observan en las redes y en los medios en general. Online Mami muestra su culo, se viste de muchos colores, se ríe de sí misma, es modelo, hace un podcast con una amiga llamado Fuera de Contexto —todas las semanas se reúne con ella y la productora Oiga Podcast para definir las temáticas—, habla sin tapujos de lo que alguna vez le molestó, comparte challenges de astrología y ayuda a que sus seguidores se vistan como siempre quisieron, pero que, por una sociedad que actúa que mira pero no ve, nunca lo pudieron hacer.
Y si bien Instagram es una de de las tantas redes sociales en las que está —también la podemos encontrar en Twitter, en YouTube y en TikTok—, mantiene su marca registrada en todas las plataformas. Con el mismo desparpajo que te milita un outfit para la noche, te habla de lo que le molesta y es eso, para mí, lo que hay detrás de su fórmula perfecta. No le impone a nadie nada, simplemente verla ser te desconfigura las estructuras que cimentan la cultura desde tiempos inmemorables. Sus fanáticos tienen un nombre propio —los llama “online army”— y creo que no hay mejor manera de describirlos que de ese modo: son un cúmulo de personas heterogéneas que encontraron en ella la salida para creer en una realidad mejor, sin idealismos. No hay teoría necesaria cuando hallas en alguien las llaves de las puertas que estuvieron cerradas durante mucho tiempo y a eso, en un mundo sumamente injusto, se le agradece, se le sigue y se le apoya.
Con tanto amor propio imperativo a la vuelta de la esquina, seguir a Online Mami se siente diferente a otros creadores de contenido. Hablamos, mientras vestía pijama y un buzo batik enorme, sobre moda, activismo, ser influencer, su pasado y lo que se viene que, como adelanta, “no tiene que ver tanto con las redes”: “No pasa por estar o no en una red social, sino poder saltar de un lugar a otro, dar cursos, trabajar con marcas, dar consultorías. Si tenés una audiencia fuerte, la audiencia te va a seguir”. Y la army sí que lo sabe: a dondequiera que Agustina vaya, allí estará.
¿Cómo era tu vida previa a convertirte en una referente para las nuevas generaciones? ¿Soñabas con esto?
Mi vida antes de Online Mami, que es charlar con personas sobre lo que viven, era bastante parecida a ahora, en el sentido de que siempre fui una gorda queriendo ocupar espacios. Con siempre me refiero a una vida más adulta, más a los veintilargos que a los 15 o la infancia. Eso fue un cambio que hice más hacia a la adultez cuando me harté un poco de ocultarme y dije: “Si mi cuerpo ocupa más espacio, eso es lo que voy a hacer: ocuparlos”. Aparte porque les molesta y me divierte un poco que les fastidie al resto mi presencia. No por ser Online Mami, mi personalidad o lo que sostengo, sino por ser gorda. Si fuera una gorda con otra personalidad también molestaría y eso me divierte. Cuando sabes que tu presencia molesta, eso te da la espalda para hacer lo que se te canta el culo porque ya estás jodiendo al resto.
Creo que mi vida era bastante parecida a ahora. Soy licenciada en Publicidad y considero que lo que hago es un trabajo de comunicación y marketing. En el sentido de que más allá de mi activismo, me dedico 100% a la creación de contenido, entonces lo que yo estudié en la facultad sobre cómo hacer estrategias de marketing y comunicación es lo que hago ahora en redes. En vez de pensar cómo llegar a más gente para venderles un producto pienso cómo llegar a más gente para contarles un mensaje o para mostrarles mis tips de moda o para decirles que pueden ponerse la ropa que tengan ganas. Igual que ahora, solo que con una plataforma un poco más grande.
¿Creés que las redes son una porción fraccionaria de nuestra realidad o ser influencer es, de algún modo, mostrarlo todo?
