En América Latina existen por lo menos 522 culturas que han sufrido memoricidio de una u otra manera. Este fenómeno ha destruido y borrado gran parte de las tradiciones y cosmovisiones de los pueblos nativos de la región. No obstante, en los últimos años han aparecido nuevos proyectos académicos y comunitarios para rescatar aquellas prácticas y conocimientos locales que suelen quedar fuera de la gran “Historia Universal”.
“Hay mucha historia de nosotros los mayas que no tiene imagen, pero la imagen somos nosotros”. La frase es de Leydy Pech, una mujer y activista ambiental maya que participó hace unas pocas semanas en el Encuentro de Conocimientos Indígenas y Tradicionales, celebrado en la ciudad de Sotuta, en el estado mexicano de Yucatán.
En 2020, Leydy Pech recibió el Premio Goldman, el galardón más importante que puede recibir cualquier activista ambientalistas. Lo ganó luego de enfrentarse a Monsanto, el gigante de las semillas modificadas y la producción industrial, cuyas fumigaciones contaminan terrenos más allá de sus sembradíos de soja, afectando el aire y la salud de plantas y animales.
Pech vino al Encuentro… junto con su colectiva, Muuch Kambal (Campeche, México) y otras activistas de la Península de Yucatán para hablar sobre la memoria de su pueblo, incluyendo aquella que ha sido destruida a lo largo de los siglos por manos externas. No fueron las únicas que hablaron al respecto. Durante una semana, otra treintena de personas de todo el mundo, fundamentalmente investigadores, archivistas y activistas, participaron en conversatorios, talleres y presentaciones artísticas para aprender más sobre el fenómeno del memoricidio.
En América Latina existen por lo menos 522 culturas que han sufrido memoricidio de una u otra manera. Este fenómeno ha destruido y borrado gran parte de las tradiciones y cosmovisiones de los pueblos nativos de la región. No obstante, en los últimos años han aparecido nuevos proyectos académicos y comunitarios para rescatar aquellas prácticas y conocimientos locales que suelen quedar fuera de la gran “Historia Universal”.
Pero, ¿qué es exactamente el memoricidio?
En su definición más literal, el memoricidio es matar a la memoria, algo que se manifiesta en la quema de libros, la criminalización de tradiciones o saberes ancestrales, la disminución de hablantes de una lengua y el desplazamiento de un tipo de conocimiento, historia, estilo de vida e identidad para darle paso a uno más homogéneo.
Tomemos como ejemplo los hitos del memoricidio en México: en 1521 los conquistadores españoles llegaron a Teucalco, la casa del tesoro, sacaron todos los objetos que tenían valor para la cultura de Tenochtitlán y les prendieron fuego. O el 12 de julio de 1562, cuando los españoles incendiaron los Códices Mayas en Maní, Yucatán: todo aquello que relataba la identidad y la historia del pueblo maya ardió.
¿Por qué se mata la memoria de un pueblo? ¿Cuál es la ganancia y para quién?
El investigador argentino Edgar Civallero tiene un ensayo sobre el memoricidio durante el siglo XX en el que explica que destruir la memoria despoja a las personas de su principal herramienta de identidad, lo que les permite darle un sentido al presente. Por eso, la quema o el robo de archivos, libros y documentos de una cultura ha sido parte de las estrategias de guerra.
Pero no es tan simple como decir que la colonización acabó con la cultura y el conocimiento indígena y borró toda su historia. Civallero mismo matiza en su ensayo que el memoricidio no significa olvido, “sino una enorme perturbación en las cosmovisiones, que alteró la totalidad de las relaciones sociales de los pueblos indígenas”.
¿Cuánto de su memoria ha perdido América Latina?
Más de la mitad de la memoria escrita de los pueblos originarios de América Latina ya no existe. Pero el memoricidio no es solo un momento particular de la historia sino un exterminio progresivo: la quinta parte de las poblaciones de América Latina y el Caribe ha perdido su idioma en las últimas décadas y el 26% de las lenguas de la región está en peligro de extinción.
A eso se le suman los bibliotecarios y archivistas que fueron asesinados durante guerras y dictaduras. El memoricidio sigue vigente en el saqueo de urnas, piezas arqueológicas, obras, labrados y documentos de la región latinoamericana. No es solo lo que se ha perdido, es lo que todavía hoy se intenta rescatar.
¿Qué consecuencias ha tenido el memoricidio en la región?
Como todos los conocimientos, los saberes tradicionales evolucionan y desarrollan nuevas comprensiones. Sin embargo, en muchos casos su desplazamiento ha provocado que queden obsoletos y no sigan el ritmo de los contextos sociales, económicos y medioambientales: “Hay que permitir que los conocimientos tradicionales sean dinámicos, indica la organización Imaginando Futuros.
Además, en muchos casos ese conocimiento no es reemplazable con el globalizado. El conocimiento indígena es resultado de una interacción con el entorno inmediato, el microclima, la disponibilidad de recursos, estructura social y económica. Así como no podemos romantizar los saberes, tampoco podemos pretender que no son fundamentales para entender los contextos híperlocales.
