En las últimas décadas, varias fronteras latinoamericanas han sido militarizadas o intervenidas para evitar el ingreso de personas migrantes. En algunos casos, esto ha implicado la construcción de muros fronterizos.
Diseño de portada: Rocío Rojas
Si eres de América Latina y lees la palabra “muro”, seguramente piensas en el que Donald Trump empezó a construir entre Estados Unidos y México para disminuir la migración irregular por la frontera sur.
Actualmente existen más de 60 muros fronterizos en todo el mundo sin que hasta el momento ningún Estado haya sido sancionado por ello. Pero, contrario a lo que pueda creerse, el de Trump no es el único en América Latina.
En las últimas décadas, la idea errónea de que las personas que migran de manera irregular son una amenaza para los países de destino ha ganado terreno desde el norte de México hasta la Patagonia argentina. Varias fronteras han sido militarizadas o intervenidas para evitar el ingreso de personas migrantes. Y al igual que en Estados Unidos, la justificación suele ser “la defensa y protección de la nación”, sin importar los derechos humanos de quienes buscan una vida mejor.
En algunos casos, esto ha implicado la construcción de muros fronterizos.
¿Muros dentro de América Latina?
Sí.
Como en República Dominicana, por ejemplo. El pasado mes de febrero, el gobierno de ese país inició la construcción de un muro en su frontera con Haití, sumergido en una profunda crisis económica, política y de seguridad.
El presidente dominicano, Luis Abinader, ha dicho que el objetivo es detener el flujo migratorio de haitianos, además de combatir al narcotráfico y la venta ilegal de armas. Solo en 2022, República Dominicana ha realizado 85 mil 780 deportaciones.
Esta muralla de hormigón, que abarcará 160 km, tendrá cuatro metros de altura y contará con 19 torres de vigilancia, tendrá un costo de alrededor de 30 millones de dólares.
En octubre pasado, Abinader dio a conocer la compra de vehículos blindados, helicópteros y aeronaves de vigilancia como otras medidas para “la defensa del país”. Pese a las protestas de activistas y organizaciones dominicanas de derechos humanos, esta “Verja Perimetral Inteligente” ya cuenta con 3.2 kilómetros en la zona de Jimaní.
Pero hay más. En 2014, Argentina comenzó la construcción de un muro fronterizo de cuatro kilómetros y cinco metros de altura entre la ciudad de Posadas y la paraguaya Encarnación, como una supuesta obra de mejoramiento vial que serviría, a la vez, para evitar el contrabando.
Aunque más de ocho mil personas firmaron una petición en Change.org para detener la construcción del muro, a cargo de la Entidad Binacional Yacyretá (EBY), todo fue en vano.
Eso sí: en 2019, después de ser intervenido artísticamente, este muro ganó el récord Guinness a la superficie más grande del mundo pintada con lápiz negro, un hecho que los ejecutivos de EBY presentaron como una muestra de afecto entre ambos países para intentar acallar las molestias de quienes lo consideran discriminatorio.
Por último, en 2017 Ecuador empezó a construir uno entre su municipio Huaquillas y la localidad peruana de Aguas Verdes. Este muro fronterizo provocó el rechazo de los habitantes de los territorios involucrados, quienes lo compararon con el de Trump.
Pero también de la Cancillería de Perú, que lo señaló como una falta a los Acuerdos de Brasilia de 1998, en los que Ecuador se comprometió a dejar un espacio libre de 10 metros del lado derecho de Zarumilla, canal que separa las naciones. Tras el conflicto diplomático, Ecuador accedió a paralizar la obra el mismo año de su construcción.
Ok, pero ¿puede decirse que Trump influenció el crecimiento de este fenómeno en la región?
Adam Isacson, director para Veeduría de Defensa de la Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA, en inglés) comenta que es posible que la decisión de República Dominicana haya sido inspirada en las acciones de Trump, ya que, al igual que en Estados Unidos, este proyecto está asociado a la derecha política.
Jacques Ramírez, doctor en Antropología Social y especialista en migración latinoamericana, coincide con que hay un resurgimiento en América Latina de grupos de extrema derecha que replica localmente los discursos xenófobos y excluyentes contra las mujeres y la comunidad LGBTIQ+ de Trump.