Siento que todas las redes son una versión fraccionada de la realidad porque siento que todo lo que mostramos en la vida es una versión fraccionada. Hay mucho prejuicio con las redes; de que esto es una boludez, de que mostrás solo lo lindo y con un filtro, que siento que es la versión más literal de la curación de nuestras propias vidas. Pero en realidad cuando vos le contás algo a tus amigos no estás contando todo, por más que estés relatando algo feo, no estás diciendo todo lo que pasó. Tal vez estás contándolo desde tu punto de vista y eso ya es cierta curación y cierto filtro por el que estás pasando lo que estás viviendo. En Instagram siento que ese recorte es más evidente, es más obvio, porque todos lo hacemos y porque todos entendemos las reglas tácitas de estar en las redes. Cuando entramos en nuestra casa, cerramos la puerta y es muy probable que la realidad sea otra. En mi caso particular trato de ser lo más transparente posible, pero eso también influye o repercute en mi propia salud mental porque hay que bancarse, mostrar todo. Primero es imposible porque necesitás estar en un Gran Hermano, tener una cámara 24/7, pero además elegir contar cosas no tan filtradas, no tan curadas, hace que la gente pueda opinar. Porque si algo está afuera, la gente opina y la gente va a opinar de algo que no es tan lindo y eso puede llevarte a lugares un poco oscuros.
Existe un cierto prejuicio para con los youtubers, instagrammers y tuitstars. Son, sobre todo para el adultocentrismo, trabajos que no se toman en serio. ¿Por qué creés que existe este prejuicio?
Siento que todo lo nuevo incomoda. Siento que todo lo que traiga un cambio incómoda en cuanto a activismo, en cuanto a militancia y también en cuanto a nuevos trabajos, nuevos negocios, nuevos mundillos. Hay una entrevista que le hicieron una vez a un youtuber que no consumo, pero sería bastante tonto de mi parte no reconocerlo como una de las figuras de YouTube más importantes de Argentina y Latinoamérica, que se llama Pedrito VM, donde cuenta que le decían esto de que no es un laburo, que se busque un trabajo de verdad. Los youtubers fueron los primeros golpeados con esta situación de “búscate un laburo honesto”. Los instagrammers nacieron un poco después, pero ya lo habíamos visto en nuestros compañeros youtubers. Una cosa que dice Pedrito es que siente que la generación de nuestros padres o la anterior, los llamados baby boomers, tienen una noción de trabajo ligada al sufrimiento, de darlo todo. Y ese darlo todo no es en pos de estar mejor, sino de darlo todo por sobrevivir, de sufrir, de ver el trabajo como un sufrimiento, de padecer el trabajo, de odiarlo y de entender que es la única manera de existir y de sobrevivir. Y, por lo tanto, no hay espacio para la búsqueda del disfrute, de encontrar la manera de disfrutar el laburo que tenemos e incluso de buscar un trabajo que te guste. Tiene que ver un montón con la historia que atravesaron, los 2000, el 1 a 1, abuelos escapando de las posguerras en Europa. Es el caso de mi abuela, en particular, que tuvo que trabajar cama adentro como personal de limpieza en una casa cuando no tenía para comer. Entonces entiendo que su visión sea esa, pero a nosotros como generación nos une esta cuestión de que obviamente nos vamos a romper el orto y nos vamos a esforzar, sabemos que el laburo es necesario para sobrevivir, para pagar el alquiler y para comer, pero también intentamos buscar el disfrute. Y entendemos que un trabajo puede ser cualquier cosa que nos de plata o que proyectemos que en un futuro nos de plata y nos permita sobrevivir, pero es muy importante o casi igual de importante, si es posible, disfrutarlo y no pasarla mal. Nuestros papás no tienen esa noción y es reloco pensarlo de esa manera. Y siento que este prejuicio existe porque está esa idea de que si no estás sufriendo, si no estás pasándola mal, si no te estás levantando a las seis de la mañana porque este trabajo no tiene los atributos de uno tradicional, no puede ser un trabajo. Cuando en realidad un laburo es cualquier cosa que te dé guita y que puedas hacer sistemáticamente.
“Lo único peor que tener mucho trabajo en este país, es no tener trabajo”, dijiste en una historia en referencia a la situación actual de Argentina. Al mismo tiempo contaste que sufrís de tendinitis de tanto trabajar con el celular. La cuarentena intensificó todo e hizo que no existan límites de tiempo para laburar. ¿Cómo es la vida de un instagrammer? ¿Cómo te organizas para que no sea un laburo 24/7? ¿Qué es lo que más te gusta y lo que menos te gusta de serlo? ¿Se puede vivir de Instagram en Argentina?