¿Cómo nos afecta esto hoy?
El memoricidio provoca la pérdida del conocimiento específico de las tierras, aguas, sistemas alimentarios, cultura y conocimientos de un lugar. La organización Imaginando Futuros concluye que para las comunidades indígenas la consecuencia ha sido el desplazamiento y el desastre porque la pérdida de esa memoria ha criminalizado prácticas como la lengua, la partería y el cultivo.
Hoy el memoricidio se manifiesta de otras formas que no son la quema de libros o documentos (porque de eso queda poco), sino en el desprestigio y criminalización de los saberes y el despojo de la tierra.
Durante el conversatorio con las activistas mayas, ocho pobladores del pueblo de Sitilpech -a una hora de distancia de Sotuta- fueron procesados por el gobierno estatal por defender el agua de su comunidad. Un par de días más tarde, millones de abejas aparecieron muertas en Hopelchén, Campeche, debido al uso de agroquímicos, a pesar de que las comunidades llevan décadas documentando y denunciando el peligro de estas sustancias tanto para las personas como para los cultivos y abejas nativas.
¿Qué se está haciendo en LATAM para rescatar (o al menos evitar que siga desapareciendo) todo este conocimiento?
Olin Moctezuma Burns es una doctorante mexicana que coordina el proyecto “Archivar viviendo: el camino de la comida en Sotuta”, en el que participan 12 personas del pueblo. Dice que no se puede restaurar el pasado pero sí intentar que la historia del presente sea más diversa.
Eligió este municipio en específico porque Sotuta era un centro de resguardo de manuscritos mayas. Recetarios y documentos que estaban prohibidos y en peligro de desaparecer fueron escondidos aquí durante la Colonia. Actualmente, la mayoría está en Estados Unidos.
El trabajo que han hecho las personas del proyecto le ha mostrado que la memoria puede tomar formas muy distintas para preservarse, más allá del documento escrito o la tradición oral. Por ejemplo, una de las participantes, Cristina Chuc Caamal, hace muñecas que tienen bordados los alimentos que crecen en su solar cada mes; Argimira Jiménez registra el proceso de la cosecha del maíz con hilo contado y Wilma Ester Chuc borda un diario de lo que ve en Sotuta. Es el espacio doméstico, dice, donde se resguarda y transmite la memoria que todavía está viva.
Varios kilómetros más al centro del país, en Milpa Alta, Ciudad de México, el proyecto “Del Baúl al espacio digital” resignifica los archivos familiares para la reconstrucción histórica de un pueblo.
Se trata de un archivo conformado por colecciones de 26 familias. Fotos, actas, credenciales, documentos de la herencia familiar son restauradas, limpiadas, digitalizadas y clasificadas bajo criterios archivísticos para ponerlas a disposición de la comunidad y la academia. De la foto de una abuela se puede extraer información de la milpa, del vestido de la época.
Verónica Briseño, representante del proyecto de Milpa Alta, comenta en entrevista:
“En los pueblos de Milpa Alta hay una figura de autoridad que ha funcionado por lo menos en el último siglo. Sin embargo, no aparece en la historia institucional del Distrito Federal. No está en la legislación, no hay una sola acta de cabildo, no hay registro en el Archivo Histórico. Muy probablemente esos archivos se perdieron en el periodo revolucionario cuando los pueblos de mi infancia fueron quemados una y otra vez por ambos bandos. Y al Estado, esa memoria no le ha representado un interés”, dice.
¿Para qué rescatar la memoria?
La reivindicación de una identidad también es una de las razones por las cuales surgen proyectos que rescatan la memoria y los saberes locales. En Moravia, un barrio colombiano de migrantes originado por desplazamientos forzados y violencia, un grupo de mujeres propone a los archivos como “artefactos para la defensa de los derechos”.
Prácticas de tejido, fotografías históricas, recursos audiovisuales, historias orales y prácticas espaciales forman parte de este “archivo vivo” que funciona como la resistencia a amenazas de desalojo.
En Arequipa, Perú, el vulcanólogo peruano Rigoberto Aguilar y la geógrafa francesa Julie Morin mezclan los saberes locales y el conocimiento de los canteros (artesanos que han labrado históricamente el Sillar, una roca volcánica) con las investigaciones científicas contemporáneas para comunicar los peligros geológicos de la zona a la población de manera sencilla, didáctica y científica.
“Los talladores del sillar, además de realizar las esculturas, hacen guiados a los visitantes. Informan datos científicos en su propio lenguaje y les permite empoderarse y saber que la información que comparten tiene validez y sirve como un punto para poder educar a otras personas. Han hecho tallados de la historia que generó la roca y hay cosas que han ido aprendiendo, replicando y enseñándonos a nosotros”, dice Rigoberto Aguilar en entrevista.
El memoricidio sistemático de los pueblos originarios no ha sido suficiente para acabar con el conocimiento ancestral. Para las personas entrevistadas la restauración de esa memoria implica dignificar culturas que hoy resisten las consecuencias de ese borrado, pero Leydy Pech, en su conferencia magistral, concluye que esa batalla contra la historia “no está perdida porque estamos vivos”.
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