“Nos debería alarmar que se trata de dirigentes de partidos políticos que sí tienen una repercusión en el escenario de la región, como el presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, o los exmandatarios de Argentina, Mauricio Macri, y de Chile, Sebastián Piñera”, dice.
¿Y todo eso para evitar la llegada de personas migrantes?
En esencia, sí, pero Ramírez afirma que la construcción de muros fronterizos también está relacionada con el desarrollo de la identidad nacional tras la consolidación de los Estados-nación y la consecuente aparición del “otro”.
“En el despertar del siglo XXI, Sudamérica era un territorio de libre movilidad”, explica. “Pero más adelante ocurrieron algunos hitos que fueron modificando esa situación. Uno de los primeros fue el flujo de personas caribeñas por el continente, muchos atraídos por la demanda de mano de obra para el Mundial de fútbol de Brasil. La alerta de los gobiernos estalló con el flujo venezolano, que, ante la dificultad para llegar a los países del norte, transformó a Colombia, Perú, Chile y Ecuador en países receptores. A partir de entonces, los Estados empezaron a tomar medidas”.
La construcción de muros ha sido una de esas medidas, pero no la única. Quienes atraviesan la frontera de un país de manera legal o irregular encuentran otros “muros” de xenofobia social y gubernamental.
Los obstáculos para acceder a la educación, un trabajo digno y la seguridad social, o bien para ejercer su derecho a una vida libre de discriminación y violencia, suele obligarlos a re-emigrar hacia países menos hostiles.
¿Hay más muros de los que deba saber?
Sí. En América Latina también existe la aporofobia, es decir, el rechazo hacia las personas pobres o desfavorecidas.
De acuerdo con el Informe de Desarrollo Humano de 2021 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), América Latina y el Caribe es la segunda región más desigual del mundo, una donde “mientras 105 multimillonarios tienen un patrimonio neto combinado de casi 447 mil millones de dólares, dos de cada diez personas aún tienen carencias alimentarias”.
Así, asentamientos, favelas y barrios marginales son vistos en ocasiones no sólo como un problema social, sino también estético. Esto ha llevado a la construcción de muros internos que, si bien no pretenden evitar un desplazamiento humano, sí hacen una división visual y espacial entre personas de diferentes estratos económicos.
Es el caso del conocido como “el Muro de la Vergüenza”, en Lima, Perú, construido entre la década de 1980 y 2012. Este paredón, que se extiende por diez kilómetros, separa a la clase alta de la urbanización Las Casuarinas, en el distrito de Santiago de Surco, de quienes residen en Pamplona Alta, una zona de San Juan Miraflores donde se agrupan varios asentamientos.
Mientras los habitantes de Las Casuarinas viven en casas con piscina valoradas en millones de dólares, del otro lado del muro cerca de 60 mil personas se enfrentan diariamente a la escasez de agua y otras carencias.
Una situación similar ocurre en la Ciudad de México, en el municipio de Naucalpan, donde varios barrios marcados por la precariedad se encuentran contenidos por un muro de tres metros que rodea al imponente proyecto de urbanización Bosque Real Country Club, que incluye su propio campo de golf.
Y en el centro de Buenos Aires, Argentina, hay otro muro de más de dos metros de alto construido por el Estado para evitar que el barrio marginal Villa 31, cercano a los exclusivos Recoleta y Puerto Madero, continuara expandiéndose.
También hay otro ejemplo al norte de la capital que evidencia las profundas desigualdades del país suramericano. Ahí se encuentra San Isidro, una localidad que el gobierno promociona como “una ciudad que late a ritmo de las grandes urbes sin perder la cadencia del pueblo chico”.
Mientras las guías turísticas resaltan sus museos, centros comerciales, casas con piscina y grandes áreas verdes, hay sectores donde sus paredones forman un muro que separa a sus habitantes de La Cava, un barrio humilde de pasillos angostos y graves problemas de infraestructura históricamente desprotegido por el Estado.
“Se habla de urbanización, pero lo que hacen son barreras para esconder las construcciones que hacen las personas de manera no planificada”, dice Silvia Saravia, Coordinadora Nacional del Movimiento Barrios de Pie, sobre lo que sucede en Argentina, aunque su descripción sirve para toda América Latina. “Los muros son la expresión del fracaso del sistema para resolver los problemas esenciales y reales de la gente”.
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