Sí, laburo mucho, considero que laburo demasiado, no me quiero quejar por esto que digo de que lo único peor que tener mucho trabajo en este país, es no tenerlo. Entonces no me voy a quejar porque es el laburo que amo, es el laburo para el que estudié y considero que, según mis propios parámetros, me va bien. Pero sí me duele la mano, la espalda y el cuello todo el tiempo. Soy más creadora de contenido porque hago un poco de todo: estoy en Instagram, en YouTube, en Twitter, hago podcasts. Me organizo, pero igual estoy 24/7 porque esta pequeña computadora que tenemos en la mano, que es el teléfono, es una bendición y también es la muerte. Entonces estás todo el tiempo quieras o no pensando en eso, absorbiendo nueva data para después aplicar o midiendo o respondiendo mensajes o WhatsApps. Lo bueno de internet es que todo llega rápido, pero lo malo de internet es que todo llega rápido. Entonces la gente no entiende que no te puede mandar un mensaje de Whatsapp a las ocho de la noche de un jueves.
Lo que más me gusta es todo: puedo armar estrategias y puedo crecer, puedo hacer una nueva cosa distinta cada día que no podría si tuviera un laburo de oficina. Y lo que menos me gusta es estar al pie del cañón todo el tiempo porque pasa algo distinto y se te descajeta todo en un segundo, en un segundo puede cambiar tu vida para bien o para mal. Pero la realidad es que sí, se puede vivir de esto. Si sos inteligente se puede vivir.
Durante mucho tiempo la palabra gorda fue un insulto en tu vida. “Toda mi vida busqué sinónimos al adjetivo para que me molestara menos”, contaste en un post. Sufriste el peso del bullying y la idea impuesta por esta sociedad en la que el cuerpo es visto como una materia en transición, algo que uno siempre añora que cambie para que pase a ser otra cosa. ¿Cuándo fue que no quisiste cambiar más y cómo lograste que la palabra gorda dejase de ser una ofensa para pasar a definir tu identidad?
Fue un proceso súper largo. Siento que hubo momentos en mi vida que fueron quiebres y que formaron la persona que soy hoy. Dieron el puntapié inicial para la persona que soy hoy o en la que me estoy convirtiendo porque claramente no llegué a mi último estadío. Voy a seguir cambiando y voy a seguir creciendo, tengo 26 años solamente. Hay días en los que te vas a levantar y te vas a sentir horrible y hay días en los que te vas a sentir más o menos bien, otros en los que te va a dar todo lo mismo. Es clave entender que vivimos en una sociedad patriarcal, donde hay un montón de reglas de belleza y hay algunas peores que otras para romper. Pero es algo impuesto que nos enseñan y hasta lo que buscamos en otras personas para enamorarnos o para tener sexo también son cosas aprendidas, por más que estén sesgadas por nuestras propias experiencias. Una vez que sentí eso, aproximadamente a mis 16 años, fue que me dejó de pesar tanto. Ese proceso empieza para adentro con una misma y después hay que formar una estructura fuerte porque la opresión o el trato de la gente que está afuera va a seguir siendo el mismo. Te quieras o no te quieras, te ames o no te ames, vas a seguir teniendo los mismos derechos y la gente te va a seguir tratando como una gorda. Entonces es necesaria esa base, pero sigue siendo difícil para afuera.
Los feminismos han puesto en primera escena una serie de transformaciones que incluyen, entre otras, romper con el molde hegemónico de los cuerpos. Hoy en día abundan discursos de aceptación personal y de empoderamiento femenino, incluso adueñados por personas sumamente hegemónicas que nos invitan a aceptarnos desde un lugar de privilegio. Tras esos discursos, la aceptación como imperativo individual empezó a incomodar y a confundir. Lo que más me gusta de tu cuenta es que no grita un “YO ME ACEPTO” esperando que eso indudablemente sea un “ACEPTATE VOS TAMBIÉN, ENTONCES”. ¿Cómo se inspira a otres cuando la meritocracia atenta contra lo colectivo?
