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Colombia lleva ya tres semanas de movilización social. El Paro Nacional de 2021 nació del rechazo a una propuesta de reforma tributaria, presentada por el gobierno, que empobrecería a la población. Si bien la presión de la movilización social logró tumbar la reforma, la gente, en especial los jóvenes, siguieron saliendo a la calle como un reclamo al derecho a la protesta social y como respuesta a la brutalidad policial. La respuesta del gobierno ha sido la estigmatización de los jóvenes que se han movilizado y su consecuente represión.


 

“Puede pasar lo peor para todos, muchos podemos morir
porque ahorita en Colombia el solo hecho de estar en la calle y
uno ser joven es arriesgar la vida. Todos podemos morir,
pero, ¿uno cómo va a dejar a su pueblo?,
¿uno cómo no va a salir a marchar mañana 5 de mayo? No puede.
Toca asumir que, si toca irse, toca irse. Ojalá el espíritu nos guíe y
nos cuide para que podamos sobrevivir para crear un mundo nuevo”,
Lucas Villa.

 

Lucas Villa tenía 37 años y era estudiante de ciencias del deporte en la Universidad Tecnológica de Pereira. Lucas recibió ocho balazos el 5 de mayo en una de las jornadas del paro nacional en Colombia en esta ciudad del eje cafetero. Esos ocho disparos le quitaron la vida seis días después. Lucas Villa no murió, a Lucas lo mataron.

Así como mataron a Lucas, también asesinaron a Santiago Murillo el 1 de mayo cuando regresaba a su casa, en la ciudad de Ibagué. Santiago era un pelado de 19 años, era hijo único. 

En Popayán, una ciudad del sur del país, una joven de 17 años se suicidó en la madrugada del 14 de mayo luego de haber denunciado en sus redes sociales haber sido violada por cuatro policías, que en la noche anterior la llevaron a rastras a una Unidad de Reacción Inmediata (URI). Ese mismo 14 de mayo, en esta misma ciudad,  Sebastián Quintero salió a protestar. Tenía 22 años, estudiaba Ingeniería informática. Una aturdidora del Escuadrón Móvil Antidisturbios (ESMAD) impactó en su cuello. El ESMAD lo asesinó.

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***

 ¿Cómo narrar el horror? En Colombia somos expertos en eso, décadas de conflicto armado nos han hecho conocer tragedias casi inenarrables y dolorosamente cotidianas para muchos, para millones que se han encontrado con la guerra de frente. Quienes nos hemos dedicado a entender, estudiar, leer, escuchar y narrar estos horrores nunca nos acostumbramos a estas historias de dolor, no es cierto que a uno le “crezca callo” o que la indiferencia vaya ganando espacio.

Con el proceso de paz, millones de colombianos volvimos a tener esperanza en este país, volvimos a creer en un futuro diferente, que era posible vivir sin un conflicto armado, que no estábamos destinados a vivir un futuro violento. La esperanza nos duró poco, nos duró lo que se demoró en llegar al poder el candidato de un partido político que durante la campaña presidencial se empeñó en repetir la consigna: “haremos trizas los acuerdos de paz”.

 Y han hecho trizas los acuerdos, 62 líderes sociales y 23 firmantes de la paz han sido asesinados en lo que va de 2021, según el registro que lleva el Instituto de Estudios para el Desarrollo y la Paz (INDEPAZ). No contentos con destruir una paz que ya era frágil, están haciendo trizas el país.

Para el gobierno de Iván Duque la pandemia fue un alivio, un respiro del malestar social que a finales de 2019 sacó a miles a la calle para protestar en contra de medidas económicas que afectarían a los pensionados, a los jóvenes, a los estudiantes y a los trabajadores, prácticamente a todo el mundo; en contra de la corrupción; a favor de la implementación de los acuerdos de paz firmados con las antiguas FARC, y para defender a los líderes sociales perseguidos y amenazados. El 21 de noviembre de 2019 fue la fecha convocada para iniciar el paro nacional en el país, un día después, el 22 de noviembre Duque sacó el ejército a la calle y decretó el toque de queda. A las protestas legítimas, mano dura. A la movilización social, garrote y bala. La llegada del coronavirus al país silenció las calles, paralizó la protesta social, pero meses más adelante, volvimos a salir, ya la pandemia era el menor de nuestros males.

La madrugada del 9 de septiembre de 2020 Bogotá amaneció con la noticia de la tortura y posterior muerte del abogado Javier Ordoñez por parte de la fuerza pública. Javier recibió múltiples descargas de electricidad con pistolas taser, activadas por dos policías. No hubo súplicas que valieran y Javier fue trasladado por los policías a un CAI (Comando de Acción Inmediata) del barrio Villa Luz, ubicado en el noroccidente de Bogotá, en donde lo dejaron morir; al centro hospitalario llegó sin signos vitales.