Lo que yo siento en particular con lo que está pasando ahora con el amor propio es que se volvió una regla más que tenemos que cumplir por ser mujeres. Se volvió otro mandato nuevo a todo lo que tenemos que hacer por ser mujeres. Tener un marido, tener hijes, tener una casa, tener un trabajo pero no ganar más guita que tu compañero varón… Y obviamente ser muy bellas, ser sensuales, estar empoderadas. Siento que la nueva regla es estar empoderadas a través del amor propio y aceptar y amar cada parte de tu cuerpo, algo que me parece hasta ridículo porque es imposible amar cada parte de tu cuerpo. Hay cosas que no tienen sentido amar porque están ahí y no hace falta amarlas tampoco. En cuanto a los privilegios, es muy complejo de delimitar dentro del movimiento de mujeres o el feminismo quién puede y quién no puede, quién es privilegiada y quién es oprimida, como si todo fuera blanco y negro, cuando en realidad todas vivimos sometidas bajo las reglas del patriarcado. El tema es que el patriarcado, por más que todas suframos, no nos entiende de maneras iguales porque las gordas no calificamos ni como mujeres muchas veces. Y esto se ve en un montón de pequeños latiguillos y situaciones en las cuales ser gorda es distinto que ser mujer y no ser gorda. Por ejemplo, cuando a un varón le dicen que es un comegordas. O cuando sos mamá cumpliendo el mandato de ser madre, pero prefieren que una gorda no se reproduzca, cuando intents ser mujer hasta según sus reglas y eso también está prohibido para vos. Es como si estuvieras un escalón más abajo.
Tenemos una ley de talles en Argentina, pero todavía no entramos en los jeans, en los vestidos, seguimos siendo una góndola aparte en los locales argentinos e internacionales. ¿Cómo se llega a una verdadera inclusión y cuánto creés que influye la industria de la moda en el odio hacia nuestros cuerpos?
Sí, pero no está reglamentada. No se puede reclamar algo que todavía no se sabe cómo se aplica. Sin embargo, es verdad que somos una góndola aparte y que conseguir talles es complejísimo. Creo que la verdadera inclusión es un camino muy largo. La ley de talles es solamente el principio, también necesitamos un trato digno en un local, necesitamos que todas las prendas estén en todos los talles, necesitamos que las campañas de moda y los catálogos tengan chicas de todos los cuerpos, de todas las alturas, de todas las capacidades, de todos los géneros, de todas las orientaciones sexuales, de todas las etnias, de todos los colores y todos los tamaños. Y siento que la industria de la moda influye porque es el único arte del cual no podemos escapar porque vos podés decir: “Okay, no me gusta ir al museo a mirar pintura, porque no me gusta pintar, mirar series, ver películas, escuchar música”. Podés escapar a todas esas ramas del arte, pero la moda es un arte del cual no podés huir porque por más que le prestes atención o no, te guste o no, encuentres tu talle o no, tenés que acceder a ese arte para tapar tu cuerpo del frío, para disfrazarte de ciertas situaciones sociales que tienen una etiqueta, necesitas un vestido para ir a un lugar en el que no podés caer con un jogging. La forma en la que elegimos vestirnos dice algo de nosotros y más cuando estamos creciendo en la adolescencia y en la niñez que es cuando empezamos a elegir lo que nos gusta, lo que no, qué prendas queremos usar, qué colores sí, qué colores no. Es un proceso de desarrollo de la identidad que nos negaron y eso arranca mucho más tarde o ni siquiera arranca, y tiene repercusiones en los adultos en los cuales nos terminamos convirtiendo.
Si pudieras eliminar una prenda del closet de todo el mundo, ¿cuál eliminarías?
Eliminaría las prendas talle único. Todas las prendas que sean talle único y todas las personas.
Tenés un grupo muy fidelizado que te sigue a todas partes y te acompaña en sorteos, actividades y proyectos. Hay algo del fandom que en estos últimos tiempos se volvió extremadamente virtual y que ya no tiene que ver con mucha gente que está en la puerta de tu casa para sacarse una foto con vos. Ahora hay intercambio de mensajes, respuestas positivas, shares, encuentros virtuales. ¿Cómo te imaginas a tus seguidores y por qué creés que la comunidad se volvió tan grande al punto de que ya tienen un nombre para definirse? ¿Y a los haters, cómo los imaginas?
Creo que hay algo de internet que nos hace más cercanos, nos hace acercarnos más y nos hace alejarnos más también. Es verdad, quizás no hay gente en la puerta de mi casa (lo que sí, a veces me piden fotos en la calle y es extraño), pero igual me genera una cercanía de poder sentarte a charlar con el otro por Instagram, de mandarles un tuit, que te manden un meme como si fueran tus amigos y que te digan “che, boluda, vi este meme y me acordé de vos” o “che, este video es horrible. ¿Qué te parece?”.
Me los imagino, con mi mente de publicista, muy a lo target: pienso en una chica como yo, porque creo que mi plataforma es un lugar para chicas como yo, que hasta este punto no encontraron su lugar, aunque me parezca una banda decirlo así. Las mismas pibas me empujaron ahí porque nunca pensé a Online Mami como un producto, nunca dije tipo “che, voy a hacer activismo, voy a empezar a hablar de esto”. Un poco surgió de la nada y las pibas me empujaron a ese lugar.
A los haters me los imagino como unos boludos de mierda. Así como el fandom es diverso, los haters son súper diversos: gente grande, gente chica, son mujeres, son varones de diferentes ambientes, de diferentes lugares. Todos tenemos un gordoodiante adentro y no se esfuerzan en nada en esconderlo.
Hace poco recreaste una escena de Euphoria interpretada por Barbie Ferreira en la que habla de ocupar espacios siendo gordas. Vimos cómo vos también eras fan de une otre y finalmente todo eso llevó a que tu post se viralizara y llegara a la mismísima actriz. A la par te vimos ocupar las calles con publicidades en las que el orgullo gordo era el preponderante. Vos, a diferencia de otros influencers, tenés eso de ser como una amiga genuina a la que le pasan cosas y que también desea otras. ¿Cómo lidias con esas dos caras: la de ser fan y la de también tener fanáticos?
Siento que cada uno hace lo que puede y siento que el hecho de no mostrar tanto lo bueno y lo malo no es una cuestión de: “Me voy a hacer el capo y voy a mostrar solamente lo lindo porque me parece que eso es lo que va”, sino porque hay que estar bien de salud mental para, de repente, mostrarte tal cual sos y bancarte todo por las redes, hay gente muy chota ahí afuera. Y sobre ser fan y fanática… No sé si tengo fans, me parece una banda, pienso que son mi army, a veces hasta les digo mis hijos de internet porque un poco hasta los cuido, onda “tomá agua, leé esto, ¿cómo te sentís al respecto de tal cosa?, te recomiendo esto”. No sé si es que te busco una solución a algo o doy un puntapié inicial a algo que te pasa con vos mismo o con una ropa que no encontrás, pero todos tenemos referentes que admiramos y me parece que es re lindo. ¿Quién te creés que sos si no tenés un referente o no admiras a alguien?
Hay algo de desprejuicio, risa, desparpajo y humor en vos que hacen que tu contenido sea diferente. Es como si nos invitaras a que dejásemos la vergüenza que nos impusieron desde siempre de lado. ¿Qué es la vergüenza para vos?
Siento que la vergüenza, en particular para los cuerpos gordos o para las chicas con cuerpos gordos, para las gordas, parece como el destino inequívoco, ¿no? Parece que es lo que nos toca por ser gordas y que nos va a pasar toda la vida y que no hay escapatoria. Es como la gran traba de que si no existiera la vergüenza podríamos hacer de todo. No es tan así porque aparte de no sentir vergüenza, en realidad deberíamos vivir en una sociedad más igualitaria. No sentir vergüenza no te salva de conseguir un talle o no, te ayuda a ponerte esa prenda solamente. Pero siento que la vergüenza en particular para nosotras fue la traba para vivir nuestra vida y por eso me gusta como no dejarme en vergüenza, pero hasta te diría que exponerme un poquito de más e incomodar al otro.
¿Qué pasaría si la Agus niña se encontrase con la Agus grande hoy? ¿Qué se dirían?
Creo que le diría que va a estar todo más o menos bien. Que va a pasar por cosas medio complejas, pero que más o menos va a estar todo bien.
Hoy está todo más o menos bien. Para ella y para muchas otras que la siguen también.
Ilustración de portada: Alma Ríos.