El caso generó la indignación de los ciudadanos, que salieron ese mismo día a protestar en contra de la brutalidad policial. Varios CAI de Bogotá fueron incendiados, lo mismo sucedió en el municipio colindante de Soacha, en Medellín y Cali. La jornada terminó con 13 personas asesinadas, al día de hoy la impunidad reina en esos casos y pareciera que el pacto de silencio que impera busca proteger a los superiores que dieron la orden de disparar a matar.

¿Qué sucede en un país donde el coronavirus es lo de menos?

Regresamos a las calles el 28 de abril de 2021. La propuesta de reforma tributaria, que pretendía empobrecer aún más a los colombianos, a través del aumento de la base para los impuestos sobre la renta, el cobro de IVA a productos básicos, a los servicios públicos y a los servicios funerarios, desató el rechazo de la población. A la incertidumbre que venía de tiempo atrás se sumaron la rabia, la indignación y el descontento, que ya rondaba en la vida de muchos. 

Según el Departamento Administrativo Nacional de Estadística (DANE) 2020 cerró con una tasa de desempleo de 15,9%, 5,4 puntos porcentuales más en relación con 2019. En 2021 el panorama no ha mejorado, “para el mes de marzo de 2021, la tasa de desempleo fue 14,2%, lo que representó un aumento de 1,6 puntos porcentuales comparado con el mismo mes del 2020 (12,6%)”. Si a estas cifras juntamos la tasa de desempleo de la población joven tenemos ya un caldo de cultivo para la movilización social. El desempleo en los jóvenes “se ubicó en 23,9%, registrando un aumento de 3,4 puntos porcentuales frente al trimestre enero-marzo de  2021 (20,5%)”

 Aunque la presión de la movilización social logró tumbar la reforma tributaria el 2 de mayo, tuvieron que pasar ocho días más para que Duque se sentara a negociar, por primera vez, con el Comité Nacional del Paro, conformado por colectivos de trabajadores, docentes y estudiantes. En esa reunión del 10 de mayo no se llegó a ningún acuerdo. Una segunda ronda de reuniones, entre el gobierno y el Comité Nacional del Paro, se inauguró  el pasado 16 de mayo, sin la presencia del presidente Duque. La ausencia del primer mandatario en esta reunión ya era un mensaje claro para la contraparte. Las organizaciones solicitaron parar la violencia oficial y garantizar la vida de los ciudadanos como un punto fundamental para avanzar en las negociaciones. La respuesta de Duque, el 17 de mayo, fue contundente: “hemos dado instrucciones a todos los niveles de Fuerza Pública para que, en los territorios de Colombia, con alcaldes y gobernadores, desplieguen su máxima capacidad operacional para que, dentro de la proporcionalidad y dentro del estricto cumplimiento de los derechos humanos y su protección, les permitan a todos los colombianos recuperar la movilidad, recuperar el bienestar”. A la solicitud de frenar el abuso policial, más garrote. 

¿Quién escucha a los jóvenes? A la protesta se responde con mano dura

“Es hora de que comencemos a escuchar con atención y con respeto a nuestros jóvenes, es hora de tratar de conocerlos más comprehensivamente y de dejar de silenciarlos a punta de gases lacrimógenos y de aturdidoras, porque en lo que llevan rato tratando de decirnos puede estar la clave de una verdadera transformación política y social para este país”, “Parar para avanzar”, Sandra Borda.

Mientras escribo esto, el 18 de mayo, llevamos ya 21 días de movilización social. Para mañana, 19 de mayo, está convocada la próxima gran movilización en todo el país. A 21 días del paro nacional llevamos decenas de muertes a cuestas, casos de violencia sexual contra mujeres cometidos por integrantes de la fuerza pública, desaparecidos, miles de detenciones arbitrarias y miles de casos de violencia policial. Hacer uso de nuestro legítimo derecho a la protesta nos ha salido caro, nos ha costado vidas. La manifestación social de la que se han apropiado los jóvenes de este país, les ha salido cara. Todos perdemos con esta violencia policial desatada, todos perdemos con tanta muerte, todos perdemos en este mar de heridos. “Toda bala es perdida”, como reza la canción de César López. Mientras encontramos una salida a tanta violencia “perdemos muchas vidas en la historia de perder”, como sabiamente lo dijo Elizabeth Lira hace pocos días en un evento. En Colombia sí que sabemos de eso.

Según el registro que lleva la ONG Temblores, al 17 de mayo  se habían presentado 51 asesinatos en el marco de las manifestaciones, 43 de estos asesinatos habrían sido con presunta autoría de la fuerza pública, 33 víctimas de agresiones oculares, 18 víctimas de violencia sexual. El listado de muertes y otras víctimas de violencia policial crece cada día, así como crecen las víctimas de otros tipos de violencia física por parte de la policía. Las detenciones arbitrarias ya van por las 1139. Sumemos a esto otras escenas de horror como las que hemos visto en Cali con el ataque a la Minga Indígena por parte de civiles armados, los tiroteos en Yumbo o las escenas en barrios de Bogotá a donde han llegado tanquetas del ESMAD dotadas de armas Venom que tienen por objeto matar.

Hemos tenido que llegar a esto y aún no veo la salida. Hemos tenido que llegar a esto para que Duque, el soberbio, el indolente, el inepto, insista en darle la espalda al país. Hemos llegado a este punto y nos gobierna el desgobierno. Hemos llegado a esto y aún no hay diálogo. Hemos llegado a esto y el gobierno no escucha a quienes debe escuchar, a los jóvenes que están en las calles arriesgando su vida, poniendo el pellejo, siendo una Primera Línea que se cansó de promesas fallidas, que no tiene nada que perder, pero que quisiera tener la oportunidad de “poder surgir, porque surgir en Colombia es muy difícil”.

¿Qué ofrece el gobierno a estos jóvenes? Plomo. ¿Qué nos están diciendo, gritando, estos jóvenes a todos?

 “Que cese la Uribe noche”.
“No se rinde el que nació donde por todo hay que luchar”.
“Pueblo, confía en tu fuerza”.
“En paro somos delincuentes, en elecciones somos ciudadanos”,
“El gobierno roba, la policía mata, la prensa miente”.
“Si el pueblo fuese escuchado, la horrible noche hubiera cesado”.
“Su militarización es dictadura”.
“Ellos tienen armas de fuego, nosotros fuego en el alma”.

Nos están diciendo que este país tiene que cambiar. En esta movilización social los jóvenes se juegan un futuro, apuestan por un país diferente. He salido a las calles a acompañar, desde mis posibilidades, a la gran movilización social y he visto a miles de jóvenes que imaginan un país diferente, justo, que sea un lugar digno para vivir, en el que encuentren oportunidades de ser. La movilización es de estos jóvenes que nos han mostrado tanta valentía y dignidad. Yo seguiré acompañándolos, seguiré fotografiándolos, admirándolos. Seguiré abrazando su entusiasmo y su resistencia. El paro sigue. 

El Centro Nacional de Consultoría realizó una encuesta para el noticiero CM&, entre jóvenes de 15 a 35 años para conocer sus opiniones acerca del Paro Nacional, 81 % de los encuestados mostró su apoyo a la movilización, a pesar de que el 95% se sienten inseguros para salir a protestar dada la violencia y el abuso policial. De estos jóvenes encuestados sobresalen también los sentimientos que predominan en este contexto: incertidumbre 32%, frustración 21%, rabia 14%.

¿Qué país queremos para ellos? ¿Qué país queremos para nosotros? ¿Qué país queremos para todos? Comencemos por uno en el que salir a protestar no nos cueste la vida.

“¿Quiénes son estas muchachas y estos muchachos firmes y conmovidos que nos hablan por primera vez? Son los que fuimos, sueñan lo que soñamos, hacen por fin lo que siempre quisimos hacer. Están aquí desde hace siglos y sin embargo acaban de nacer, y por sus labios hablan estos mares, y por sus manos corren estos ríos, y son de todos los colores: han nacido en los valles, en las montañas, en los litorales, en las ciudades.

Son la voz de un país descubriendo su dignidad, reclamando por fin lo que le deben hace ya varios siglos; la patria que todos merecimos, la felicidad que nos robaron, los muertos que se llevaron los ríos, el pan que aquí no pusieron sino en unas cuantas mesas, la educación que les pintaron como un lujo cuando han debido dársela como el mayor derecho.

¿Qué es lo que quieren estos jóvenes? Pues lo que quiere todo pájaro: poder volar y cantar; lo que quiere todo río, poder seguir su camino; lo que sueña toda vida, celebrar el mundo, merecer un destino (…)”. Una carta para Puerto Resistencia, William Ospina.

 

Fotos: Mariana Delgado Barón.
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Bogotá, Colombia, 1981. Politóloga y Magíster en Ciencia Política de la Universidad de Los Andes (Bogotá- Colombia); Magíster en Política Internacional de la Universidad de Birmingham (Inglaterra); Doctora en Ciencias Sociales con mención en Sociología de la FLACSO (Sede México). Actualmente es periodista independiente interesada en temas de memoria histórica, construcción de paz, justicia transicional y conflicto armado. Es asesora de comunicaciones del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales de la Universidad Nacional de Colombia.

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